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viernes, 1 de junio de 2012

Freud pediatra y la castración histórica de Juanito

Acerca de un libro de Carlo Bonomi
Autoras/es: Mauro Vallejo
(Fecha original del artículo: Mayo 2012)

El pequeño Hans, en realidad Herbert Graf, era hijo de Max Graf, musicólogo y
 miembro del círculo de Freud en Viena. En la introducción del texto Análisis de 
la fobia de un niño de cinco años, Freud aclara que fue el padre del niño quien llevó a cabo 
el análisis y quien le remitió las notas con sus diálogos, sueños y fantasías. El Hans 
adulto, Herbert Graf, emigrará a Estados Unidos en 1936 donde desarrollará una importante 
carrera como productor operístico llegando a trabajar con Furtwängler o Maria Callas.
UNO. Aquel Libro negro del psicoanálisis que tanto dio que hablar, decía al menos una cosa que valía la pena leer: su primera oración: “Francia es, junto con la Argentina, el país más freudiano del mundo”. Si los autores hubiesen buscado la precisión –de haberlo hecho jamás hubiesen redactado esa obra–, podrían haber ubicado a la Argentina en el primer lugar. Sea como fuere, si ese enunciado tiene alguna importancia, ello se debe a que puede catalizar un interrogante sencillo: ¿por qué razón en un país tan freudiano brillan por su ausencia las lecturas de la obra del analista de Dora?
Me refiero solamente –por prurito– al terreno de la historia del movimiento psicoanalítico. Hay razones que pueden parecer obvias: nos es inaccesible el archivo (correspondencias inéditas, manuscritos, etc.). Empero, para escribir un buen relato del pasado, no siempre es necesario tener acceso a materiales inhallables. Hay dos hechos sintomáticos que nos allanan el camino hacia el enigma. Primero, el mundo psicoanalítico local conoce poco y mal lo que se produce en el área de la historia de su disciplina. Es difícil establecer responsables, pero es notorio que ya no circulan por estas latitudes traducciones de investigaciones serias. El mercado editorial se precipita a volcar a nuestra lengua los peores folletines (El libro negro, Onfray y un largo etcétera), al tiempo que en nuestro medio apenas se han discutido –es una exageración: en realidad jamás se leyeron– los trabajos imprescindibles acerca del pensamiento de Freud: pienso por caso en Sander Gilman, Laura Otis, Frank Sulloway –y luego me detendré en uno más reciente–. Segundo, la razón de fondo quizá resida en lo siguiente: la falta de desarrollo del psicoanálisis en la universidad. Se nos dirá: las universidades están repletas de psicoanálisis y de psicoanalistas. Eso es innegable, y por allí no pasa la solución. Mientras la circulación del psicoanálisis en las universidades responda exclusivamente a los intereses de las agrupaciones psicoanalíticas, el panorama es aciago. Los contados grupos académicos dedicados a la historia del psicoanálisis seguirán haciendo sus aportes. Cada tanto algún outsider demostrará que no todo está perdido –pienso en el joven historiador Omar Acha, cuyo texto Freud y el problema de la historia significó la única lectura original de la obra freudiana producida en el país en los últimos veinte años–. Pero en líneas generales, en el país más freudiano del mundo se sabrá acerca de la historia de ese discurso lo que se sabía cuando Jones redactó su biografía.

DOS. En esta ocasión nos detendremos en un libro escrito hace unos años por un psicoanalista italiano. El aprecio que habremos de mostrar por esa obra debe dejar bien claro que, en lo antedicho, no se trata de impugnar el modo en que los propios psicoanalistas pueden ensayar una lectura del pasado de su disciplina –y sumo aquí otra excepción atinente a nuestro medio: las páginas de Jorge Baños Orellana son hasta el momento las únicas que demuestran que el pensamiento lacaniano puede nutrir una original escritura del pasado; antes de ellas, lacanismo e historia, por estas tierras, tenían la misma relación que el elefante y el bazar–. El eje de la investigación de Carlo Bonomi se ubica en la relación que Freud mantuvo con la neurología infantil1. En marzo de 1886, luego de su estadía en Paris, Freud permanece cerca de cuatro semanas en Berlín, a los fines de estudiar con el pediatra alemán Adolf Baginsky. A su regreso a Viena, el futuro psicoanalista es nombrado responsable del ambulatorio dedicado a los problemas nerviosos delErstes öffentliches Kinder-Kranken-Institut in Wien (Primer Instituto público para niños enfermos en Viena), y conservará ese puesto por 10 años. Durante ese lapso de tiempo, Freud no solamente redactó un importante tratado de neurología infantil, además de pequeños escritos acerca de la materia, sino que también observó y atendió una gran cantidad de niños con trastornos nerviosos. Esos trabajos jamás fueron incluidos en las Obras Completas de Freud; en ese punto, seguimos siendo víctimas y herederos de las decisiones de su hija Anna. Ahora bien, Bonomi circunscribe, a través de una monografía ejemplar, las distintas consecuencias de una toma en consideración de ese olvidado pasado pediátrico de Freud. Primero, en su calidad de neurólogo encargado de las consultas acerca de todas las afecciones, este médico vienés tuvo que ocuparse incluso de la histeria infantil, en un período en que esa patología no solamente era muy estudiada en Alemania y Francia, sino que era estrechamente ligada a la sexualidad infantil. Importantes pediatras y neurólogos planteaban que aquella enfermedad era una consecuencia de la masturbación. Al momento en que Freud hace su breve estadía en Berlín, Baginsky era uno de los principales defensores de esa hipótesis. Más aún, era de aquellos que reconocía en el onanismo una consecuencia de “seducciones” por parte de los adultos2. Segundo, dada esa etiología, muchos médicos, a partir de 1850, optaban por soluciones quirúrgicas (ablación del clítoris, extirpación de los ovarios, circuncisión). El término “psicoanálisis” nace en el año (1896) en que ese tipo de tratamientos de la histeria conoce su máxima expansión3. Según la hipótesis de Bonomi, el contacto de Freud con esas prácticas cruentas fue estrictamente traumático. En tanto que trauma, generó sus consecuencias mnémicas. En primer lugar, en Freud. El fundador del psicoanálisis jamás hizo alusión a aquellas castraciones reales –salvo una vez, en 1932, en una de sus lecciones–; más aún, tergiversó a tal punto su experiencia con la clínica infantil, que en 1914 llegó a decir que antes del caso Juanito el psicoanálisis no conocía sobre la sexualidad infantil más que los relatos de pacientes adultos. ¡Esa frase venía de quien no solamente durante 10 años había dirigido un consultorio de neurología infantil, sino de quien antes del nacimiento de Juanito había realizado análisis de niños, en los cuales la sexualidad había aparecido con todas las letras! Las consecuencias mnémicas fueron también para los discípulos: ninguno de los historiadores y comentadores de la obra de Freud, que al unísono repitieron durante décadas que el caso Juanito marcó el ingreso de la infancia real a la disciplina freudiana, al parecer habían leído con los ojos abiertos los pasajes de Psicopatolgía de la vida cotidiana en que el autor menciona el modo en que había atendido niños mediante la técnica analítica.
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1. Bonomi, Carlo (2007) Sulla soglia della psicoanalisi. Freud e la follia infantile. Torino: Bollati Boringhieri.
2. Op. Cit., p. 91.
3. Op. Cit., p. 104.

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