Autoras/es: Andrea D’Atri (ed.), Bárbara Funes, Ana López, Jimena Mendoza, Celeste Murillo, Virginia Andrea Peña, Adela Reck , Malena Vidal, Gabriela Vino, Verónica Zaldívar
(Fecha original: Abril 2006)
III: Rebeldes: Lucrecia Toriz
“La lumbre que la Comuna encendió en México
siguió ardiendo por debajo,
cubierta por su propia derrota y por la paz porfiriana,
pero no extinguida,
porque las cabezas de los revolucionarios y de las masas son tenaces,
como las brasas que tienden un puente escondido
entre la hoguera que fue y la hoguera que será.” 1
Adolfo Gilly
La Revolución Mexicana de 1910, todavía resintió los estertores de la experiencia que hizo el proletariado parisino en la Comuna de 1871. Muchos veteranos de este proceso participaron ese año en las filas zapatistas o en los círculos obreros que incipientemente comenzaban a formarse.2 El México bronco y profundo emergió de la subterraneidad, desde los confines de las haciendas henequeneras3, cafetaleras y bananeras, para armarse y combatir primero al porfiriato4 y luego a la burguesía y pequeñoburguesía que se hizo del poder y que sentaría las bases del estado capitalista contemporáneo.
La penetración capitalista en México, combinó la preservación de formas precapitalistas en el campo con el desarrollo industrial en las urbes –subordinado al capital imperialista–, lo que configuraría a uno de los proletariados más importantes de América Latina. El carácter atrasado, semicolonial del capitalismo mexicano hizo que las tareas democráticas inconclusas motorizaran “una revolución agraria cuya dinámica objetiva fue anticapitalista y enfrentó a las clases dominantes mexicanas”.5 Pero aunque su carácter fuese anticapitalista, la todavía inmadura organización y conciencia del proletariado y la tradición y peso cuantitativo del movimiento campesino, hizo que el lugar más destacado lo tuvieran los jornaleros, peones y campesinos pobres. Y lo hicieron de forma inédita: se armaron, se hicieron de un programa y después, al ver traicionadas sus reivindicaciones por los caudillos pequeñoburgueses, hicieron de facto una revolución agraria en Morelos.6 La investigación histórica de John Womack7, avala que al llevar adelante el Plan de Ayala8, los zapatistas en Morelos liquidaron los latifundios, expropiaron los ingenios y los pusieron bajo su administración. Pero el movimiento campesino fue incapaz de acaudillar al resto de la nación oprimida, constituyendo una alternativa nacional contra el proyecto de la burguesía y el imperialismo.
La juventud, la prematura organización del proletariado y la inexistencia de una organización que peleara por la alianza revolucionaria entre obreros y campesinos, hizo que éste estuviera a la retaguardia de su misión histórica, incluso lo llevó a subordinarse al constitucionalismo. Sin embargo, a pesar de no configurar su hegemonía como clase dirigente, el proletariado mexicano realizó en estos años una gimnasia muy importante, en sus métodos, su conciencia y su organización. Es el México convulsionado el que deja fluir la violencia revolucionaria de las masas insurrectas, desde el Río Bravo con la División del Norte y hasta el Suchiate con el Ejército Libertador del Sur9. La contradicción inherente a las propias características de la revolución mexicana, la convierten en un interregno entre “la última de las revoluciones burguesas y la primera de las revoluciones proletarias”.
La mujer de la revolución
Es en este marco, cuando la sociedad mexicana fue desgarrada por la lucha intestina de los de abajo contra los de arriba, que la masa toma en sus manos su propio destino. Y dentro de ella, con presencia contundente, la mujer de la revolución: la obrera, la campesina, la adelita10, la soldadera. En las urbes, sumándose a la revolución desde los semanarios, los periódicos clandestinos, los círculos liberales, anarquistas, obreros, luchando por sus reivindicaciones.
Desde 1904, cuando ya se gestaba el movimiento “anti-reeleccionista”, surgen los primeros círculos de mujeres, que a la par de pelear contra la dictadura, luchan por sus propias demandas. Aparece la prensa clandestina contra el porfiriato y, con ella, los semanarios de corte feminista. Regeneración, Vésper, Juan Panadero, El Diario del Hogar, todos agitaban contra la dictadura y todos planteaban las reivindicaciones de maestras, empleadas y obreras. De contenido anticlerical en su mayoría, denunciaban el rol de la Iglesia, del matrimonio, peleaban por el derecho al divorcio y al sufragio. La prensa de oposición era perseguida con saña y las mujeres aún más: muchas periodistas, intelectuales y maestras pasaron meses de tortura en San Juan de Ullúa o en la cárcel de Belén.11 Cuando eran excarceladas, huían a provincia para volver a montar las imprentas clandestinas. Este fue el caso de Guadalupe Rojo, Juana B. Gutiérrez de Mendoza o la señorita Acuña y Rosseti; muchas más padecerían también el exilio.
Es de destacar el grupo Las hijas del Anáhauc12, surgido en estos años, donde participaron obreras, campesinas, intelectuales y maestras. Luchaban por la revolución y también por salarios iguales a los de los varones, licencias de maternidad, educación para las mujeres indígenas y campesinas.
En las fábricas, con los primeros intentos de organización obrera, las mujeres jugaron un rol destacado, también participando de la publicación de semanarios. Este es el caso de Julia Marta o Julia Sánchez, responsable de la publicación de El látigo justiciero. Al respecto, la prensa burguesa decía: “Es enemigo de la religión, de la patria, de la familia y de la propiedad, el mayor fanático de la casa del Obrero Mundial, que sin embargo, supo agitar a las multitudes con su violenta sinceridad… pues bien de igual dimensión y violencia es Julia Marta.” 13
En el campo, el proletariado agrícola y el campesinado pobre comenzaban, desde principios de siglo, a sublevarse contra el dominio de los hacendados y latifundistas. De aquí se nutre el zapatismo y sus filas pobladas de mujeres. El ejército zapatista contó en los frentes con la aguerrida participación de las soldaderas, mujeres que empuñaban el fusil o cargaban el pesado armamento, surtiéndolo cuando en las trincheras los guerrilleros quedaban indefensos. Las adelitas eran una suerte de retaguardia y “ejército de abastecimiento”, cuidando a los heridos, a los niños, y proporcionando a los soldados provisiones y agua. En muchos casos fueron estas mujeres las que convencieron a las tropas porfirianas y a las constitucionalistas de no agredir a los rebeldes y de pasarse al campo de la revolución.
Como se ve, en las urbes, en el campo, en las fábricas, las mujeres fueron parte esencial de la Revolución Mexicana, tejiendo una historia de coraje, de tradición de lucha, de combatividad, ejemplo para todos los trabajadores y trabajadoras del campo y la ciudad.
La “virgen roja” de los trabajadores mexicanos
La revolución de 1910 tuvo un antecedente fundamental; un preámbulo en el que los obreros textiles del país dieron una enorme demostración de su potencial. Las huelgas de Río Blanco y Cananea son dos procesos avanzados de la lucha de clases que anunciaron con violencia las convulsiones que azotarían al país durante los siguientes diez años.
El porfiriato abrió las puertas a la inversión extranjera. El nuevo proletariado mexicano, en un alto porcentaje, dejaba su vida entre las máquinas de las fábricas yankys, inglesas y francesas. Las jornadas de trabajo eran de entre doce y dieciséis horas. La industria textil tuvo un fuerte auge durante la última década del siglo XIX. En Tlaxcala, Puebla, Veracruz y el Distrito Federal, miles de hombres, mujeres y niños constituían el ejército de mano de obra barata que llenaba las arcas de los imperialistas. El salario de un obrero era de treinta y cinco centavos al día; el de una mujer, de veinticinco centavos diarios. Los niños eran empleados para gran cantidad de labores y recibían diez centavos por jornada. Los raquíticos salarios eran completamente insuficientes para el gasto familiar, por lo que los obreros se veían obligados a acudir a las tiendas de raya. Estas eran administradas por un representante de la patronal que ofrecía crédito a los trabajadores por artículos de la canasta básica. Al estar permanentemente endeudados, a veces los obreros no llegaban ni a ver sus salarios, ya que se iban confiscados por el usurero de la tienda.
Son estas circunstancias en las que nació y creció Lucrecia Toriz, obrera textil originaria de Veracruz, que tuvo una participación muy destacada en la gran huelga de Río Blanco, que abarcó el cordón de la industria textilera en los estados de Puebla, Veracruz y Tlaxcala.
Desde 1906, los obreros y obreras textiles de diversas fábricas como las de Río Blanco, San Lorenzo, Nogales y Santa Rosa conformaron el Gran Círculo de Obreros Libres, influenciado por el magonismo14. Los trabajadores comenzaron a organizarse por la jornada de ocho horas, aumento salarial y mejores condiciones de trabajo. La organización comienza a extenderse, por lo que el gobierno porfirista decide encarcelar a sus dirigentes. Este primer intento represivo no logra frenar el proceso en las fábricas, por lo que la patronal extranjera forma el Centro Industrial Mexicano, que tiene como objetivo, legislar sobre la actividad de los obreros en la fábrica. Uno de los estatutos que impone la patronal en los tres estados prohíbe textualmente “recibir visitas de amigos y parientes, leer periódicos que no sean previamente censurados y, por ende, autorizados por los administradores de las fábricas” 15
La imposición de la patronal es rechazada por los trabajadores y las textileras de Puebla, Tlaxcala y algunas de Veracruz que hacen estallar la huelga el 4 de diciembre de 1906. En las fábricas, donde los obreros no habían elegido nuevos representantes, los dirigentes amigos del porfirismo y la patronal intentan desviar la huelga hacia la confianza en una resolución del gobierno, rogándole a Don Porfirio su “indulgencia” para resolver las demandas. La patronal decide cerrar las fábricas que aún no están en poder de los trabajadores, realizando un lock out.
Los dirigentes, encabezados por José Morales16, consiguen una entrevista con Porfirio Díaz el 3 de enero y ese mismo día, con su anuencia, el presidente ordena a los trabajadores regresar al trabajo y aceptar el reglamento patronal. Pero los trabajadores de Río Blanco acusan a Morales y al resto de la dirección de traidores y permanecen en huelga.
El 7 de enero, una imponente manifestación de obreros y obreras textiles se concentra afuera de la fábrica de Río Blanco, a muy temprana hora, para impedir la entrada de los rompehuelgas encabezados por los dirigentes traidores. La comitiva es encabezada por varias mujeres que van preparadas para impedir que la fábrica sea reabierta. En Las Pugnas de la Gleba, Rosendo Salazar lo describe así “En Río Blanco, un grupo de mujeres encabezadas por la colectora Isabel Díaz de Pensamiento y en la que figuraban las obreras Dolores Larios, Carmen Cruz, Lucrecia Toriz y otras, desde el día anterior habían formado una brigada de combate, que se encargó de reunir mendrugos de pan, tortillas duras, con las que llenaron sus rebozos y desde temprana hora se instalaron a la puerta de la fábrica esperando que alguno se atreviera a romper el movimiento de protesta, para lapidarlo con aquellos despojos simbólicos y crueles. En la tienda de raya estaban los dependientes extranjeros y cuando una mujer se acercó pidiendo un préstamo recibió soez injuria. Alguien reclamó y el dependiente hizo un disparo, la multitud se enardeció y a poco la tienda de raya ardía, presa en llamas. Poco después, Lucrecia Toriz, empuñando una bandera, se enfrentó al batallón que había sido llamado. Unos días después, sobre carros plataformas, los obreros muertos fueron arrojados al mar.” 17
Varias crónicas aseguran que después del incendio de la tienda de raya, un destacamento dirigido por las mismas obreras avanzó sobre Veracruz hacia Puebla. En el camino se hicieron del control de algunos cuarteles. Hechos en armas, obreros y obreras tomaron varias estaciones del ferrocarril. Durante la marcha diversos destacamentos armados fueron repelidos por el batallón de trabajadores. En el enfrentamiento donde estaba a cargo el jefe político de Orizaba, Carlos Herrera, cuando éste dio la orden de cortar cartucho, de la multitud emergió una mujer con su bandera que expuso las razones de sus compañeros: “…relató el hambre, la injusticia y la pobreza a la que se enfrentaban todos los días; señaló que a cambio de unos cuantos pesos que se quedaban en las tiendas de raya, muchas trabajadoras y trabajadores se levantaban al alba: esa mujer era Lucrecia Toriz. Tal fue la elocuencia de la señora Toriz que esa tarde los rurales bajaron sus armas y fueron a dar parte al que más tarde sería conocido como El Verdugo de Orizaba, Rosalino Martínez.” 18
Sería este siniestro personero del porfirismo en decadencia, Rosalino Martínez, quien en el camino de Nogales a Orizaba emboscaría a la comitiva que se dirigía a liberar a los obreros que habían sido encarcelados por negarse a trabajar. Así se desencadenó una de las represiones más sanguinarias que consigna la historia contemporánea. Los barrios obreros de Veracruz fueron invadidos por el ejército. Obreros y obreras fueron asesinados o encarcelados y torturados con la más profunda saña. La persecución se prolongó durante varios días y de los siete mil trabajadores implicados en la huelga, cinco mil volvieron al trabajo después de la derrota. Los demás fueron asesinados o desaparecidos. A pesar de la brutal represión, al paso del ejército por las barriadas, se podía ver en las mantas y las paredes la convicción de los trabajadores: “Primero mártires, antes que esclavos.”
No se supo más de Lucrecia Toriz. Quizás falleció bajo el fusil porfirista o se vio obligada a regresar a las fábricas textiles de Veracruz. Pero ella y el resto de las obreras que, con los rebozos repletos de desperdicios enfrentaron a la patronal y al ejército, son parte de la tradición de lucha y enorme combatividad de los trabajadores mexicanos. Son parte de la historia que se construye desde abajo, para extraer sus lecciones y utilizarlas en el futuro del proletariado, que acaudillando a las naciones oprimidas de América Latina acabe de una vez por todas con la expoliación imperialista.
Años más tarde, la revolución atravesaba el suelo mexicano. A su cabeza, el ejército zapatista integrado por campesinos pobres y, entre ellos, otra mujer que se transformó en ejemplo de combate.
1 La Revolución Interrumpida, de Adolfo Gilly.
2 Para un mayor tratamiento del tema de la Comuna de París, ver Louise Michel en el capítulo Pioneras.
3 El henequén es una fibra obtenida de la planta del magüey que se industrializó para su exportación en México durante el siglo XIX y principios del XX para amarras, textiles, etc.
4 Hace referencia al período en que ostentó el gobierno el general Porfirio Díaz, durante más de treinta años, instaurando una dictadura. Este período estuvo caracterizado por el desarrollo capitalista en México, con la penetración imperialista que motorizó la industrialización del país y el crecimiento de las haciendas y latifundios.5 “Las Tareas de la Revolución Mexicana”, de Martín Juárez , en Estrategia Internacional Nº 15.
6 Estado sureño limítrofe con la Ciudad de México.
7 Doctor en historia de la Universidad de Harvard, autor de Zapata y la revolución mexicana.
8 Proclamado en 1911, el Plan de Ayala sintetizó el programa zapatista, planteando la renuncia de todos los funcionarios del gobierno y jefes militares, la desmilitarización de las zonas ocupadas por el ejército, la expropiación y reparto de todas las tierras y los recursos naturales entre los campesinos y la libertad a todos los presos políticos.
9 El Río Bravo es aquel que divide la frontera entre México y Estados Unidos en el norte y el Suchiate surca la frontera sur con Guatemala.
10 El término se acuñó popularmente después de la revolución, en alusión a las mujeres que acompañaban a las tropas revolucionarias, inspirado en una canción popular. Se refiere a la mujeres campesinas y de los pueblos originarios que abastecían a los guerrilleros.
11 Fueron dos presidios del porfiriato donde eran encarcelados los luchadores, reconocidas por la crueldad de las torturas y maltratos a los que eran sometidos los reclusos.
12 La palabra anáhuac de origen náhuatl significa literalmente “cerca del agua”. Hace referencia al territorio ocupado por el imperio azteca, particularmente al Valle de México o Valle del Anáhuac donde se asienta hoy la Ciudad de México y el conurbano. Se utiliza también para indicar todo el territorio hasta donde se extendió el dominio azteca en la época prehispánica. Fue utilizado por varias agrupaciones feministas que lucharon en la revolución, probablemente haciendo referencia a la leyenda azteca sobre la “llorona”. Esta leyenda relata que cuando era inminente la llegada de los conquistadores españoles a Tenochtitlán (centro metropolitano de lo que se conoce como el “imperio azteca”), los sacerdotes vieron una “aparición”: la diosa cuidadora de la raza advertía con lamento “¡Ay mis hijos, mis pobres hijos del Anáhuac!”, augurando el peligro inminente de la conquista.
13 La Mujer en la Revolución Mexicana, de Angeles Mendieta Alatorre.
14 Los hermanos Flores Magón fundaron el Partido Liberal Mexicano contra la dictadura de Porfirio Díaz. Paulatinamente se hicieron anarquistas y tuvieron contacto con el movimiento obrero norteamericano en sus primeros ensayos de organización. Tuvieron una importante influencia en las huelgas y luchas del movimiento obrero mexicano a principios del siglo XX.
15 Angeles Mendieta Alatorre, op.cit.
16 Dirigente de los obreros de la industria textil de Veracruz.
17 Angeles Mendieta Alatorre, op.cit.
18 Id.
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