Autoras/es: Marina Naredo
¿No es de sentido común, y también de justicia, ese lema de las
feministas que dicen que si nosotros, los machos, quedáramos
embarazados, el aborto sería libre? ¿Por qué no se legaliza el derecho
al aborto? ¿Será porque entonces dejaría de ser el privilegio de las
mujeres que pueden pagarlo y de los médicos que pueden cobrarlo?
Eduardo Galeano
“Si lo despenalizan, las negras villeras se van a hacer un aborto todos los meses”. Es común escuchar este tipo de frases, comentarios y opiniones, provenientes de sectores medios y altos, que denotan una diferencia entre lo que significaría realizar una práctica abortiva dentro de ese sector y lo que representa para ellos que esa misma práctica se realice por mujeres de sectores más desfavorecidos.
Eduardo Galeano
“Si lo despenalizan, las negras villeras se van a hacer un aborto todos los meses”. Es común escuchar este tipo de frases, comentarios y opiniones, provenientes de sectores medios y altos, que denotan una diferencia entre lo que significaría realizar una práctica abortiva dentro de ese sector y lo que representa para ellos que esa misma práctica se realice por mujeres de sectores más desfavorecidos.
Este tipo de comentarios, hechos generalmente desde la ignorancia
sobre el tema y el odio de clase, generaron en mí un interés particular
sobre el tema de la salud sexual y reproductiva, desde una perspectiva
de género. Dentro de esta temática, que en principio se presenta como
compleja, voy a privilegiar como objeto de trabajo a la práctica
abortiva en sectores populares. Por otra parte, trataremos de
entender por qué las mujeres de sectores populares, al encontrarse
doblemente vulneradas en sus derechos (fragilizadas en el plano
subjetivo y en el plano corporal), conforman lo que se denomina problema
en salud.
Por qué las mujeres en situación de pobreza configuran una población en riesgo
“Desde una perspectiva de equidad, nos percatamos que los problemas femeninos están basados en su mayoría en cuestiones relativas al empoderamiento y carencia de recursos” (Tajer D. 2004, 3). Por este motivo, pensamos que en el caso de las prácticas abortivas clandestinas, la diferencia entre los géneros opera como factor de inequidad en el proceso salud-enfermedad-atención. Sin embargo, aun dentro del grupo femenino, dichas inequidades cobran mayor relevancia dependiendo al sector social al que se pertenezca. Es decir, dentro de una identidad de género, encontramos diferencias en las estrategias biopolíticas por clase social. “Los perfiles de salud-enfermedad-atención expresan las diferencias, desigualdades y discriminaciones en el reparto de los riesgos y recursos protectores. El problema de la mortalidad materna es expresión del lugar de estas mujeres (mujeres en situación de pobreza) en el reparto material y simbólico del bienestar, la pobreza y la alienación” (Pérez Chávez, K 2006, 2).
Como es sabido, en la Argentina el aborto es una práctica ilegal, salvo algunas excepciones[1]. Esto lleva a que dicha práctica se realice en condiciones de clandestinidad. Dentro de este marco general, dependiendo del sector económico al que se pertenezca, estas condiciones varían, desde la realización en un consultorio médico clandestino en condiciones de salubridad o, muy por el contrario, la práctica con elementos caseros (yuyos, agujas de tejer) sin ningún tipo de asepsia. La realización de abortos en pésimas condiciones de salubridad conlleva una alta cifra de mortalidad. “Aunque se carezca de datos fiables, es por demás llamativo que el aborto sea la primera causa de mortalidad materna” (Pérez Chávez, K 2006, 9).
Por ejemplo, entre las menores de 20 años, la mortalidad materna aumentó un 385 por ciento (entre el 2002 y el 2003), según los últimos datos oficiales publicados en el libro Objetivos, metas y estrategias sanitarias 2007-2016, del Ministerio de Salud de la Provincia de Tucumán[2]. En América Latina se calcula que el número anual de abortos llega a cuatro millones y que cada 100 mil abortos, 119 terminan en la muerte de la mujer. Por el contrario, en los países en los que el aborto es legal, esta cifra es de entre 0,2 y 1,2 por cada 100 mil abortos (de acuerdo al Instituto Alan Guttmacher, organización estadounidense sin fines de lucro orientada en investigación sobre salud sexual y reproductiva). En el año 2009, la Organización Mundial de la Salud (OMS) calculaba en 6 mil el número de muertes en la región por abortos sépticos, o sea, abortos clandestinos mal practicados.[3]
Estas cifras nos llevan a pensar que las mujeres de los sectores populares que no cuentan con los medios para costear un aborto clandestino aséptico deben elegir entre continuar el embarazo, aun sin quererlo, o poner en riesgo sus vidas. Muchas de ellas, después de realizarse un aborto en malas condiciones, sufren de hemorragias, infecciones, lesiones traumáticas y reacciones tóxicas a productos ingeridos o aplicados. Además, por extensión, se suele producir la enfermedad inflamatoria pélvica y peritonitis. Sin embargo, no concurren al hospital o centro de salud por miedo a ser denunciadas. En relación a esto, sería importante rescatar que desde la implementación del Protocolo de Atención Post Aborto del Ministerio de Salud de la Nación, los médicos fueron capacitados y asesorados jurídicamente sobre el secreto profesional. A partir de esto no es necesario que denuncien a una paciente. Por este motivo resulta necesario que las mujeres vayan al hospital y que sean bien atendidas[4].
Por último, en relación al tema legal que enmarca a esta problemática, el Dr. Eugenio Zaffaroni opina lo siguiente: “Quiere decir que la punición no funciona, que el problema del aborto no se soluciona con el Código Penal. Frente a la estimación de que el aborto alcanza más o menos al 20 por ciento de los nacimientos, evidentemente es necesario tutelar la vida desde la concepción, pero tutelarla en serio, no tener un pedacito de papel que para lo único que sirve es para que no haya más escándalo porque la clase media puede abortar en condiciones de sanidad y las clases más carenciadas abortan con técnicas terroríficas que terminan en asesinatos”[5].
Cuando la autonomía se encuentra vulnerada
Los diferentes modos de significar a una mujer que se encuentra en situación de embarazo no deseado (de acuerdo a su condición social) colaboran en establecer, legitimar y/o propiciar algunos de los argumentos desde los cuales se vulnerabiliza en la autonomía de decidir. “Si cuando hablamos de aborto nos referimos a la necesidad de garantizar la posibilidad de elección, tendremos que considerar, en qué medida las mujeres de nuestra sociedad construyen o no su propia posibilidad de autonomía” (Fernández A.M., Tajer D., 36) En primera instancia, no podríamos hablar de autonomía si decidir interrumpir un embarazo, en los sectores vulnerables, arrastraría el temor a la pérdida de la vida propia.
Por otra parte, elegir cómo, cuándo y con quién tener un hijo, implica una educación para decidir, tener acceso a anticonceptivos para no abortar y, por último, aborto dentro de un marco legal para evitar las muertes por abortos clandestinos.[6] “La autonomía implica la capacidad de instituir proyectos propios y la producción de acciones deliberadas para lograrlos, es decir subjetivarse como sujetos de ciudadanía” (Fernández, A. M. 2004, 9).
Por otro lado, otro de los factores que actúa en detrimento de la autonomía, cuando la vida se desarrolla en la carencia, es lo que se conoce como lógica del instante (Fernández, A. M. 2004, 10), que impide estructurar una lógica de la anticipación, es decir poder planificar, decidir o sostener acciones en el mediano y corto plazo. En este sentido, si hablamos de autonomía psíquica, es imposible dejar de lado uno de los mitos fundadores de la subjetividad sexuada como femenina, nos referimos al mito Mujer=Madre[7]. Así como también la idea naturalizada del supuesto instinto maternal. Es decir que, a la hora de tomar en cuenta el grado de autonomía psíquica que puede tener una mujer, hay que visualizar primero cómo estos mitos instituyen modos de pensarse y de actuar como mujer (siempre desde una óptica masculina y patriarcal).
El daño ocasionado por el control, la tutela, la sujeción y la culpabilización de las mujeres, está agravado en cada nuevo tiempo por las desigualdades que afectan en todos los aspectos la vida humana. Entonces, podríamos pensar que “…mientras que en los sectores mas favorecidos los dispositivos del poder actúan sobre las subjetividades, en el caso de las mujeres pobres, actúan sobre las subjetividades y el cuerpo” (Fernández A. M., Tajer D, 37).
En este sentido, el marco de ilegalidad en que se desarrolla una práctica abortiva es un mecanismo fragilizador que opera produciendo miedos, reproches y culpas, en todas las clases sociales. Pero en los sectores populares esta situación se agudiza aún más, ya que al malestar emocional que produce la interrupción de un embarazo (no la práctica en sí, sino la significación moral que recae sobre la misma) se le agrega el miedo a morir y el desamparo social, en términos de acceso a una práctica segura.
Sí a la vida… a la vida en igualdad y libertad de elegir
Como es sabido, ante una situación de embarazo no buscado en una mujer de bajos recursos, encontramos significaciones y representaciones sociales diferentes a las relacionadas con esta misma situación en una mujer de clase media o alta.
No es posible establecer la cantidad exacta de abortos que se realizan en la Argentina, debido a su condición de ilegalidad, pero es sabido que es una práctica que sucede a menudo en todos los estratos sociales[8]. Sin embargo, algunos sectores de clase media y alta, amparados en el discurso religioso[9] y moralista, desestiman la posibilidad de una legalización del aborto y hasta participan activamente en contra de esta práctica, embanderados bajo el lema “sí a la vida”. Pero resulta curioso que desde la sociedad (y el Estado, a través de sus instituciones) se culpabilice a las mujeres de clase baja “…por parir muchos hijos, por no cuidar, alimentar y proteger, por no cuidarse de las enfermedades de transmisión sexual, por dar en adopción o vender a sus hijos e hijas, por no darlos, por permitir que sus hijos e hijas sean abusados, por mandarlos a pedir…” ( Pauluzzi, Liliana, 49). Se conforma de este modo una singular paradoja: una sociedad como la Argentina que prohíbe legalmente y sanciona moralmente las prácticas abortivas (“matar una vida”), por otro lado juzga ferozmente las situaciones antes mencionadas. De igual manera, es necesario poner de manifiesto cómo la diferencia entre los géneros sigue viviendo en el trasfondo de esta problemática, ya que generalmente “los varones, protagonistas necesarios y no contingentes de este proceso, rara vez son incluidos en el juicio”[10].
Podríamos reflexionar acerca de estas posturas suponiendo que aquellos que pueden acceder a una práctica segura en términos de salubridad, están menos preocupados en las consecuencias desfavorables, para la subjetividad y para el cuerpo, que produce una práctica ilegal e insegura. También podríamos pensar que nunca han hecho ni harían una práctica de este estilo, por mandamientos morales y/o religiosos. Pero, en primera instancia, nos resulta imposible abordar este tema desde lo moral o desde las convicciones personales, cuando la vida de miles de mujeres se encuentra en riesgo por abortos clandestinos.
En relación a este enfoque, en una entrevista para Página 12, Gabriela Luchetti[11], ante la pregunta sobre los grupos religiosos que se oponen al aborto, opina lo siguiente: “Es el pensamiento cristiano dominante de poner la culpa por todos lados. Las mujeres no tendríamos por qué tener culpa por no desear nuestros embarazos. Mientras que los valores –así sean cristianos no tendrían que contaminar la práctica médica. Nosotros tenemos que abstenernos de juzgar a los pacientes por lo que hacen y atenderlos por lo que padecen. Ese es uno de los valores de la profesión: no juzgar, independientemente de los valores personales y familiares”.
Por otro lado, es sabido que las resistencias ideológicas estuvieron siempre alrededor de temas polémicos, obstaculizando las luchas por los derechos y la igualdad. Por ejemplo, en una entrevista la defensora de los derechos humanos, Nelly Minyersky, comenta lo siguiente: “En aquel momento fue una batalla aprobar el divorcio… Pero la hipocresía y las resistencias en algún modo son las mismas. La falta de divorcio vincular afectaba fundamentalmente a sectores de la clase media. En el caso del aborto, las más afectadas son las mujeres de sectores vulnerables, que tienen menos posibilidad de prevenir un embarazo no deseado, menos posibilidades de acceder a información, a los anticonceptivos y a un aborto seguro”[12].
Después de este breve recorrido por algunos de los factores que ayudan a conformar al aborto ─específicamente en los sectores marginales─ como un problema en salud, resulta altamente hipócrita prohibir legalmente y sancionar moralmente a mujeres a las que se las ha privado de sus derechos y hasta de la propia vida. Una manera posible de defender los Derechos Humanos se encuentra en la promoción de la salud, incluyendo estrategias que promuevan la apropiación y valorización del propio cuerpo de las mujeres, con la plena libertad de decidir sobre él mismo.
Por otro lado, elegir y decidir sobre el propio cuerpo implica reconocerse en prácticas públicas y no solamente en el ámbito privado. Ya que la verdadera autonomía se construye en una articulación del mundo privado y del mundo público. De modo que se hace necesaria la integración de políticas de género y políticas comunitarias que favorezcan la conciencia de las mujeres en lo que a salud reproductiva se refiere.
Desde mi punto de vista, hay un horizonte a corto plazo y es resolver el problema de las mujeres que mueren a causa de abortos clandestinos, mal practicados y de la no atención post-aborto. Después habrá tiempo para discutir las cuestiones morales, religiosas y las convicciones personales de los sectores que se resisten a la legalización del aborto. Quizás este sea el núcleo más duro, ya que desde estos sectores se refuerzan las prácticas discriminatorias y la vulnerabilización de derechos de la mujer ─en especial las mujeres en condición de pobreza─. De este modo, debemos suponer un largo recorrido hasta poder construir un nuevo universo de significaciones en cuanto al aborto, para que él mismo no represente la muerte de una vida, si no la vida en libertad e igualdad de oportunidades y decisiones.
*El artículo anterior es una actualización de la monografía realizada para la cátedra I Introducción a los estudios de género, materia electiva de la Facultad de Psicología, UBA.
**Marina Naredo es licenciada en Psicología (UBA), psicóloga clínica con orientación psicoanalítica.
Referencias bibliográficas
FERNÁNDEZ, A. M. (2004): “Adolescencias y embarazos. Primera parte: Hacia la ciudadanía de las niñas” en Revista del Instituto de Investigaciones de la Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires, N° 3, año 9, Buenos Aires.
FERNÁNDEZ, A. M. (2005): “Adolescencias y embarazos. Segunda parte: Abusos y diferencias de clases”. Revista del Instituto de Investigaciones de la Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires, N° 3, año 10, Buenos Aires.
FERNÁNDEZ, A. M. (1993): “La mujer de la Ilusión” Cáp. 7. Ed. Paidós.
FERNÁNDEZ, A.M.; TAJER, D.: Cáp. 1 "Los Abortos y sus significaciones imaginarias: dispositivos políticos sobre los cuerpos de las mujeres" En “Entre el Derecho y la Necesidad: Realidades y Coyunturas del Aborto”.Checa Susana (comp.) Edit Paidós (en prensa)
PAULUZZI, L: “Degradación de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres pobres: abortar y parir” En “Entre el Derecho y la Necesidad: Realidades y Coyunturas del Aborto”.Checa Susana (comp.) Edit Paidós (en prensa).
PÉREZ CHÁVEZ, K: (2006). “Prevención en salud reproductiva. Epidemiología y poder”. Ficha de cátedra. Psicología Preventiva.
TAJER, D. (2004),"Construyendo una agenda de género en las políticas publicas en salud" en “Políticas Públicas, Mujer y Salud” Edic. Universidad Nacional del Cauca y RSMLAC, Popayán Colombia, 27-39
Por qué las mujeres en situación de pobreza configuran una población en riesgo
“Desde una perspectiva de equidad, nos percatamos que los problemas femeninos están basados en su mayoría en cuestiones relativas al empoderamiento y carencia de recursos” (Tajer D. 2004, 3). Por este motivo, pensamos que en el caso de las prácticas abortivas clandestinas, la diferencia entre los géneros opera como factor de inequidad en el proceso salud-enfermedad-atención. Sin embargo, aun dentro del grupo femenino, dichas inequidades cobran mayor relevancia dependiendo al sector social al que se pertenezca. Es decir, dentro de una identidad de género, encontramos diferencias en las estrategias biopolíticas por clase social. “Los perfiles de salud-enfermedad-atención expresan las diferencias, desigualdades y discriminaciones en el reparto de los riesgos y recursos protectores. El problema de la mortalidad materna es expresión del lugar de estas mujeres (mujeres en situación de pobreza) en el reparto material y simbólico del bienestar, la pobreza y la alienación” (Pérez Chávez, K 2006, 2).
Como es sabido, en la Argentina el aborto es una práctica ilegal, salvo algunas excepciones[1]. Esto lleva a que dicha práctica se realice en condiciones de clandestinidad. Dentro de este marco general, dependiendo del sector económico al que se pertenezca, estas condiciones varían, desde la realización en un consultorio médico clandestino en condiciones de salubridad o, muy por el contrario, la práctica con elementos caseros (yuyos, agujas de tejer) sin ningún tipo de asepsia. La realización de abortos en pésimas condiciones de salubridad conlleva una alta cifra de mortalidad. “Aunque se carezca de datos fiables, es por demás llamativo que el aborto sea la primera causa de mortalidad materna” (Pérez Chávez, K 2006, 9).
Por ejemplo, entre las menores de 20 años, la mortalidad materna aumentó un 385 por ciento (entre el 2002 y el 2003), según los últimos datos oficiales publicados en el libro Objetivos, metas y estrategias sanitarias 2007-2016, del Ministerio de Salud de la Provincia de Tucumán[2]. En América Latina se calcula que el número anual de abortos llega a cuatro millones y que cada 100 mil abortos, 119 terminan en la muerte de la mujer. Por el contrario, en los países en los que el aborto es legal, esta cifra es de entre 0,2 y 1,2 por cada 100 mil abortos (de acuerdo al Instituto Alan Guttmacher, organización estadounidense sin fines de lucro orientada en investigación sobre salud sexual y reproductiva). En el año 2009, la Organización Mundial de la Salud (OMS) calculaba en 6 mil el número de muertes en la región por abortos sépticos, o sea, abortos clandestinos mal practicados.[3]
Estas cifras nos llevan a pensar que las mujeres de los sectores populares que no cuentan con los medios para costear un aborto clandestino aséptico deben elegir entre continuar el embarazo, aun sin quererlo, o poner en riesgo sus vidas. Muchas de ellas, después de realizarse un aborto en malas condiciones, sufren de hemorragias, infecciones, lesiones traumáticas y reacciones tóxicas a productos ingeridos o aplicados. Además, por extensión, se suele producir la enfermedad inflamatoria pélvica y peritonitis. Sin embargo, no concurren al hospital o centro de salud por miedo a ser denunciadas. En relación a esto, sería importante rescatar que desde la implementación del Protocolo de Atención Post Aborto del Ministerio de Salud de la Nación, los médicos fueron capacitados y asesorados jurídicamente sobre el secreto profesional. A partir de esto no es necesario que denuncien a una paciente. Por este motivo resulta necesario que las mujeres vayan al hospital y que sean bien atendidas[4].
Por último, en relación al tema legal que enmarca a esta problemática, el Dr. Eugenio Zaffaroni opina lo siguiente: “Quiere decir que la punición no funciona, que el problema del aborto no se soluciona con el Código Penal. Frente a la estimación de que el aborto alcanza más o menos al 20 por ciento de los nacimientos, evidentemente es necesario tutelar la vida desde la concepción, pero tutelarla en serio, no tener un pedacito de papel que para lo único que sirve es para que no haya más escándalo porque la clase media puede abortar en condiciones de sanidad y las clases más carenciadas abortan con técnicas terroríficas que terminan en asesinatos”[5].
Cuando la autonomía se encuentra vulnerada
Los diferentes modos de significar a una mujer que se encuentra en situación de embarazo no deseado (de acuerdo a su condición social) colaboran en establecer, legitimar y/o propiciar algunos de los argumentos desde los cuales se vulnerabiliza en la autonomía de decidir. “Si cuando hablamos de aborto nos referimos a la necesidad de garantizar la posibilidad de elección, tendremos que considerar, en qué medida las mujeres de nuestra sociedad construyen o no su propia posibilidad de autonomía” (Fernández A.M., Tajer D., 36) En primera instancia, no podríamos hablar de autonomía si decidir interrumpir un embarazo, en los sectores vulnerables, arrastraría el temor a la pérdida de la vida propia.
Por otra parte, elegir cómo, cuándo y con quién tener un hijo, implica una educación para decidir, tener acceso a anticonceptivos para no abortar y, por último, aborto dentro de un marco legal para evitar las muertes por abortos clandestinos.[6] “La autonomía implica la capacidad de instituir proyectos propios y la producción de acciones deliberadas para lograrlos, es decir subjetivarse como sujetos de ciudadanía” (Fernández, A. M. 2004, 9).
Por otro lado, otro de los factores que actúa en detrimento de la autonomía, cuando la vida se desarrolla en la carencia, es lo que se conoce como lógica del instante (Fernández, A. M. 2004, 10), que impide estructurar una lógica de la anticipación, es decir poder planificar, decidir o sostener acciones en el mediano y corto plazo. En este sentido, si hablamos de autonomía psíquica, es imposible dejar de lado uno de los mitos fundadores de la subjetividad sexuada como femenina, nos referimos al mito Mujer=Madre[7]. Así como también la idea naturalizada del supuesto instinto maternal. Es decir que, a la hora de tomar en cuenta el grado de autonomía psíquica que puede tener una mujer, hay que visualizar primero cómo estos mitos instituyen modos de pensarse y de actuar como mujer (siempre desde una óptica masculina y patriarcal).
El daño ocasionado por el control, la tutela, la sujeción y la culpabilización de las mujeres, está agravado en cada nuevo tiempo por las desigualdades que afectan en todos los aspectos la vida humana. Entonces, podríamos pensar que “…mientras que en los sectores mas favorecidos los dispositivos del poder actúan sobre las subjetividades, en el caso de las mujeres pobres, actúan sobre las subjetividades y el cuerpo” (Fernández A. M., Tajer D, 37).
En este sentido, el marco de ilegalidad en que se desarrolla una práctica abortiva es un mecanismo fragilizador que opera produciendo miedos, reproches y culpas, en todas las clases sociales. Pero en los sectores populares esta situación se agudiza aún más, ya que al malestar emocional que produce la interrupción de un embarazo (no la práctica en sí, sino la significación moral que recae sobre la misma) se le agrega el miedo a morir y el desamparo social, en términos de acceso a una práctica segura.
Sí a la vida… a la vida en igualdad y libertad de elegir
Como es sabido, ante una situación de embarazo no buscado en una mujer de bajos recursos, encontramos significaciones y representaciones sociales diferentes a las relacionadas con esta misma situación en una mujer de clase media o alta.
No es posible establecer la cantidad exacta de abortos que se realizan en la Argentina, debido a su condición de ilegalidad, pero es sabido que es una práctica que sucede a menudo en todos los estratos sociales[8]. Sin embargo, algunos sectores de clase media y alta, amparados en el discurso religioso[9] y moralista, desestiman la posibilidad de una legalización del aborto y hasta participan activamente en contra de esta práctica, embanderados bajo el lema “sí a la vida”. Pero resulta curioso que desde la sociedad (y el Estado, a través de sus instituciones) se culpabilice a las mujeres de clase baja “…por parir muchos hijos, por no cuidar, alimentar y proteger, por no cuidarse de las enfermedades de transmisión sexual, por dar en adopción o vender a sus hijos e hijas, por no darlos, por permitir que sus hijos e hijas sean abusados, por mandarlos a pedir…” ( Pauluzzi, Liliana, 49). Se conforma de este modo una singular paradoja: una sociedad como la Argentina que prohíbe legalmente y sanciona moralmente las prácticas abortivas (“matar una vida”), por otro lado juzga ferozmente las situaciones antes mencionadas. De igual manera, es necesario poner de manifiesto cómo la diferencia entre los géneros sigue viviendo en el trasfondo de esta problemática, ya que generalmente “los varones, protagonistas necesarios y no contingentes de este proceso, rara vez son incluidos en el juicio”[10].
Podríamos reflexionar acerca de estas posturas suponiendo que aquellos que pueden acceder a una práctica segura en términos de salubridad, están menos preocupados en las consecuencias desfavorables, para la subjetividad y para el cuerpo, que produce una práctica ilegal e insegura. También podríamos pensar que nunca han hecho ni harían una práctica de este estilo, por mandamientos morales y/o religiosos. Pero, en primera instancia, nos resulta imposible abordar este tema desde lo moral o desde las convicciones personales, cuando la vida de miles de mujeres se encuentra en riesgo por abortos clandestinos.
En relación a este enfoque, en una entrevista para Página 12, Gabriela Luchetti[11], ante la pregunta sobre los grupos religiosos que se oponen al aborto, opina lo siguiente: “Es el pensamiento cristiano dominante de poner la culpa por todos lados. Las mujeres no tendríamos por qué tener culpa por no desear nuestros embarazos. Mientras que los valores –así sean cristianos no tendrían que contaminar la práctica médica. Nosotros tenemos que abstenernos de juzgar a los pacientes por lo que hacen y atenderlos por lo que padecen. Ese es uno de los valores de la profesión: no juzgar, independientemente de los valores personales y familiares”.
Por otro lado, es sabido que las resistencias ideológicas estuvieron siempre alrededor de temas polémicos, obstaculizando las luchas por los derechos y la igualdad. Por ejemplo, en una entrevista la defensora de los derechos humanos, Nelly Minyersky, comenta lo siguiente: “En aquel momento fue una batalla aprobar el divorcio… Pero la hipocresía y las resistencias en algún modo son las mismas. La falta de divorcio vincular afectaba fundamentalmente a sectores de la clase media. En el caso del aborto, las más afectadas son las mujeres de sectores vulnerables, que tienen menos posibilidad de prevenir un embarazo no deseado, menos posibilidades de acceder a información, a los anticonceptivos y a un aborto seguro”[12].
Después de este breve recorrido por algunos de los factores que ayudan a conformar al aborto ─específicamente en los sectores marginales─ como un problema en salud, resulta altamente hipócrita prohibir legalmente y sancionar moralmente a mujeres a las que se las ha privado de sus derechos y hasta de la propia vida. Una manera posible de defender los Derechos Humanos se encuentra en la promoción de la salud, incluyendo estrategias que promuevan la apropiación y valorización del propio cuerpo de las mujeres, con la plena libertad de decidir sobre él mismo.
Por otro lado, elegir y decidir sobre el propio cuerpo implica reconocerse en prácticas públicas y no solamente en el ámbito privado. Ya que la verdadera autonomía se construye en una articulación del mundo privado y del mundo público. De modo que se hace necesaria la integración de políticas de género y políticas comunitarias que favorezcan la conciencia de las mujeres en lo que a salud reproductiva se refiere.
Desde mi punto de vista, hay un horizonte a corto plazo y es resolver el problema de las mujeres que mueren a causa de abortos clandestinos, mal practicados y de la no atención post-aborto. Después habrá tiempo para discutir las cuestiones morales, religiosas y las convicciones personales de los sectores que se resisten a la legalización del aborto. Quizás este sea el núcleo más duro, ya que desde estos sectores se refuerzan las prácticas discriminatorias y la vulnerabilización de derechos de la mujer ─en especial las mujeres en condición de pobreza─. De este modo, debemos suponer un largo recorrido hasta poder construir un nuevo universo de significaciones en cuanto al aborto, para que él mismo no represente la muerte de una vida, si no la vida en libertad e igualdad de oportunidades y decisiones.
*El artículo anterior es una actualización de la monografía realizada para la cátedra I Introducción a los estudios de género, materia electiva de la Facultad de Psicología, UBA.
**Marina Naredo es licenciada en Psicología (UBA), psicóloga clínica con orientación psicoanalítica.
Referencias bibliográficas
FERNÁNDEZ, A. M. (2004): “Adolescencias y embarazos. Primera parte: Hacia la ciudadanía de las niñas” en Revista del Instituto de Investigaciones de la Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires, N° 3, año 9, Buenos Aires.
FERNÁNDEZ, A. M. (2005): “Adolescencias y embarazos. Segunda parte: Abusos y diferencias de clases”. Revista del Instituto de Investigaciones de la Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires, N° 3, año 10, Buenos Aires.
FERNÁNDEZ, A. M. (1993): “La mujer de la Ilusión” Cáp. 7. Ed. Paidós.
FERNÁNDEZ, A.M.; TAJER, D.: Cáp. 1 "Los Abortos y sus significaciones imaginarias: dispositivos políticos sobre los cuerpos de las mujeres" En “Entre el Derecho y la Necesidad: Realidades y Coyunturas del Aborto”.Checa Susana (comp.) Edit Paidós (en prensa)
PAULUZZI, L: “Degradación de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres pobres: abortar y parir” En “Entre el Derecho y la Necesidad: Realidades y Coyunturas del Aborto”.Checa Susana (comp.) Edit Paidós (en prensa).
PÉREZ CHÁVEZ, K: (2006). “Prevención en salud reproductiva. Epidemiología y poder”. Ficha de cátedra. Psicología Preventiva.
TAJER, D. (2004),"Construyendo una agenda de género en las políticas publicas en salud" en “Políticas Públicas, Mujer y Salud” Edic. Universidad Nacional del Cauca y RSMLAC, Popayán Colombia, 27-39
Notas
[1] Aborto terapéutico (inciso 1º del art. 86 del código penal) y Aborto eugenésico (inciso 2º del mismo articulo).
[2] Datos extraídos de “Mujeres en Riesgo”. Suplemento “Las 12”. Diario Página 12 del día 16/10/2009
[3] Articulo “Conquistar nuestros cuerpos, decidir sobre nuestras vidas” www.panyrosas.org.ar
[4] Datos recogidos de: “Diez preguntas a Gabriela Luchetti.” Suplemento “Las 12”. Diario Página 12 del día 23/10/2009
[5] “El problema del aborto no se soluciona con el Código Penal” www.elargentino.com/nota-60323.
[6] “Educación
para decidir, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no
morir” fue la consigna de la campaña por el derecho al aborto, Vinculada
con los Encuentros Nacionales de Mujeres. Rosario 200º y Mendoza 2004
[7] El mito Mujer=Madre es desarrollado por Ana M. Fernández en La mujer de la Ilusión Cáp. 7
[8] Se estiman 500.000 abortos al año. (Pauluzzi, L. Pág. 59)
[9] …"Es
amarga la ironía de aquellos que promueven el aborto entre las curas
para la salud materna y creen que la eliminación de la vida es un asunto
de salud reproductiva…" Declaraciones de Benedicto XVI en una gira por
África. Clarín, sección El Mundo sábado 21, Marzo 2009.
[10] Idem. Pág. 50
[11] Ginecóloga,
jefa del Servicio de Ginecología del Hospital Provincial de Neuquén Dr.
Eduardo Castro Rendón, que gano el premio Buenas Practicas en Salud
Sexual y Reproductivas, del Observatorio de Salud Sexual y Derechos
Humanos del Instituto de Genero, Derechos y Desarrollo.
[12] “La hipocresía con el aborto es como antes con el divorcio” Pagina 12 Sección sociedad. Del día 13/09/09
[12] “La hipocresía con el aborto es como antes con el divorcio” Pagina 12 Sección sociedad. Del día 13/09/09
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