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lunes, 12 de septiembre de 2011

Cuentos para la diversidad: 3. Artyon

Autoras/es: Felisa Benítez Izuel (*)
(Fecha original del libro: 2005) 
Relato recomendado para niños/as +10

Artyon es pequeño, aunque no tanto como parece. Antes tenía seis mamás y más de treinta hermanitos. Ahora tiene dos papás y tres hermanos: dos hermanos y una hermana. Dicho así, parece que haya salido perdiendo. Perdiendo, claro, si sólo pensamos en números.
En abril Artyon va a cumplir tres años, faltan tres semanas, pero la ropa que le queda bien es la que marca en la etiqueta: “para dos años”. Me hace gracia cuando camina y más aún cuando se echa a correr, porque parece que vaya a estamparse en cualquier momento. Yo creo que es porque tiene las piernas aún con poca fuerza. Cuando come parece mentira que lo haga tan bien él solito; pero, sin embargo, sigue llevando pañales. Si todo el mundo le mira a la vez, pone los ojos hacia abajo y hacia un lado y se le encoge la boca, como de vergüenza. Cuando levanta los ojos, si siguen todavía mirándole, los vuelve a bajar y se tapa la cara con las manos. Más que esconderse, yo creo que lo que hace es intentar desaparecer.

Se ve que no está acostumbrado a que le hagan tanto caso; y con este comentario vuelvo al principio: ¿veis por qué no estoy tan segura de que haya salido perdiendo? Tenía seis mamás, pero cuando papá fue a buscarlo, para llevárselo, dice que ninguna de ellas le daba besitos o caricias. Estaban todas de pie y Artyon sentado delante de ellas sobre una colchoneta, agarrando con fuerza un oso de peluche.
Cuando vio a Papá salió corriendo y se le echó en los brazos, pues ya se conocían del primer viaje. Cuenta Papá que le costó un buen rato el cambiarle la ropa (le puso la que había comprado para él; la que Artyon llevaba tenía que dejarla en el orfanato) porque se había agarrado al cuello de Papá y no lo soltaba.
A mí me hace ilusión tener un hermano pequeño, y más aún ahora que lo conozco. Me lo comería a besos. Estoy deseando que llegue el fin de semana para poder verlo otra vez y estar con él. Le he enseñado a llamarme “tata”, ¡y me da un gusto cuando lo dice! Mis dos hermanos están igual de encandilados, aunque el mayor, como ya tiene diecinueve, hace como que le da igual (sí, sí, ¿por eso va al cuarto de Artyon, cada dos por tres, para ver como duerme, eh?).
Mis hermanos y yo vivimos a veinte kilómetros de casa de mi padre.
Vivimos con mi madre y mis abuelos. Mis abuelos: que son los padres de mi padre y que no le hablan. Es por eso, por lo de cuando Papá se cambió de sexo. No, no es que se cambiase él de sexo. Quiero decir, cuando se enamoró de Anti, que también es un hombre. ¿Me entendéis ahora cuando he dicho que Artyon tiene dos papás? A Papá lo llama así, como suena: Papá; y luego está su papi Anti. Se le entiende perfectamente cuando lo dice. Bien clarito. Otras cosas, en cambio, no hay quien las entienda. Si ve pasar un cuervo, grita: ¡kakaña!, o algo parecido.
Yo le digo: pá-ja-ro; así, despacito. Él se ríe y dice, después de un poco: gggggro, y se pone muy serio después de decirlo, con cara de mayor (entonces la que me río soy yo). ¡Ah!, pavo lo dice de un tirón y sin equivocarse. Desde que le enseñamos el del corral se quedó prenda- do de él. Es salir de casa y se pone a llamarlo a gritos: ¡pavo!, ¡pavo! Me pregunto cómo se dirá pavo en ruso.
Mis abuelos ya saben que tienen otro nieto, pero juegan a hacerse los indiferentes. Yo sé que les gustaría conocerlo y, la verdad, no saben lo que se están perdiendo. Eso sí, a cabezotas no hay quien les gane. Pero, ¡qué más les dará a ellos con quien viva o se case su hijo! ¿No son felices? Pues eso digo yo, que lo importante es ser feliz, ¿no? Cuando hablo así me dicen que tengo trece años y que me calle, que no tengo ni idea. ¡Pues anda que ellos! Está claro que a mamá le fastidió que se enamorase de Anti; pero lo mismo le habría fastidiado que se enamorase de otra mujer. Al fin y al cabo, de lo que se trataba era de que había dejado de quererla a ella. Bueno, lo que os estaba contando: yo creo que Artyon ha salido ganando, y nosotros más aún (es que tendríais que verlo cuando me pone la mano en la cara o cuando se tumba para que le haga cosquillas).
Algún día, cuando crezca y sea más mayor, su tata y sus papás lo llevaremos a Rusia, si tiene curiosidad, por conocer el sitio donde nació (yo ya estoy ahorrando, porque dice Papá que el billete del avión cuesta mucho). Ahora me vais a tener que perdonar, pero es que me está llamando para que le abra el yogurt -¡voy, Artyon, cariño!, ¡ahora mismo voy!-, por eso tengo que terminar esta carta y cerrar el ordenador.
Se me olvidaba, ha dicho Paco (el profe) que tenemos que poner una dirección, aunque no vayamos a mandarla (dentro de poco sabré ya mandar correos electrónicos). ¿Para quién puede ser esta carta?, ¿para Marta, mi amiga? Pero si ella ya sabe todo esto. A ver, a ver quién se me ocurre… ¡Ya está! Ahí va: “para mis abuelos y para todos los que no quieren entender”.
PD: He revelado la foto que les saqué, el fin de semana pasado, a Papá, Artyon y Anti en la puerta de casa. Le están enseñando a decir adiós.
En la foto, Artyon está en brazos de Anti y los tres me saludan moviendo la mano. Creo que voy a poner esa foto en el trabajo de “medio social”, donde lo de las familias. Me da igual lo que digan los de mi clase.
 

(*) Extraído de:
Colección Cuentos para la diversidad. COGAM. Colectivo de Gays, Lesbianas y Tansexuales de Madrid

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