Autoras/es: Eduardo Crespo*
(Fecha original del artículo: Septiembre 2013)
Las hipótesis neomaltusianas reiteradamente alertan
sobre el desbalance planetario generado por una explosión demográfica
incompatible con las capacidades regenerativas de la tierra. En 1972, el
célebre informe Meadows, del Club de Roma, alertaba sobre los “límites
del crecimiento” y auguraba un escenario de crisis en base a la premisa
de que se estaban extinguiendo las materias primas y fuentes de energía.
La única salida para el planeta, argumentaban, consistía en crear una
economía de crecimiento nulo organizada en base a energías renovables.
El informe fue sumamente afortunado. Un año después, a causa de la
guerra de Yom Kippur, sobrevino el primer gran shock petrolero, lo que
contribuyó a darle una formidable difusión. Desde entonces, el “fin del
petróleo” y el “agotamiento de las materias primas” se tornaron lugares
comunes. Toda vez que suben los precios internacionales de los
alimentos, como sucedió en la última década, reaparecen los argumentos y
vaticinios neomaltusianos de entonces.
En la tradición de la economía política clásica, esta posibilidad
fue contemplada, entre otros, por David Ricardo. Si las condiciones
técnicas están dadas, la mayor demanda de alimentos resultante, por
ejemplo, del crecimiento demográfico, sólo podría ser satisfecha
apelando a tierras de menor fertilidad, lo que terminaría por elevar los
precios. En estas condiciones, existiría una tendencia al
encarecimiento de todos aquellos productos cuya elaboración depende
especialmente de la utilización de recursos naturales, como los
alimentos y el petróleo. Pero ésta no fue la tendencia observada en la
historia del capitalismo, como lo apuntaron Raúl Prebisch y Hans Singer.
Los términos de intercambio de los bienes primarios tendieron a
declinar en relación con los manufacturados. Desde mediados del siglo
XIX, con la consolidación de un mercado mundial de alimentos básicos y
la incorporación de países de reciente colonización, como Estados
Unidos, Canadá, Australia o la propia Argentina, la miseria mundial
estuvo asociada con la comida barata y no con su persistente
encarecimiento. La mayor parte de los seres humanos que sufren hambre se
desempeñan como productores de alimentos, es decir, campesinos que
operan en territorios marginales utilizando técnicas agrícolas
rudimentarias y que están condenados a tareas de subsistencia al no
poder competir con los precios que se fijan en base a las condiciones de
producción de las zonas y productores más aventajados (Mazoyer y
Roudart, A History of World Agriculture).
Pero las predicciones equivocadas rara vez modifican creencias
arraigadas. Los más conspicuos representantes del anarquismo
ambientalista no precisan demostrar la postulada escasez planetaria. Sin
mayores evidencias, resisten el fracking, la megaminería, el uso de la
biotecnología en la agricultura. Llegan inclusive a renegar del
crecimiento económico y hasta defienden la suspensión de las políticas
de cuño desarrollista. Se oponen a las hidroeléctricas y al
funcionamiento de las centrales nucleares, aunque no suelen cuestionar
el uso doméstico de luz eléctrica, al tiempo que utilizan celulares y
envían mensajes de texto por correo electrónico. Conjeturan que los
métodos de cultivo de los “pueblos originarios” podrían alimentar a los
actuales habitantes del planeta sin dañar el medio ambiente. Reclaman
por mayores y más sofisticados niveles de participación democrática, y
hasta reflotan, aunque bajo formas ambiguas y utópicas, la esperanza
“socialista”. Se trata de una nueva izquierda cada vez más apartada de
toda raíz marxista y materialista. Imaginan que elevados niveles de
civilización ciudadana y sofisticación cultural serían alcanzables sin
desarrollar las fuerzas productivas. El problema económico central en
nuestros países, para ellos, ya no es el desarrollo. Se trataría de
repartir mejor un volumen de riqueza dado.
En la práctica militante suelen actuar por estímulos de visibilidad
que les llegan de arriba. En el caso argentino, no se los ve congregados
para reclamar que se reviertan los daños ambientales más flagrantes y
de más comprobable impacto para la población. No exigen, por caso, se
descontamine el Río de la Plata o se limpie el Riachuelo, esa inmensa
cloaca a cielo abierto situada en la región de mayor densidad
poblacional del país, reclamos que ya estaban presentes, por el
contrario, en la heroica Carta Abierta a la Junta Militar redactada por
Rodolfo Walsh. Nada de eso. Invocando un insólito “principio
precautorio”, se movilizan para reclamar por los potenciales efectos
contaminantes en la Loma de... la Lata y se impacientan por la minería a
“cielo abierto” en la inhóspita región cordillerana, zonas donde no se
cuenta un habitante por km2.
Casualmente, estos reclamos se intensificaron cuando YPF volvió a
ser estatal y el Gobierno, por fin, se dispuso a resolver un problema
esencial como el déficit energético, que amenaza con paralizar la
economía del país.
* Profesor de la UFRJ
* Profesor de la UFRJ
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