Autoras/es: Eduardo Galeano
(Fecha original: 1970) SEGUNDA PARTE
EL DESARROLLO ES UN VIAJE
CON MÁS NAUFRAGOS QUE NAVEGANTES
2. LA ESTRUCTURA CONTEMPORANEA DEL DESPOJO:
b. SON LOS CENTINELAS QUIENES ABREN LAS PUERTAS: LA ESTERILIDAD CULPABLE DE LA BURGUESÍA NACIONAL
La actual estructura de la industria en Argentina, Brasil y México -los tres grandes polos de desarrollo en América Latina- exhibe ya las deformaciones características de un desarrollo reflejo. En los demás paises, más débiles, la satelización de la industria se ha operado, salvo alguna excepción, sin mayores dificultades. No es, por cierto, un capitalismo competitivo el que hoy exporta fábricas además de mercancías y capitales, penetra y lo acapara todo: ésta es la integración industrial consolidada, en escala internacional, por el capitalismo en la edad de las grandes corporaciones multinacionales, monopolios de dimensiones infinitas que abarcan las actividades más diversas en los más diversos rincones del globo terráqueo1. Los capitales norteamericanos se concentran, en América Latina, más agudamente que en los propios Estados Unidos; un puñado de empresas controla la inmensa mayoría de las inversiones. Para ellas, la nación no es una tarea a emprender, ni una bandera a defender, ni un destino a conquistar: la nación es nada más que un obstáculo a saltar, porque a veces la soberanía incomoda, y una jugosa fruta a devorar.
Para las clases dominantes dentro de cada país, ¿constituye la nación, por el contrario, una misión a cumplir? El gran galope del capital imperialista ha encontrado a la industria local sin defensas y sin conciencia de su papel histórico.
La burguesía se ha asociado a la invasión extranjera sin derramar lágrimas ni sangre, en cuanto al Estado, su influencia sobre la economía latinoamericana, que viene debilitándose desde hace un par de décadas, se ha reducido al mínimo gracias a los buenos oficios del Fondo Monetario Internacional. Las corporaciones norteamericanas entraron en Europa a paso de conquistadores y se apoderaron del desarrollo del viejo continente a tal punto que pronto, se anuncia, la industria norteamericana allí instalada será la tercera potencia industrial del planeta, después de Estados Unidos y de la Unión Soviética2. Si la burguesía europea, con toda su tradición y su pujanza, no ha podido oponer diques a la marea, ¿cabía esperar que la burguesía latinoamericana encabezara, a esta altura de la historia, la imposible aventura de un desarrollo capitalista independiente? Por el contrario, en América Latina el proceso de desnacionalizacíón ha resultado mucho más fulminante y barato y ha tenido consecuencias incomparablemente peores.
El crecimiento fabril de América Latina había sido alumbrado, en nuestro siglo, desde fuera. No fue generado por una política planificada hacia el desarrollo nacional, ni coronó la maduración de las fuerzas productivas, ni resultó del estallido de los conflictos internos, ya «superados», entre los terratenientes y un artesanato nacional que había muerto a poco de nacer. La industria latinoamericana nació del vientre mismo del sistema agroexportador, para dar respuesta al agudo desequilibrio provocado por la caída del comercio exterior. En efecto, las dos guerras mundiales y, sobre todo, la honda depresíón que el capitalismo sufrió a partir de la explosión del viernes negro de octubre de 1929, provocaron una violenta reducción de las exportaciones de la región y, en consecuencia, hicieron caer, también de golpe, la capacidad de importar. Los precios internos de los artículos industriales extranjeros, súbitamente escasos, subieron verticalmente. No surgió, entonces, una clase industrial libre de la dependencia tradicional: el gran impulso manufacturero provino del capital acumulado en manos de los terratenientes y los importadores. Fueron los grandes ganaderos quienes impusieron el control de cambios en la Argentina; el presidente de la Sociedad Rural, convertido en ministro de Agricultura, declaraba en 1933: «El aislamiento en que nos ha colocado un mundo dislocado nos obliga a fabricar en el país lo que ya no podemos adquirir en los países que no nos compran»3. Los fazendeiros del café volcaron a la industrialización de São Paulo buena parte de sus capitales acumulados en el comercio exterior: «A diferencia de la industrialización en los países hoy desarrollados -diagnostica un documento de gobierno--4, el proceso de la industrialización brasileña no se dio paulatinamente, inserto dentro de un proceso de transformación económica general. Antes bien, fue un Fenómeno rápido e intenso, que se superpuso a la estructura económico-social preexistente, sin modificarla por entero, dando origen a profundas diferencias sectoriales y regionales que caracterizan a la sociedad brasileña.» La nueva industria se atrincheró de entrada tras las barreras aduaneras que los gobiernos levantaron para protegerla, y creció gracias a las medidas que el Estado adoptó para restringir y controlar las importaciones, fijar tasas especiales de cambio, evitar impuestos, comprar o financiar los excedentes de producción, tender caminos para hacer posible el transporte de las materias primas y las mercancías y crear o ampliar las fuentes de energía. Los gobiernos de Getulio Vargas (1930-45 y 1951-54), Lázaro Cárdenas (1934-40) y Juan Domingo Perón (1946-55), de signo nacionalista y amplia proyección popular, expresaron en Brasil, México y Argentina la necesidad de despegue, desarrollo o consolidación, según cada caso y cada período, de la industria nacional. En realidad, el «espíritu de empresa», que define una serie de rasgos característicos de la burguesía industrial en los países capitalistas desarrollados, fue; en América Latina, una característica del Estado, sobre todo en estos periodos de impulso decisivo. El Estado ocupó el lugar de una clase social cuya aparición la historia reclamaba sin mucho éxito: encarnó a la nación e impuso el acceso político y económico de las masas populares a los beneficios de la industrialización. En esta matriz, obra de los caudillos populistas, no se incubó una burguesía industrial esencialmente diferenciada del conjunto de las clases hasta entonces dominantes. Perón desató, por ejemplo, el pánico de la Unión Industrial, cuyos dirigentes veían, no sin razón, que el fantasma de las montoneras provincianas reaparecía en la rebelión del proletariado de los suburbios de Buenos Aires. Las fuerzas de la coalición conservadora recibieron, antes de que Perón las derrotara en las elecciones de febrero del 46, un famoso cheque del líder de los industriales; a la hora de la caída del régimen, diez años después, los dueños de las fábricas más importantes volvieron a confirmar que no eran fundamentales sus contradicciones con la oligarquía de la que, mal que bien, formaban parte. En 1956, la Unión Industrial, la Sociedad Rural y la Bolsa de Comercio concertaron un frente común en defensa de la libertad de asociación, la libre empresa, la libertad de comercio y la libre contratación del personal5. En Brasil, un importante sector de la burguesía fabril estrechó filas con las fuerzas que empujaron a Vargas al suicidio. La experiencia mexicana tuvo, en este sentido, características excepcionales, y por cierto prometía mucho más de lo que finalmente aportó al proceso de cambio en América Latina. El ciclo nacionalista de Lázaro Cárdenas fue el único que rompió lanzas contra los terratenientes llevando adelante la reforma agraria que ya agitaba al país desde 1910; en los demás países, y no sólo en Argentina y Brasil, los gobiernos industrializadores dejaron intacta la estructura latifundista, que continuó estrangulando el desarrollo del mercado interno y de la producción agropecuaria6' Por lo general, la industria aterrizó como un avión, sin modificar el aeropuerto en sus estructuras básicas: condicionada por la demanda de un mercado interno previamente existente, sirvió a sus necesidades de consumo y no llegó a ampliarlo en la honda y extensa medida que los grandes cambios de estructura, de haber ocurrido, hubieran hecho posible. De la misma manera, el desarrollo industrial fue obligado a un aumento de las importaciones de maquinarias, repuestos, combustibles y productos intermedios7, pero las exportaciones, fuente de las divisas, no podían dar respuesta a este desafío porque provenían de un campo condenado, por sus dueños, al atraso. Bajo el gobierno de Perón, el Estado argentino llegó a monopolizar la exportación de granos; en cambio, no arañó siquiera el régimen de propiedad de la tierra, ni nacionalizó a los grandes frigoríficos norteamericanos y británicos ni a los exportadores de la lana8. Resultó débil el impulso oficial a la industria pesada, y el Estado no advirtió a tiempo que si no daba nacimiento a una tecnología propia, su política nacionalista se echaría a volar con las alas cortadas. Ya en 1953, Perón, que había llegado al poder enfrentando directamente al embajador de los Estados Unidos, recibía con elogios la visita de Milton Eisenhower y pedía la cooperación del capital extranjero para impulsar las industrias dinámicas9. La necesidad de <asociación> de la industria nacional con las corporaciones imperialistas se hacía perentoria a medida que se iban quemando etapas en la sustitución de manufacturas importadas y las nuevas fábricas requerían más altos niveles de técnica y de organización. La tendencia iba madurando también en el seno del modelo industrializador de Getulio Vargas; se puso al descubierto en la trágica decisión final del caudillo. Los oligopolios extranjeros, que concentran la tecnología más moderna, se iban apoderando no muy secretamente de la industria nacional de todos los países de América Latina, incluido México, por medio de la venta de técnicas de fabricación, patentes y equipos nuevos. Wall Street había tomado definitivamente el lugar de Lombard Street, y fueron norteamericanas las principales empresas que se abrieron paso hacia el usufructo de un superpoder en la región. A la penetración en el área manufacturera se sumaba la injerencia cada vez mayor en los circuitos bancario y comercial: el mercado de América Latina se fue integrando al mercado interno de las corporaciones multinacionales.
En 1965, Roberto Campos, zar económico de la dictadura de Castelo Branco, sentenciaba: «La era de los líderes carismáticos, nimbados por un aura romántica, está cediendo lugar a la tecnocracia»10. La embajada norteamericana había participado directamente en el golpe de Estado que derribó al gobierno de João Goulart. La caída de Goulart, heredero de Vargas en el estilo y las intenciones, señaló la liquidación del populismo y de la política de masas. «Somos una nación vencida; dominada, conquistada, destruida», me escribía un amigo, desde Río de Janeiro, pocos meses después del triunfo de la conspiración militar: la desnacionalización de Brasil implicaba la necesidad de ejercer, con mano de hierro, una dictadura impopular. El desarrollo capitalista ya no se compaginaba con las grandes movilizaciones de masas en torno a caudillos como Vargas. Había que prohibir las huelgas, destruir los sindicatos y los partidos, encarcelar, torturar, matar y abatir por la violencia los salarios obreros, para contener así, a costa de la mayor pobreza de los pobres, el vértigo de la inflación. Una encuesta, practicada en 1966 y 1967, reveló que el 84 por ciento de los grandes industriales de Brasil consideraba que el gobierno de Goulart había aplicado una política económica perjudicial. Entre ellos estaban, sin duda, muchos de los grandes capitanes de la burguesía nacional, en los que Goulart intentó apoyarse para contener la sangría imperialista de la economía brasileña11 . El mismo proceso de represión y asfixia del pueblo tuvo lugar durante el régimen del general Juan Carlos Onganía, en la Argentina; había comenzado, en realidad, con la derrota peronista de 1955, así como en Brasil se había desencadenado realmente desde el balazo de Vargas en 1954. La desnacionalización de la industria en México también coincidió con un endurecimiento de la política represiva del partido que monopoliza el gobierno.
Fernando Henrique Cardoso ha señalado12 que la industria liviana o tradicional, crecida a la generosa sombra de los gobiernos populistas, exige una expansión del consumo de masas: la gente que compra camisas o cigarrillos. Por el contrario, la industria dinámica -bienes intermedios y bienes de capital se dirige a un mercado restringido, en cuya cúspide están las grandes empresas y el Estado: pocos consumidores, de gran capacidad financiera. La industria dinámica, actualmente en manos extranjeras, se apoya en la existencia previa de la industria tradicional, y la subordina. En los sectores tradicionales, de baja tecnología, el capital nacional conserva alguna fuerza; cuanto menos vinculado está al modo internacional de producción por la dependencia tecnológica o financiera, el capitalista muestra una mayor tendencia a mirar con buenos ojos la reforma agraria y la elevación de la capacidad de consumo de las clases populares a través de la lucha sindical. Los más atados al exterior, representantes de la industria dinámica, simplemente requieren, en cambio, el fortalecimiento de los lazos económicos entre las islas de desarrollo de los países dependientes y el sistema económico mundial, y subordinan las transformaciones internas a este objetivo prioritario. Son estos últimos quienes llevan la voz cantante de la burguesía industrial, como lo revela, entre otras cosas, el resultado de las recientes encuestas practicadas en Argentina y Brasil, que sirven de materia prima al trabajo de Cardoso. Los grandes empresarios se manifiestan en términos contundentes contra la reforma agraria; niegan, en su mayoría, que el sector fabril tenga intereses divergentes de los sectores rurales y consideran que nada hay más importante, para el desarrollo de la industria, que la cohesión de todas las clases productoras y el fortalecimiento del bloque occidental. Sólo un dos por ciento de los grandes industriales de Argentina y Brasil considera que políticamente hay que contar en primer lugar, con los trabajadores. Los encuestados fueron, en su mayoría, empresarios nacionales; en su mayoría, también, atados de pies y manos a los centros extranjeros de poder por las múltiples sogas de la dependencia.
¿Cabía esperar, a esta altura, otro resultado? La burguesía industrial integra la constelación de una clase dominante que está, a su vez, dominada desde fuera. Los principales latifundistas de la costa del Perú, hoy expropiados por el gobierno de Velasco Alvarado, son además dueños de treinta y una industrias de transformación y de muchas otras empresas diversas13. Otro tanto ocurre en todos los demás países14 .
México no es una excepción: la burguesía nacional, subordinada a los grandes consorcios norteamericanos, teme mucho más a la presión de las masas populares que a la opresión del imperialismo, en cuyo seno se está desarrollando sin la independencia ni la imaginación creadora que se le atribuyen, y ha multiplicado eficazmente sus intereses15. En Argentina, el fundador del jockey Club, centro del prestigio social de los latifundistas, había sido, a la vez, el líder de los industriales16, y así se inició, a fines del siglo pasado, una tradición inmortal: los artesanos enriquecidos se casan con las hijas de los terratenientes para abrir, por la vía conyugal, las puertas de los salones más exclusivos de la oligarquía, o compran tierras con los mismos fines, y no son pocos los ganaderos que, por su parte, han invertido en la industria, al menos en los períodos de auge, los excedentes de capital acumulados en sus manos.
Faustino Fano, que hizo buena parte de su fortuna como comerciante e industrial de textiles, se convirtió en presidente de la Sociedad Rural durante cuatro períodos consecutivos, hasta su muerte en 1967: «Fano destruyó la falsa antinomia entre el agro y la industria», proclamaban las necrológicas que los diarios le dedicaron. El excedente industrial se convierte en vacas. Los hermanos Di Tella, poderosos industriales, vendieron a los capitales extranjeros sus fábricas de automóviles y heladeras, y ahora crían toros de cabaña para las exposiciones de la Sociedad Rural. Medio siglo antes, la familia Anchorena, dueña de los horizontes de la provincia de Buenos Aires, había levantado una de las más importantes fábricas metalúrgicas de la ciudad.
En Europa y en Estados Unidos la burguesía industrial apareció en el escenario histórico muy de otra manera, y muy de otra manera creció y consolidó su poder.
1 Paul A. Baran y Paul M. Sweezy, El capital monopolista, México, 1971.
2 J. J. Servan-Schreiber, El desafío americano, Santiago de Chile, 1968.
3 Citado por Alfredo Parera Dtnnis, Naturaleza de las relaciones entre las clases dominantes argentinas y las metrópolis, en Fichas de investigación económica y social, Buenos Aires, diciembre de 1964.
4 Ministério do Planejamento e Coordenarão Geral, A. industrialização brasileira: diagnóstico e perspectivas, Río de laneiro, 1959.
5 Dardo Cúneo, Comportamiento y crisis de la dase empresaria. Buenos Aires, 1967.
6 Chile, Colombia y Uruguay vivieron también procesos de industrialización sustitutiva de importaciones, en los períodos que aquí se describen. El presidente uruguayo José Batlle y Ordóñez (1903-7 y 1911-15) había sido, tiempo antes, un profeta de la revolución burguesa en América Latina.
La jornada laboral de ocho horas se consagró por ley en Uruguay antes que en los Estados Unidos. La experiencia de welfare state de Batlle no se limitó a poner en práctica la legislación social más avanzada de su tiempo, sino que además impulsó con fuerza el desarrollo cultural y la educación de masas y nacionalizó los servicios públicos y varias actividades productivas de considerable importancia económica. Pero no tocó el poder de los dueños de la tierra, ni nacionalizó la banca ni el comercio exterior. Actualmente, Uruguay padece las consecuencias de estas omisiones.
7 El pasaje a la producción interna de un determinado bien apenas "sustituye" parte del valor agregado que antes se generaba fuera de la economia... En la medida en que el consumo de ese bien "sustituido" se expande rápidamente, la demanda derivada por importaciones puede ultrapasar en breve plano la economía de divisas... » María de Gonceiçao Tavares, O processo de substitução de importações como modelo de desenvolvimento recente na América Latina, CEPAL-ILPES, Río de Janeiro, s. f.
8 Ismael Viñas y Eugenio Gastiazoro, Economía y dependencia (1900-1968), Buenos Aires, 1968.
9 El Ministro de Asuntos Económicos contestaba así a la pregunta del periodista de la revista Visión (27 de noviembre, 1953): «--Además de la industria del petróleo, ¿qué otras industrias desea desarrollar Argentina con la cooperación del capital extranjero? «-Para ser más preciso, en orden de prioridad citaremos el petróleo... En segundo término, la industria siderúrgica... La química pesada... La fabricación de elementos para transporte. .. La fabricación de llantas y ejes... Y la construcción en el país de motores diesel». (Citado por Alfredo Parera Dennis, op, cit.).
10 Octavio Ianni, O colapso do populismo no Brasil, Rfo de janeiro, 1968.
11 Luciano Martins, Industrialização, burguesia nacional e desenvolvimento, Río de janeiro, 1968.
12 Fernando Henrique Cardoso, Ideologías de la burguesía industrial en sociedades dependientes (Argentina Brasil), México, 1970.
13 François Bourricaud, Jorge Bravo Bresani, Henrí Favre, Jean Piel, La oligarquía en el Perú, Lima, 1969. El dato proviene del trabajo de Favre.
14 Ricardo Lagos Escobar, La concentración del poda económico. Su teoría. Realidad chilena (Santiago de Chile, 1961), y Vivian Trías, Reforma agraria en el Uruguay (Montevideo, 1962), brindan ejemplos irrefutables: unos centenares de familias son dueños de las fábricas y las tierras, los grandes comercios y los bancos.
15 «Los capitalistas mexicanos son cada vez más versátiles y ambiciosos. Con independencia del negocio que les haya servido de punto de partida para hacer fortuna, disponen de una fluida red de canales que a todos, o al menos a los más prominentes, brinda siempre la posibilidad de multiplicar y entrelazar sus intereses a través de la amistad, la asociación en los negocios, el matrimonio, el compadrazgo, el otorgamiento de favores mutuos, la pertenencia a ciertos clubes o agrupaciones, las frecuentes reuniones sociales y, desde luego, la afinidad en sus posiciones políticas.» Alonso Aguilar Monteverde, en El milagro mexicano, de varios autores, México, 1970.
16 Era Carlos Pellegrini. Cuando el jockey Club le rindió homenaje editando sus discursos, suprimió los que sostenían las tesis industrialistas. Dardo Cúneo, op. cit.
Para las clases dominantes dentro de cada país, ¿constituye la nación, por el contrario, una misión a cumplir? El gran galope del capital imperialista ha encontrado a la industria local sin defensas y sin conciencia de su papel histórico.
La burguesía se ha asociado a la invasión extranjera sin derramar lágrimas ni sangre, en cuanto al Estado, su influencia sobre la economía latinoamericana, que viene debilitándose desde hace un par de décadas, se ha reducido al mínimo gracias a los buenos oficios del Fondo Monetario Internacional. Las corporaciones norteamericanas entraron en Europa a paso de conquistadores y se apoderaron del desarrollo del viejo continente a tal punto que pronto, se anuncia, la industria norteamericana allí instalada será la tercera potencia industrial del planeta, después de Estados Unidos y de la Unión Soviética2. Si la burguesía europea, con toda su tradición y su pujanza, no ha podido oponer diques a la marea, ¿cabía esperar que la burguesía latinoamericana encabezara, a esta altura de la historia, la imposible aventura de un desarrollo capitalista independiente? Por el contrario, en América Latina el proceso de desnacionalizacíón ha resultado mucho más fulminante y barato y ha tenido consecuencias incomparablemente peores.
El crecimiento fabril de América Latina había sido alumbrado, en nuestro siglo, desde fuera. No fue generado por una política planificada hacia el desarrollo nacional, ni coronó la maduración de las fuerzas productivas, ni resultó del estallido de los conflictos internos, ya «superados», entre los terratenientes y un artesanato nacional que había muerto a poco de nacer. La industria latinoamericana nació del vientre mismo del sistema agroexportador, para dar respuesta al agudo desequilibrio provocado por la caída del comercio exterior. En efecto, las dos guerras mundiales y, sobre todo, la honda depresíón que el capitalismo sufrió a partir de la explosión del viernes negro de octubre de 1929, provocaron una violenta reducción de las exportaciones de la región y, en consecuencia, hicieron caer, también de golpe, la capacidad de importar. Los precios internos de los artículos industriales extranjeros, súbitamente escasos, subieron verticalmente. No surgió, entonces, una clase industrial libre de la dependencia tradicional: el gran impulso manufacturero provino del capital acumulado en manos de los terratenientes y los importadores. Fueron los grandes ganaderos quienes impusieron el control de cambios en la Argentina; el presidente de la Sociedad Rural, convertido en ministro de Agricultura, declaraba en 1933: «El aislamiento en que nos ha colocado un mundo dislocado nos obliga a fabricar en el país lo que ya no podemos adquirir en los países que no nos compran»3. Los fazendeiros del café volcaron a la industrialización de São Paulo buena parte de sus capitales acumulados en el comercio exterior: «A diferencia de la industrialización en los países hoy desarrollados -diagnostica un documento de gobierno--4, el proceso de la industrialización brasileña no se dio paulatinamente, inserto dentro de un proceso de transformación económica general. Antes bien, fue un Fenómeno rápido e intenso, que se superpuso a la estructura económico-social preexistente, sin modificarla por entero, dando origen a profundas diferencias sectoriales y regionales que caracterizan a la sociedad brasileña.» La nueva industria se atrincheró de entrada tras las barreras aduaneras que los gobiernos levantaron para protegerla, y creció gracias a las medidas que el Estado adoptó para restringir y controlar las importaciones, fijar tasas especiales de cambio, evitar impuestos, comprar o financiar los excedentes de producción, tender caminos para hacer posible el transporte de las materias primas y las mercancías y crear o ampliar las fuentes de energía. Los gobiernos de Getulio Vargas (1930-45 y 1951-54), Lázaro Cárdenas (1934-40) y Juan Domingo Perón (1946-55), de signo nacionalista y amplia proyección popular, expresaron en Brasil, México y Argentina la necesidad de despegue, desarrollo o consolidación, según cada caso y cada período, de la industria nacional. En realidad, el «espíritu de empresa», que define una serie de rasgos característicos de la burguesía industrial en los países capitalistas desarrollados, fue; en América Latina, una característica del Estado, sobre todo en estos periodos de impulso decisivo. El Estado ocupó el lugar de una clase social cuya aparición la historia reclamaba sin mucho éxito: encarnó a la nación e impuso el acceso político y económico de las masas populares a los beneficios de la industrialización. En esta matriz, obra de los caudillos populistas, no se incubó una burguesía industrial esencialmente diferenciada del conjunto de las clases hasta entonces dominantes. Perón desató, por ejemplo, el pánico de la Unión Industrial, cuyos dirigentes veían, no sin razón, que el fantasma de las montoneras provincianas reaparecía en la rebelión del proletariado de los suburbios de Buenos Aires. Las fuerzas de la coalición conservadora recibieron, antes de que Perón las derrotara en las elecciones de febrero del 46, un famoso cheque del líder de los industriales; a la hora de la caída del régimen, diez años después, los dueños de las fábricas más importantes volvieron a confirmar que no eran fundamentales sus contradicciones con la oligarquía de la que, mal que bien, formaban parte. En 1956, la Unión Industrial, la Sociedad Rural y la Bolsa de Comercio concertaron un frente común en defensa de la libertad de asociación, la libre empresa, la libertad de comercio y la libre contratación del personal5. En Brasil, un importante sector de la burguesía fabril estrechó filas con las fuerzas que empujaron a Vargas al suicidio. La experiencia mexicana tuvo, en este sentido, características excepcionales, y por cierto prometía mucho más de lo que finalmente aportó al proceso de cambio en América Latina. El ciclo nacionalista de Lázaro Cárdenas fue el único que rompió lanzas contra los terratenientes llevando adelante la reforma agraria que ya agitaba al país desde 1910; en los demás países, y no sólo en Argentina y Brasil, los gobiernos industrializadores dejaron intacta la estructura latifundista, que continuó estrangulando el desarrollo del mercado interno y de la producción agropecuaria6' Por lo general, la industria aterrizó como un avión, sin modificar el aeropuerto en sus estructuras básicas: condicionada por la demanda de un mercado interno previamente existente, sirvió a sus necesidades de consumo y no llegó a ampliarlo en la honda y extensa medida que los grandes cambios de estructura, de haber ocurrido, hubieran hecho posible. De la misma manera, el desarrollo industrial fue obligado a un aumento de las importaciones de maquinarias, repuestos, combustibles y productos intermedios7, pero las exportaciones, fuente de las divisas, no podían dar respuesta a este desafío porque provenían de un campo condenado, por sus dueños, al atraso. Bajo el gobierno de Perón, el Estado argentino llegó a monopolizar la exportación de granos; en cambio, no arañó siquiera el régimen de propiedad de la tierra, ni nacionalizó a los grandes frigoríficos norteamericanos y británicos ni a los exportadores de la lana8. Resultó débil el impulso oficial a la industria pesada, y el Estado no advirtió a tiempo que si no daba nacimiento a una tecnología propia, su política nacionalista se echaría a volar con las alas cortadas. Ya en 1953, Perón, que había llegado al poder enfrentando directamente al embajador de los Estados Unidos, recibía con elogios la visita de Milton Eisenhower y pedía la cooperación del capital extranjero para impulsar las industrias dinámicas9. La necesidad de <asociación> de la industria nacional con las corporaciones imperialistas se hacía perentoria a medida que se iban quemando etapas en la sustitución de manufacturas importadas y las nuevas fábricas requerían más altos niveles de técnica y de organización. La tendencia iba madurando también en el seno del modelo industrializador de Getulio Vargas; se puso al descubierto en la trágica decisión final del caudillo. Los oligopolios extranjeros, que concentran la tecnología más moderna, se iban apoderando no muy secretamente de la industria nacional de todos los países de América Latina, incluido México, por medio de la venta de técnicas de fabricación, patentes y equipos nuevos. Wall Street había tomado definitivamente el lugar de Lombard Street, y fueron norteamericanas las principales empresas que se abrieron paso hacia el usufructo de un superpoder en la región. A la penetración en el área manufacturera se sumaba la injerencia cada vez mayor en los circuitos bancario y comercial: el mercado de América Latina se fue integrando al mercado interno de las corporaciones multinacionales.
En 1965, Roberto Campos, zar económico de la dictadura de Castelo Branco, sentenciaba: «La era de los líderes carismáticos, nimbados por un aura romántica, está cediendo lugar a la tecnocracia»10. La embajada norteamericana había participado directamente en el golpe de Estado que derribó al gobierno de João Goulart. La caída de Goulart, heredero de Vargas en el estilo y las intenciones, señaló la liquidación del populismo y de la política de masas. «Somos una nación vencida; dominada, conquistada, destruida», me escribía un amigo, desde Río de Janeiro, pocos meses después del triunfo de la conspiración militar: la desnacionalización de Brasil implicaba la necesidad de ejercer, con mano de hierro, una dictadura impopular. El desarrollo capitalista ya no se compaginaba con las grandes movilizaciones de masas en torno a caudillos como Vargas. Había que prohibir las huelgas, destruir los sindicatos y los partidos, encarcelar, torturar, matar y abatir por la violencia los salarios obreros, para contener así, a costa de la mayor pobreza de los pobres, el vértigo de la inflación. Una encuesta, practicada en 1966 y 1967, reveló que el 84 por ciento de los grandes industriales de Brasil consideraba que el gobierno de Goulart había aplicado una política económica perjudicial. Entre ellos estaban, sin duda, muchos de los grandes capitanes de la burguesía nacional, en los que Goulart intentó apoyarse para contener la sangría imperialista de la economía brasileña11 . El mismo proceso de represión y asfixia del pueblo tuvo lugar durante el régimen del general Juan Carlos Onganía, en la Argentina; había comenzado, en realidad, con la derrota peronista de 1955, así como en Brasil se había desencadenado realmente desde el balazo de Vargas en 1954. La desnacionalización de la industria en México también coincidió con un endurecimiento de la política represiva del partido que monopoliza el gobierno.
Fernando Henrique Cardoso ha señalado12 que la industria liviana o tradicional, crecida a la generosa sombra de los gobiernos populistas, exige una expansión del consumo de masas: la gente que compra camisas o cigarrillos. Por el contrario, la industria dinámica -bienes intermedios y bienes de capital se dirige a un mercado restringido, en cuya cúspide están las grandes empresas y el Estado: pocos consumidores, de gran capacidad financiera. La industria dinámica, actualmente en manos extranjeras, se apoya en la existencia previa de la industria tradicional, y la subordina. En los sectores tradicionales, de baja tecnología, el capital nacional conserva alguna fuerza; cuanto menos vinculado está al modo internacional de producción por la dependencia tecnológica o financiera, el capitalista muestra una mayor tendencia a mirar con buenos ojos la reforma agraria y la elevación de la capacidad de consumo de las clases populares a través de la lucha sindical. Los más atados al exterior, representantes de la industria dinámica, simplemente requieren, en cambio, el fortalecimiento de los lazos económicos entre las islas de desarrollo de los países dependientes y el sistema económico mundial, y subordinan las transformaciones internas a este objetivo prioritario. Son estos últimos quienes llevan la voz cantante de la burguesía industrial, como lo revela, entre otras cosas, el resultado de las recientes encuestas practicadas en Argentina y Brasil, que sirven de materia prima al trabajo de Cardoso. Los grandes empresarios se manifiestan en términos contundentes contra la reforma agraria; niegan, en su mayoría, que el sector fabril tenga intereses divergentes de los sectores rurales y consideran que nada hay más importante, para el desarrollo de la industria, que la cohesión de todas las clases productoras y el fortalecimiento del bloque occidental. Sólo un dos por ciento de los grandes industriales de Argentina y Brasil considera que políticamente hay que contar en primer lugar, con los trabajadores. Los encuestados fueron, en su mayoría, empresarios nacionales; en su mayoría, también, atados de pies y manos a los centros extranjeros de poder por las múltiples sogas de la dependencia.
¿Cabía esperar, a esta altura, otro resultado? La burguesía industrial integra la constelación de una clase dominante que está, a su vez, dominada desde fuera. Los principales latifundistas de la costa del Perú, hoy expropiados por el gobierno de Velasco Alvarado, son además dueños de treinta y una industrias de transformación y de muchas otras empresas diversas13. Otro tanto ocurre en todos los demás países14 .
México no es una excepción: la burguesía nacional, subordinada a los grandes consorcios norteamericanos, teme mucho más a la presión de las masas populares que a la opresión del imperialismo, en cuyo seno se está desarrollando sin la independencia ni la imaginación creadora que se le atribuyen, y ha multiplicado eficazmente sus intereses15. En Argentina, el fundador del jockey Club, centro del prestigio social de los latifundistas, había sido, a la vez, el líder de los industriales16, y así se inició, a fines del siglo pasado, una tradición inmortal: los artesanos enriquecidos se casan con las hijas de los terratenientes para abrir, por la vía conyugal, las puertas de los salones más exclusivos de la oligarquía, o compran tierras con los mismos fines, y no son pocos los ganaderos que, por su parte, han invertido en la industria, al menos en los períodos de auge, los excedentes de capital acumulados en sus manos.
Faustino Fano, que hizo buena parte de su fortuna como comerciante e industrial de textiles, se convirtió en presidente de la Sociedad Rural durante cuatro períodos consecutivos, hasta su muerte en 1967: «Fano destruyó la falsa antinomia entre el agro y la industria», proclamaban las necrológicas que los diarios le dedicaron. El excedente industrial se convierte en vacas. Los hermanos Di Tella, poderosos industriales, vendieron a los capitales extranjeros sus fábricas de automóviles y heladeras, y ahora crían toros de cabaña para las exposiciones de la Sociedad Rural. Medio siglo antes, la familia Anchorena, dueña de los horizontes de la provincia de Buenos Aires, había levantado una de las más importantes fábricas metalúrgicas de la ciudad.
En Europa y en Estados Unidos la burguesía industrial apareció en el escenario histórico muy de otra manera, y muy de otra manera creció y consolidó su poder.
1 Paul A. Baran y Paul M. Sweezy, El capital monopolista, México, 1971.
2 J. J. Servan-Schreiber, El desafío americano, Santiago de Chile, 1968.
3 Citado por Alfredo Parera Dtnnis, Naturaleza de las relaciones entre las clases dominantes argentinas y las metrópolis, en Fichas de investigación económica y social, Buenos Aires, diciembre de 1964.
4 Ministério do Planejamento e Coordenarão Geral, A. industrialização brasileira: diagnóstico e perspectivas, Río de laneiro, 1959.
5 Dardo Cúneo, Comportamiento y crisis de la dase empresaria. Buenos Aires, 1967.
6 Chile, Colombia y Uruguay vivieron también procesos de industrialización sustitutiva de importaciones, en los períodos que aquí se describen. El presidente uruguayo José Batlle y Ordóñez (1903-7 y 1911-15) había sido, tiempo antes, un profeta de la revolución burguesa en América Latina.
La jornada laboral de ocho horas se consagró por ley en Uruguay antes que en los Estados Unidos. La experiencia de welfare state de Batlle no se limitó a poner en práctica la legislación social más avanzada de su tiempo, sino que además impulsó con fuerza el desarrollo cultural y la educación de masas y nacionalizó los servicios públicos y varias actividades productivas de considerable importancia económica. Pero no tocó el poder de los dueños de la tierra, ni nacionalizó la banca ni el comercio exterior. Actualmente, Uruguay padece las consecuencias de estas omisiones.
7 El pasaje a la producción interna de un determinado bien apenas "sustituye" parte del valor agregado que antes se generaba fuera de la economia... En la medida en que el consumo de ese bien "sustituido" se expande rápidamente, la demanda derivada por importaciones puede ultrapasar en breve plano la economía de divisas... » María de Gonceiçao Tavares, O processo de substitução de importações como modelo de desenvolvimento recente na América Latina, CEPAL-ILPES, Río de Janeiro, s. f.
8 Ismael Viñas y Eugenio Gastiazoro, Economía y dependencia (1900-1968), Buenos Aires, 1968.
9 El Ministro de Asuntos Económicos contestaba así a la pregunta del periodista de la revista Visión (27 de noviembre, 1953): «--Además de la industria del petróleo, ¿qué otras industrias desea desarrollar Argentina con la cooperación del capital extranjero? «-Para ser más preciso, en orden de prioridad citaremos el petróleo... En segundo término, la industria siderúrgica... La química pesada... La fabricación de elementos para transporte. .. La fabricación de llantas y ejes... Y la construcción en el país de motores diesel». (Citado por Alfredo Parera Dennis, op, cit.).
10 Octavio Ianni, O colapso do populismo no Brasil, Rfo de janeiro, 1968.
11 Luciano Martins, Industrialização, burguesia nacional e desenvolvimento, Río de janeiro, 1968.
12 Fernando Henrique Cardoso, Ideologías de la burguesía industrial en sociedades dependientes (Argentina Brasil), México, 1970.
13 François Bourricaud, Jorge Bravo Bresani, Henrí Favre, Jean Piel, La oligarquía en el Perú, Lima, 1969. El dato proviene del trabajo de Favre.
14 Ricardo Lagos Escobar, La concentración del poda económico. Su teoría. Realidad chilena (Santiago de Chile, 1961), y Vivian Trías, Reforma agraria en el Uruguay (Montevideo, 1962), brindan ejemplos irrefutables: unos centenares de familias son dueños de las fábricas y las tierras, los grandes comercios y los bancos.
15 «Los capitalistas mexicanos son cada vez más versátiles y ambiciosos. Con independencia del negocio que les haya servido de punto de partida para hacer fortuna, disponen de una fluida red de canales que a todos, o al menos a los más prominentes, brinda siempre la posibilidad de multiplicar y entrelazar sus intereses a través de la amistad, la asociación en los negocios, el matrimonio, el compadrazgo, el otorgamiento de favores mutuos, la pertenencia a ciertos clubes o agrupaciones, las frecuentes reuniones sociales y, desde luego, la afinidad en sus posiciones políticas.» Alonso Aguilar Monteverde, en El milagro mexicano, de varios autores, México, 1970.
16 Era Carlos Pellegrini. Cuando el jockey Club le rindió homenaje editando sus discursos, suprimió los que sostenían las tesis industrialistas. Dardo Cúneo, op. cit.
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