Autoras/es: Inés Dussel 1
(Fecha original del artículo: 1993 *)
La Argentina es, junto a Uruguay y Chile, uno de los países de modernización temprana en América Latina. Un factor clave en esta modernidad fue la estructuración de un sistema educativo nacional, que integró y homogeneizó a la población de las provincias y sobre todo a la gran masa de inmigrantes. Todo esto se realizó por medio de la expansión de la escuela primaria pública y gracias a un sistema uniforme de formación de maestros.
La pedagogía subyacente en esta expansión fue el normalismo, así denominada por tener su base institucional en las Escuelas Normales2. Los normalistas, en una combinación peculiar de positivismo, krausismo y otras corrientes de la época, confiaban en la educabilidad de los sujetos, en la ciencia y en el progreso, y destacaban el papel fundamental del magisterio en la formación de los niños como los ciudadanos del futuro. Asimismo, creían que el estudio científico de la pedagogía permitiría encontrar las leyes y métodos más eficaces de enseñanza3.
Alumnos del Jardin de Infantes de la Escuela Normal de Paraná, curso de 1886-87. |
La pedagogía subyacente en esta expansión fue el normalismo, así denominada por tener su base institucional en las Escuelas Normales2. Los normalistas, en una combinación peculiar de positivismo, krausismo y otras corrientes de la época, confiaban en la educabilidad de los sujetos, en la ciencia y en el progreso, y destacaban el papel fundamental del magisterio en la formación de los niños como los ciudadanos del futuro. Asimismo, creían que el estudio científico de la pedagogía permitiría encontrar las leyes y métodos más eficaces de enseñanza3.
Uno de los representantes más destacados de esta corriente fue Víctor Mercante (1870-1934). Egresado de la Escuela Normal de Paraná, estuvo al frente de dos escuelas normales de provincias y se dedicó más tarde a la investigación psicopedagógica en la Universidad de La Plata. Escribió numerosos textos de pedagogía, libros de texto para alumnos y tratados científicos sobre una nueva disciplina, la paidología. Fue un positivista ortodoxo, que buscó estructurar una pedagogía científica, asentada en bases psicológicas y biológicas y basada en la observación de miles de niños y adolescentes. También produjo importantes aportes a la renovación curricular de planes, programas y textos. Su fidelidad a la ortodoxia positivista lo relegó, hacia el final de su vida, a un lugar menor dentro del campo pedagógico, como último representante de una corriente que se desvanecía4.
* Este texto se publicó originalmente en Perspectivas: revista trimestral de educación comparada (París, UNESCO: Oficina Internacional de Educación), vol. XXIII, nos 3-4, 1993, págs. 808-821. ©UNESCO: Oficina Internacional de Educación, 1999. Este documento puede ser reproducido sin cargo alguno siempre que se haga referencia a la fuente: http://www.ibe.unesco.org/fileadmin/user_upload/archive/publications/ThinkersPdf/mercantes.PDF
Una vida realizada5
La vida de Mercante bien puede considerarse el cumplimiento del sueño de los inmigrantes de “hacer la América”. Hijo de un agricultor italiano empobrecido por los avatares de la vida y de una descendiente de una familia patricia de la Liguria, fue criado en un hogar que nunca “remontó la pobreza”. Nacido en Merlo, provincia de Buenos Aires, volvió a Italia con toda la familia a los siete años, para reinstalarse definitivamente en su lugar de origen en 1880. De aquellos años de vida campesina, Mercante guarda recuerdos idealizados: “me educaba en un ambiente de vida y de pureza, cerca de mis padres, lejos del peligroso contacto de la multitud escolar, bajo la impresión de las cosas y de los fenómenos siempre elevados y siempre inolvidables6.” En su pueblo natal, asistió durante cuatro años a la escuela de Bernardo Moretti, que fue para él guía y modelo: se imponía por su estilo y no por la fuerza, usaba la sugestión con los niños, y mantenía una relación estrecha con los poderes locales, necesarios para la subsistencia de su escuela privada. Años más tarde, cuando tuvo que dirigir la Escuela Normal Mixta de Mercedes, Mercante recordaría este estilo de dirección.
La influencia de Bernardo Moretti fue decisiva a la hora de decidir la continuidad de los estudios. Fue él quien le habló de la Escuela Normal de Paraná, donde podría perfeccionar sus aptitudes y obtener un título que le garantizaba un trabajo. El maestro convenció a su padre, lo preparó para el examen, y Mercante ganó una de las becas que otorgaba la escuela.
Creada en 1870, la Escuela Normal de Paraná fue la primera escuela normal del país, y siguió siendo por muchos años el centro de la producción pedagógica. De allí salieron generaciones de normalistas que trabajaron en distintas regiones, y que llevaban con ellos la obsesión por el método. Fue uno de los centros de difusión más importantes del positivismo en la Argentina7.
Indudablemente, el contraste entre el clima intelectual paranaense y la experiencia previa de Mercante era grande. Cuenta en sus memorias que, al llegar a Paraná, se sintió solo: no tenía amigos, no entendía las clases, veía alternarse cada hora a los profesores severos y distantes. Pese a todo, fue adaptándose y encontrando amigos y afinidades.
En 1890, ya en posesión del título, Mercante se mudó a la provincia de San Juan, lindante con Chile, para dirigir una escuela normal. Allí desarrolló una intensa actividad durante cuatro años, asumiendo un cargo en el gobierno provincial de la educación y en la legislatura provincial como diputado, además de participar en los debates públicos a través de la prensa. También contrajo matrimonio con una joven pianista.
En 1894, el Consejo Nacional de Educación le encomendó la dirección de la Escuela Normal Mixta de Mercedes, fundada por Carlos Vergara, otro importante educador argentino, y de la que había sido destituido. Permaneció al frente de la escuela doce años, en el curso de los cuales inició sus investigaciones psicológicas sobre las características de la inteligencia infantil y, en especial, la aptitud matemática de los niños.
En 1906, se le encomienda organizar la sección pedagógica de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de La Plata, tomando como modelo los centros análogos de Bruselas y Ginebra. De esta sección surgió la Facultad de Ciencias de la Educación en 1915, de la que fue primer decano, además de profesor de psicopedagogía y metodología especial y práctica, hasta el año 1920 en que se jubiló. En este período dirigió la revista pedagógica editada por la Universidad: Archivos de pedagogía y ciencias afines (1906-1914), transformada más tarde en Archivos de ciencias de la educación (1915- 1920).
Además de esta actividad universitaria, fue inspector de enseñanza secundaria y especial entre 1915 y 1916, en cuyo carácter asesoró al Ministro de Justicia e Instrucción Pública para la reforma de planes de estudio. Participó activamente en la elaboración de una propuesta de reforma global del sistema educativo —la creación de un ciclo escolar intermedio de tres años de duración entre la primaria y la secundaria—, reforma que duró pocos meses, ya que el primer gobierno elegido por sufragio universal, encabezado por Hipólito Yrigoyen, decidió revocar las modificaciones.
A partir de 1920, Mercante se refugió en la actividad de profesor honorario de la Universidad Nacional de La Plata, conferencista y escritor. Murió en 1934 cuando cruzaba los Andes, en Chile, a su regreso del II Congreso Panamericano de Educadores.
La influencia de Bernardo Moretti fue decisiva a la hora de decidir la continuidad de los estudios. Fue él quien le habló de la Escuela Normal de Paraná, donde podría perfeccionar sus aptitudes y obtener un título que le garantizaba un trabajo. El maestro convenció a su padre, lo preparó para el examen, y Mercante ganó una de las becas que otorgaba la escuela.
Creada en 1870, la Escuela Normal de Paraná fue la primera escuela normal del país, y siguió siendo por muchos años el centro de la producción pedagógica. De allí salieron generaciones de normalistas que trabajaron en distintas regiones, y que llevaban con ellos la obsesión por el método. Fue uno de los centros de difusión más importantes del positivismo en la Argentina7.
Indudablemente, el contraste entre el clima intelectual paranaense y la experiencia previa de Mercante era grande. Cuenta en sus memorias que, al llegar a Paraná, se sintió solo: no tenía amigos, no entendía las clases, veía alternarse cada hora a los profesores severos y distantes. Pese a todo, fue adaptándose y encontrando amigos y afinidades.
En 1890, ya en posesión del título, Mercante se mudó a la provincia de San Juan, lindante con Chile, para dirigir una escuela normal. Allí desarrolló una intensa actividad durante cuatro años, asumiendo un cargo en el gobierno provincial de la educación y en la legislatura provincial como diputado, además de participar en los debates públicos a través de la prensa. También contrajo matrimonio con una joven pianista.
En 1894, el Consejo Nacional de Educación le encomendó la dirección de la Escuela Normal Mixta de Mercedes, fundada por Carlos Vergara, otro importante educador argentino, y de la que había sido destituido. Permaneció al frente de la escuela doce años, en el curso de los cuales inició sus investigaciones psicológicas sobre las características de la inteligencia infantil y, en especial, la aptitud matemática de los niños.
En 1906, se le encomienda organizar la sección pedagógica de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de La Plata, tomando como modelo los centros análogos de Bruselas y Ginebra. De esta sección surgió la Facultad de Ciencias de la Educación en 1915, de la que fue primer decano, además de profesor de psicopedagogía y metodología especial y práctica, hasta el año 1920 en que se jubiló. En este período dirigió la revista pedagógica editada por la Universidad: Archivos de pedagogía y ciencias afines (1906-1914), transformada más tarde en Archivos de ciencias de la educación (1915- 1920).
Además de esta actividad universitaria, fue inspector de enseñanza secundaria y especial entre 1915 y 1916, en cuyo carácter asesoró al Ministro de Justicia e Instrucción Pública para la reforma de planes de estudio. Participó activamente en la elaboración de una propuesta de reforma global del sistema educativo —la creación de un ciclo escolar intermedio de tres años de duración entre la primaria y la secundaria—, reforma que duró pocos meses, ya que el primer gobierno elegido por sufragio universal, encabezado por Hipólito Yrigoyen, decidió revocar las modificaciones.
A partir de 1920, Mercante se refugió en la actividad de profesor honorario de la Universidad Nacional de La Plata, conferencista y escritor. Murió en 1934 cuando cruzaba los Andes, en Chile, a su regreso del II Congreso Panamericano de Educadores.
La preocupación por el método
Como hemos señalado, Mercante fue un eminente representante de la corriente normalista que tuvo a su cargo la estructuración del sistema educativo nacional8. Compartió con sus colegas la preocupación por desarrollar un método pedagógico eficaz para la educación del conjunto de la población; y ésta fue, probablemente, la guía que lo llevó a interesarse en la psicología como soporte científico de la pedagogía.
El método era, para Mercante, el procedimiento para llegar a un fin, el aprendizaje.
En la nueva pedagogía que él impulsaba, era “el arte de hacer comprender, fijar y mantener la atención espontánea de los alumnos”, en vez de reducirse como en el pasado al “arte de transmitir9”. La metodología constituía la parte más importante de la pedagogía e incluía tanto los principios comunes sobre el edificio, el aula, el profesor, el alumno, el material y la organización de la enseñanza, determinados por la psicología, como los principios especiales de cada materia, que comprendían la doctrina, el programa, las lecciones, los horarios, las estrategias, a cuya definición contribuiría la psicopedagogía.
Para definir el método, era necesario apelar a la ciencia, pero Mercante creía que sus aportes debían revisarse a la luz de las necesidades de la enseñanza. En este y otros sentidos, su pedagogía marcó distancias con el reduccionismo. Planteó un conjunto de leyes de la enseñanza, que serían los principios configuradores de la acción docente. Entre ellos, destacamos por su importancia político-educativa los siguientes:
El método era, para Mercante, el procedimiento para llegar a un fin, el aprendizaje.
En la nueva pedagogía que él impulsaba, era “el arte de hacer comprender, fijar y mantener la atención espontánea de los alumnos”, en vez de reducirse como en el pasado al “arte de transmitir9”. La metodología constituía la parte más importante de la pedagogía e incluía tanto los principios comunes sobre el edificio, el aula, el profesor, el alumno, el material y la organización de la enseñanza, determinados por la psicología, como los principios especiales de cada materia, que comprendían la doctrina, el programa, las lecciones, los horarios, las estrategias, a cuya definición contribuiría la psicopedagogía.
Para definir el método, era necesario apelar a la ciencia, pero Mercante creía que sus aportes debían revisarse a la luz de las necesidades de la enseñanza. En este y otros sentidos, su pedagogía marcó distancias con el reduccionismo. Planteó un conjunto de leyes de la enseñanza, que serían los principios configuradores de la acción docente. Entre ellos, destacamos por su importancia político-educativa los siguientes:
· Ley de universalidad: decía Mercante que “todos tienen la necesidad y el deber de aprender, y aptitudes para aprender, contra prejuicios vulgares o de otra época que sostenían que ciertas clases no debían instruirse o educarse10.”
· Ley de integridad: la educación debía propender a la integridad psicológica del educando y a la integridad de los conocimientos.
· Ley de proporcionalidad: la enseñanza debería organizarse en función de la edad, los sexos, las necesidades y el tiempo de que se dispone.
· Ley de unidad del saber: las doctrinas se complementan, y los fenómenos de diversa índole pueden reducirse, por vía del análisis, a una causa única y general de carácter físico.
· Ley de educación metódica: debería investigarse cómo proceden las facultades en el conocimiento de cada clase de objetos, para adaptar los métodos a cada tipo de facultad.
· Ley de autonomía: el docente debe consultar la vocación permanente, las disposiciones pasajeras, las modalidades y opiniones de los alumnos, y tender a que los alumnos piensen y actúen de manera autónoma11.
Pueden reconocerse aquí algunos de los rasgos distintivos de la pedagogía normalista. Por un lado, la ampliación de la educabilidad a un conjunto extenso de la población, quedando excluidos en el ámbito de “educación especial” quienes no encuadraran en los parámetros de desarrollo considerados “normales”. No habría más exclusiones por sexo o por clase; las distinciones se realizarían en adelante según las “mediciones de inteligencia”.
En segundo lugar, para hacer efectivos estos principios debían establecerse leyes generales que garantizaran la eficacia del método. Pero estas leyes incluían la readaptación local y específica a cada situación. Hay que destacar que Mercante creía que la ciencia era universal por su método, pero nacional o regional por su contenido. Imaginaba que cada país o región daba respuestas particulares a los desafíos de su época.
Una tercera característica explica por qué surgió del núcleo una nueva corriente de renovación pedagógica. Mercante planteó la adecuación de los métodos a las edades y características de los alumnos, y a los ámbitos de saber específicos. La consideración de la vida afectiva e intelectual de los educandos, y el objetivo de incrementar su autonomía, fueron también postulados caros a la renovación de la pedagogía de los años veinte y treinta, que no tuvo en Mercante a uno de sus protagonistas. Sin embargo, como veremos más adelante, ya había puentes tendidos.
· Ley de proporcionalidad: la enseñanza debería organizarse en función de la edad, los sexos, las necesidades y el tiempo de que se dispone.
· Ley de unidad del saber: las doctrinas se complementan, y los fenómenos de diversa índole pueden reducirse, por vía del análisis, a una causa única y general de carácter físico.
· Ley de educación metódica: debería investigarse cómo proceden las facultades en el conocimiento de cada clase de objetos, para adaptar los métodos a cada tipo de facultad.
· Ley de autonomía: el docente debe consultar la vocación permanente, las disposiciones pasajeras, las modalidades y opiniones de los alumnos, y tender a que los alumnos piensen y actúen de manera autónoma11.
Pueden reconocerse aquí algunos de los rasgos distintivos de la pedagogía normalista. Por un lado, la ampliación de la educabilidad a un conjunto extenso de la población, quedando excluidos en el ámbito de “educación especial” quienes no encuadraran en los parámetros de desarrollo considerados “normales”. No habría más exclusiones por sexo o por clase; las distinciones se realizarían en adelante según las “mediciones de inteligencia”.
En segundo lugar, para hacer efectivos estos principios debían establecerse leyes generales que garantizaran la eficacia del método. Pero estas leyes incluían la readaptación local y específica a cada situación. Hay que destacar que Mercante creía que la ciencia era universal por su método, pero nacional o regional por su contenido. Imaginaba que cada país o región daba respuestas particulares a los desafíos de su época.
Una tercera característica explica por qué surgió del núcleo una nueva corriente de renovación pedagógica. Mercante planteó la adecuación de los métodos a las edades y características de los alumnos, y a los ámbitos de saber específicos. La consideración de la vida afectiva e intelectual de los educandos, y el objetivo de incrementar su autonomía, fueron también postulados caros a la renovación de la pedagogía de los años veinte y treinta, que no tuvo en Mercante a uno de sus protagonistas. Sin embargo, como veremos más adelante, ya había puentes tendidos.
La renovación disciplinaria: la pedagogía de base psicológica
Decía Mercante que “es necesario saber cómo se aprende para saber cómo se enseña12”. De ahí que insistiera reiteradas veces en la importancia de fundar la pedagogía en la investigación psicológica y psicopedagógica.
La inclinación de Mercante por la psicología data de su experiencia en San Juan.
Analizando las dificultades de la disciplina y la conducta infantiles y adolescentes, se decidió a estudiar “los fenómenos de la masa o grupo escolar, acumulando la influencia de cada factor, para llegar a la pedagogía.” En aquella época, leía a los antropólogos criminalistas, como Cesare Lombroso y Sergi, y a los científicos como Darwin, Haeckel y Morselli. De estas lecturas, y de su observación, llegó a la conclusión de que el caos de la conducta podía ser revelado analizando la acción conjunta de la herencia individual y la acción física, doméstica, social y escolar.
Ya en Mercedes, profundizó esta preocupación por encontrar bases psicológicas para el método pedagógico13. Llegó a definir a la pedagogía como la “ciencia de observación de niños y grupos dentro de ambientes, que necesita sistematizar sus hechos14”.
Su pedagogía tomó muchos elementos del herbartianismo, sobre todo su centro en el docente y en un método capaz de prescribir la tarea de muchos docentes, pero tuvo más vínculos con corrientes más claramente psicológicas —y no pedagógicas— de su época: la psicología experimental de Wundt y Münsterberg, los estudios de Binet y Terman sobre la inteligencia y los estudios de la vida infantil del norteamericano Stanley Hall15. Aunque le preocupaba principalmente la medición de la inteligencia, Mercante hizo un gran esfuerzo por desplegar la multiplicidad de operaciones específicas que el sujeto ponía en juego en el aprendizaje. Sus análisis de los estados psíquicos, la vida afectiva y emotiva, los sueños y el psicoanálisis, las sensaciones, fueron tanto o más ricos que sus estudios sobre las operaciones consideradas “intelectuales” como la memoria y la formación de imágenes, o sus paralelos con la psicología de los animales.
Mercante sostuvo que los docentes, al igual que los médicos que estudian el cuerpo que han de curar, tenían “la sagrada obligación” de estudiar el espíritu del educando. Debían ser “cultores de la niñez”, que conocieran y respetaran sus idiosincrasias. En este aspecto, mantuvo el innatismo propio de la ciencia positivista. Para él, la estructura psíquica fundamental era hereditaria; la educación cifraba sus éxitos en el camino trazado por padres y abuelos16. “Los intereses no se crean, se desenvuelven y se cultivan”: la tarea de la educación era desarrollar al máximo la potencialidad ya determinada. También señaló, siguiendo a Terman, que el cociente intelectual servía de base a la predicción escolar y aun social del alumno17. Por eso se preocupó por establecer rígidas clasificaciones de los sujetos según sus capacidades de aprendizaje18.
Pese a la inclusividad social y a la universalidad contenida en su preocupación por el método, el innatismo psicológico lo hizo desplazarse cada vez más hacia una pedagogía autoritaria. Su fatalismo psicológico, cruzado con su adhesión a las visiones desencantadas de Sarmiento y Alberdi, quienes creían que a Argentina había llegado la escoria de la humanidad en vez de una inmigración civilizadora19, lo llevaron a desconfiar de toda tendencia natural que surgiera en alumnos y docentes, al igual que desconfiaba de las urbes y la multitud. Progresivamente, se fue adhiriendo a la definición de la pedagogía como acción disciplinadora: “El procedimiento del que educa es recapitular el pasado para preparar las aptitudes para el presente en condiciones favorables, combatiendo toda desviación que pretenda encarnarse20”. Respetar y desarrollar lo dado, pero también encauzar, corregir: en esta tensión, propia de la ciencia positivista, se ubicaba a la pedagogía como reforma y control social. El innatismo reaparecía para justificar las diferencias: “el afán igualitario sólo da una felicidad efímera” que pronto dejaba paso a las diferencias naturales. La escuela niveladora, la escuela única, era una tendencia antinatural, y sólo contradecía de manera provisional las tendencias plurales y heterogéneas de los individuos21. Sin embargo, como veremos más abajo, su propuesta de reforma curricular no sólo mantuvo la escuela primaria común, sino que extendió esta universalidad a la escuela intermedia.
Decía Mercante que “es necesario saber cómo se aprende para saber cómo se enseña12”. De ahí que insistiera reiteradas veces en la importancia de fundar la pedagogía en la investigación psicológica y psicopedagógica.
La inclinación de Mercante por la psicología data de su experiencia en San Juan.
Analizando las dificultades de la disciplina y la conducta infantiles y adolescentes, se decidió a estudiar “los fenómenos de la masa o grupo escolar, acumulando la influencia de cada factor, para llegar a la pedagogía.” En aquella época, leía a los antropólogos criminalistas, como Cesare Lombroso y Sergi, y a los científicos como Darwin, Haeckel y Morselli. De estas lecturas, y de su observación, llegó a la conclusión de que el caos de la conducta podía ser revelado analizando la acción conjunta de la herencia individual y la acción física, doméstica, social y escolar.
Ya en Mercedes, profundizó esta preocupación por encontrar bases psicológicas para el método pedagógico13. Llegó a definir a la pedagogía como la “ciencia de observación de niños y grupos dentro de ambientes, que necesita sistematizar sus hechos14”.
Su pedagogía tomó muchos elementos del herbartianismo, sobre todo su centro en el docente y en un método capaz de prescribir la tarea de muchos docentes, pero tuvo más vínculos con corrientes más claramente psicológicas —y no pedagógicas— de su época: la psicología experimental de Wundt y Münsterberg, los estudios de Binet y Terman sobre la inteligencia y los estudios de la vida infantil del norteamericano Stanley Hall15. Aunque le preocupaba principalmente la medición de la inteligencia, Mercante hizo un gran esfuerzo por desplegar la multiplicidad de operaciones específicas que el sujeto ponía en juego en el aprendizaje. Sus análisis de los estados psíquicos, la vida afectiva y emotiva, los sueños y el psicoanálisis, las sensaciones, fueron tanto o más ricos que sus estudios sobre las operaciones consideradas “intelectuales” como la memoria y la formación de imágenes, o sus paralelos con la psicología de los animales.
Mercante sostuvo que los docentes, al igual que los médicos que estudian el cuerpo que han de curar, tenían “la sagrada obligación” de estudiar el espíritu del educando. Debían ser “cultores de la niñez”, que conocieran y respetaran sus idiosincrasias. En este aspecto, mantuvo el innatismo propio de la ciencia positivista. Para él, la estructura psíquica fundamental era hereditaria; la educación cifraba sus éxitos en el camino trazado por padres y abuelos16. “Los intereses no se crean, se desenvuelven y se cultivan”: la tarea de la educación era desarrollar al máximo la potencialidad ya determinada. También señaló, siguiendo a Terman, que el cociente intelectual servía de base a la predicción escolar y aun social del alumno17. Por eso se preocupó por establecer rígidas clasificaciones de los sujetos según sus capacidades de aprendizaje18.
Pese a la inclusividad social y a la universalidad contenida en su preocupación por el método, el innatismo psicológico lo hizo desplazarse cada vez más hacia una pedagogía autoritaria. Su fatalismo psicológico, cruzado con su adhesión a las visiones desencantadas de Sarmiento y Alberdi, quienes creían que a Argentina había llegado la escoria de la humanidad en vez de una inmigración civilizadora19, lo llevaron a desconfiar de toda tendencia natural que surgiera en alumnos y docentes, al igual que desconfiaba de las urbes y la multitud. Progresivamente, se fue adhiriendo a la definición de la pedagogía como acción disciplinadora: “El procedimiento del que educa es recapitular el pasado para preparar las aptitudes para el presente en condiciones favorables, combatiendo toda desviación que pretenda encarnarse20”. Respetar y desarrollar lo dado, pero también encauzar, corregir: en esta tensión, propia de la ciencia positivista, se ubicaba a la pedagogía como reforma y control social. El innatismo reaparecía para justificar las diferencias: “el afán igualitario sólo da una felicidad efímera” que pronto dejaba paso a las diferencias naturales. La escuela niveladora, la escuela única, era una tendencia antinatural, y sólo contradecía de manera provisional las tendencias plurales y heterogéneas de los individuos21. Sin embargo, como veremos más abajo, su propuesta de reforma curricular no sólo mantuvo la escuela primaria común, sino que extendió esta universalidad a la escuela intermedia.
La paidología
Años más tarde, Mercante profundizó su investigación e intentó crear una nueva disciplina que englobara la psicología educativa. La paidología delimitaba como campo el “estudio del alumno”, esto es, el niño en situación de aprendizaje escolar. El Laboratorio de Paidología, abierto en 1915 junto con la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, se alejaba de las “influencias wundtianas” por una parte en su búsqueda de las series más que de los individuos, y por otra, en el énfasis pedagógico22. Disponía del Colegio y la Escuela de aplicación de la Universidad Nacional de La Plata que, a juicio de Mercante, eran sobre todo “anexos experimentales” que le proporcionaban más de 3.000 sujetos de estudio y experimentación — una cifra única en el mundo, a decir del autor.
El laboratorio constaba de una tabla para medir la abertura de los brazos, antropómetros para medir la altura; craneógrafos, dinamómetros y espirómetros para medir la capacidad pulmonar; instrumentos (la mayoría alemanes) para medir los espectros sensoriales; láminas y tests para medir la memoria, el juicio, el razonamiento, la atención y la afectividad. Como se ve, convivían una psicología basada en la anatomía y la fisiología, como lo eran la craneología y la frenología del siglo XIX, y otra más autónoma, aunque ambigua, que se centraba en el estudio de los equilibrios dinámicos del individuo en el ámbito intelectual, volitivo y afectivo23. En este cruce, se abrían perspectivas para una psicología abarcadora de otros aspectos:
El laboratorio constaba de una tabla para medir la abertura de los brazos, antropómetros para medir la altura; craneógrafos, dinamómetros y espirómetros para medir la capacidad pulmonar; instrumentos (la mayoría alemanes) para medir los espectros sensoriales; láminas y tests para medir la memoria, el juicio, el razonamiento, la atención y la afectividad. Como se ve, convivían una psicología basada en la anatomía y la fisiología, como lo eran la craneología y la frenología del siglo XIX, y otra más autónoma, aunque ambigua, que se centraba en el estudio de los equilibrios dinámicos del individuo en el ámbito intelectual, volitivo y afectivo23. En este cruce, se abrían perspectivas para una psicología abarcadora de otros aspectos:
El adolescente no observa ni percibe de la misma manera que el niño [...] porque su yo, otro, dinamizado por esa avalancha de sentimientos y afectos que trae consigo el despertar del sexo, en presencia de las cosas, suma de infinitos valores, las interpreta con un criterio no de mayor experiencia sino de mayor utilidad24.El Laboratorio fue un centro de producción pedagógica muy importante durante las primeras décadas del siglo. Allí se leían e introducían en la Argentina las obras de Binet, Hall, Freud, Claparède y Piaget. Mercante mismo viajó a Roma y Ginebra para entrar en contacto con colegas. Su nivel de actualización y vinculación con la producción de otros centros científicos sorprende todavía hoy. Sin embargo, después del retiro de Mercante, el Laboratorio entró en una crisis profunda y nunca volvió a recuperar la vitalidad que lo habían caracterizado en sus inicios25.
Aportes y límites de la pedagogía psicológica
¿Qué aportaba de nuevo esta pedagogía psicológica de Mercante? En primer lugar, la ciencia de la educación aparecía como un ámbito propio, separado de la filosofía o la sociología. Mercante impulsó la creación de la primera Facultad de Ciencia de la Educación en el país, en 1915. También organizó revistas y bibliotecas que fueron institucionalizando el campo pedagógico-académico.
En segundo lugar, proporcionaba una nueva fuente de determinación curricular. El predominio del currículo centrado en las humanidades empezaba a tener un adversario serio: la psicología adolescente. Como veremos en el apartado siguiente, muchas de las críticas a la enseñanza secundaria que formula Mercante tenían fundamentación en la psicología de los educandos y en su salud. También aportaba elementos antidemocráticos, legitimando las diferencias sociales con las “leyes naturales de la herencia” que sustentaban la clasificación educativa.
En tercer lugar, aunque había una reducción psicologista en su pedagogía, también se operó una ampliación de su espectro. Pese a su innatismo, la paidología venía a reemplazar a una “psicología sin cerebro”, como la llamaba Mercante. La psicología de las facultades era extremadamente limitada en comparación con la riqueza de las actividades mentales que empieza a desplegar Mercante. En el colegio tradicional, cuando llega la primavera y “la vida estalla en cantos, colores, perfumes, actividades, en bellezas, los programas, los horarios, los maestros pusieron siempre encomiable cuidado para que los niños no se enterasen de ello y no fueran víctimas de tan peligroso sensualismo26”. Pero en cambio, decía Mercante: ¿En qué pararían tantos discursos si la cátedra ocupara el centro de un parque, de una vega, un bosque o un museo, un ambiente menos seco y sombrío que el del aula? La memoria se entregaría a otros estímulos27.
Una escuela que fuera al río, al bosque, al museo, al laboratorio, como lo habían hecho sus maestros Pedro Scalabrini y Juan Gez en Paraná, aumentaría la capacidad discriminatoria y agudizaría la memoria táctil y auditiva: lo importante era la estimulación de todos los sentidos, y la consideración de los aspectos afectivos.
Este enriquecimiento, es preciso señalarlo, estaba sin embargo limitado por una profunda desconfianza hacia la cultura de su tiempo. Para Mercante, ésta ofrecía un “cuadro desalentador”: “desde que hay cines, escaparates, tranvías eléctricos y entrevistas fáciles.
[...] El fenómeno se agrava con la intoxicación producida por la nicotina28”.
Aquí Mercante marcó un límite claro entre esta modernización cultural y la modernización de la escuela: en ella no entraría más que aquello que la familia, la escuela y el Estado juzgaran moral. El cine podría ser educativo sólo en el caso de que apoyara la enseñanza de las asignaturas o proporcionara ejemplos morales. En esta condena de la cultura de su tiempo, que se vinculaba a la idealización de la vida pastoril que ya hemos señalado, se limitaban las bases y alcances de su reforma.
En segundo lugar, proporcionaba una nueva fuente de determinación curricular. El predominio del currículo centrado en las humanidades empezaba a tener un adversario serio: la psicología adolescente. Como veremos en el apartado siguiente, muchas de las críticas a la enseñanza secundaria que formula Mercante tenían fundamentación en la psicología de los educandos y en su salud. También aportaba elementos antidemocráticos, legitimando las diferencias sociales con las “leyes naturales de la herencia” que sustentaban la clasificación educativa.
En tercer lugar, aunque había una reducción psicologista en su pedagogía, también se operó una ampliación de su espectro. Pese a su innatismo, la paidología venía a reemplazar a una “psicología sin cerebro”, como la llamaba Mercante. La psicología de las facultades era extremadamente limitada en comparación con la riqueza de las actividades mentales que empieza a desplegar Mercante. En el colegio tradicional, cuando llega la primavera y “la vida estalla en cantos, colores, perfumes, actividades, en bellezas, los programas, los horarios, los maestros pusieron siempre encomiable cuidado para que los niños no se enterasen de ello y no fueran víctimas de tan peligroso sensualismo26”. Pero en cambio, decía Mercante: ¿En qué pararían tantos discursos si la cátedra ocupara el centro de un parque, de una vega, un bosque o un museo, un ambiente menos seco y sombrío que el del aula? La memoria se entregaría a otros estímulos27.
Una escuela que fuera al río, al bosque, al museo, al laboratorio, como lo habían hecho sus maestros Pedro Scalabrini y Juan Gez en Paraná, aumentaría la capacidad discriminatoria y agudizaría la memoria táctil y auditiva: lo importante era la estimulación de todos los sentidos, y la consideración de los aspectos afectivos.
Este enriquecimiento, es preciso señalarlo, estaba sin embargo limitado por una profunda desconfianza hacia la cultura de su tiempo. Para Mercante, ésta ofrecía un “cuadro desalentador”: “desde que hay cines, escaparates, tranvías eléctricos y entrevistas fáciles.
[...] El fenómeno se agrava con la intoxicación producida por la nicotina28”.
Aquí Mercante marcó un límite claro entre esta modernización cultural y la modernización de la escuela: en ella no entraría más que aquello que la familia, la escuela y el Estado juzgaran moral. El cine podría ser educativo sólo en el caso de que apoyara la enseñanza de las asignaturas o proporcionara ejemplos morales. En esta condena de la cultura de su tiempo, que se vinculaba a la idealización de la vida pastoril que ya hemos señalado, se limitaban las bases y alcances de su reforma.
La renovación del currículo argentino
Como hemos visto, Mercante actuó, a lo largo de su vida, en diferentes instancias del sistema educativo: escuelas, universidad, inspección, libros de texto y libros de teoría pedagógica. En todas ellas, desplegó iniciativas para reformar la pedagogía clásica y literaria que predominaba en el currículo argentino, y que siguió siendo dominante a lo largo de este siglo29.
Una primera iniciativa fue desarrollada mientras estaba en San Juan. Mercante se propuso adoptar la metodología del Museo Escolar para construir una escuela moderna. El museo escolar era una colección continuamente acrecentada de fósiles, ilustraciones y objetos diversos clasificados, que proporcionaba un medio “para cultivar espontánea y agradablemente los objetivos de la educación30.” Junto con la clasificación, los alumnos debían redactar descripciones, estudiarlos en su contexto y su historia. Así, aprendían simultáneamente varias asignaturas: botánica, zoología, historia natural, geografía, literatura, historia, matemática.
La segunda iniciativa fue la reforma de los planes de estudio en la Escuela Normal de Mercedes. Allí, en paralelo a sus investigaciones psicológicas, se propuso una educación común que abarcara el conjunto de la vida psicológica del educando, y no sólo su actividad intelectual. Los fines de la escuela debían ser: — la educación general de los órganos del cuerpo a través de la alimentación, el vestido, el aseo, los ejercicios físicos, la higiene, la postura corporal, los hábitos de descanso; — la educación de los sentimientos, a través de la enseñanza de la disciplina y la educación moral, excluyendo la religión31; — la educación de los sentidos u observación; — la educación de las facultades meditativas; — la educación de las facultades expresivas; y — la educación de las actividades prácticas, a través de la educación industrial32.
Con respecto a esta última, Mercante produce una de las aperturas más significativas del currículo primario y de la escuela normal, tradicionalmente contrario a la introducción del trabajo. Tomando en parte el ejemplo de los slödj33, donde se aprendía un oficio, creía que debía revisarse su excesivo metodismo, contrario a la espontaneidad del alumno.
Imaginaba esta enseñanza industrial en un laboratorio donde los niños y adolescentes aprendiesen e inventasen nuevas tecnologías. Esta actividad debía ocupar media jornada y no estar reducida, como en las escuelas nórdicas, a dos horas por semana. La educación industrial, por otra parte, sería un buen antídoto contra las tendencias extranjerizantes de las escuelas argentinas, ya que debería tener un carácter forzosamente especialista, al estar sujeta a las exigencias locales de formar los agricultores, herreros, carpinteros, zapateros, pero también los físicos, químicos, industriales, que el país requería. En un contexto de predominio de la oligarquía terrateniente y de escaso peso de las propuestas industrialistas, la opción de Mercante parecía ponerse a la vanguardia de la transformación del país.
A esta misma etapa corresponden sus primeros libros de texto para la enseñanza primaria. Mercante partió de un nuevo concepto del texto escolar: habría que pensar en “un libro de ejercicios, un libro de problemas, un libro de cuestionarios, que entrelazaría los asuntos hasta constituir un todo orgánico, sin vacíos, fecundo para el cultivo, desarrollo y nutrición de la inteligencia”. Estaba en contra de “los compendios que (callaban) a título de síntesis lo que debía aprenderse34”, ya que suponían que el lector era un sujeto “sin cerebro” que recibía sin más lo que proponía el libro. Consecuente con esta orientación, escribió varios libros para enseñar la lectoescritura y otros tantos de aritmética y geometría, plagados de imágenes y adaptados al lenguaje infantil. Pese a esta concepción modernizadora general, en lo tocante a los métodos de aprendizaje de la lectura y la escritura, Mercante era partidario del método fonético, ya por aquel entonces cuestionado por los métodos globales, que hacían hincapié en la comprensión35.
Una primera iniciativa fue desarrollada mientras estaba en San Juan. Mercante se propuso adoptar la metodología del Museo Escolar para construir una escuela moderna. El museo escolar era una colección continuamente acrecentada de fósiles, ilustraciones y objetos diversos clasificados, que proporcionaba un medio “para cultivar espontánea y agradablemente los objetivos de la educación30.” Junto con la clasificación, los alumnos debían redactar descripciones, estudiarlos en su contexto y su historia. Así, aprendían simultáneamente varias asignaturas: botánica, zoología, historia natural, geografía, literatura, historia, matemática.
La segunda iniciativa fue la reforma de los planes de estudio en la Escuela Normal de Mercedes. Allí, en paralelo a sus investigaciones psicológicas, se propuso una educación común que abarcara el conjunto de la vida psicológica del educando, y no sólo su actividad intelectual. Los fines de la escuela debían ser: — la educación general de los órganos del cuerpo a través de la alimentación, el vestido, el aseo, los ejercicios físicos, la higiene, la postura corporal, los hábitos de descanso; — la educación de los sentimientos, a través de la enseñanza de la disciplina y la educación moral, excluyendo la religión31; — la educación de los sentidos u observación; — la educación de las facultades meditativas; — la educación de las facultades expresivas; y — la educación de las actividades prácticas, a través de la educación industrial32.
Con respecto a esta última, Mercante produce una de las aperturas más significativas del currículo primario y de la escuela normal, tradicionalmente contrario a la introducción del trabajo. Tomando en parte el ejemplo de los slödj33, donde se aprendía un oficio, creía que debía revisarse su excesivo metodismo, contrario a la espontaneidad del alumno.
Imaginaba esta enseñanza industrial en un laboratorio donde los niños y adolescentes aprendiesen e inventasen nuevas tecnologías. Esta actividad debía ocupar media jornada y no estar reducida, como en las escuelas nórdicas, a dos horas por semana. La educación industrial, por otra parte, sería un buen antídoto contra las tendencias extranjerizantes de las escuelas argentinas, ya que debería tener un carácter forzosamente especialista, al estar sujeta a las exigencias locales de formar los agricultores, herreros, carpinteros, zapateros, pero también los físicos, químicos, industriales, que el país requería. En un contexto de predominio de la oligarquía terrateniente y de escaso peso de las propuestas industrialistas, la opción de Mercante parecía ponerse a la vanguardia de la transformación del país.
A esta misma etapa corresponden sus primeros libros de texto para la enseñanza primaria. Mercante partió de un nuevo concepto del texto escolar: habría que pensar en “un libro de ejercicios, un libro de problemas, un libro de cuestionarios, que entrelazaría los asuntos hasta constituir un todo orgánico, sin vacíos, fecundo para el cultivo, desarrollo y nutrición de la inteligencia”. Estaba en contra de “los compendios que (callaban) a título de síntesis lo que debía aprenderse34”, ya que suponían que el lector era un sujeto “sin cerebro” que recibía sin más lo que proponía el libro. Consecuente con esta orientación, escribió varios libros para enseñar la lectoescritura y otros tantos de aritmética y geometría, plagados de imágenes y adaptados al lenguaje infantil. Pese a esta concepción modernizadora general, en lo tocante a los métodos de aprendizaje de la lectura y la escritura, Mercante era partidario del método fonético, ya por aquel entonces cuestionado por los métodos globales, que hacían hincapié en la comprensión35.
* Este texto se publicó originalmente en Perspectivas: revista trimestral de educación comparada (París, UNESCO: Oficina Internacional de Educación), vol. XXIII, nos 3-4, 1993, págs. 808-821. ©UNESCO: Oficina Internacional de Educación, 1999. Este documento puede ser reproducido sin cargo alguno siempre que se haga referencia a la fuente: http://www.ibe.unesco.org/fileadmin/user_upload/archive/publications/ThinkersPdf/mercantes.PDF
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