Autoras/es: Eduardo Galeano
(Fecha original: 1970)
SEGUNDA PARTE
EL DESARROLLO ES UN VIAJE
CON MÁS NAUFRAGOS QUE NAVEGANTES
2. LA ESTRUCTURA CONTEMPORANEA DEL DESPOJO:
k. LA INTEGRACIÓN DE AMÉRICA LATINA BAJO LA BANDERA DE LAS BARRAS Y LAS ESTRELLAS
Hay ángeles que todavía creen que todos los países terminan al borde de sus fronteras. Son los que afirman que los Estados Unidos poco o nada tienen que ver con la integración latinoamericana, por la sencilla razón de que los Estados Unidos no forman parte de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC) ni del Mercado Común Centroamericano. Como quería el libertador Simón Bolívar, dicen, esta integración no va más allá del límite que separa a México de su poderoso vecino del norte. Quienes sustentan este criterio seráfico olvidan, interesada amnesia, que una legión de piratas, mercaderes, banqueros, marines, tecnócratas, boinas verdes, embajadores y capitanes de empresa norteamericanos se han apoderado, a lo largo de una historia negra, de la vida y el destino de la mayoría de los pueblos del sur, y que actualmente también la industria de América Latina yace en el fondo del aparato digestivo del Imperio. «Nuestra» unión hace «su» fuerza, en la medida en que los países, al no romper previamente con los moldes del subdesarrollo y la dependencia, integran sus respectivas servidumbres.
En la documentación oficial de la ALALC se suele exaltar la funcion del capital prívado en el desarrollo de la integración. Ya hemos visto, en los capítulos anteriores, en qué manos está ese capital privado. A mediados de abril de 1969, por ejemplo, se reunió en Asunción la Comisión Consultiva de Asuntos Empresariales.
Entre otras cosas, reafirmó «la orientación de la economía latinoamericana, en el sentido de que la integración económica de la Zona ha de lograrse con base en el desarrollo de la empresa privada fundamentalmente». Y recomendó que los gobiernos establezcan una legislación común para la formación de «empresas multinacionales, constituidas predominantemente [sic] por capitales y empresarios de los países miembros». Todas las cerraduras se entregan al ladrón: en la Conferencia de Presidentes de Punta del Este, en abril de 1967, se llegó a propugnar, en la declaración fínal que el propio Lyndon Johnson cerró con sello de oro, la creación de un mercado común de las acciones, una especie de integración de las bolsas, para que desde cualquier lugar de América Latina se puedan comprar empresas radicadas en cualquier punto de la región. Y se llega más lejos en los documentos oficiales: hasta se recomienda lisa y llanamente la desnacionalización de las empresas públicas. En abril de 1969, se realizó en Montevideo la primera reunión sectorial de la industria de la carne en la ALALC: resolvió «solicitar a los gobiernos... que estudien las medidas adecuadas para lograr una progresiva transferencia de los frigoríficos estatales al sector privado».
Simultáneamente, el gobierno de Uruguay, uno de cuyos miembros había presidido la reunión, pisó a fondo el acelerador en su política de sabotaje contra el Frigorífico Nacional, de propiedad del Estado, en provecho de los frigoríficos privados extranjeros.
El desarme arancelario, que va liberando gradualmente la circulación de mercancías dentro del área de la ALALC, está destinado a reorganizar, en beneficio de las grandes corporaciones multinacionales, la distribución de los centros de producción y los mercados de América Latina. Reina la «economía de escala»: en la primera fase, cumplida en estos últimos años, se ha perfeccionado la extranjerización de las plataformas de lanzamiento -las ciudades industrializadas- que habrán de proyectarse sobre el mercado regional en su conjunto. Las empresas de Brasil más interesadas en la integración latinoamericana son, precisamente, las empresas extranjeras1, y sobre todo las más poderosas. Más de la mitad de las corporaciones multinacionales, en su mayoría norteamericanas, que contestaron una encuesta del Banco Interamericano de Desarrollo en toda América Latina, estaban planificando o se proponían planificar, en la segunda mitad de la década del 60, sus actividades para el mercado ampliado de la ALALC, creando o robusteciendo, a tales efectos, sus departamentos regionales2. En septiembre de 1969, Henry Ford II anunció, desde Río de Janeiro, que deseaba incorporarse al proceso económico de Brasil, «porque la situación está muy buena. Nuestra participación inicial consistió en la compra de la Willys Overland do Brasil», según declaró en conferencia de prensa, y afirmó que exportará vehículos brasileños para varios países de América Latina. Caterpillar, «una firma que ha tratado siempre al mun-do como a un solo mercado», dice Business International, no demoró en aprovechar las reducciones de tarifas tan pronto como se fueron negociando, y en 1965 ya suministraba niveladoras y repuestos de tractores, desde su planta de São Paulo, a varios países de América del Sur. Con la misma celeridad, Union Carbide irradiaba productos de electrotecnia sobre varios países latinoamericanos, desde su fábrica de México, haciendo uso de las exoneraciones de derechos aduaneros, impuestos y depósitos previos para los intercambios en el área de la ALALC3 Empobrecidos, incomunicados, descapitalizados y con gravísimos problemas de estructura dentro de cada frontera, los países latinoamericanos abaten progresivamente sus barreras económicas, financieras y fiscales para que los monopolios, que todavía estrangulan a cada país por separado, puedan ampliar sus movimientos y consolidar una nueva división del trabajo, en escala regional, mediante la especialización de sus actividades por países y por ramas, la fijación de dimensiones óptimas para sus empresas filiales, la reducción de los costos, la eliminación de los competidores ajenos al área y la estabilización de los mercados. Las filiales de las corporaciones multinacionales sólo pueden apuntar a la conquista del mercado latinoamericano, en determinados rubros y bajo determinadas condiciones que no afectan la política mundial trazada por sus casas matrices. Como hemos visto en otro capítulo, la división internacional del trabajo continúa funcionando, para América Latina, en los mismos términos de siempre. Sólo se admiten novedades dentro de la región. En la reunión de Punta del Este, los presidentes declararon que «la iniciativa privada extranjera podrá cumplir una función importante para asegurar el logro de los objetivos de la integración», y acordaron que el Banco Interamericano de Desarrollo aumentara «los montos disponibles para créditos de exportación en el comercio intralatinoamericano».
La revista Fortune evaluaba en 1967 las «seductoras oportunidades nuevas» que el mercado común latinoamericano abre a los negocios del norte: «En más de una sala de directorio, el mercado común se está convirtiendo en un serio elemento para los planes de futuro. Ford Motor do Brasil, que hace los Galaxies, piensa tejer una linda red con la Ford de Argentina, que hace los Falcons, y alcanzar economías de escala produciendo ambos automóviles para mayores mercados. Kodak, que ahora fabrica papel fotográfico en Brasil, gustaría producir películas exportables en México y cámaras y proyectores en Argentina»4.
Y citaba otros ejemplos de «racionalización de la producción» y extensión del área de operaciones de otras corporaciones, como I.T.T., General Electric, Remington Rand, Otis Elevator, Worthington, Firestone, Deere, Westinghouse y American Machine and Foundry. Hace nueve años, Raúl Prebisch, vigoroso abogado de la ALALC, escribía: «Otro argumento que escucho con frecuencia desde México hasta Buenos Aires, pasando por San Pablo y Santiago, es que el mercado común va a ofrecer a la industria extranjera oportunidades de expansión que hoy día no tiene en nuestros mercados limitados... Existe el temor de que las ventajas del mercado común se aprovechen principalmente por esa industria extranjera y no por las industrias nacionales... Compartí ese temor, y lo comparto, no por mera imaginación, sino porque he comprobado en la práctica la realidad de ese hecho...»5. Esta comprobación no le impidió suscribir, algún tiempo después, un documento en el que se afirma que «al capital extranjero corresponde, sin duda, un papel importante en el desarrollo de nuestras economías», a propósito de la integración en marcha, proponiendo la constitución de sociedades mixtas en las que «el empresario latinoamericano participe eficaz y equitativamente»6.
¿Equitativamente? Hay que salvaguardar, es cierto, la igualdad de oportunidades.
Bien decía Anatole France que la ley, en su majestuosa igualdad, prohibe tanto al rico como al pobre dormir bajo los puentes, mendigar en las calles y robar pan. Pero ocurre que en este planeta y en este tiempo una sola empresa, la General Motors, ocupa tantos trabajadores como todos los que forman la población activa de Uruguay, y gana en un solo año una cantidad de dinero cuatro veces mayor que el íntegro producto nacional bruto de Bolivia.
Las corporaciones conocen ya, por anteriores experiencias de integración, las ventajas de actuar como insiders en el desarrollo capitalista de otras comarcas. No en vano el total de las ventas de las filiales norteamericanas diseminadas por el mundo es seis veces mayor que el valor de las exportaciones de los Estados Unidos7. En América Latina, como en otras regiones, no rigen las incómodas leyes antitrusts de los Estados Unidos. Aquí los países se convierten, con plena impunidad, en seudónimos de las empresas extranjeras que los dominan. El primer acuerdo de complementación en la ALALC fue firmado, en agosto de 1962, por Argentina, Brasil, Chile y Uruguay; pero en realidad fue firmado entre la IBM, la IBM, la IBM y la IBM. El acuerdo eliminaba los derechos de importación para el comercio de maquinarias estadísticas y sus componentes entre los cuatro países, a la par que alzaba los gravámenes a la importación de esas maquinarias desde fuera del área: la IBM World Trade «sugirió a los gobiernos que si eliminaban los derechos para comerciar entre sí construiría plantas en Brasil y Argentina...»8. Al segundo acuerdo, firmado entre los mismos países, se agregó México: fueron la RCA y la Philips of Eindhoven quienes promovieron la exoneración para el intercambio de equipos destinados a radio y televisión. Y así sucesivamente. En la primavera de 1969, el noveno acuerdo consagró la división del mercado latinoamericano de equipos de generación, trasmisión y distribución de electricidad, entre la Union Carbide, la General Electric y la Siemens.
El Mercado Común Centroamericano, por su parte, esfuerzo de conjunción de las economías raquíticas y deformes de cinco países, no ha servido más que para derribar de un soplo a los débiles productores nacionales de telas, pinturas, medicinas, cosméticos o galletas, y para aumentar las ganancias y la órbita de negocios de la General Tire and Rubber Co., Procter and Gamble, Grace and Co., Colgate Palmolive, Sterling Products o National Biscuits9. La liberación de derechos aduaneros ha corrido también pareja, en Centroamérica, con la elevación de las barreras contra la competencia extranjera externa (por decirlo de alguna manera), de modo que las empresas extranjeras internas puedan vender más caro y con mayores beneficios: «Los subsidios recibidos a través de la protección tarifaria exceden el valor total agregado por el proceso doméstico de producción», concluye Roger Hansen10.
Las empresas extranjeras tienen, como nadie, sentido de las proporciones. Las proporciones propias y las ajenas. ¿Qué sentido tendría instalar en Uruguay, por ejemplo, o en Bolivia, Paraguay o Ecuador, con sus mercados minúsculos, una gran planta de automóviles, altos hornos siderúrgicos o una fábrica importante de productos químicos? Son otros los trampolines elegidos, en función de las dimensiones de los mercados internos y de las potencialidades de su crecimiento.
FUNSA, la fábrica uruguaya de neumáticos, depende en gran medida de la Firestone, pero son las filiales de la Firestone en Brasil y en Argentina las que se expanden con vistas a la integración. Se frena el ascenso de la empresa instalada en Uruguay, aplicando el mismo criterio que determina que la Olivetti, la empresa italiana invadida por la General Electric elabore sus máquinas de escribir en Brasil y sus máquinas de calcular en Argentina. «La asignación eficiente de recursos requiere un desarrollo desigual de las diferentes partes de un país o región», sostiene Rosenstein-Rodan11, y la integración latinoamericana tendrá también sus nordestes y sus polos de desarrollo. En el balance de los ocho años de vida del Tratado de Montevideo que dio origen a la ALALC, el delegado uruguayo denunció que «las diferencias en los grados de desarrollo económico [entre los diversos países] tienden a agudizarse», porque el mero incremento del comercio en un intercambio de concesiones recíprocas sólo puede aumentar la desigualdad preexistente entre los polos del privilegio y las áreas sumergidas. El embajador de Paraguay, por su parte, se quejó en términos parecidos: afirmó que los países débiles absurdamente subvencionan el desarrollo industrial de los países más avanzados de la Zona de Libre Comercio, absorbiendo sus altos costos internos a través de la desgravación arancelaria y dijo que dentro de la ALALC el deterioro de los términos de intercambio castiga a su país tan duramente como fuera de ella: «Por cada tonelada de productos importados de la Zona, el Paraguay paga con dos». La realidad, afirmó el representante de Ecuador, «está dada por once países en distintas grados de desarrollo, lo que se traduce en mayores o menores capacidades para aprovechar el área del comercio liberado y conduce a una polarización en beneficios y perjuicios...». El embajador de Colombia extrajo «una única conclusión: el programa de liberación beneficia en una desproporción protuberante a los tres países grandes»12. A medida que la integración progrese, los países pequeños irán renunciando a sus ingresos aduaneros -que en Paraguay financian casi la mitad del presupuesto nacional- a cambio de la dudosa ventaja de recibir, por ejemplo, desde São Paulo, Buenos Aires o México, automóviles fabricados por las mismas empresas que aún los venden desde Detroit, Wolfsburg o Milán a la mitad de precio13. Esta es la certidumbre que alienta por debajo de las fricciones que el proceso de integración provoca en medida creciente. La exitosa aparición del Pacto Andino, que congrega a las naciones del Pacífico, es uno de los resultados de la visible hegemonía de los tres grandes en el marco ampliado de la ALALC: los pequeños intentan unirse aparte.
Pero pese a todas las dificultades, por espinosas que parezcan, los mercados se extienden a medida que los satélites van incorporando nuevos satélites a su órbita de poder dependiente. Bajo la dictadura militar de Castelo Branco, Brasil firmó un acuerdo de garantías para las inversiones extranjeras, que descarga sobre el Estado los riesgos y las desventajas de cada negocio. Resultó muy significativo que el funcionario que había concertado el convenio defendiera sus humillantes condiciones ante el Congreso, afirmando que, «en un futuro cercano, Brasil estará invirtiendo capitales en Bolivia, Paraguay o Chile y entonces necesitará de acuerdos de este tipo»14. En el seno de los gobiernos que sucedieron al golpe de Estado de 1964, se ha afirmado, en efecto, una tendencia que atribuye a Brasil una función «subimperialista » sobre sus vecinos. Un elenco militar de muy importante gravitación postula a su país como el gran administrador de los intereses norteamericanos en la región, y llama a Brasil a ejercer, en el sur, una hegemonía semejante a la que, frente a los Estados Unidos, el propio Brasil padece. El general Golbery do Couto e Silva invoca, en este sentido, otro «Destino manifiesto»15: este ideólogo del «subimperialismo » escribía en 1952, refiriéndose a ese «Destino manifiesto»: «Tanto más, cuando él no roza, en el Caribe, con el de nuestros hermanos mayores del norte...». El general do Couto e Silva es el actual presidente de la Dow Chemical en Brasil. La deseada estructura del subdominio cuenta, por cierto, con abundantes antecedentes históricos, que van desde el aniquilamiento de Paraguay en nombre de la banca británica, a partir de la guerra de 1865, hasta el envío de tropas brasileñas a encabezar la operación solidaria con la invasión de los marines, en Santo Domingo, exactamente un siglo después.
En estos últimos años ha recrudecido en gran medida la competencia entre los gerentes de los grandes intereses imperialistas, instalados en los gobiernos de Brasil y de Argentina, en torno al agitado problema de la lideranza continental. Todo indica que Argentina no está en condiciones de resistir el poderoso desafío brasileño: Brasil tiene el doble de superficie y una población cuatro veces mayor, es casi tres veces más amplia su producción de acero, fabrica el doble de cemento y genera más del doble de energía; la tasa de renovación de su flota mercante es quince veces más alta. Ha registrado, además, un ritmo de crecimiento económico bastante más acelerado que el de Argentina, durante las dos últimas décadas. Hasta no hace mucho, Argentina producía más automóviles y camiones que Brasil. A los ritmos actuales, en 1975 la industria automotriz brasileña será tres veces mayor que la argentina. La flota marítima, que en 1966 era igual a la argentina, equivaldrá a la de toda América Latina reunida. El Brasil ofrece a la inversión extranjera la magnitud de su mercado potencial, sus fabulosas riquezas naturales, el gran valor estratégico de su territorio, que limita con todos los países sudamericanos menos Ecuador y Chile, y todas las condiciones para que las empresas norteamericanas radicadas en su suelo avancen con botas de siete leguas: Brasil dispone de brazos más baratos y más abundantes que su rival. No por casualidad, la tercera parte de los productos elaborados y semi-elaborados que se venden dentro de la ALALC proviene de Brasil. Este es el país llamado a constituir el eje de la liberación o de la servidumbre de toda América Latina. Quizá el senador norteamericano Fulbright no tuvo conciencia cabal del alcance de sus palabras cuando en 1965 atribuyó a Brasil, en declaraciones públicas, la misión de dirigir el mercado común de América Latina.
Simultáneamente, el gobierno de Uruguay, uno de cuyos miembros había presidido la reunión, pisó a fondo el acelerador en su política de sabotaje contra el Frigorífico Nacional, de propiedad del Estado, en provecho de los frigoríficos privados extranjeros.
El desarme arancelario, que va liberando gradualmente la circulación de mercancías dentro del área de la ALALC, está destinado a reorganizar, en beneficio de las grandes corporaciones multinacionales, la distribución de los centros de producción y los mercados de América Latina. Reina la «economía de escala»: en la primera fase, cumplida en estos últimos años, se ha perfeccionado la extranjerización de las plataformas de lanzamiento -las ciudades industrializadas- que habrán de proyectarse sobre el mercado regional en su conjunto. Las empresas de Brasil más interesadas en la integración latinoamericana son, precisamente, las empresas extranjeras1, y sobre todo las más poderosas. Más de la mitad de las corporaciones multinacionales, en su mayoría norteamericanas, que contestaron una encuesta del Banco Interamericano de Desarrollo en toda América Latina, estaban planificando o se proponían planificar, en la segunda mitad de la década del 60, sus actividades para el mercado ampliado de la ALALC, creando o robusteciendo, a tales efectos, sus departamentos regionales2. En septiembre de 1969, Henry Ford II anunció, desde Río de Janeiro, que deseaba incorporarse al proceso económico de Brasil, «porque la situación está muy buena. Nuestra participación inicial consistió en la compra de la Willys Overland do Brasil», según declaró en conferencia de prensa, y afirmó que exportará vehículos brasileños para varios países de América Latina. Caterpillar, «una firma que ha tratado siempre al mun-do como a un solo mercado», dice Business International, no demoró en aprovechar las reducciones de tarifas tan pronto como se fueron negociando, y en 1965 ya suministraba niveladoras y repuestos de tractores, desde su planta de São Paulo, a varios países de América del Sur. Con la misma celeridad, Union Carbide irradiaba productos de electrotecnia sobre varios países latinoamericanos, desde su fábrica de México, haciendo uso de las exoneraciones de derechos aduaneros, impuestos y depósitos previos para los intercambios en el área de la ALALC3 Empobrecidos, incomunicados, descapitalizados y con gravísimos problemas de estructura dentro de cada frontera, los países latinoamericanos abaten progresivamente sus barreras económicas, financieras y fiscales para que los monopolios, que todavía estrangulan a cada país por separado, puedan ampliar sus movimientos y consolidar una nueva división del trabajo, en escala regional, mediante la especialización de sus actividades por países y por ramas, la fijación de dimensiones óptimas para sus empresas filiales, la reducción de los costos, la eliminación de los competidores ajenos al área y la estabilización de los mercados. Las filiales de las corporaciones multinacionales sólo pueden apuntar a la conquista del mercado latinoamericano, en determinados rubros y bajo determinadas condiciones que no afectan la política mundial trazada por sus casas matrices. Como hemos visto en otro capítulo, la división internacional del trabajo continúa funcionando, para América Latina, en los mismos términos de siempre. Sólo se admiten novedades dentro de la región. En la reunión de Punta del Este, los presidentes declararon que «la iniciativa privada extranjera podrá cumplir una función importante para asegurar el logro de los objetivos de la integración», y acordaron que el Banco Interamericano de Desarrollo aumentara «los montos disponibles para créditos de exportación en el comercio intralatinoamericano».
La revista Fortune evaluaba en 1967 las «seductoras oportunidades nuevas» que el mercado común latinoamericano abre a los negocios del norte: «En más de una sala de directorio, el mercado común se está convirtiendo en un serio elemento para los planes de futuro. Ford Motor do Brasil, que hace los Galaxies, piensa tejer una linda red con la Ford de Argentina, que hace los Falcons, y alcanzar economías de escala produciendo ambos automóviles para mayores mercados. Kodak, que ahora fabrica papel fotográfico en Brasil, gustaría producir películas exportables en México y cámaras y proyectores en Argentina»4.
Y citaba otros ejemplos de «racionalización de la producción» y extensión del área de operaciones de otras corporaciones, como I.T.T., General Electric, Remington Rand, Otis Elevator, Worthington, Firestone, Deere, Westinghouse y American Machine and Foundry. Hace nueve años, Raúl Prebisch, vigoroso abogado de la ALALC, escribía: «Otro argumento que escucho con frecuencia desde México hasta Buenos Aires, pasando por San Pablo y Santiago, es que el mercado común va a ofrecer a la industria extranjera oportunidades de expansión que hoy día no tiene en nuestros mercados limitados... Existe el temor de que las ventajas del mercado común se aprovechen principalmente por esa industria extranjera y no por las industrias nacionales... Compartí ese temor, y lo comparto, no por mera imaginación, sino porque he comprobado en la práctica la realidad de ese hecho...»5. Esta comprobación no le impidió suscribir, algún tiempo después, un documento en el que se afirma que «al capital extranjero corresponde, sin duda, un papel importante en el desarrollo de nuestras economías», a propósito de la integración en marcha, proponiendo la constitución de sociedades mixtas en las que «el empresario latinoamericano participe eficaz y equitativamente»6.
¿Equitativamente? Hay que salvaguardar, es cierto, la igualdad de oportunidades.
Bien decía Anatole France que la ley, en su majestuosa igualdad, prohibe tanto al rico como al pobre dormir bajo los puentes, mendigar en las calles y robar pan. Pero ocurre que en este planeta y en este tiempo una sola empresa, la General Motors, ocupa tantos trabajadores como todos los que forman la población activa de Uruguay, y gana en un solo año una cantidad de dinero cuatro veces mayor que el íntegro producto nacional bruto de Bolivia.
Las corporaciones conocen ya, por anteriores experiencias de integración, las ventajas de actuar como insiders en el desarrollo capitalista de otras comarcas. No en vano el total de las ventas de las filiales norteamericanas diseminadas por el mundo es seis veces mayor que el valor de las exportaciones de los Estados Unidos7. En América Latina, como en otras regiones, no rigen las incómodas leyes antitrusts de los Estados Unidos. Aquí los países se convierten, con plena impunidad, en seudónimos de las empresas extranjeras que los dominan. El primer acuerdo de complementación en la ALALC fue firmado, en agosto de 1962, por Argentina, Brasil, Chile y Uruguay; pero en realidad fue firmado entre la IBM, la IBM, la IBM y la IBM. El acuerdo eliminaba los derechos de importación para el comercio de maquinarias estadísticas y sus componentes entre los cuatro países, a la par que alzaba los gravámenes a la importación de esas maquinarias desde fuera del área: la IBM World Trade «sugirió a los gobiernos que si eliminaban los derechos para comerciar entre sí construiría plantas en Brasil y Argentina...»8. Al segundo acuerdo, firmado entre los mismos países, se agregó México: fueron la RCA y la Philips of Eindhoven quienes promovieron la exoneración para el intercambio de equipos destinados a radio y televisión. Y así sucesivamente. En la primavera de 1969, el noveno acuerdo consagró la división del mercado latinoamericano de equipos de generación, trasmisión y distribución de electricidad, entre la Union Carbide, la General Electric y la Siemens.
El Mercado Común Centroamericano, por su parte, esfuerzo de conjunción de las economías raquíticas y deformes de cinco países, no ha servido más que para derribar de un soplo a los débiles productores nacionales de telas, pinturas, medicinas, cosméticos o galletas, y para aumentar las ganancias y la órbita de negocios de la General Tire and Rubber Co., Procter and Gamble, Grace and Co., Colgate Palmolive, Sterling Products o National Biscuits9. La liberación de derechos aduaneros ha corrido también pareja, en Centroamérica, con la elevación de las barreras contra la competencia extranjera externa (por decirlo de alguna manera), de modo que las empresas extranjeras internas puedan vender más caro y con mayores beneficios: «Los subsidios recibidos a través de la protección tarifaria exceden el valor total agregado por el proceso doméstico de producción», concluye Roger Hansen10.
Las empresas extranjeras tienen, como nadie, sentido de las proporciones. Las proporciones propias y las ajenas. ¿Qué sentido tendría instalar en Uruguay, por ejemplo, o en Bolivia, Paraguay o Ecuador, con sus mercados minúsculos, una gran planta de automóviles, altos hornos siderúrgicos o una fábrica importante de productos químicos? Son otros los trampolines elegidos, en función de las dimensiones de los mercados internos y de las potencialidades de su crecimiento.
FUNSA, la fábrica uruguaya de neumáticos, depende en gran medida de la Firestone, pero son las filiales de la Firestone en Brasil y en Argentina las que se expanden con vistas a la integración. Se frena el ascenso de la empresa instalada en Uruguay, aplicando el mismo criterio que determina que la Olivetti, la empresa italiana invadida por la General Electric elabore sus máquinas de escribir en Brasil y sus máquinas de calcular en Argentina. «La asignación eficiente de recursos requiere un desarrollo desigual de las diferentes partes de un país o región», sostiene Rosenstein-Rodan11, y la integración latinoamericana tendrá también sus nordestes y sus polos de desarrollo. En el balance de los ocho años de vida del Tratado de Montevideo que dio origen a la ALALC, el delegado uruguayo denunció que «las diferencias en los grados de desarrollo económico [entre los diversos países] tienden a agudizarse», porque el mero incremento del comercio en un intercambio de concesiones recíprocas sólo puede aumentar la desigualdad preexistente entre los polos del privilegio y las áreas sumergidas. El embajador de Paraguay, por su parte, se quejó en términos parecidos: afirmó que los países débiles absurdamente subvencionan el desarrollo industrial de los países más avanzados de la Zona de Libre Comercio, absorbiendo sus altos costos internos a través de la desgravación arancelaria y dijo que dentro de la ALALC el deterioro de los términos de intercambio castiga a su país tan duramente como fuera de ella: «Por cada tonelada de productos importados de la Zona, el Paraguay paga con dos». La realidad, afirmó el representante de Ecuador, «está dada por once países en distintas grados de desarrollo, lo que se traduce en mayores o menores capacidades para aprovechar el área del comercio liberado y conduce a una polarización en beneficios y perjuicios...». El embajador de Colombia extrajo «una única conclusión: el programa de liberación beneficia en una desproporción protuberante a los tres países grandes»12. A medida que la integración progrese, los países pequeños irán renunciando a sus ingresos aduaneros -que en Paraguay financian casi la mitad del presupuesto nacional- a cambio de la dudosa ventaja de recibir, por ejemplo, desde São Paulo, Buenos Aires o México, automóviles fabricados por las mismas empresas que aún los venden desde Detroit, Wolfsburg o Milán a la mitad de precio13. Esta es la certidumbre que alienta por debajo de las fricciones que el proceso de integración provoca en medida creciente. La exitosa aparición del Pacto Andino, que congrega a las naciones del Pacífico, es uno de los resultados de la visible hegemonía de los tres grandes en el marco ampliado de la ALALC: los pequeños intentan unirse aparte.
Pero pese a todas las dificultades, por espinosas que parezcan, los mercados se extienden a medida que los satélites van incorporando nuevos satélites a su órbita de poder dependiente. Bajo la dictadura militar de Castelo Branco, Brasil firmó un acuerdo de garantías para las inversiones extranjeras, que descarga sobre el Estado los riesgos y las desventajas de cada negocio. Resultó muy significativo que el funcionario que había concertado el convenio defendiera sus humillantes condiciones ante el Congreso, afirmando que, «en un futuro cercano, Brasil estará invirtiendo capitales en Bolivia, Paraguay o Chile y entonces necesitará de acuerdos de este tipo»14. En el seno de los gobiernos que sucedieron al golpe de Estado de 1964, se ha afirmado, en efecto, una tendencia que atribuye a Brasil una función «subimperialista » sobre sus vecinos. Un elenco militar de muy importante gravitación postula a su país como el gran administrador de los intereses norteamericanos en la región, y llama a Brasil a ejercer, en el sur, una hegemonía semejante a la que, frente a los Estados Unidos, el propio Brasil padece. El general Golbery do Couto e Silva invoca, en este sentido, otro «Destino manifiesto»15: este ideólogo del «subimperialismo » escribía en 1952, refiriéndose a ese «Destino manifiesto»: «Tanto más, cuando él no roza, en el Caribe, con el de nuestros hermanos mayores del norte...». El general do Couto e Silva es el actual presidente de la Dow Chemical en Brasil. La deseada estructura del subdominio cuenta, por cierto, con abundantes antecedentes históricos, que van desde el aniquilamiento de Paraguay en nombre de la banca británica, a partir de la guerra de 1865, hasta el envío de tropas brasileñas a encabezar la operación solidaria con la invasión de los marines, en Santo Domingo, exactamente un siglo después.
En estos últimos años ha recrudecido en gran medida la competencia entre los gerentes de los grandes intereses imperialistas, instalados en los gobiernos de Brasil y de Argentina, en torno al agitado problema de la lideranza continental. Todo indica que Argentina no está en condiciones de resistir el poderoso desafío brasileño: Brasil tiene el doble de superficie y una población cuatro veces mayor, es casi tres veces más amplia su producción de acero, fabrica el doble de cemento y genera más del doble de energía; la tasa de renovación de su flota mercante es quince veces más alta. Ha registrado, además, un ritmo de crecimiento económico bastante más acelerado que el de Argentina, durante las dos últimas décadas. Hasta no hace mucho, Argentina producía más automóviles y camiones que Brasil. A los ritmos actuales, en 1975 la industria automotriz brasileña será tres veces mayor que la argentina. La flota marítima, que en 1966 era igual a la argentina, equivaldrá a la de toda América Latina reunida. El Brasil ofrece a la inversión extranjera la magnitud de su mercado potencial, sus fabulosas riquezas naturales, el gran valor estratégico de su territorio, que limita con todos los países sudamericanos menos Ecuador y Chile, y todas las condiciones para que las empresas norteamericanas radicadas en su suelo avancen con botas de siete leguas: Brasil dispone de brazos más baratos y más abundantes que su rival. No por casualidad, la tercera parte de los productos elaborados y semi-elaborados que se venden dentro de la ALALC proviene de Brasil. Este es el país llamado a constituir el eje de la liberación o de la servidumbre de toda América Latina. Quizá el senador norteamericano Fulbright no tuvo conciencia cabal del alcance de sus palabras cuando en 1965 atribuyó a Brasil, en declaraciones públicas, la misión de dirigir el mercado común de América Latina.
1 Maurício Vinhas de Queiroz, op. cit.
2 Gustavo Lagos, en el volumen del BID, varios autores, Las inversiones multinacionales en el desarrollo y la integración de América Latina, Bogotá, 1968. El 64 por ciento de las empresas exportaba dentro de la región, haciendo uso de las concesiones de la ALALC, productos químicos y petroquímicos, fibras artificiales, materiales electrónicos, maquinaria industrial y agrícola, equipos de oficina, motores, instrumentos de medición, tubos de acero y otros productos.
3 Business Internacional, LAFTA, Key Amenca's 200 Million Consumers, reportaje de investigación, junio de 1966.
4 Fortune, A Latin American Common Market Makes Common Sense For U. S. Businessmen Too, junío de 1967.
5 Raúl Prebisch, Problemas de la integración económica, en Actualidades económicas financieras, Montevideo, enero de 1962.
6 Prebisch, Sanz de Santamaría, Mayobre y Herrera, Proposiciones para la creación del Mercado Común Latinoamericano, documento presentado al presidente Frei, 1966
7 Judd Polk (del U. S. Council of the International Chamber of Commerce) y C. P. Kindleberger (del Massachusetts Institute of Technology) brindan muy jugosos datos y opiniones sobre la norteamericanización de la economía capitalista mundial, en la publícación del Departamento de Estado, Tbe Multinational Corporation, Office of External Researeh, Washington, 1969.
8 Business International, op. cit.
9 E. Lizano F., El problema de las inversiones extranír. ras en Centro América, m la Revista de: Banco Central de Costa Rica, septiembre de 1966.
10 En Columbia Journal of World Business. Citado pur NACLA Newsktter, enero de 1970.
11 Paul N. Rosenstein-Rodan, Reflections on Regional Developmeat. Citado m Brn, varios autores, op. cit.
12 Sesiones extraordinarias del Comité Ejecutivo Permanente de la ALALC, julio y septiembre de 1969. Apreciaciones sobre el proceso de integración de la ALALC, Montevideo, 1969.La integración como un simple proceso de reducción de las barreras de comercio, advierte el director de la UNCTAD en Nueva York, mantendrá «los enclaves de alto desarrollo dentro de la depresión general del continente». Sídney Dell, en el volumen colectivo The Movement Toward Latín American Unity, editado por Ronald Hilton, Nueva York-Washington-Londres, 1969.
13 La industria automotriz es ciento por ciento extranjera en Brasil y Argentina, y mayoritariamente extranjera en México. ALALC, La industria automotriz en la ALALC, Montevideo, 1969.
14 Vívian Trías, Imperialismo y geopolítica en América Latina, Montevideo, 1967. Uruguay se comprometió, por ejemplo, a incrementar sus importaciones de maquinarias desde Brasil, a cambio de favores tales como el suministro de energía eléctrica brasileña a la zona norte del país. Actualmente, los departamentos uruguayos de Artigas y Rivera no pueden aumentar su consumo de energía sin permiso de Brasil
15 Golbery do Couto e Silva, Aspectos geopolíticos do Brasil, Río de Janeiro, 1952.
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