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domingo, 6 de noviembre de 2011

Las miserias del mundo. Post-data 2: Reflexión “informal” a partir de otra trayectoria escolar y otro hábitus

Autoras/es: Stella Maris Torre
Esta, en cambio, es una historia que “viene de muy lejos”, pero que también, creo, tiene mucho que ver... con  Las miserias del mundo...
(Fecha original del artículo: Junio 2005)
Mis dos padres fueron inmigrantes, de familias campesinas, ambos pasaron por guerras (la civil en España, la mundial en Italia).
Mi padre, al que “trajeron” de muy chico, hizo la primaria en la Argentina, comenzó el primer año del comercial, pero como “era muy vago para estudiar”, dejó la escuela para trabajar en un almacén. De a poco fue aprendiendo y ejerciendo el oficio de su padre: sastre.
Mi madre “tuvo” sólo 3º grado de la primaria, hasta ese nivel llegaba la escuela en el campo. Mi madre, que lo único que sabia hacer antes era las tareas del campo, llegó a la Argentina a los 17 años, y al poco tiempo hizo un curso de corte y confección y se dedicó a trabajar de modista hasta su muerte.
Tuvieron dos hijos, yo la mayor. También, como Sébastien, “me fue bien” en la escuela primaria. Entre paréntesis, cuento que una maestra llenaba el registro en voz alta, y a mi me daba vergüenza decir el nombre y nacionalidad de mis padres: Remigio y Filomena eran muy raros frente a tantos Albertos y Cristinas, un español y una italiana eran extraterrestes ante todos argentinos, la niña de aquellos tiempos no sabía de estigmas, pero podría ser que los sufriera...  Y es mejor ni hablar de mi experiencia con la religión, que llevaría demasiadas páginas. En fin, cuando me anotaron en el comercial, año 1969, ellos, mis padres, ya tenían decidida mi carrera universitaria: contadora pública, una carrera exitosa, de amplia movilidad social según ellos, jamás se me hubiera ocurrido objetarlo: no tenia otro lugar donde ir a vivir (¿o fue por no desilusionarlos?).
A mi hermano, en cambio, “no le fue bien” en la primaria, y por lo tanto mis padres combinaron sobre él presión con desidia, hasta que finalmente en su 3º año del secundario, y como “no le daba la cabeza”, lo “mandaron” a trabajar. Anduvo girando de empleo en empleo unos años, pero seguía “sin darle la cabeza”: hoy está internado en un instituto psiquiátrico.
Yo me recibí de contadora publica, pero cometí el “error” de comprar un departamento en vez del chalet que tanto hubiera querido para si mi mamá y no pudo tener. Tampoco gané mucho dinero, no me gustaban las “transas” que en mi profesión había que hacer para obtenerlo. Hoy todavía sigo sintiendo que mis padres se fueron pensando que fracasé, y durante mucho tiempo yo misma pensé que los había desilusionado a pesar de mis “buenas intenciones”.
Después de muchos años de trabajar irreflexivamente, rutinariamente, de contadora pública, me di cuenta que no me gustaba lo que estaba haciendo, que lo había hecho siempre por los demás.
Por otro lado, cuando mis hijas comenzaron a ir a la escuela, empecé a notar que había un montón de cosas en el sistema educativo que no me gustaban. Tarde pero seguro, lo que no pude ver por mi, lo pude ver a través de la experiencia de ellas, que son mi futuro.
Tal vez será por ambas cuestiones que de a poquito me fui metiendo en esto de hacer teoría sobre la educación y su papel, a volver a anotarme en la facu, a tratar de cumplir con requisitos “para otra edad”.
Así es que hoy me siento libre, libre del pasado, re-encontrada con mi misma después de “tantos años de culpa”. Y aunque me encuentro con nuevos desafíos, que me pueden resultar pesados, difíciles de enfrentar, éstos tienen una maravillosa característica: los elegí yo misma, pero no a partir de “esa” utópica libertad natural, no, los elegí a partir de mi historia.

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