Autoras/es: Inés Hayes (*)
¿Cuáles fueron las concepciones teóricas sobre las que se montó la teología de la Iglesia Católica para legitimar la dictadura militar de 1976?, se pregunta Rubén Dri en su nuevo libro La hegemonía de los Cruzados (Biblos). Cuando en septiembre de 1984 regresaba del exilio en México, el teólogo tuvo que empezar de nuevo: “Lo primero era conseguir trabajo. El Consejo de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) daba entonces a los que volvían del exilio una beca de un año, con posibilidad de renovación. Pude tener acceso a la beca e inmediatamente me puse a realizar una investigación sobre la responsabilidad de la jerarquía católica respecto de las atrocidades cometidas por la dictadura militar”, resume el origen de su investigación el también filósofo Dri. Si bien en los últimos años, con los juicios a los principales responsables de las violaciones a los derechos humanos de la última dictadura militar, el tema ha cobrado mayor atención pública, lo novedoso de este libro es la profunda búsqueda de la conceptualización teológica que acompañó a la Doctrina de Seguridad Nacional. A través de documentos de Conferencia Episcopal Argentina (CEA) y escritos secretos de la Junta Militar, el filósofo analiza la relación entre la Iglesia Católica y el gobierno de facto en diferentes períodos temporales: la hegemonía de los cruzados, la transición, el diálogo, la reconciliación y el olvido y el perdón. El autor afirma que frente a la aniquilación del aparato productivo puesto en marcha con el plan neoliberal de Martínez de Hoz, la aceleración de la desocupación y la multiplicación de villas miseria, los militares debían apelar a un discurso que sostuviera tanta irracionalidad: y lo encontraron en la Iglesia Católica. La única –dice Dri- que por sus características la hacía apta para fundamentar la ideología que otorgara consenso a la dictadura. Para la visión teológica de la Iglesia católica, la realidad es dual: el espíritu y la materia, el orden y el caos, el bien y el mal, Dios y el Diablo. “El capitán González, por ejemplo, decía que él era un cruzado, un enviado de Dios, que los detenidos eran diablos, demonios”, recoge Dri el testimonio de Gustavo Contempomi detenido en el campo clandestino La Perla. La jerarquización es otro de los aspectos centrales que esencialmente, comparten la Iglesia católica y La Junta Militar. La inmutabilidad también les es inherente: “La teología se presenta como la reflexión sobre lo eterno, lo inmutable, aquello que está fuera de la historia (…) Traducido esto a la Doctrina de Seguridad Nacional, significa que los valores expresados por los dogmas y, en general, la doctrina de la Iglesia predicada por los obispos y custodiada por los militares son parte constitutiva del ser nacional. Quien atenta contra esos valores atenta contra el ser nacional”, desarma Dri el silogismo del pensamiento dominante.
En los últimos capítulos de su investigación, él también profesor titular de Sociología de la Universidad de buenos Aires, denuncia con nombres y apellidos el siniestro papel de la Iglesia en los centros clandestinos de detención: “En los testimonios ante la Cámara Federal figuran entre las personas a quienes se recurrió denunciando el hecho de las desapariciones los nombres de los obispos Plaza, Medina, Gaán, Canale, Arana, Keegan (monseñor), Primatesta, Aramburu, Laguna, Quarracino. Se cita, además a sacerdotes, especialmente a los capellanes militares como Von Wernich y Menestrina. El sacerdote Iñaqui de Aspiazu también tenía su fichero, o mejor, un cuaderno con 150 páginas de desaparecidos”. La jerarquía de la Iglesia no sólo tenía pleno conocimiento sobre las desapariciones, sino que obispos y capellanes fueron vistos en los campos de concentración “fortaleciendo a los torturadores y debilitando a los torturados buscando lograr que se ‘quebraran’”.
En los últimos capítulos de su investigación, él también profesor titular de Sociología de la Universidad de buenos Aires, denuncia con nombres y apellidos el siniestro papel de la Iglesia en los centros clandestinos de detención: “En los testimonios ante la Cámara Federal figuran entre las personas a quienes se recurrió denunciando el hecho de las desapariciones los nombres de los obispos Plaza, Medina, Gaán, Canale, Arana, Keegan (monseñor), Primatesta, Aramburu, Laguna, Quarracino. Se cita, además a sacerdotes, especialmente a los capellanes militares como Von Wernich y Menestrina. El sacerdote Iñaqui de Aspiazu también tenía su fichero, o mejor, un cuaderno con 150 páginas de desaparecidos”. La jerarquía de la Iglesia no sólo tenía pleno conocimiento sobre las desapariciones, sino que obispos y capellanes fueron vistos en los campos de concentración “fortaleciendo a los torturadores y debilitando a los torturados buscando lograr que se ‘quebraran’”.
Las contestaciones de la Iglesia jerárquica a los desesperados pedidos de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo son más que elocuentes: “Esta mañana he depositado ante el Señor, en la Santa Misa, mi oración según sus intenciones. Confío que el Señor sabrá darles cuanto su corazón pide. María la Virgen Madre, que tanto sufrió, les acompañe, alivie y aliente”, reproduce Dri la abstracta y cínica respuesta que el nuncio Calabresi dio a las Madres en septiembre de 19810
Un capítulo aparte merece la llamada Iglesia Popular y la persecución a la que fue sometida. Conocidos son los casos de los crímenes de los curas palotinos de San Patricio, las desapariciones de las monjas francesas, de los obispos Angelelli y Carlos Ponce de León y del sacerdote Carlos Mujica. Lo distintivo es la justificación de los crímenes: según la ideología dominante, la relectura de la Biblia y de los Evangelios que comenzó en las décadas del 60 y 70 con la llamada Biblia Latinoamericana demostraba que la Iglesia Popular había sido infiltrada por el marxismo y que debía ser eliminada.
Un capítulo aparte merece la llamada Iglesia Popular y la persecución a la que fue sometida. Conocidos son los casos de los crímenes de los curas palotinos de San Patricio, las desapariciones de las monjas francesas, de los obispos Angelelli y Carlos Ponce de León y del sacerdote Carlos Mujica. Lo distintivo es la justificación de los crímenes: según la ideología dominante, la relectura de la Biblia y de los Evangelios que comenzó en las décadas del 60 y 70 con la llamada Biblia Latinoamericana demostraba que la Iglesia Popular había sido infiltrada por el marxismo y que debía ser eliminada.
“El comportamiento de prácticamente la absoluta mayoría de la jerarquía eclesiástica con respecto a la dictadura militar y sus aberrantes crímenes no solamente no es una excepción en el comportamiento de la Iglesia Católica presidida por el Vaticano, sino que sólo es un episodio en su ya bimilenaria historia. Basta citar la persecución de los “herejes”, los juicios y las torturas de la Inquisición, las cruzadas tanto contra el islam como contra los albigenses, las quemas de brujas, el genocidio de los pueblos originarios de América”, repasa Rubén Dri el prontuario de la institución católica a lo largo de la historia.
(*) Comentario publicado en Revista Ñ n° 414
(*) Comentario publicado en Revista Ñ n° 414
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