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martes, 1 de noviembre de 2011

LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA (II-2-h). Eduardo Galeano

Autoras/es: Eduardo Galeano 
(Fecha original: 1970)

SEGUNDA PARTE
EL DESARROLLO ES UN VIAJE
CON MÁS NAUFRAGOS QUE NAVEGANTES
2. LA ESTRUCTURA CONTEMPORANEA DEL DESPOJO: 
h. LA INDUSTRIALIZACIÓN NO ALTERA LA ORGANIZACIÓN DE LA DESIGUALDAD EN EL MERCADO MUNDIAL
El intercambio de mercancías constituye, junto a las inversiones directas en el exterior y los empréstitos, la camisa de fuerza de la división internacional del trabajo. Los países del llamado Tercer Mundo intercambian entre sí poco más de la quinta parte de sus exportaciones, y en cambio dirigen las tres cuartas partes del total de sus ventas exteriores hacia los centros imperialistas de los que son tributarios1. En su mayoría, los países latinoamericanos se identifican, en el mercado mundial, con una sola materia prima o con un solo alimento2.
En cuanto a México, «depende en más de un 30 por 100 de tres productos, en más de un 40 por 100 de cinco productos y en más de un 50 por 100 de diez productos, en su gran mayoría no manufacturados, que tienen como principal salida el mercado norteamericano». Pablo González Casanova, La democracia en México. México, 1965.). América Latina dispone de lana, algodón y fibras naturales en abundancia, y cuenta con una industria textil ya tradicional, pero apenas participa en un 0,6 por ciento de las compras de hilados y tejidos de Europa y Estados Unidos. La región ha sido condenada a vender sobre todo productos primarios, para dar trabajo a las fábricas extranjeras, y ocurre que esos productos «son exportados, en su gran mayoría, por fuertes consorcios con vinculaciones internacionales, que disponen de las relaciones necesarias en los mercados mundiales para colocar sus productos en las condiciones más convenientes»3, pero en las más convenientes para ellos, que por lo general expresan los intereses de los países compradores: es decir, a los precios más bajos. Hay en los mercados internacionales un virtuaI monopolio de la demanda de materias primas y de la oferta de productos industrializados; a la inversa, operan dispersos los ofertantes de productos básicos, que son también compradores de bienes terminados: los unos, fuertes, actúan congregados en torno a la potencia dominante, Estados Unidos, que consume casi tanto como todo el resto del planeta; los otros, débiles, operan aislados, compitiendo los oprimidos contra los oprimidos. Nunca ha existido en los llamados mercados internacionales el llamado libre juego de la oferta y la demanda, sino la dictadura de una sobre la otra, siempre en beneficio de los países capitalistas desarrollados. Los centros de decisión donde los precios se fijan se encuentran en Washington, Nueva York, Londres, París, Amsterdam, Hamburgo; en los consejos de ministros y en la bolsa. De poco o nada sirve que se hayan suscrito, con pompa y estrépito, acuerdos internacionales para proteger los precios del trigo (1949), del azúcar (1953), del estaño (1956), del aceite de oliva (1956), y del café (1962). Basta contemplar la curva descendente del valor relativo de estos productos, para comprobar que los acuerdos no han sido más que simbólicas excusas que los países fuertes han presentado a los países débiles cuando los precios de sus productos habían alcanzado niveles escandalosamente bajos. Cada vez vale menos lo que América Latina vende y, comparativamente, cada vez es más caro lo que compra.
Con el producto de la venta de veintidós novillos, Uruguay podía comprar un tractor Ford Major en 1954; hoy, necesita más del doble. Un grupo de economistas chilenos que realizó un informe para la central sindical estimó que, si el precio de las exportaciones latinoamexicanas hubiera crecido desde 1928 al mismo ritmo que ha crecido el precio de las importaciones, América Latina hubiera obtenido, entre 1958 y 1967, 57 mil millones de dólares más de lo que recibió, en ese período, por sus ventas al exterior4. Sin remontarse tan lejos en el tiempo, y tomando como base los precios de 1950, las Naciones Unidas estiman que América Latina ha perdido, a causa del deterioro del intercambio, más de dieciocho mil millones de dólares en la década transcurrida entre 1955 y 1964.
Posteriormente, la caída continuó. La brecha de comercio -diferencia entre las necesidades de importación y los ingresos que se obtienen de las exportaciones será cada vez más ancha si no cambian las actuales estructuras del comercio exterior: cada año que pasa, se cava más profundamente este abismo para América Latina. Si la región se propusiera lograr, en los próximos tiempos, un ritmo de desarrollo ligeramente superior al de los últimos quince años, que ha sido bajísimo, enfrentaría necesidades de importación que excederían largamente el previsible crecimiento de sus ingresos de divisas por exportaciones. Según los cálculos del ILPES, la brecha de comercio ascendería, en 1975, a 4 600 millones de dólares, y en 1980 llegaría a los 8 300 millones5. Esta última cifra representa nada menos que la mitad del valor de las exportaciones previstas para ese año. Así, sombrero en mano, los países latinoamericanos golpearán cada vez más desesperadamente a las puertas de los prestamistas internacionales.
A. Emmanuel sostiene que la maldición de los precios bajos no pesa sobre determinados productos, sino sobre determinados países6. Al fin y al cabo, el carbón, uno de los principales productos de exportación de Inglaterra hasta no hace mucho, no es menos primario que la lana o el cobre, y el azúcar contiene más elaboración que el whisky escocés o los vinos franceses; Suecia y Canadá exportan madera, una materia prima, a precios excelentes. El mercado mundial funda la desigualdad del comercio, según Emmanuel, en el intercambio de más horas de trabajo de los países pobres por menos horas de trabajo de los países ricos: la clave de la explotación reside en que existe una enorme diferencia en los niveles de salarios de unos y otros países, y que esa diferencia no está asociada a diferencias de la misma magnitud en la productividad del trabajo. Son los salarios bajos los que, según Emmanuel, determinan los precios bajos, y no a la inversa: los países pobres exportan su pobreza, con lo que se empobrecen cada vez más, al tiempo que los países ricos obtienen el resultado inverso. Según las estimaciones de Samír Amin7, si los productos exportados por los países subdesarrollados en 1966 hubieran sido producidos por los países desarrollados con las mismas técnicas pero con sus mucho mayores niveles de salarios, los precios hubieran variado a tal punto que los países subdesarrollados hubieran recibido catorce mil millones de dólares más.
Por cierto que los países ricos han utilizado y utilizan las barreras aduaneras para proteger sus altos salarios internos en los renglones en que no podrían competir con los países pobres. Los Estados Unidos emplean al Fondo Monetario, al Banco Mundial y los acuerdos arancelarios del GATT, para imponer en América Latina la doctrina del comercio libre y la libre competencia, obligando al abatimiento de los cambios múltiples, del régimen de cuotas y permisos de importación y exportación, y de los aranceles y gravámenes de aduana, pero no predican en modo alguno con el ejemplo. Del mismo modo que desalientan fuera de fronteras la actividad del Estado, mientras dentro de fronteras el Estado norteamericano protege a los monopolios mediante un vasto sistema de subsidios y precios privilegiados, los Estados Unidos practican también un agresivo proteccionismo, con tarifas altas y restricciones rigurosas, en su comercio exterior.
Los derechos de aduana se combinan con otros impuestos y con las cuotas y los Embargos8 publica una lista muy elocuente de las restricciones en vigencia a la importación de productos latinoamericanos). ¿Qué ocurriría con la prosperidad de los ganaderos del Medio Oeste si los Estados Unidos permitieran el acceso a su mercado interno, sin tarifas ni imaginativas prohibiciones sanitarias, de la carne de mejor calidad y menor precio que producen Argentina y Uruguay? El hierro ingresa libremente en el mercado norteamericano, pero si se ha convertido en lingotes, paga 16 centavos por tonelada, y la tarifa sube en proporción directa al grado de elaboración; otro tanto ocurre con el cobre y con una infinidad de productos: alcanza con secar las bananas, cortar el tabaco, endulzar el cacao, aserrar la madera o extraer el carozo a los dátiles para que los aranceles se descarguen implacablemente sobre estos productos9. En enero de 1969, el gobierno de los Estados Unidos dispuso la virtual suspensión de las compras de tomates en México, que dan trabajo a 170 mil campesinos del estado de Sinaloa, hasta que los cultivadores norteamericanos de tomate de la Florida consiguieron que los mexicanos aumentasen el precio para evitar la competencia.
Pero la más quemante contradicción entre la teoría y la realidad del comercio mundial estalló cuando la guerra del café soluble cobró, en 1967, estado público.
Entonces se puso en evidencia que
sólo los países ricos tienen el derecho de explotar en su beneficio las “ventajas naturales comparativas” que determinan, en la teoría, la división internacional del trabajo. El mercado mundial del café soluble, de asombrosa expansión, está en manos de la Nestlé y la General Foods; se estima que no pasará mucho tiempo antes de que estas dos grandes empresas abastezcan más de la mitad del -café que se consume en el mundo. Estados Unidos y Europa compran el café en granos a Brasil y Africa; lo concentran en sus plantas industriales y lo venden, convertido en café soluble, a todo el mundo. Brasil, que es el mayor productor mundial de café, no tiene, sin embargo, el derecho de competir exportando su propio café soluble, para aprovechar sus costos más bajos y para dar destino a los excedentes de producción que antes destruía y ahora almacena en los depósitos del Estado. Brasil sólo tiene el derecho de proporcionar la materia prima para enriquecer a las fábricas del extranjero. Cuando las fábricas brasileñas -apenas cinco en un total de ciento diez en el mundo- comenzaron a ofrecer café soluble en el mercado internacional, fueron acusadas de competencia desleal. Los países ricos pusieron el grito en el cielo, y Brasil aceptó una imposición humillante: aplicó a su café soluble un impuesto interno tan alto como para ponerlo fuera de combate en el mercado norteamericano10.
Europa no se queda atrás en la aplicación de barreras arancelarias, tributarias y sanitarias contra los productos latinoamericanos. El Mercado Común descarga impuestos de importación, para defender los altos precios internos de sus productos agrícolas, y a la vez subsidia esos productos agrícolas para poderlos exportar a precios competitivos:
con lo que obtiene por los impuestos financia los subsidios. Así, los países pobres pagan a sus compradores ricos para que les hagan la competencia. Un kilo de carne de lomo de novillo vale, en Buenos Aires o en Montevideo, cinco veces menos que cuando cuelga de un gancho en una carniceria de Hamburgo o Munich11. «Los países desarrollados quieren permitir que les vendamos jets y computadoras, pero nada que estemos en condiciones de producir con ventaja", se quejaba, con razón, un representante del gobierno chileno en una conferencia internacional12 .
Las inversiones imperialistas en el área industrial de América Latina no han modificado en absoluto los términos de su comercio internacional. La región continúa estrangulándose en el intercambio de sus productos por los productos de las economías centrales. La expansión de las ventas de las empresas norteamericanas radicadas al sur del río Bravo se concentra en los mercados locales y no en la expor ración. Por el contrario, la proporción correspondiente a la exportación tiende a disminuir: según la OEA, las filiales norteamericanas exportan un diez por ciento de sus ventas totales en 1962, y sólo un siete y medio por ciento tres años más tarde13.
La relación entre las exportaciones de manufacturas y el producto bruto industrial no superó el 2 por 100, en 1963, en Argentina, Brasil, Perú, Colombia y Ecuador; fue de un 3,1 por 100 en México y de un 3,2 por 100 en Chile (Aldo Ferrer en el ya citado volumen colectivo de INTAL-
BID). El comercio de los productos industrializados por América Látina sólo crece dentro de América Latina: en 1955, las manufacturas comprendían una décima parte del intercambio entre los países del área, y en 1966 la proporción había subido al treinta por ciento14 El jefe de una misión técnica norteamericana en Brasil, John Abbink, había anticipado, profeticamente, en 1950: «Los Estados Unidos deben estar preparados para 'guiar' la inevitable industrialización de los países no desarrollados, si se desea evitar el golpe de un desarrollo económico intensísimo fuera de la égida norteamericana...
La industrialización, si no es controlada de alguna manera, llevaría a una sustancial reducción de los mercados estadounidenses de exportación»15. En efecto, ¿acaso la industrialización, aunque sea teleguiada desde fuera, no sustituye con producción nacional las mercaderías que antes cada país debía importar del exterior? Celso Furtado advierte que, a medida que América Latina avanza en la sustitución de importaciones de productos más complejos, «
la dependencia de insumos provenientes de las matrices tiende a aumentar». Entre 1957 y 1964 se duplicaron las ventas de las filiales norteamericanas, en tanto sus importaciones, sin incluir los equipamientos, se multiplicaron por más de tres. «Esa tendencia parecería indicar que la eficacia sustitutiva es una función decreciente de la expansión industrial controlada por compañías extranjeras»16. La dependencia no se rompe, sino que cambia de calidad: los Estados Unidos venden, ahora, en América Latina, una proporción mayor de productos más sofisticados y de alto nivel tecnológico.
«
A largo plazo -opina el Departamento de Comercio-, a medida que crece la producción industrial mexicana, se crean mayores oportunidades para exportaciones adicionales de los Estados Unidos...»17. Argentina, México y Brasil son muy buenos compradores de maquinaria industrial, maquinaria eléctrica, motores, equipos y repuestos de origen norteamericano. Las filiales de las grandes corporaciones se abastecen en sus casas matrices, a precios deliberadamente caros. Refiriéndose a los costos de instalación de la industria automotriz extranjera en Argentina, Viñas y Gastiazoro dicen, en este sentido: «Pagando estas importaciones a precios muy elevados, giraban fondos hacia el exterior. En muchos casos, estos pagos eran tan importantes que las empresas no sólo daban pérdidas [a pesar del precio a que se vendían los automotores] sino que comenzaron a quebrar, esfumándose rápidamente el valor de las acciones colocadas en el país... El resultado fue que de las veintidós empresas radicadas' quedan actualmente diez, algunas al borde de la quiebra... » '(87 Ismael Viñas y Eugenio Gastiazoro, op. cit.).
Para mayor gloria del poder mundial de las corporaciones, las subsidiarias disponen así de las escasas divisas de los países latinoamericanos. El esquema de funcionamiento de la industria satelizada, en relación con sus lejanos centros de poder, no se distingue mucho del tradicional sistema de explotación imperialista de los productos primarios. Antonio García18 sostiene que la exportación «colombiana» de petróleo crudo ha sido siempre, estrictamente, una transferencia física de aceite crudo desde un campo norteamericano de extracción hasta unos centros industriales de refinado, comercialización y consumo en Estados Unidos, y la exportación «hondureña» o «guatemalteca» de plátano, ha tenido el carácter de una transferencia de alimentos que efectúan unas compañías norteamericanas desde unos campos coloniales de cultivo hasta unas áreas norteamericanas de comercialización y consumo. Pero las fábricas «argentinas», «brasileñas» o «mexicanas», por no citar más que las más importantes,
también integran un espacio económico que nada tiene que ver con su localización geográfica. Forman, como muchos otros hilos, la urdimbre internacional de las corporaciones, cuyas casas matrices trasladan las utilidades de un país a otro, facturando las ventas por encima o por debajo de los precios reales, según la dirección en que desean volcar las ganancias19.
Resortes fundamentales del comercio exterior quedan así en manos de empresas norteamericanas o europeas que orientan la política comercial de los países según el criterio de gobiernos y directorios ajenos a América Latina. Así como las filiales de Estados Unidos no exportan cobre a la URSS ni a China ni venden petróleo a Cuba, tampoco se abastecen de materias primas y maquinarias en las fuentes internacionales más baratas y convenientes.
Esta eficiencia en la coordinación de las operaciones en escala mundial, por completo al margen del «libre juego de las fuerzas del mercado», no se traduce, claro está, en precios más bajos para los consumidores nacionales, sino en utilidades mayores para los accionistas extranjeros. Es elocuente el caso de los automóviles. Dentro de los países latinoamericanos, las empresas disponen de una mano de obra abundante y muy, pero muy, barata, además de una política oficial en todos los sentidos favorable a la expansión de las inversiones: donaciones de terrenos, tarifas eléctricas privilegiadas, redescuentos del Estado para financiar las ventas a plazos, dinero fácilmente accesible y, por si fuera poco, el auxilio ha llegado en algunos países hasta el extremo de eximir a las empresas del pago de los impuestos a la renta o a las ventas. El control del mercado resulta, por otra parte, de antemano facilitado por el prestigio mágico que, ante los ojos de la clase media, irradian las marcas y los modelos promovidos por gigantescas campañas mundiales de publicidad. Sin embargo, todos estos factores no impiden, sino que determinan, que los autos producidos en la región resulten mucho más caros que en los países de origen de las mismas empresas. Las dimensiones de los mercados latinoamericanos son mucho menores, bien es cierto, pero también es cierto que en estas tierras el afán de ganancias de las corporaciones se excita como en ninguna otra parte. Un Ford Falcon construido en Chile cuesta tres veces más que en Estados Unidos20; un Valiant o un Fiat fabricados en la Argentina tienen precios de venta que duplican con creces los de Estados Unidos o Italia21, y otro tanto ocurre con el Volkswagen de Brasil en relación con el precio en Alemania22.


1 Pierre Jalée, Le pillage du Tiers Monde, París, 1966.
2 En el trienio 1966-68, el café proporcionó a Colombia el 64 por 100 de sus ingresos totales por exportaciones; a Brasil, el 43 por 100; a El Salvador, el 48 por 100; a Guatemala, el 42 por 100, y a Costa Rica, el 36 por 100. El banano abarcó el 61 por 100 de las divisas de Ecuador, el 54 por 100 de las de Panamá y el 47 por 100 de las de Honduras. Nicaragua dependió del algodón en un 42 por 100. La República Dominicana del azúcar, en un 56 por 100. Carnes, cueros y lanas proporcionaron a Uruguay un 83 por 100 de sus divisas y a la Argentina un 38 por 100. El cobre sumó un 74 por 100 de los ingresos comerciales de Chile, y el 26 por 100 de los de Perú; el estaño representó el 54 por 100 del valor de las exportaciones de Bolivia. Venezuela obtuvo del petróleo el 93 por 100 de sus divisas.
Naciones Unidas, CEPAL, op. Cit.
3 Marco D. Pollner en el volumen colectivo de INTAL-
BID, Los empresarios y la integración de América Latina, Buenos Aires, 1967.
4 Central Unica de Trabajadores de Chile, América Latina, un mundo que ganar, Santiago de Chile, 1968.
5 Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social, op. cit.
6 A. Emmanuel, El cambio desigual, México.
7 Citado por André Gunder Frank, Totuard a Theory of Capitalist Underdevelopment, introducción a la antología Underdevelopment.
8 L. Delwart (The Future of Latin American Exports to the United States: 1965 and 1970, Nueva York, 1970.
9 Harry Magdolf, op. cit.
10 Revista Fator, Río de Janeiro, noviembre-diciembre de 1968.
11 Carlos Quijano, Las víctimas del sitema en marcha, Montevideo, 23 de octubre de 1970.
12 New York Times, 3 de abril de 1968.
13 Secretaría General de la OEA, op. cit. Una amplia encuesta a las subsidiarias norteamericanas en México, realizada en 1969 por encargo de la National Chamber Foundation, reveló que las casas matrices de los Estados Unidos prohibían vender sus productos en el exterior a la mitad de las empresas que contestaron el cuestionario. Las filiales no habían sido instaladas para eso. Miguel S.
Wionczek, La inversión extranjera privada en México: problemas y perspectivas, en Comercio exterior, México, octubre de 1970.
14 Naciones Unidas, CEPAL, op. Cit.
15 Jornal do Comercio, Río de janeiro 23 de marzo de 1950.
16 Celso Furtado, Um projeto para o Brasil, Río de Janeiro, 1968.
17 International Commerce, 24 de abril de 1967.
18 Antonio García,
Las constelaciones del poder y el des-arrollo latinoamericano, en Comercio exterior, México, noviembre de 1969.
19 Por cierto que el mecanismo no es nuevo. El frigorífico Anglo ha dado siempre pérdidas en el Uruguay, para cobrar los subsidios del Estado y para que rindieran millonarias utilidades sus seis mil carnicerías de Londres, donde cada kilo de carne uruguaya se vende a un precio cuatro veces mayor que el que recibe el Uruguay por la exportación. Guillermo Bernhard,
Los monopolios y la industria frigorífica, Montevideo, 1970.
20 Declaraciones del presidente Salvador Allende, según cable de
AFP del 12 de diciembre de 1970.
21 Dato publicado en el diario La Razón, Buenos Aires, 2 de marzo de 1970.
22 Resultados da industria automobilística, estudio especial de Conyuntura económica, febrero de 1969.

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