Autoras/es: Eduardo Galeano (Fecha original: 1970)
SEGUNDA PARTE
EL DESARROLLO ES UN VIAJE
CON MÁS NAUFRAGOS QUE NAVEGANTES
2. LA ESTRUCTURA CONTEMPORANEA DEL DESPOJO:
c. ¿QUÉ BANDERA FLAMEA SOBRE LAS MÁQUINAS?
La vieja se inclinó y movió la mano para darle viento al fuego. Así, con la espalda torcida y el cuello estirado todo enroscado de arrugas, parecía una antigua tortuga negra. Pero aquel pobre vestido roto no protegía, por cierto, como un caparazón, y al fin y al cabo ella era tan lenta sólo por culpa de los años. A sus espaldas, también torcida, su choza de madera y lata, y más allá otras chozas semejantes del mismo suburbio de São Paulo; frente a ella, en una caldera de color carbón, ya estaba hirviendo el agua para el café. Alzó una latita hasta sus labios; antes de beber, sacudió la cabeza y cerró los ojos. Dijo: O Brasil é nosso («el Brasil es nuestro»). En el centro de la misma ciudad y en ese mismo momento, pensó exactamente lo mismo, pero en otro idioma, el director ejecutivo de la Union Carbide, mientras levantaba un vaso de cristal para celebrar la captura de otra fábrica brasileña de plásticos por parte de su empresa. Uno de los dos estaba equivocado.
Desde 1964, los sucesivos dictadores militares de Brasil festejan los cumpleaños de las empresas del Estado anunciando su próxima desnacionalización, a la que llaman recuperación. La Ley 56.570, promulgada el 6 de julio de 1965, reservó al Estado la explotación de la petroquímica; el mismo día, la ley 56.571 derogó la anterior y abrió la explotación a las inversiones privadas. De esta manera, la Dow Chemical, la Union Carbide, la Phillips Petroleum y el grupo Rockefeller obtuvieron, directamente o a través de la «asociación» con el estado, el filet mignon tan codiciado: la industria de los derivados químicos del petróleo, previsible boom de la década del setenta. ¿Qué ocurrió durante las horas transcurridas entre una y otra ley? Cortinados que tiemblan, pasos en los corredores, desesperados golpes a la puerta, los billetes verdes volando por los aires, agitación en el palacio: desde Shakespeare hasta Brecht, muchos hubieran querido imaginarlo. Un ministro del gobierno reconoce: «Fuerte, en el Brasil, además del propio Estado, sólo existe el capital extranjero, salvo honrosas excepciones»1. Y el gobierno hace lo posible para evitar esta incómoda competencia a las corporaciones norteamericanas y europeas.El ingreso en grandes cantidades de capital extranjero destinado a las manufacturas comenzó, en Brasil, en los años cincuenta, y recibió un fuerte impulso del Plan de Metas (1957-60) puesto en práctica por el presidente Juscelino Kubitschek. Aquélla fueron las horas de la euforia del crecimiento. Brasilia nacía, brotada de una galera mágica, en medio del desierto donde los indios no conocían ni la existencia de la rueda; se tendían carreteras y se creaban grandes represas; de las fábricas de automóviles surgía un coche nuevo cada dos minutos. La industria ascendía a gran ritmo. Se abrían las puertas de par en par, a la inversión extranjera, se aplaudía la invasión de los dólares, se sentía vibrar el dinamismo del progreso.
Los billetes circulaban con la tinta todavía fresca; el salto adelante se financiaba con inflación y con una pesada deuda externa que sería descargada, agobiante herencia, sobre los gobiernos siguientes. Se otorgó un tipo de cambio especial, que Kubitschek garantizó, para las remesas de las utilidades a las casas matrices de las empresas extranjeras y para la amortización de sus inversiones. El Estado asumía la corresponsabilidad para el pago de las deudas contraídas por las empresas en el exterior y otorgaba también un dólar barato para la amortización y los intereses de esas deudas: según un informe publicado por la CEPAL2, más del 80 por ciento del total de las inversiones que llegaran entre 1955 y 1962 provenía de empréstitos obtenidos con el aval del Estado. Es decir, que más de las cuatro quintas partes de las inversiones de las empresas derivaban de la banca extranjera y pasaban a engrosar la abultada deuda externa del Estado brasileño. Además, se otorgaban beneficios especiales para la importación de maquinarias3. Las empresas nacionales no gozaban de estas facilidades acordadas a la General Motors o a la Volkswagen.
El resultado desnacionalizador de esta política de seducción ante el capital imperialista se manifestó cuando se publicaron los datos de la paciente investigación realizada por el Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad sobre los grandes grupos económicos de Brasil4. Entre los conglomerados con un capital superior a los cuatro mil millones de cruzeiros, más de la mitad eran extranjeros y en su mayoría norteamerícanos; por encima de los diez mil millones de cruzeiros, aparecían doce grupos extranjeros y sólo cinco nacionales. «Cuanto mayor es el grupo económico, mayor es la posibilidad de que sea extranjero», concluyó Maurício Vinhas de Queiroz en el análisis de la encuesta. Pero tanto o más elocuente resultó que, de los veinticuatro grupos nacionales con más de cuatro mil millones de capital, apenas nueve no estaban ligados, por acciones, con capitales de Estados Unidos o de Europa, y aun así, en dos de ellos aparecían entrecruzarnientos con directorios extranjeros. La encuesta detectó diez grupos económicos que ejercían un virtual monopolio en sus respectivas especialidades. De ellos, ocho eran filiales de grandes corporaciones norteamericanas.
Pero todo esto parece un juego de niños al lado de lo que vino después. Entre 1964 y mediados de 1968, quince fábricas de automotores o de piezas para autos fueron deglutidas por la Ford, Chrysler, Willys, Simca. Volkswagen o Alfa Romeo; en el sector eléctrico y electrónico, tres importantes empresas brasileñas fueron a parar a manos japonesas; Wyeth, Bristol, Mead Johnson y Lever devoraron unos cuantos laboratorios, con lo que la producción nacional de medicamentos se redujo a una quinta parte del mercado; la Anaconda se lanzó sobre los metales no ferrrosos, y la Union Carbide sobre los plásticos, los productos químicos y la petroquímica; American Can, American Machine and Foundry y otras colegas se apoderaron de seis empresas nacionales de mecánica y metalurgia; la Companhia de Mineração Geral, una de las mayores fábricas metalúrgicas de Brasil, fue comprada a precio de ruina por un consorcio del que participan la Bethlehem Steel, el Chase Manhattan Bank y la Standard Oil. Resultaron sensacionales las conclusiones de una comisión parlamentaria formada para investigar el tema, pero el régimen militar cerró las puertas del Congreso y el público brasileño nunca conoció estos datos5.
Bajo el gobierno del mariscal Castelo Branco se había firmado un acuerdo de garantía de inversiones que brindaba virtual extraterritorialidad a las empresas extranjeras, se habían reducido sus impuestos a la renta y se les había otorgado facilidades extraordinarias para disfrutar del crédito, a la par que se desataban los torniquetes aplicados por el anterior gobierno de Goulart al drenaje de las ganancias. La dictadura tentaba a los capitalistas extranjeros ofreciéndoles el país como los proxenetas ofrecen a una mujer, y ponía el acento donde debía: «El trato a los extranjeros en el Brasil es de los más liberales del mundo... no hay restricciones a la nacionalidad de los accionistas... no existe límite al porcentaje de capital registrado que puede ser remitido como beneficio... no hay limitaciones a la repatriación de capital, y la reinversión de las ganancias está considerada un incremento del capital original...6 Argentina disputa a Brasil el papel de plaza predilecta de las inversiones imperialistas, y su gobierno militar no se quedaba atrás en la exaltación de las ventajas, en este mismo período: en el discurso donde definió la política económica argentina, en 1967, el general Juan Carlos Onganía reafirmaba que las gallinas otorgan al zorro la igualdad de oportunidades: «Las inversiones extranjeras en Argentina serán consideradas en un pie de igualdad con las inversiones de origen interno, de acuerdo con la política tradicional de nuestro país, que nunca ha discriminado contra el capital extranjero»7. Argentina tampoco impone limitaciones a la entrada del capital foráneo ni a su gravitación en la economía nacional, ni a la salida de las ganancias, ni a la repatriación del capital; los pagos de patentes, regalías y asistencia técnica se hacen libremente. El gobierno exime de impuestos a las empresas y les brinda tasas especiales de cambio, amén de muchos otros estímulos y franquicias. Entre 1963 y 1968, fueron desnacionalizadas cincuenta importantes empresas argentinas, veintinueve de las cuales cayeron en manos norteamericanas, en sectores tan diversos como la fundición de acero, la fabricación de automóviles y de repuestos, la petroquímica, la química, la industria eléctrica, el papel o los cigarrillos8. En 1962, dos empresas nacionales de capital privado, Siam Di Tella e Industrias Kaiser Argentinas, figuraban entre las cinco empresas industriales más grandes de América Latina; en 1967 ambas habían sido capturadas por el capital imperialista.
Entre las más poderosas empresas del país, que facturan ventas por más de siete mil millones de pesos anuales cada una, la mitad del valor total de las ventas pertenece a firmas extranjeras, un tercio a organismos del Estado y apenas un sexto a sociedades privadas de capital argentino9.
México congrega casi la tercera parte de las inversiones norteamericanas en la industria manufacturera de América Latina. Tampoco ese país opone restricciones a la transferencia de capitales ni a la repatriación de utilidades; las restricciones cambiarias brillan por su ausencia. La mexicanización obligatoria de los capitales, que impone una mayoría nacional de las acciones en algunas industrias, «ha sido bien acogida, en términos generales, por los inversionistas extranjeros, quienes han reconocido públicamente diversas ventajas a la creación de empresas mixtas», según declaraba en 1967 el Secretario de Industria y Comercio del gobierno: «Cabe hacer notar que aun empresas de renombre internacional han adoptado esta forma de asociación de compañías que han establecido en México, y es también importante destacar que la política de mexicanización de la industria no solamente no ha desalentado a la inversión extranjera en México, sino que después de que la corriente de esa inversión rompió un récord en 1965, el volumen alcanzado en ese año fue nuevamente superado en 1966»10 . En 1962, de las cien empresas más importantes de México, 56 estaban total o parcialmente controladas por el capital extranjero, veinticuatro pertenecían al Estado y veinte al capital privado mexicano. Estas veinte empresas privadas de capital nacional apenas participaban en poco más de una séptima parte del volumen total de ventas de las cien empresas consideradas11. Actualmente, las grandes firmas extranjeras dominan más de la mitad de los capitales invertidos en computadoras, equipos de oficina, maquinarias y equipos industriales; -General Motora, Ford, Chrysler y Volkswagen han consolidado su poderío sobre la industria de automóviles y la red de fábricas auxiliares; la nueva industria química pertenece a la Du Pont, Monsanto, Imperial Chemical, Allied Chemical, Union Carbide y Cyanamid; los laboratorios principales están en manos de la Parke Devis, Merck & Co., Sidney Ross y Squibb; la influencia de la Celanese es decisiva en la fabricación de fibras artificiales; Anderson Clayton y Lieber Brothers disponen en medida creciente de los aceites comestibles, y los capitales extranjeros participan abrumadoramente de la producción de cemento, cigarrillos, caucho y derivados, artículos para el hogar y alimentos diversos12.
1 Discurso del ministro Hélio Beltrão, en el almuerzo de la Asociación Comercial de Rlo de janeiro, Correio do Povo. 24 de mayo de 1969.
2 CEPAL-BNDE, Quince años de política económica en el Brasil, Santiago de Chile, 1965.
3 Un economista muy favorable a la inversión extranjera, Eugênio Gudin, calcula que sólo por este último concepto Brasil donó a las empresas norteamericanas y europeas nada menos que mil millones de dólares; Moacir Paixão ha estimado que los privilegios otorgados a la industria automovilística en el período de su ïmplantación equivalieron a una suma igual a la del presupuesto nacional. Paulo Schilling señala (Brasil para extranjeros, Montevideo, 19661 que mientras el Estado brasileño cedía a las grandes corporaciones internacionales un aluvión de beneficios, y les permitía el máximo de ganancias con el mínimo de inversiones, al mismo tiempo negaba apoyo a la Fábrica Nacional de Motores, creada en la época de Vargas. Posteriormente, durante el gobierno de Castelo Branco, esta empresa del Estado fue vendida a la Alfa Romeo.
4 Mauricio Vinhas de Queiroz, Os grupos multibilionarios, en Revista do Instituto de Ciéncias Sociais, Universidade Federal de Río de Janeiro. enero-diciembre de 1965.
5 La comisión llegó a la conclusión de que el capital extranjero controlaba, en 1968, el 40 por 100 del mercado de capitales de Brasil, el 62 por 100 de su comercio exterior, el 82 por 100 del transporte marítimo, el 67 por 100 de los transportes aéreos externos, el 100 por 100 de la producción de vehículos a motor, el 100 por 100 de los neumáticos, más del 80 por 100 de la industria farmacéutica, cerca del 50 por 100 de la química, el 59 por 100 de la producción de máquinas y el 62 por 100 de las fábricas de autopiezas, el 48 por 100 del aluminio y el 90 por 100 del cemento. La mitad del capital extranjero correspondía a las empresa de los Estados Unidos, seguida en orden de importancia por las firmas alemanas. Interesa advertir, de paso, el peso creciente de la inversiones de Alemania Federal en América Latina. De cada dos automóviles que se fabrican en Brasil, uno proviene de la planta de la Volkswagen, que es la más importante de toda la región. La primera fábrica de automóviles en América del Sur fue una empresa alemana, la Mercedes-Benz Argentina, fundada en 1951. Boyer, Hoechat, BASP y Schering dominan buena parte de la industria química en los países latinoamericanos.
6 Suplemento especial del New York Times, 19 de enero de 1969.
7 Sergio Nicolau, La inversión extranjera directa en los países de la ALALC, México, 1968.
8 Rogelio García Lupo, Contra la ocupación extranjera, Buenos Aires, 1968.
9 Citado por Naciones Unidas, CEPAL, Estudio económico de América Latina, 1968, Nueva York- Santiago de Chile; 1969.
10 Reportaje de la revista Visión, 3 de febrero de 1967.
11 José Luis Ceceña, Los monopolios en Méxào, México, 1962.
12 José Luis Ceseña, México en la órbita imperial, México, 1970, y Alonso Aguilar y Fernando Carmona, México, riqueza y miseria México, 1968.
2 CEPAL-BNDE, Quince años de política económica en el Brasil, Santiago de Chile, 1965.
3 Un economista muy favorable a la inversión extranjera, Eugênio Gudin, calcula que sólo por este último concepto Brasil donó a las empresas norteamericanas y europeas nada menos que mil millones de dólares; Moacir Paixão ha estimado que los privilegios otorgados a la industria automovilística en el período de su ïmplantación equivalieron a una suma igual a la del presupuesto nacional. Paulo Schilling señala (Brasil para extranjeros, Montevideo, 19661 que mientras el Estado brasileño cedía a las grandes corporaciones internacionales un aluvión de beneficios, y les permitía el máximo de ganancias con el mínimo de inversiones, al mismo tiempo negaba apoyo a la Fábrica Nacional de Motores, creada en la época de Vargas. Posteriormente, durante el gobierno de Castelo Branco, esta empresa del Estado fue vendida a la Alfa Romeo.
4 Mauricio Vinhas de Queiroz, Os grupos multibilionarios, en Revista do Instituto de Ciéncias Sociais, Universidade Federal de Río de Janeiro. enero-diciembre de 1965.
5 La comisión llegó a la conclusión de que el capital extranjero controlaba, en 1968, el 40 por 100 del mercado de capitales de Brasil, el 62 por 100 de su comercio exterior, el 82 por 100 del transporte marítimo, el 67 por 100 de los transportes aéreos externos, el 100 por 100 de la producción de vehículos a motor, el 100 por 100 de los neumáticos, más del 80 por 100 de la industria farmacéutica, cerca del 50 por 100 de la química, el 59 por 100 de la producción de máquinas y el 62 por 100 de las fábricas de autopiezas, el 48 por 100 del aluminio y el 90 por 100 del cemento. La mitad del capital extranjero correspondía a las empresa de los Estados Unidos, seguida en orden de importancia por las firmas alemanas. Interesa advertir, de paso, el peso creciente de la inversiones de Alemania Federal en América Latina. De cada dos automóviles que se fabrican en Brasil, uno proviene de la planta de la Volkswagen, que es la más importante de toda la región. La primera fábrica de automóviles en América del Sur fue una empresa alemana, la Mercedes-Benz Argentina, fundada en 1951. Boyer, Hoechat, BASP y Schering dominan buena parte de la industria química en los países latinoamericanos.
6 Suplemento especial del New York Times, 19 de enero de 1969.
7 Sergio Nicolau, La inversión extranjera directa en los países de la ALALC, México, 1968.
8 Rogelio García Lupo, Contra la ocupación extranjera, Buenos Aires, 1968.
9 Citado por Naciones Unidas, CEPAL, Estudio económico de América Latina, 1968, Nueva York- Santiago de Chile; 1969.
10 Reportaje de la revista Visión, 3 de febrero de 1967.
11 José Luis Ceceña, Los monopolios en Méxào, México, 1962.
12 José Luis Ceseña, México en la órbita imperial, México, 1970, y Alonso Aguilar y Fernando Carmona, México, riqueza y miseria México, 1968.
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