Autoras/es: Nodo
(Fecha original del artículo: 2014)
PRIMER HECHO
¿POR QUE DECIMOS QUE EL TRABAJO COMO MERCANCÍA ES UN HECHO HISTÓRICO?
Todo (o casi todo) tiene precio: la comida, la vivienda, la ropa, el transporte, los medicamentos, ir al cine, ir a la cancha, ir al médico, ir a un recital, etc. El trato es sencillo: si pagás en dinero el precio de cualquiera de estas cosas, las podés disfrutar. De todas formas, la circunstancia de que las cosas tengan precios las convierte en algo más que simples cosas, las convierte en mercancías.
SEGUNDO HECHO
Pero no sólo las cosas tienen precio. Nosotrxs también. ¿Cómo? Si queremos comer, tener donde vivir, vestirnos, viajar, medicarnos cuando nos enfermamos, ver una película, etc., tenemos que tener dinero. Y para tener dinero, tenemos que ir a trabajar. Y nuestro trabajo tiene un precio: el salario. El trato es sencillo: nosotrxs trabajamos y a cambio nos dan un salario. Con ese salario, ahora sí, podemos comer, alquilar una casa, vestirnos, viajar, etc. Y ese intercambio del dinero de nuestro salario por diferentes cosas con precio lo hacemos todos los días, una y otra vez, a cada ratito. Es un hecho. Es decir, siendo aún más precisos: lo que tiene precio es nuestra capacidad de trabajar, que la vendemos simplemente con ir a trabajar a cambio de un sueldo. Ya trabajemos en un taller, en una escuela, en un hospital, en una empresa, en un banco, etc., lo hacemos a cambio de un salario. Por el momento, no nos queda otra (si es que queremos vivir)…
Es decir, son hechos tanto que las cosas como nosotrxs tenemos precio. Y, en este sentido, no somos diferentes de las cosas: una manzana tiene precio, una campera tiene precio y nuestra capacidad de trabajar, también. Y si las cosas cuando tienen precios son mercancías, nuestra capacidad de trabajar, también.
LA LEY DE GRAVEDAD NO TIENE PRECIO
Pero ambos hechos no son hechos naturales. Un hecho natural es, por ejemplo, cómo nos afecta la ley de gravedad: cualquier cuerpo si no es sostenido por otro cuerpo, irremediablemente, tiende a ir hacia abajo, hacia el suelo, desde un diminuto grano de arena hasta el inmenso techo de cualquier habitación. Lo que es natural en la manzana es su sabor, su propiedad de alimentarnos cuando tenemos hambre, no el hecho de tener un precio. Lo que es natural de una campera es su propiedad de resguardarnos del frío, no el hecho de tener precio. Lo que es natural de nuestra capacidad de hacer es producir los más diversos productos que nos rodean, no el hecho de que tenga precio.
Que todas las cosas y nuestra capacidad de trabajar tengan precio es un hecho, sí, pero un hecho histórico. O sea, no siempre fue así y no tiene por qué seguir siendo así. Pero el que las cosas y nuestra fuerza de trabajo tengan precio se nos aparece tan natural como la ley de gravedad porque hemos nacido, crecido y nos reproducimos como si así lo fuera. Y como si nunca pudiera dejar de serlo. Es un hecho histórico porque es una relación social, es decir, un manera específica de cómo nos vinculamos entre nosotrxs, los seres humanos.
Entonces, nos preguntamos ¿por qué las cosas tienen precio y son mercancías? ¿Por qué nuestra capacidad de trabajo tiene precio y es una mercancía? ¿Hay una conexión entre las respuestas a estas preguntas?
Que la fuerza de trabajo sea una mercancía es un hecho que no existió desde siempre, sino que existe bajo un modo de producción determinado. Pero ¿qué es un modo de producción? Un modo de producción se refiere a la forma en que los seres humanos nos relacionamos a la hora de producir los bienes necesarios para nuestra subsistencia. A estas relaciones entre seres humanos las llamamos relaciones de producción. Y –lamentamos dar una mala noticia- esas relaciones han sido (casi siempre) históricamente desiguales y antagónicas, en las cuales unxs (muchxs) trabajan subordinadxs a otrxs (pocxs) que son lxs que deciden qué, cómo y para qué producimos. Pero eso no quiere decir que no sean modificables y que siempre deban ser así. O sea, cuando hablamos de un modo determinado es porque hubo en la historia más de una forma de relacionarnos para producir estos bienes. Por ejemplo, el modo de producción capitalista difiere, en algunos aspectos clave, del modo de producción feudal [1].
En otros momentos de la historia de la humanidad, la violencia era el recurso fundamental para sostener la desigualdad. Alcanza con ver alguna película en donde haya esclavos o en donde algún noble decida disponer del cuerpo de alguna joven aldeana, contra su voluntad… Es decir, la subordinación era predominantemente política, al afirmarse a los cuatro vientos que no todas las personas eran iguales y que algunxs (reyes, nobles, curas, etc.) tenían más derechos que otrxs (esclavxs, campesinxs, etc.). Al contrario, en el capitalismo, se proclama que todxs somos iguales: todxs votamos y nuestros votos “valen” lo mismo; las leyes, al menos en apariencia, son las mismas para todxs. Y esta “igualdad”, por un lado, fue una conquista de las anteriores clases dominadas que vieron así ampliados sus derechos, pero, por otro, principalmente, fue una necesidad del capitalismo, que requirió que ya los campesinos no estuvieran atados a su tierra, como era en el feudalismo, y que la tierra ya no estuviera atada a un linaje. Es un tema complejo, pero lo que el capitalismo reclamaba era que todo se pueda comprar y vender, incluso las tierras y la fuerza de trabajo…
A diferencia de otros modos de producción, en donde la violencia directa era la principal manera de subordinar a las clases dominadas, en el capitalismo este recurso es una garantía de control social en última instancia. Esto hace que la subordinación se vuelva, por momentos, un tanto más menos evidente: nadie nos pone un revólver en la cabeza cada mañana para que vayamos a trabajar, nadie nos saca por la fuerza el producto de nuestro trabajo. Lo hacemos, en apariencia, libremente. Tan libremente como nos permite nuestro estómago. Y los estómagos de las personas a nuestro cargo… Pero, cuando llegamos a nuestro trabajo y cruzamos esa puerta, nos queda claro que nuestra libertad, o lo que tengamos de ella, quedó prácticamente por completo atrás… La que se pasea libremente por todos lados, ahora, es la necesidad de nuestra patronal (privada o estatal) de que hagamos lo que ella quiere en función de sus intereses. Intereses que, claro, no son fundamentalmente los nuestros… A nosotros sólo nos interesa, no tenemos otra opción, que nos paguen cada mes…
EL PRECIO DEL TRABAJO O LA OBLIGACIÓN DE TRABAJAR
Cuando nuestra capacidad de trabajar tiene precio y es una mercancía, nuestro trabajo es trabajo asalariado. Y como recién dijimos,no es un hecho natural, es un hecho histórico, es una relación social. También dijimos que significa que si queremos comer, vestirnos, etc., primero tenemos que ir a trabajar para que nos paguen un salario y con parte de éste, recién ahí, comprar la comida, la ropa, etc. El trabajo asalariado no es una elección libre, estamos obligadxs a hacerlo si queremos comer, vestirnos, etc. Y esta obligación es para todxs por igual: no hace distinción si trabajamos en un comercio, en una fábrica, en una escuela, en un profesorado, en una universidad, en una pequeña o gran empresa, en el sector privado o en el sector público.
Pero ¿qué es lo que nos obliga? ¿qué significa esa obligación? Significa que, por un lado, no tenemos los medios para producir las cosas que satisfacen nuestras necesidades básicas y, por otro, no decidimos qué, cómo y para qué se produce. Y así como no tenemos la tierra para producir manzanas tampoco trabajando de docente en una escuela decidimos qué, cómo y para qué producimos conocimiento. Pero no, no tenemos los medios para producir manzanas y en la escuela no decidimos (casi) nada. Por eso estamos obligados a vender por un salario nuestra capacidad de trabajar a aquellxs que sí tienen los medios de producción, quiénes sí deciden por y sobre nosotrxs qué, cómo y para qué hay que producir. O sea, ¡no sólo hay trabajadorxs asalariadxs en el mundo!
Dijimos que el trabajo asalariado en una relación social. Y una “relación” tiene, como un hilo, dos puntas. Y como si fuese un hilo que une dos elementos distantes, esta relación tiene, en una de sus puntas, al trabajo asalariado, y en la otra, a los propietarios privados de los medios para producir, los capitalistas. Este es otro modo de decir que si hay trabajadorxs asalariadxs es porque hay capitalistas. Y si hay capitalistas es porque hay trabajadorxs asalariadxs. No hay unxs sin otrxs. Y viceversa. En otras palabras, para que existan trabajadorxs asalariadxs en el mundo tienen que, también, existir capitalistas. Y en el mundo estamos así: la gran mayoría de los seres humanos obligados a vender nuestra capacidad de fuerza de trabajo por un salario, y una minoría de seres humanos que posee privadamente las máquinas, las computadoras, las materias primas, los transportes, la tierra, los edificios, el dinero, los bancos, etc.
Notamos entonces que en el modo de producción capitalista, como en los anteriores, hay subordinación entre las personas: algunxs tienen más poder que otrxs y, lxs que tienen más poder, no permiten que lxs que no lo tienen cuestionen este hecho. En el capitalismo siempre se puede despedir a lxs revoltosxs. O apelar, en última instancia, con la mediación del estado, al poder de las armas…
LA OBLIGACIÓN DE TRABAJAR NOS MUESTRA COMO DESIGUALES
El problema de la desigualdad en el capitalismo se vuelve espinoso, aparentemente contradictorio. Por un lado, a cada paso se nos dice que “somos todos iguales”. Y esto parece ser cierto: las leyes son las mismas para todxs. Pero decimos parece. Sabemos que un pobre y un rico no son iguales ante la ley… Sabemos que no cualquiera llega a ser candidato de un partido político en un puesto importante: en general, llegan los que tienen (mucha) plata. Por otro lado, a cada paso vemos desigualdad, los que tienen mucho y los que tenemos poco. ¿Cómo se explica esto?
La proclamada igualdad política tiene límites importantes, y estos límites tienen su origen en la desigualdad económica. En las relaciones sociales de producción notamos (y/o padecemos) esta desigualdad día a día en nuestros trabajos. La más palpable es la que advertimos cotidianamente en el desarrollo de nuestro trabajo. Todxs tenemos un jefe. “Bueno” o “malo”, pero jefe al fin. Y nuestro jefe, lo sabemos, es jerárquicamente superior. No somos iguales a él/ella dentro del ámbito laboral. Nuestra igualdad aparente con él/ella comienza, en el mejor de los casos, cuando salimos a la calle. Es cierto que nuestrx jefe no necesariamente es el dueño de la empresa, sólo que, al cumplir funciones vinculadas con los intereses de la patronal (controlar a lxs trabajadorxs a su cargo) necesita tener mayor poder y, al mismo tiempo, para justificar esta jerarquía política en el plano económico, mayor salario. Él o ella, como nosotrxs, nos vemos obligadxs a vender nuestra fuerza de trabajo, pero el capitalismo introduce divisiones aparentes aún entre los trabajadores, al establecernos desde afuera jerarquías que nos llevan a no reconocernos como iguales entre nosotrxs.
Estas desigualdades concretas, perceptibles y puntuales que percibimos a cada momento, expresan y tienen su origen en la desigualdad social general a la que aludíamos antes: el antagonismo entre el capital y el trabajo. El capital: los patrones, los dueños de las empresas y/o el estado, que funciona como patrón y que cuida los intereses de las otras patronales; en suma, todxs aquellos que no necesitan trabajar y viven del trabajo de otrxs sólo por ser los dueños de los medios de producción (todo aquello que necesitamos para producir: tierras, herramientas, máquinas, computadoras, edificios, patentes, etc., etc., etc.). El trabajo: nosotrxs, los que nos vemos obligados a vender nuestra fuerza laboral para obtener a cambio un salario.
En suma, en el capitalismo algunxs poseen los medios para producir y deciden sobre la producción… pero no trabajan, ¡para eso estamos lxs trabajadorxs asalariadxs! ¿De qué viven los capitalistas? Del trabajo ajeno, de la explotación del conjunto de lxs trabajadorxs.
Esta separación entre los que son dueños de los medios de producción y nosotrxs es la que nos obliga a trabajar ASÍ: asalariadamente, subordinadxs a otrxs, (casi) sin capacidad para decidir nada en el desarrollo de nuestro trabajos, que se hace según los intereses de otrxs, y en el cual muchas veces lo único que nos importa es cuánto falta para la fecha de cobro, que, en definitiva, nos guste más o menos lo que hacemos, es fundamentalmente, por ahora, por lo que trabajamos.
Continuará…
[1] Por un lado, en el modo de producción feudal, quien domina la producción es el señorío, aquí se establecían relaciones sociales subordinadas entre los señores y lxs siervos. Se naturalizaba una diferencia política entre ambas clases. En el ámbito económico, los señores feudales daban parte de sus tierras a los siervos para que la trabajen, pero un gran porcentaje de los bienes que de ella producían les eran expropiados. Esta expropiación se explica como resultado de una subordinación extra-económica, es decir, fundamentada en aquella diferencia política.
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