Autoras/es: Máximo Gorki
Campaña de Alfabetización. Revolución Cubana |
Nílovna volvió a casa contenta.
- Allí se lamenta la gente de que no sabe leer -dijo a Andréi-. Y yo, ya ve, cuando era joven sabía, pero se me ha olvidado ...
- ¡Aprenda usted! -le propuso el jojol.
- ¿A mis años? Para que la gente se ría ...
Pero Andréi tomó un libro del estante y preguntó, señalando una letra del título con la punta del cuchillo:
- ¿Qué letra es ésta?
- La r -contestó ella riendo.
- ¿Y ésta?
- La a ...
Se sentía un poco confusa y humillada. Parecíale que los ojos de Andréi se reían con disimulo, y ella rehuía sus miradas. Mas la voz del jojol era dulce y tranquila; su expresión, seria.
- Pero, ¿será posible, Andriusha, que, en realidad, se proponga usted enseñarme? -preguntó, riéndose involuntariamente.
- ¿Por qué no? -replicó él-. Si sabía usted leer, le será fácil recordar. Que tenemos milagro, ¡bien está!; que no lo tenemos, ¡nada se perderá!
Al día siguiente, cuando Nílovna llegó con su carga a la puerta de la fábrica, los vigilantes la detuvieron con rudeza, y después de ordenarle que dejase las ollas en tierra, lo registraron todo de modo minucioso.
- ¡Se va a enfriar la sopa! -observó con tranquilidad, mientras le palpaban groseramente el vestido.
- ¡Calla! -replicó sombrío un vigilante.
El otro, empujándola ligeramente en el hombro, afirmó convencido:
- ¡Te digo que las echan por encima de la valla!
El primero que se acercó a ella fue el viejo Sisov, y, mirando en derredor, le preguntó en voz baja:
- ¿Ha oído, madre?
- ¿Qué?
- ¡Las proclamas! ¡Han vuelto a aparecer! Las han esparcido por todas partes, como la sal en el pan. ¡De poco les han servido las detenciones y los registros! A Masin, mi sobrino, le han metido en la cárcel. Bueno, ¿y qué? También se llevaron a tu hijo, ¡por tanto, ahora está claro que no eran ellos!
Agarróse la barba con la mano, miró a la madre y, al marcharse, le dijo:
- ¿Por qué no vienes por mi casa? Debe ser aburrida la soledad ...
Le dio ella las gracias y, en tanto pregonaba su mercancía, se puso a observar atentamente la extraordinaria efervescencia que reinaba en la fábrica. Todos los obreros estaban excitados, se reunían en grupos, se separaban, iban de una sección a otra. En el aire, lleno de hollín, percibíase un soplo de audacia y valentía. En diversos sitios resonaban, intermitentes, gritos de aprobación, exclamaciones burlonas. Los obreros de más edad sonreían con cautela. Los jefes iban y venían preocupados, los policías corrían de un lado para otro, y, al advertir su presencia, los obreros se disolvían lentamente, o, quedándose donde estaban, cortaban la conversación, mirando en silencio a los rostros irritados y furiosos.
Los rostros de los obreros parecían resplandecer. Se divisó por un instante la alta figura del mayor de los Gúsev; su hermano se balanceaba al andar como un pato, riendo a carcajadas.
Junto a la madre pasaron sin apresurarse el maestro del taller de carpintería, llamado Vavílov, y el listero Isái. Éste, pequeño y endeble, estirando el cuello y alzada la cabeza, miraba el rostro impasible y mofletudo del carpintero y le decía deprisa, con un temblor en la barbita:
- Mire, Iván Ivánovich, se ríen; para ellos es agradable esto, aunque se trate de un asunto que, como dijo el señor director, se refiere a la destrucción del Estado. Aquí, Iván Ivánovich, lo que hace falta es arar, y no escardar.
Vavílov pasó con las manos a la espalda, apretados con fuerza los dedos.
- Tú, hijo de perra, imprime allá lo que quieras -dijo en voz alta, pero no te atrevas a hablar de mí!
Vasili Gúsev se acercó a Vlásova diciendo:
- Voy a comer otra vez de lo que tú vendes. ¡Es muy. sabroso!
Y bajando la voz, agregó, guiñándole el ojo:
- Ha puesto el dedo en la llaga ... ¡Bien, madrecita, muy bien!
La madre asintió meneando cariñosamente la cabeza. Le agradaba que aquel mozo, el mayor granuja del arrabal, hablara con ella en secreto, tratándola de usted; le agradaba, en general, la agitación de la fábrica, y se decía para sus adentros:
Pero, si no hubiera sido por mí ...
Cerca de ella se pararon tres cargadores, y uno de ellos, sin alzar la voz, dijo con pena:
- No he encontrado en ninguna parte ...
- ¡Habría que oírlas! Yo no sé leer, pero veo que les han hecho el efecto de un puñetazo en la barriga -observó otro.
El tercero miró en tomo, y propuso:
- Vamos a las calderas ...
- ¡Surten efecto! -cuchicheó Gúsev, guiñando el ojo.
Nílovna volvió a casa contenta.
- Allí se lamenta la gente de que no sabe leer -dijo a Andréi-. Y yo, ya ve, cuando era joven sabía, pero se me ha olvidado ...
- ¡Aprenda usted! -le propuso el jojol.
- ¿A mis años? Para que la gente se ría ...
Pero Andréi tomó un libro del estante y preguntó, señalando una letra del título con la punta del cuchillo:
- ¿Qué letra es ésta?
- La r -contestó ella riendo.
- ¿Y ésta?
- La a ...
Se sentía un poco confusa y humillada. Parecíale que los ojos de Andréi se reían con disimulo, y ella rehuía sus miradas. Mas la voz del jojol era dulce y tranquila; su expresión, seria.
- Pero, ¿será posible, Andriusha, que, en realidad, se proponga usted enseñarme? -preguntó, riéndose involuntariamente.
- ¿Por qué no? -replicó él-. Si sabía usted leer, le será fácil recordar. Que tenemos milagro, ¡bien está!; que no lo tenemos, ¡nada se perderá!
- En cambio, también se dice que no se vuelve uno santo de contemplar las imágenes -contestó la madre.
- ¡Ah! -exclamó el jojol, moviendo la cabeza. Refranes hay muchos. El que dice: Cuanto menos se sabe, mejor se duerme, ¿no es también verdadero? El estómago piensa con refranes; con ellos pone bridas al alma, para manejarla mejor. ¿Y ésta, qué letra es?
- La l -respondió la madre.
- ¡Bien! ¡Mírelas qué separadas están! ¿Y esta otra?
Concentrando la mirada, frunciendo penosamente las cejas, iba recordando con dificultad las letras olvidadas, y, sin darse cuenta, entregada por entero a sus esfuerzos, se olvidó de todo lo demás. Pero en seguida se le cansaron los ojos. Al principio aparecieron en ellos lágrimas de cansancio; después, fluyeron abundantes lágrimas de pesar.
- ¡Estoy aprendiendo a leer! -exclamó sollozando-. A mis cuarenta años, empiezo a aprender ...
- ¡No hay que llorar! -dijo el jojol en voz baja, con cariño-. Usted no podía vivir de otro modo, y sin embargo, ¡comprende que vivía mal! Miles de personas pueden vivir mejor que usted, pero viven como las bestias, ¡Y aún se vanaglorian de que viven bien! ¿Y qué hay de bueno en que hoy el hombre trabaje y coma, y mañana vuelva a trabajar y a comer, y así durante todos los años de su vida? Entre tanto, engendra hijos; primero, le distraen; luego, cuando los chicos se ponen también a comer mucho, se enfada, los injuria y les dice: Daos prisa en crecer, tragones, ¡ya es hora de que empecéis a trabajar! Le gustaría convertir a sus hijos en animales domésticos, pero éstos empiezan a trabajar para su propia barriga, ¡y de nuevo tiran de la vida con la misma desgana con que el ladrón tira del estropajo! Sólo son verdaderas personas quienes arrancan al hombre las cadenas que sujetan su razón. Usted ahora, en la medida de sus fuerzas, ha iniciado esta empresa.
- Pero, ¿qué soy yo? -exclamó ella-. ¿Cómo voy yo a poder?
- ¿Y por qué no? Esto es como la lluvia menuda. Cada gotita da de beber a un grano de trigo. Yen cuanto empiece a leer ...
Se echó a reír, se levantó y empezó a andar por la habitación.
- Sí, ¡usted estudie...! Vendrá Pável, y usted ... ¿eh?
- ¡Ay, Andriusha! -replicó la madre-. Todo es fácil cuando se es joven, pero cuando pasan los años, se tiene mucha amargura, poca fuerza y ninguna cabeza ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario