Autoras/es: Osvaldo Bayer
(Fecha original del artículo: Octubre 2010)
Pilagás. Un modelo de lo que dejó la llamada colonización para los pueblos originarios. Cuando quisieron defender lo suyo de los invasores, la solución occidental y cristiana: balazos, muerte, persecución. El bosque, la selva como último recurso, como último refugio. Pero el presente y el futuro les anuncia: hasta allí los van a perseguir, hasta de allí los van a expulsar con la palabra progreso. Irán a engrosar, como otros originarios, las villas miseria de las grandes ciudades del progreso.
Todavía quedan entre ellos algunos ancianos que recuerdan la matanza sufrida en 1947 a manos de la Gendarmería Nacional. Rincón Bomba. En Formosa. A tiro limpio, los salvajes, los bárbaros, expresión de Julio Argentino Roca que quedó para siempre.Es que había que dejar libres las tierras para los inversores. Ahí está el futuro: las inversiones, no el cuidado de la naturaleza. Después de los tiros asesinos de la Gendarmería Nacional en 1947, llegó el progreso a manos llenas. Llenas para quienes obtuvieron las ganancias.
La crueldad como principio. Total, son salvajes. Esos “salvajes” recordaron con lágrimas, hace pocos días, la masacre, el asesinato impune de niños, mujeres, hombres por portación de rostro. “Que la verdad llegue a la luz”, dijo con voz humilde Bartolo Fernández, el presidente de la Federación del Pueblo Pilagá, en el acto recordatorio del brutal crimen masivo, en Las Lomitas. La selva quedó sembrada de cadáveres, más de cuatrocientos. Nunca nadie pidió disculpas por un crimen de extrema crueldad. El juez de la Corte Suprema de la Nación, Eugenio Zaffaroni, con su valentía de siempre y su búsqueda de la verdad, lo dijo claramente: “Si alguien pretende eliminar un pueblo, una cultura, comete genocidio. Lo que hicieron los nazis con los judíos, se ajusta a la definición de un genocidio. Lo que hicieron los turcos con los armenios, también. Y lo que hizo el Estado argentino con los pueblos originarios, otro tanto, fue un genocidio” (Reportaje contenido en el libro Argentina Originaria: Genocidios, Saqueos y Resistencias, de Darío Aranda, que acaba de publicarse).
Amnesty International ha comenzado el estudio de la situación de los pilagás sobrevivientes a la masacre de 1947. Acaba de publicar su investigación acerca de lo ocurrido en 1997 –medio siglo después de la masacre de Rincón Bomba– en el asentamiento pilagá de El Descanso, en Formosa, de donde se los trató de expulsar con otros métodos, ya no el de las balas. Ese año la vida cambió para esos hijos de la tierra porque se construyó un canal –como obra pública– destinado a derivar las aguas del bañado cercano como parte de una serie de canales que se extienden a localidades y campos próximos. Fueron construidos en las tierras de la comunidad pilagá y en las zonas adyacentes. Para lo cual ni se informó a la comunidad ni se pidió su opinión sobre tal proyecto. Se hizo y ya está. Esto les trajo grandes problemas, perdieron en su mayoría la fuente de trabajo y de la propia alimentación, y su cementerio, escuela y viviendas se encuentran bajo las aguas.
En el acto pilagá del aniversario de la masacre, la cineasta Valeria Mapelman mostró su film Octubre Pilagá, relatos sobre el silencio, una denuncia clara, directa, con testimonios de los sucesos de la época y las consecuencias que tuvo para ese pueblo la masacre llevada a cabo con una brutalidad sin precedentes. Es decir, como siempre, en la historia terminan por salir a la luz los hechos degradantes que se trató de ocultar.
Es hora pues de que la Gendarmería Nacional haga un estudio histórico sobre tal cobarde ataque, que traiga los nombres y los responsables de quiénes fueron los autores y los que dieron tales órdenes y finalmente pida disculpas públicas a las víctimas. También, que se conozca el nombre de los políticos responsables. Si esto no se hace avanzaremos muy poco en busca de una verdadera democracia.
Lo dice el juez de la Corte Suprema, Eugenio Zaffaroni, en el reportaje citado: “Tratar a los puebles originarios como si no existieran, hacer de cuenta que son invisibles, constituye una de las formas de la discriminación. En la medida que se niega su existencia, los indígenas reclaman derechos que no les dan y no se los dan porque aquí el sentido de la invisibilidad es no existen. Ese gesto niega a los pueblos indígenas la propia existencia, ya no sólo los derechos, sino mucho más, una negativa más radical. Cuando se dice: ‘En la Argentina no tenemos el problema indígena’, se habla como si los indígenas resultaran un problema. Cuando se dice: ‘En la Argentina no hay indígenas’, se niega la existencia misma de todo un pueblo”.
Una frase que lo dice todo. Negar, mirar siempre hacia adelante, como recomiendan ciertos políticos cuyo pasado los acusa de haber sido aduladores de cuanta dictadura se instaló en este país, traicionado tantas veces después de aquel sublime grito de Mayo de 1810.
Pero no nos quedemos en lo de ayer. Veamos nuestro hoy. Lo que acaba de ocurrir con la muerte del joven Mariano Ferreyra es otro episodio que nos debe llenar de vergüenza a los argentinos. Que después de la terrible experiencia de los crímenes cometidos por la última dictadura militar se sigan repitiendo hechos así de matonismo no tiene explicación. El cobarde asesinato tiene profundas raíces de un sindicalismo corrompido que sigue permaneciendo vivo pese a todas las enseñanzas de la historia.
Ya nos había dado una lección bien didáctica el mejor de todos, Rodolfo Walsh, con su Quién mató a Rosendo. Si viviera ya estaría afilando el lápiz para anotar en un papel doblado –como lo hacía él– nombres y otros datos. A él no se le escapaba nada. Pero vemos que los responsables no han aprendido nada de las experiencias. Para terminar con las “mafias” sindicales no hay nada mejor que establecer por ley que ningún directivo sindical puede ejercer su mandato por más de cuatro años. Y luego volver a su trabajo, para no perder contacto con el clima que tiene que conocer desde la base. Lo sé por experiencia propia. Fui secretario del Sindicato de Prensa desde 1959 a 1963 y ese mismo año renuncié y volví a las redacciones. Porque no es honesto dirigir un gremio sin haber tenido periódicamente el contacto con la base, el contacto diario. Además se ayuda así a que muchos otros vivan esa experiencia y no da lugar al personalismo de los que con el tiempo se van creyendo imprescindibles. El regreso del dirigente a la base significa además una ayuda a esa base por la experiencia que trae ese ex dirigente. El reemplazo de los dirigentes tendrá que convertirse en una costumbre que habla de la dignidad y de la vocación por servir desde la base a los trabajadores.
Porque de otra manera se comienzan a formar las mafias en torno del dirigente eterno para permanecer siempre en el poder. Con las mafias llegan los grupos armados Lo que acaba de ocurrir con el joven Ferreyra es justo eso, el miedo de los mafiosos a que se ponga en duda una política con los ferrocarriles que viene del tiempo nefasto de Carlos Menem.
Ojalá que el nombre de este joven asesinado en forma tan cobarde nos sirva de guía para iniciar una reforma fundamental de la organización sindical argentina. Volver a los orígenes de nuestro movimiento obrero, aquel heroísmo de haber fundado, a pesar de la dureza de los gobernantes de esa época, las primeras sociedades de oficios varios, como se llamaron al principio. Y como decíamos, la única que podía tomar resoluciones era la asamblea, no había dirigentes, sólo un secretario de actas para dejar sentadas las resoluciones. Si bien las épocas han cambiado, no permitir jamás que el cargo sindical se constituya en una profesión, donde el dirigente sindical es el mandamás por excelencia acompañado por un coro armado que lo aplaude. Que el nombre de Ferreyra sirva para eso, para iniciar un período de regreso a las bases, del dominio democrático de la asamblea y, como decíamos, esto es fundamental, la limitación del mandato de todos los que posean cargos sindicales. ¡Volver a las bases! Tiene que ser el lema de todas las fuerzas democráticas que respaldan las luchas por los derechos legítimos de los trabajadores.
La masacre de los pilagás, la muerte del joven Ferreyra. Dos ejemplos para aprender a forjar un camino hacia una verdadera democracia.
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