Autoras/es: Andrea D’Atri (ed.), Bárbara Funes, Ana López, Jimena Mendoza, Celeste Murillo, Virginia Andrea Peña, Adela Reck , Malena Vidal, Gabriela Vino, Verónica Zaldívar
(Fecha original: Abril 2006)
IV: Combativas
Si se piensa qué une los esfuerzos de organizaciones norteamericanas tan disímiles como los Knights of Labor (Caballeros del Trabajo) de finales del siglo XIX, la Industrial Workers of the World (Trabajadores Industriales del Mundo) de principios del siglo XX y los sindicatos influenciados por el ala izquierda de la juventud del Partido Socialista y los trotskistas en los años de 1930, en cuanto a organizar a las mujeres en las luchas obreras, pueden indagarse las continuidades y rupturas que se establecen entre ellas, separadas en el tiempo pero unidas en la lucha proletaria.
Las dos primeras fueron protagonistas de los pasos iniciales de la poderosa clase obrera norteamericana a fines del siglo XIX y principios del XX. La primera, Knights of Labor, cuya ideología tenía un gran componente moral e idealista, sería cuna de futuros sindicalistas socialistas; la IWW combinaba honestos militantes sindicales sin ideología revolucionaria con integrantes de la juventud socialista e incluso algunos comunistas. Sin embargo, ninguna de ellas superaba el nivel de conciencia sindical de los trabajadores, su principal objetivo era arrancar conquistas al patrón y mejorar las condiciones de vida de la joven clase obrera. La participación de los y las militantes trotskistas, además de esto, planteó la necesidad de construir una organización política propia de la clase, que encabezara la lucha por una sociedad sin clases ni explotación. La incorporación de las mujeres a la vida sindical y la especial atención en lograr influencia entre ellas formaba parte del programa del Socialist Worker Party (SWP), la joven organización trotskista nacida de un pequeño grupo encabezado por James P. Cannon –quien había salido de las filas del Partido Comunista norteamericano– y que se constituye verdaderamente como partido alrededor de la experiencia heroica de la huelga de Minneapolis de 1934.
La política de los Caballeros y la IWW, quienes en su actividad sindical habían dado importancia a la organización de las mujeres, encontró eco décadas más tarde en las huelgas en las que participaban el ala izquierda del Partido Socialista y el SWP, los que retomaron esta tradición como una forma de dinamizar las medidas de lucha de los trabajadores y desarrollar el potencial de las mujeres en la primera línea de la lucha obrera.
Para fines de la década de 1880, los Caballeros del Trabajo representaban un sector importante de la vanguardia obrera, de raigambre combativa y métodos agresivos de lucha y organización. Además de su afán por organizar a los sectores más explotados de la clase1, esta organización tuvo un rasgo que la distinguió: no sólo bregó por la organización y la inclusión de las mujeres en la vida sindical y la lucha de la clase obrera, sino que abrió paso a la organización independiente de las mujeres trabajadoras, lo que permitió el desarrollo de grandes figuras dirigentes.
Esto fue claramente una innovación, aunque en la práctica no fue un proceso carente de contradicciones y limitaciones. Los Caballeros del Trabajo no vivían fuera de su época y en ocasiones existían, en sus filas, problemas de discriminación contra trabajadores negros y trabajadoras. Al tiempo que organizaban a las mujeres en la industria del calzado, tabaco, comercio y el sector textil, mantenían sin embargo la reivindicación de la figura “doméstica” de la mujer, cuyo lugar ideal era el hogar y debía ser objeto de la protección física y moral.
Sin embargo, lo que inclinaba la balanza era la política explícita de organizar mujeres; incluso todos los problemas que existían no impidieron que, para 1889, fuera una mujer la que encabezara una de sus seccionales más importantes, Chicago.2 La Asamblea Local de cincuenta mil participantes (varones y mujeres) fue presidida por Elizabeth Rodgers. Elizabeth, madre de diez hijos, era miembro de los Caballeros desde su fundación en la ciudad, tenía casi cuarenta años cuando se transformó en dirigente de Chicago. La crónica del encuentro de Elizabeth con Frances Willard (activista contra la venta de bebidas alcohólicas) cuenta: “...su hija más joven tenía cerca de doce días cuando su madre asistió a la convención de 1886 en Richmond, donde la bebé fue nombrada ‘Delegado N° 800’”.3
En la misma crónica Elizabeth decía: “Mi esposo siempre creyó que las mujeres debían hacer cualquier cosa que quisieran que fuera bueno y pudieran hacer bien (...) pero él nunca creyó que me iría tan bien como Master Workam [dirigente, N de A]. Fui la primera mujer en unirme a los Caballeros en Chicago. Nos ofrecieron la oportunidad, y me dije a mí misma, ‘Alguien debe ser la primera, y así me decidí’” 4.
Elizabeth Rodgers no fue una rareza en la historia de los Caballeros, de hecho en la carta de principios de su constitución en 1878 se leía “Asegurar a ambos sexos igual salario por igual trabajo”, una demanda muy progresiva para una época donde las mujeres estaban excluidas de los sindicatos, aunque en realidad estaban incorporadas en muchos sectores de la industria y participaban en la vida social y política de la clase obrera.
Una pequeña reseña histórica de la Illinois Labor History Society señala: “Para 1886, cuando los Caballeros estaban en su apogeo, cerca de cincuenta mil eran mujeres, cerca del 10 % del total [de los miembros, N de A]. La primera asamblea femenina organizada fue la de las obreras del calzado en Filadelfia. La segunda fue en Chicago y Elizabeth Rodgers fue su dirigente.” 5
Incluso hacia el final de siglo, cuando los Caballeros terminarían perseguidos y reprimidos hubo dirigentes mujeres como Elizabeth Morgan que tomaron la posta y siguieron luchando por organizar a las mujeres en la tradicional American Federation of Labor (Federación Americana del Trabajo), que, más que desearlo, se vio obligada a incorporar a las mujeres a sus filas. Elizabeth Morgan lanzó una gran campaña para sindicalizar a las trabajadoras de las principales industrias.
El inicio del siglo XX trajo una mayor participación de las mujeres en las luchas obreras, principalmente por la creciente incorporación de mano de obra femenina en las principales industrias, como la textil. “En 1908 las obreras del vestido de Chicago hicieron una larga campaña por la reducción de la jornada laboral y la mejora de condiciones de trabajo. El año siguiente, en 1909, Nueva York vio la primera acción obrera de gran magnitud de la historia de la ciudad, a manos de las ‘niñas’ que no llegaban a las dos décadas de vida, lideradas por la ‘veterana’ Clara Lechmil de veintitrés años. Y 1911 fue el año de la famosa huelga textil que terminó en desastre, por el incendio provocado por la patronal de la Triangle Shirtwaist Company.” 6
En las huelgas de 1912 de Lawrence (Massachussets) y de 1913 en Paterson la estrategia de la IWW mostró el potencial de la participación de las mujeres obreras. En la figura de Elizabeth Gurley Flynn, conocida como Muchacha Rebelde7, se concretó parte de esa política que destinaba esfuerzos específicos para ampliar la participación conciente de las trabajadoras. No sólo fomentaba la sindicalización y participación en la lucha, que ya había marcado su hito en la huelga de 1909 de Nueva York, donde las huelguistas organizaron los famosos piquetes móviles8, sino que se dirigían claramente a cuestionar el lugar de las mujeres en el hogar y a cargo del cuidado de los niños y niñas, planteando medidas claves como la creación de guarderías y comedores comunes para “liberar” a las mujeres de estas tareas durante la huelga: “Las mujeres trabajaban en las fábricas por un salario más bajo y además tenían que hacer todo el trabajo de la casa y cuidar de los niños. La vieja actitud de los hombres de ‘amo y señor’ era fuerte y al final del día de trabajo... o ahora de las tareas de la huelga... el hombre llegaba a la casa y se sentaba, mientras su esposa hacía todo el trabajo, preparar la comida, limpiar la casa, etc.” 9
La IWW inaugura, incluso, medidas novedosas como las reuniones de niños y niñas del sindicato, en las que se explicaba por qué sus padres y madres estaban en huelga, para contrarrestar los posibles ataques que recibían de maestros, la prensa y otros sectores contrarios. Una medida que, por ser tan exitosa, se lleva a cabo también en la huelga de Paterson de 1913.
Otra de las resoluciones más importantes, y que permitió la repercusión nacional de la huelga, fue la de enviar a los hijos e hijas de huelguistas a otras ciudades, para evitar que recayera sobre ellos la represión y para garantizar especialmente que las obreras pudieran dedicarse a la actividad sindical sin la presión de las tareas del hogar y la familia. Sin embargo, cuando se alistaba un segundo tren con cientos de niños y niñas, la policía desató la represión sobre ellos y las mujeres, acto que terminó llevando la huelga de Lawrence a la primera plana de los diarios más importantes del país. La victoria de esta huelga no se imprime solamente en el logro de sus demandas específicas. También mostró el protagonismo decisivo de las mujeres en las grandes luchas proletarias y probó la enorme creatividad obrera que, organizada democráticamente, se despliega de manera impensada.
Las historias que siguen dan cuenta de esta política y el protagonismo de las mujeres trabajadoras, no sólo en la lucha, sino en su misma preparación y en el debate abierto sobre el programa y la estrategia que debía asumir la clase obrera. Tanto la experiencia de Genora Johnson Dollinger en el Partido Socialista y, más tarde, en las filas del SWP, como la participación de Marvel Scholl y Clara Dunne en la huelga de camioneros de Minneapolis de 1934, también desde las filas del SWP, muestran por un lado esta continuidad respecto a una política explícita de organizar mujeres dentro de los sindicatos, y por otro cómo el programa que propondrán los revolucionarios potencia su participación, sin limitarla al campo sindical. En la militancia de Marvel, Clara y Genora se expresó no sólo un programa y una práctica que llevó al triunfo en importantes huelgas, que resultarían conquistas relevantes para distintos sectores obreros, sino también los esfuerzos de aquel período por poner en pie un partido obrero revolucionario en el corazón del imperialismo.
1 Parte de su programa radical resultó en sindicatos comunes de trabajadores blancos y negros, mujeres, inmigrantes y trabajadores no calificados.
2 Algunos historiadores e historiadoras plantean que gran parte de esto era resultado de la estrategia “inclusiva” de los Caballeros, para ganar fuerza de negociación y por su lema que rezaba “An Injury to One is the Concern of All” [Una golpe contra uno, es algo que nos concierne a todos, N. de A.]
3 “The Baby Was Made ’Delegate No. 800’”, de Frances E. Willard , en Frances Willard Meets Elizabeth Rodgers in the 1880s. Traducción propia para este artículo.
4 Id.
5 When Women Were Knights, Illinois Labor History Society.
6 “Queremos el pan, pero también las rosas”, de Celeste Murillo, publicado en La Verdad Obrera, 27/01/2004.
7 Muchacha Rebelde fue un poema escrito por su compañero Joe Hill, que pasó largos años en la cárcel por encabezar luchas obreras.
8 Rondas alrededor de la fábrica para evitar la entrada de rompehuelgas.
9 Comentarios de Elizabeth Gurley Flynn sobre la huelga de Lawrence.
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