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martes, 27 de septiembre de 2011

CUD (V): Sobre el programa UBA XXII. Llevar la universidad a la cárcel, un desafío con más de 20 años de historia

Autoras/es: Marta Laferrière[1]
La educación es un derecho, establecido por la Constitución. Sin embargo, hay una reticencia generalizada a garantizar a los presos el derecho a estudiar. Para brindarles la posibilidad de hacerlo la Universidad de Buenos Aires creó hace casi dos décadas UBA XXII, un programa educativo dentro de las cárceles.
Todos los aspectos del quehacer educativo en las prisiones tienen implicancias políticas. Su fundamento debe reconocerse en la creación y el sostenimiento de un espacio de ejercicio de derechos, que rompe la lógica del premio-castigo. La UBA no llega a la cárcel desde una mirada piadosa, sino profundamente política en el sentido de herramienta que permite transformaciones.

La Licenciada Marta Laferrière, directora del programa, recuerda casi como si fuera hoy el encuentro casual que disparó la creación de UBA XXII. Ocurrió poco después de que regresara de Venezuela, donde permaneció exiliada durante la última dictadura militar:
"A mi regreso al país comencé a participar en la organización del Ciclo Básico Común. En las escalinatas del edificio donde trabajábamos, me encontré con una mujer que parecía perdida. Se podía percibir que no estaba en su medio. Le pregunté qué buscaba y me dijo: ‘que mi hijo estudie’. Me contó que estaba preso en Devoto. De ahí surge la idea, con la intención de que el proyecto sea poroso: que el adentro esté afuera y viceversa. En octubre de 1985 ingresamos por primera vez a un penal, con la intención de llevar la universidad a la cárcel. En ese momento no fuimos conscientes de que la experiencia era inédita."

En una realidad ajena para muchos, los presos cumplen sus condenas o esperan que la Justicia decida su destino. En las cárceles, lugares destinados al aislamiento, hay tiempo de sobra. Algunos de los detenidos eligen pasar su encierro estudiando, una opción que se concibe a priori en un ámbito brutalmente opuesto. Con esa idea central y sin referentes teóricos ni rutinas institucionales, UBA XXII comenzó a dar los primeros pasos.

Al primer alumno se le sumaron dos compañeros y el trío se convirtió en el primer grupo de estudiantes de lo que hoy es el Centro Universitario Devoto (CUD) de la UBA. Estos alumnos, cuenta Marta Laferrière, siempre fueron por más. “Luego de cursar el
CBC plantearon que querían estudiar Derecho y empezamos a armar una reglamentación mínima”, en un trabajo que ella define como artesanal.
A partir de la firma de un convenio entre la Universidad de Buenos Aires y el Servicio Penitenciario Federal, desde 1986 se implementa este programa de estudios universitarios en cárceles.
Para Marta Laferrière la idea siempre fue la de abrir un espacio donde se pudiera ejercer un derecho: el derecho a estudiar. "No queríamos simplemente que la gente se inscriba o entregarles material sino llevar la universidad a la cárcel, crear un espacio de libertad dentro de ella, un territorio, una embajada de la UBA. Las reglas del CUD son las de la universidad, estamos dentro de una cárcel pero ese es un lugar de autogestión, de autodisciplina. Ese espacio muerto que es la cárcel se convierte en algo vivo”.

Por otra parte, hacer uso de un derecho es también hacerse cargo de las obligaciones que implica su ejercicio. Acceder a la educación es iniciar el aprendizaje de la libertad. Quienes participan como alumnos de la experiencia del CUD se enfrentan a opciones que no formaban parte de sus proyectos de vida antes de entrar en la cárcel. Aprenden que con su esfuerzo pueden emprender un camino diferente del que consideraban irremediable y definitivo. A través de las experiencias educativas, los internos reciben de la sociedad esa nueva posibilidad, que muchas veces no tuvieron antes.
El CUD no está sometido al control de la administración penitenciara. No hay guardias y está bajo responsabilidad única de la universidad y de los detenidos-estudiantes, como resultado de un convenio firmado por el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos, el Servicio Penitenciario Federal y la UBA. Es imposible distinguir entre los detenidos y quienes vienen del exterior. Las relaciones son las habituales entre estudiantes y profesores.

Para asegurar que el convenio sea respetado y evitar la intrusión de fuerzas policiales una decena de estudiantes, elegidos por una asamblea de detenidos.estudiantes, ocupan los lugares día y noche. Se encargan del mantenimiento, de la coordinación de las carreras y del desarrollo de las actividades. Custodios de su autonomía, tienen un dormitorio, una cocina y las llaves de los lugares. Los responsables vigilan escrupulosamente el respeto a las reglas de seguridad. Por otra parte, la asociación de los estudiantes de la cárcel se encarga de las demandas de transferencia de detenidos de otros establecimientos que deseen acceder al centro. Existe también un espacio de asesoría jurídica, donde los alumnos recibidos en la cárcel socializan su conocimiento brindando atención al resto de la población que necesita asesoramiento legal.
En la actualidad el CUD tiene aproximadamente mil quinientos metros cuadrados, doce aulas, una de computación, un salón de actos, sala de profesores, cocina y una biblioteca que, en este momento, cuenta con más cinco mil volúmenes.
Los alumnos concurren a clase desde las nueve de la mañana hasta aproximadamente las siete de la tarde. Al finalizar las clases los internos deben reintegrarse a sus respectivos pabellones, salvo unos doce alumnos que viven en el CUD y trabajan en el mantenimiento del Centro. Hay dos dormitorios, en los cuales pueden vivir los alumnos que tengan buenas notas, estén avanzados en las carreras y demuestren buena conducta para el personal del Servicio Penitenciario.
El Programa se generó en Devoto, que aloja internos adultos masculinos, pero inmediatamente buscó expandirse hacia otros penales. UBA XXII actualmente funciona en la Unidad 2 de Devoto, para hombres adultos; en la Unidad 3 de Ezeiza, cárcel de mujeres; en la Unidad 31, también en Ezeiza, para madres con hijos, y en Marcos Paz, donde fue trasladada la población perteneciente a uno de los centros de UBA XXII que funcionaba en la hoy desactivada Unidad 16 de Caseros para Jóvenes Adultos.
Los internos pueden cursar el Ciclo Básico Común (
CBC), de manera presencial o con la modalidad a distancia que propone UBA XXI. En cuanto a las carreras, las facultades que participan de UBA XXII son las de Derecho, Ciencias Sociales, Psicología, Ciencias Económicas y, a través de un programa ad hoc, por el cual se dictan cursos de computación, la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales. También el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas dicta diversos cursos. Por UBA XXII ya pasaron más de cuatrocientos profesores de la UBA y la cantidad de alumnos, según la directora del programa, alcanza los quinientos: "En Devoto tenemos ciento cincuenta alumnos cursando en las diferentes carreras y más de doscientos setenta en el Programa de Extensión de Ciencias Exactas para Operador de PC. Además hay más internos que participan de los Cursos de Extensión dictados por el Centro Cultural Ricardo Rojas. El Rojas ha editado incluso libros escritos por internos. En Ezeiza, entre las dos unidades tendremos una población de treinta personas, a las que se le suman también las internas que concurren a los Cursos de Extensión".

El total de egresados universitarios de UBA XXII llega a sesenta y siete. Ese número registra la cantidad de internos que realizaron toda su carrera estando detenidos. "Hay gente que empezó en la cárcel pero después no sabemos qué pasó. Nos enteramos de que muchos se recibieron pero es un control que no realizamos. Los números del programa son un tema pendiente y delicado: siempre se evitó que fines estadísticos puedan confundirse con discriminación.”

Otro dato que permite tanto a las autoridades como al personal comprobar el respeto de los presos por el programa es su comportamiento. En veinte años de funcionamiento dentro de la cárcel, nunca los profesores o alguna otra persona dentro del CUD tuvieron un problema ocasionado por los internos.
La presencia de UBA XXII dentro de las cárceles es para Marta Laferrière un compromiso de la Universidad con la sociedad: "Lo que se busca es una política de inclusión que contrarreste la existente, de absoluta marginalidad. No se parte de una mirada romántica. Las personas encarceladas tuvieron algún problema con la ley. Lo que la UBA propone es colocar la palabra en el lugar del cuerpo y de la violencia; acercar un universo simbólico propicio, para que esa persona pueda tener un panorama más amplio que aquel al que está condenada, muchas veces casi desde que nace. La mayoría de los internos son expulsados de distintos agentes socializadores: la familia, la escuela, etc., y paradójicamente el Estado plantea como último lugar de recuperación una cárcel que se ha demostrado bastante ineficiente para lo que se propone. La Constitución le asigna a la institución la función de guardar custodia (del preso) y a la vez brindarle y producir un cambio para su reinserción, para devolver a la sociedad sujetos que no reincidan en el delito. Pero el índice de reincidentes es alto. El sistema carcelario sólo cumple con la parte del aislamiento ".

Con más de dos décadas de experiencia en el trabajo dentro de los penales, la directora de UBA XXII asegura que la presencia de la educación, la posibilidad de estudiar y su concreción logran una tremenda reconstrucción subjetiva: el interno es visto como alumno, se comprende que no “es” preso sino que “está” preso.
"A veinte años del inicio d el programa, me doy cuenta de que construir espacios donde se ejerzan los derechos, que las cárceles no sean un lugar de castigo reproductor de conductas delictivas sino que rompan esa lógica –que irrumpa una lógica diferente, desde la libertad, como la que lleva la Universidad de Buenos Aires– es también una política de Seguridad".
A continuación el relato de esta experiencia educativa según su “alma mater”: Marta Laferriere
Hace más de 20 años que la UBA se propuso llevar la Universidad a la cárcel.
Esta propuesta inédita no registraba precedentes ni aquí ni en el mundo, y suponía un desafío que la incipiente democracia posibilitaba: pensar, generar ideas, nombrarlas, pero no sólo eso, sino también generar acciones concretas que ligaran a la Academia con la sociedad; en este caso, el trabajo con una institución y una lógica diametralmente opuestas a la propia, como es la prisión.
Nace así el Programa UBA XXII. Experiencia no conocida por todos los actores de la UBA a pesar de que muchos son los que participan en ella. En ese sentido es que se impone una breve reseña: institucionalmente, el Programa depende de la Secretaría de Asuntos Académicos del Rectorado y convoca a las Facultades de: Derecho, Ciencias Sociales, Ciencias Económicas, Ciencias Exactas (con el dictado de cursos de Operadores de PC), Psicología, Filosofía (con distintos seminarios y, próximamente, con propuestas de carreras de la Facultad), así como también al CBC, al Programa UBA XXI y al Centro Cultural Ricardo Rojas.
Los internos que estudian son alumnos regulares de la universidad con los mismos derechos y obligaciones que los que gozan de libertad ambulatoria. Los docentes concurren semanalmente a los centros universitarios para dictar clases teóricas, prácticos y talleres, tomar exámenes y realizar todas las actividades que garanticen el normal desenvolvimiento académico.
La presencia de la UBA la podemos observar en la Unidad 2 de Devoto, donde funciona el Centro Universitario Devoto (CUD). Éste fue construido en el año 1986 en un lugar físico cedido por las autoridades penitenciarias consistente en un espacio de 1500 metros cuadrados que se encontraba en un estado de total deterioro y abandono. Los estudiantes-internos se encargaron del reacondicionamiento y construcción de las instalaciones. Los materiales en su mayoría fueron objeto de donaciones diversas. El CUD cuenta actualmente con dos dormitorios comunes, cocina-comedor (donde aproximadamente 150 alumnos comen diariamente), capilla, salón de actos, sala de profesores, escuela de informática, aulas, oficinas, biblioteca –que reúne aproximadamente 6000 libros–.
En el Instituto Correccional de Mujeres, U3, en Ezeiza, desde marzo de 1994 el Programa realiza actividades con la presencia del CBC, la carrera de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales y cursos de computación dictados por docentes de la Facultad de Ciencias Exactas; también participan la Facultad de Filosofía y el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas.
Es de destacar que en el transcurso del año pasado el Servicio Penitenciario Federal ha cedido un espacio destinado exclusivamente a las actividades universitarias, lo que posibilitó la reciente inauguración oficial del Centro Universitario Ezeiza.
Contar con un lugar físico propio para la Universidad mejora notablemente el rendimiento del Programa, permite una mejor y mayor oferta, posibilita la creación de un grupo de estudiantes con fuerte sentido de pertenencia a la UBA, y esto se verifica en el rendimiento académico.
Además del CUD y el CUE, el Programa UBA XXII asiste a internos alojados en otras unidades penitenciarias federales: Complejo Penitenciario Federal 1, unidad 19, unidad 31, en Ezeiza. Complejo Penitenciario Federal 2 en la localidad de Marcos Paz y unidades 20 y 27 en Capital Federal. Estas actividades consisten en la inscripción de los alumnos a la Universidad, brindarles bibliografía, asistirlos con algunas tutorías y en lo posible tomarles los exámenes correspondientes.
Con gran compromiso y esfuerzo, esta Universidad pública, sus autoridades, sus docentes han ido construyendo este espacio donde se ejerce el derecho a la educación superior.
Los recursos con que cuenta el Programa UBA XXII no son propios. Cada Facultad aporta los docentes y los materiales necesarios para el estudio. La dirección del Programa, así como los medios de movilidad para asistir a las unidades que no se encuentran en Capital Federal, dependen del Rectorado.
En este sentido, es necesario replantear una política de recursos para lograr hacer más efectiva la tarea.

Hechos concretos
Desde sus inicios, el Programa asume la responsabilidad de producir hechos concretos en el contexto de la realidad carcelaria argentina, realidad compleja e invisibilizada. Al hablar de cárcel hablamos de encierro, de violencia, de hacinamiento. Esta institución, que crea la modernidad, puede ser vista desde distintas concepciones, pero en general se hace referencia a un lugar “seguro” para aislar de la sociedad a quienes, ésta cree, representan un peligro para ella.
En nuestra sociedad, la privación de la libertad es la pena generalizada con la que se castiga a quienes infringen las normas. Existen otras formas punitivas alternativas, pero su aplicación es mínima con respecto al encierro. A las cárceles se les otorga un fin manifiesto que es reeducar, rehabilitar a las personas que han cometido un delito a los efectos de que éstas puedan adquirir la capacidad de comprender y respetar la ley a fin de que a su egreso se facilite su reinserción en la sociedad.
Para este fin se las encierra, se las aparta. Sabemos que el encierro es segregador, es productor de las conductas que se supone reprochan, degradan a las personas, las despersonalizan. Es el castigo que aísla, que separa tajantemente el afuera del adentro.
No es el propósito de este artículo hablar del encierro carcelario, ni de los efectos del mismo, ni de las prácticas y estrategias de la vida carcelaria, sino decir que nos propusimos irrumpir en él, en ese tiempo quieto, pero lleno de violencia, para permitir con la educación universitaria no sólo la adquisición de saberes y competencias propias de cada disciplina o quehacer, sino también el conocimiento del otro, el respeto por la diferencia, la adquisición de la palabra, la posibilidad de pensarse, de proyectarse, de recuperar el sentido del ahora y del futuro. La propuesta supuso, supone introducir una resistencia a la “nada” que es la vida de un ser preso. No es sólo, por lo tanto, capacitar para el trabajo; matar el tiempo del ocio. Todos los aspectos del quehacer educativo en las prisiones, tiene implicancias políticas. Su fundamento debe reconocerse en la creación y el sostenimiento de un espacio de ejercicio de derechos, que rompen la lógica del premio-castigo. La UBA no llega a la cárcel desde una mirada piadosa, sino profundamente política en el sentido de herramienta que permite transformaciones.
Ejercicio de derechos que conlleva a asumir responsablemente obligaciones. Donde un sujeto preso se trasforma en estudiante, en un futuro graduado de la Universidad. Es en ese contexto que el hombre o la mujer va construyendo su libertad, su dignidad, reconstruye su subjetividad, porque de eso se trata, más allá de que se puedan exhibir cifras formidables en cuanto a inclusión se refiere. Las personas que han transitado por el Programa muestran un muy bajo índice de reincidencia, apenas un 2,5%, lo cual habla de una verdadera política de paz y seguridad; muchos son los alumnos que han alcanzado el título universitario: más de cien comenzaron y terminaron su carrera dentro de la cárcel, muchos más lo obtuvieron al recuperar la libertad.
La educación es un proceso permanente; una modalidad de socialización y comunicación, que facilita la inclusión del ser humano y su participación en los bienes culturales. No admite fisuras el postulado que sostiene que el proceso educativo no debe ser interrumpido por la imposición de una medida privativa de la libertad. No es válido asignar a la educación en la cárcel, el valor instrumental de actividad para ocupar el tiempo y así conservar el orden. Pensamos que la oferta educativa en los establecimientos penitenciarios es válida en sí misma y los contenidos y las modalidades deben ser, en todo lo posible, similares en calidad y cantidad dentro y fuera de la cárcel.
Años de políticas sustentadas en la desigualdad de riquezas y saberes generaron una población penal producto de una cultura de la desesperanza y el abandono.
Si es verdad que la forma de pensar una cárcel define a la sociedad que la instituye, es mucho lo que nos queda por hacer. El debate sobre políticas educativas en las unidades penitenciarias, implica el debate sobre el tipo de sociedad y ciudadanos que deseamos, aún cuando éstos, temporalmente, se vean privados de la libertad.
Decía al comienzo de este artículo que era necesario una breve reseña de lo actuado que hiciera posible el conocimiento de este Programa. Reflexionando sobre el mismo, haciendo un balance de lo actuado, se ve también lo que queda por hacer. Sabemos que han sido muchos los aciertos, pero que hay tareas pendientes, la experiencia debe proyectarse, esto implica esfuerzo, discusión. No queremos el silencio, queremos la palabra. Sabemos que educar es algo serio, que no es fácil. Requiere tiempo, trabajo, esfuerzo. Propone desafíos.
Es en ese sentido que pensamos seguir en esta empresa acompañados por quienes se han apropiado responsablemente de ella, y convocamos a todos aquellos organismos que de una u otra manera tienen responsabilidad sobre el tema a unir esfuerzos y coordinar acciones en pos del crecimiento y fortalecimiento de éstos y la creación de otros Centros Universitarios.


Fuentes:
http://www.uba.ar/encrucijadas/43/sumario/enc43-20anoshistoria.php
http://www.uba.ar/extension/trabajos/uba.htm


[1] Licenciada en Educación, UBA. Fundadora y Directora del Programa UBA XXII.

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