Autoras/es: Andrea D’Atri (ed.), Bárbara Funes, Ana López, Jimena Mendoza, Celeste Murillo, Virginia Andrea Peña, Adela Reck , Malena Vidal, Gabriela Vino, Verónica Zaldívar
(Fecha original: Abril 2006)
(Fecha original: Abril 2006)
VI: Indómitas
Hoy no existe más la Unión Soviética. Quizás haya personas que lean este libro sin haber conocido jamás esa experiencia del proletariado internacional: la de un estado obrero surgido de una revolución en 1917 y que, años más tarde, degeneró bajo un régimen burocrático y despótico dando paso, hacia finales del siglo XX, a la restauración del capitalismo en el mismo territorio que vio el surgimiento de los soviets.1
Pero el colapso de la Unión Soviética y de los demás estados obreros de Europa del Este que estaban bajo su influencia no cayó del cielo. Ni siquiera puede comprenderse sólo analizando el período que va desde 1989, con la caída del Muro de Berlín2, a 1991, con la disolución de la propia URSS.3 No pudo asestarse ese golpe a las masas de un día para el siguiente, ni en dos años. Más bien nos inclinamos a pensar que estos acontecimientos fueron los últimos golpes de un largo proceso de derrotas inflingidas a las masas que, durante décadas, ensayaron la revolución política contra la burocracia que usurpó el poder del estado obrero.
Ya en la década de 1930, Trotsky señalaba que el poderío de Stalin y su contrarrevolución política se habían impuesto a través de “pequeñas guerras civiles”.4 Con esa definición se refería a los desplazamientos internos, a las medidas represivas, a la derrota política de la Oposición de Izquierda5 en la batalla que se libró por las ideas del marxismo revolucionario al interior del Partido Bolchevique y de la IIIº Internacional frente a su degeneración, entre otros ataques que socavaron la resistencia de los trabajadores y el pueblo soviético.
Pero si esas “pequeñas guerras civiles” existieron fue porque existió una resistencia que es poco conocida. En ella participaron miles de hombres y mujeres que resguardaron los ideales de la revolución y las banderas del socialismo de su perversión en manos de la camarilla que se alzó con el poder del Estado y ocupó todos los cargos del partido, a la muerte de Lenin. Para esos hombres y mujeres, éste no era “su socialismo” y, si la lucha política estaba vedada, si las diferencias no podían expresarse por la censura, si eran trasladados a prisión o a los campos de trabajo forzoso por no renegar de sus convicciones, entonces supieron que su tarea como revolucionarios conscientes sería transmitir los principios que los guiaban, convirtiéndose en un hilo de continuidad entre la experiencia de la revolución triunfante y las futuras generaciones.6
Esta resistencia, que tomó distintas formas, reapareció como literatura clandestina en las últimas décadas del poderío burocrático. Ya en la vieja Rusia zarista, evitando la férrea censura imperial, circulaban materiales manuscritos con literatura de protesta que enfrentaba al régimen. Retomando esa vieja tradición, bajo la bota stalinista, volvieron a aparecer estos manuscritos clandestinos denominados samizdat.7 Desde mediados de la década de 1920, cuando se le negó el uso de las imprentas partidarias, la Oposición de Izquierda hizo circular impresos clandestinos y manuscritos con sus críticas hacia la dirección y su línea política. Para algunos especialistas, el samizdat de las décadas posteriores constituye “el reanimamiento, conciente o no, de los métodos usados por los opositores a la burocracia stalinista en el período previo a la eliminación del último vestigio de crítica, mediante el terror masivo.” 8
Diferentes generaciones se enfrentaron al mismo terror. Algunos, concientemente, combatieron contra la degeneración del estado obrero; otros, sin contar con la experiencia de la generación que protagonizó la revolución de octubre de 1917, pero con una sensible intuición, retomaron las banderas del bolchevismo años y décadas más tarde. ¿Cómo es posible explicar este hecho?
La Oposición de Izquierda de la década de 1930 estaba dirigida por un grupo de viejos cuadros bolcheviques que habían desempeñado papeles dirigentes en la revolución triunfante y en la guerra civil. Esta generación fue aniquilada en los Juicios de Moscú9, obligada al exilio o condenada al aislamiento de los campos de trabajo forzosos, por décadas. Sin embargo, la lucha activa contra el régimen de Stalin resurgió a principios de la década de 1940, cuando varias organizaciones juveniles clandestinas vuelven a plantear ideas similares a las de Trotsky, aún sin haberlas conocido.
Los grupos revolucionarios clandestinos vuelven a emerger entre 1945 y 1953. Uno de ellos, autodenominado La verdadera obra de Lenin surgió como un grupo de estudiantes universitarios de Moscú, Leningrado, Kiev y Odessa. Sin tener ningún contacto con los viejos dirigentes de la Oposición de Izquierda, elaboraron un programa político que se aproximaba al de aquellos. Muchos eran hijos de “enemigos del pueblo”, es decir, de aquellos viejos bolcheviques que habían sido víctimas de las purgas que arreciaron entre 1936 y 1938. Esta agrupación, integrada por cientos de jóvenes, abogaba por “la revolución política para reemplazar a la burocracia con la democracia soviética plena, basada en los soviets de fábrica y granjas colectivas.” 10 También se oponían a la política ruso-chauvinista de la burocracia del Kremlim y condenaban las anexiones de Ucrania y los estados del Báltico por considerar que violaban el principio leninista del derecho a la autodeterminación de los pueblos.
En 1947, la policía secreta descubre y aplasta a otro agrupamiento clandestino autodenominado Grupo Lenin. Originado en una carta anónima de un ex “stalinista leal”, este grupo extendió su influencia entre la juventud disconforme con el régimen. Pero no sólo en las universidades se hacía notar la oposición. En los campos de trabajo, entre 1947 y 1948, surgió un grupo constituido por veteranos de la Segunda Guerra Mundial, que se autodenominó Movimiento democrático del norte de Rusia. Más de dos mil veteranos que integraban este movimiento fueron los que intentaron tomar una pequeña población al este de los Urales, después de hacerse de las armas de sus propios guardianes. Sin embargo, fueron aniquilados por la aviación del Kremlim y los que lograron sobrevivir huyeron a las montañas.
Las huelgas y manifestaciones que empezaron a sucederse en la década de 1950, en los países del Este europeo que estaban bajo la tutela de la Unión Soviética, animaron la actividad de resistencia de los prisioneros de los campos. Fue así que éstos protagonizaron enormes huelgas de brazos caídos y de hambre que obligaron al régimen a dar concesiones. La solidaridad con los levantamientos en Hungría, en Berlín, en Polonia, se sucedía bajo las narices de la KGB y los funcionarios que no podían impedirlas. En este período, miles de opositores del movimiento estudiantil fueron enviados al campo y a las cárceles para presos políticos.
La existencia de estos grupos habría sido imposible si no hubieran estado sustentados en el amplio descontento de las masas con el régimen. Decenas de huelgas, estallidos espontáneos y movilizaciones de protesta contra la burocracia se sucedieron durante este período. En esas manifestaciones no era extraño encontrar carteles que rezaban “Todo el poder a los soviets.” En la mayoría de estas protestas, las mujeres –que cobraban un salario equivalente al 50% del de los varones– fueron las que tomaron la iniciativa.
En 1953, la rebelión obrera estalló en Checoslovaquia y también en la ciudad de Berlín, que pertenecía al territorio alemán que se encontraba bajo la órbita soviética. Lo que comenzó, en esta ciudad, siendo una huelga metalúrgica, se transformó rápidamente en una insurrección que trocó las demandas económicas por consignas políticas. Miles de trabajadores atacaban las sedes del Partido Comunista identificado con el stalinismo opresor, mientras se desarrollaban organismos de poder obreros que exigían un gobierno provisional metalúrgico revolucionario. Pero trescientos mil soldados rusos se desplazaron por Berlín oriental con armamento pesado y se declaró el estado de sitio.
En 1956, en Hungría se vivieron dieciocho días de libertad, cuando el proletariado se propuso poner en pie una sociedad basada en el gobierno directo de los productores. Sin embargo, los tanques rusos nuevamente fueron enviados para aplastar este proceso que enfrentaba directamente al régimen burocrático stalinista. Mujeres, hombres y hasta niños y niñas reclamaron en las calles su derecho al socialismo sin opresión nacional.
En ese mismo año, en Polonia, más de cien mil trabajadores se movilizaron reclamando la autogestión de las empresas. Fueron reprimidos salvajemente por la policía y el ejército, lo que redobló la movilización y las huelgas que se extendieron a más ciudades, hasta que las tropas del Ejército Rojo amenazaron con entrar a Varsovia. Las protestas, huelgas, movilizaciones, insurrecciones y revueltas continuaron en 1968, 1970, 1976, 1980...
Este proceso extendido, adentro y afuera de la Unión Soviética, en ciudades, fábricas, universidades y campos de prisioneros, fue derrotado a través de “pequeñas guerras civiles”. Esta represión cayó sobre las masas durante décadas, de manera implacable. Sólo incorporando este ineludible “dato” es que puede entenderse la poca y débil resistencia de la clase trabajadora soviética a la restauración capitalista que la burocracia inició hace quince años.
En memoria de millares de mujeres y hombres que perecieron en la defensa de “su socialismo”, rescatamos aquí la historia de dos mujeres. La primera fue una militante bolchevique casi desde su cuna, pues se trata de la hija de Adolfo Joffe, un brillante dirigente comunista amigo de León Trotsky y embajador del naciente estado soviético de 1917. La segunda fue una honesta militante húngara del Partido Comunista británico que, por esbozar una leve crítica hacia el régimen stalinista en Hungría, es detenida y privada de sus derechos en ese territorio al que acudió para conocer al “socialismo” de cerca, siendo liberada finalmente por las masas que se movilizaban enfrentando al Ejército Rojo. Más allá de sus diferentes visiones, posiciones políticas y de sus divergentes caminos militantes, sus historias se unen en el hecho de que ninguna de las dos fue quebrada por la tortura, ni el sufrimiento ni las crueles vicisitudes a las que fueron expuestas por declararse verdaderamente revolucionarias.
1 Consejos de obreros, campesinos y soldados. Organismos de democracia directa que jugaron un papel central en el Revolución Rusa.
2 El Muro de Berlín fue construido luego de los acuerdos de Yalta y Postdam, ambos celebrados luego de la Segunda Guerra Mundial. El Muro era símbolo de la división del mundo en dos campos, uno bajo control de la potencia imperialista emergente de la guerra, Estados Unidos, y el otro el campo bajo la influencia de la Unión Soviética, dirigida por Stalin.
3 Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, nombre que adoptó el territorio que había sido parte del Imperio Ruso, una vez derrotado el Zar por la Revolución de Octubre de 1917.
4 Estado obrero, thermidor y bonapartismo, de León Trotsky.
5 La oposición de izquierda fue una fracción dentro del Partido Comunista de la Unión Soviética entre 1923 y 1927, liderada por León Trotsky. Originalmente, la batalla delineada por Trotsky aparece como Declaración de los 46, en 1923. Luego, Zinoviev y Kamenev se alejan para formar la Nueva Oposición. Finalmente, éstos y los seguidores de Trotsky forman la Oposición Unificada, hasta que son expulsados del partido. En diciembre de 1927, el XV Congreso del PC de la Unión Soviética declara que pertenecer a los grupos de oposición es incompatible con ser miembro del partido. En 1928, Trotsky es enviado al exilio. La Oposición de izquierda dio origen a las oposiciones de izquierda en distintos países, hasta la fundación de la IV Internacional en 1938.
6 Un escrito anónimo sobre Trotsky y Tujachevski –un alto mando del Ejército Rojo–, que circuló a pesar de la fuerte censura stalinista, señalaba que su objetivo era “preservar un recuerdo favorable de ellos para las futuras generaciones venideras que buscarán y descubrirán la verdad histórica acerca de estos héroes de la República Soviética, que murieron calumniados.” Memorias de un bolchevique leninista.
7 Samizdat significa “publicación propia”. Se trata de una ironía sobre la sigla GOSIZDAT, bajo la que se imprimían las publicaciones del Estado.
8 Samizdat. Voces de la oposición soviética (selección), de George Saunder.
9 Los Juicios de Moscú se desarrollaron principalmente durante 1936 y 1937. Tribunales organizados por el stalinismo con el objetivo de desarticular a la oposición política, apuntando sobre todo contra la vieja generación bolchevique. Los juicios resultaron en ejecuciones, exilio y prisión para miles de oposicionistas, centralmente de izquierda, pero también para otros sectores críticos.
10 G. Saunder, Op.cit.
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