Autoras/es: Noelia Verona Martel(*)
(Fecha original del libro: 2005) Relato recomendado para niños/as +10
Había una vez en el tiempo en que los pájaros todavía se preguntaban para qué servían las alas, una selva muy escondida y lejana.
Tan apartada estaba, que cuando salía a dar un paseo le costaba un susto y mucho trabajo encontrar el camino de vuelta hasta su casa.
Esta selva, aunque era tan pequeña que la llamaban Selvita, estaba repleta de cosas bonitas. En ella nacían esos famosos árboles coloridos que sólo aparecen en la siesta de los domingos. En su tierra se hallaba la puerta a hormigueros tan largos que se decía comunicaban con el palacio de los Reyes Magos. Las abejas viajaban noche y día para libar de flores tan misteriosas como la alegría.
Podría estar todas las horas de una semana describiendo sus mil fantásticos detalles, pero les confesaré que para Selvita, la más especial, la única y la más guapa de todas las maravillas que la habitaban, era Cochalimata, La Medio Llena Laguna Encantada.
Selva y laguna, laguna y selva eran inseparables hiciera sol o niebla.
Cuando Selvita iba de paseo y se perdía, Cochalimata lloraba mucho de pena, por eso se iba vaciando y nunca estaba del todo llena. A Cochalimata la llamaban la laguna encantada porque sus lágrimas eran mágicas, y con ellas iban construyendo un sendero de gotitas de agua que Selvita seguía cada vez que se perdía hasta encontrar su casa.
Al ver aparecer a Selvita, Cochalimata saltaba de júbilo. Y con los brincos, esa superficie de laguna semillena se poblaba de grandes olas como ballenas, con tan mala suerte, que sus peces dormidos se despertaban con un susto de muerte.
Fueron estos mismos peces, a base de desvelarse tantas veces, los primeros en descubrir que Cochalimata y Selvita estaban profundamente enamoradas. Y ciertamente era un amor tan, tan grande, que las dos amigas ni se habían dado cuenta de que era amor, pues nunca se habían ocupado de mirarse tan profundo. Fue entonces que los peces corrieron la voz y ellas por primera vez tuvieron la certeza de que deseaban amanecer abrazadas la una a la otra una mañana y otra y otra. Una noche así muy juntas mirando una luna muy fina en forma de cuna, pensaron que sería lindo tener un bebé y aprender a ser mamás las dos a la vez.
–¡Yo le puedo enseñar a nadar! –dijo Cochalimata orgullosa de ser una laguna.
–¡Y yo a jugar a esconderse y a encontrarse! -dijo Selvita ilusionada, imaginándose al pequeño retoño jugar entre sus árboles.
Al día siguiente las dos futuras mamás fueron a visitar a Doña Pulga, la Hechicera más grande que poseía nuestra pequeña selva.
–Doña Pulga, estamos enamoradas y queremos ser mamás, ¿qué nos puede aconsejar? –dijeron las dos amantes a la vez.
Doña Pulga, la Gran Hechicera Selvática, veía el futuro en una bola de billar. Se ponía a dar saltos a su alrededor hasta que encontraba una solución. Esta vez Doña Pulga dio cuatro saltos y dijo “Hummmmmm mmmmmmmmm” muy pensativa. Luego hizo un silencio grande y redondo como un queso y soltó otro “Hummmmmmmmmmmm”.
Laguna y selva, selva y laguna, estaban tan impacientes que se comían las uñas.
–Tendréis un hijito, que será el mayor regalo de vuestras vidas–. Doña pulga era dueña de una voz muy aguda y muy bajita, por eso, cuando tenía algo que decir, se acercaba a un altavoz muy grande hecho con una caracola- Como se trata de un encargo tan especial que hacen dos mujeres que quieren ser mamás, son las Reinas Magas las únicas que os pueden ayudar- Añadió en tono solemne. Luego, nada más terminar de hablar, pegó tal salto, que desapareció en lo alto.
Selvita y Cochalimata se quedaron sin habla. ¿Quiénes eran las Reinas Magas? Nunca nadie les había hablado de ellas… Sabían de la existencia de los Reyes Magos, iban a otras selvas y dejaban regalos. Desgraciadamente, nunca encontraron esta tan pequeña y lejana y aquí los habitantes sólo recibían presentes por sus cumpleaños. ¿Conocerían los Reyes Magos a estas Reinas? ¿Vivirían todos juntos en el mismo palacio? ¿Cómo podrían llegar hasta allí? Las dos enamoradas tenían un _ 3 Un suspiro ha nacido montón de cosas que averiguar, así que ni cortas ni perezosas, se pusieron manos a la obra.
Lo primero que se propusieron fue encontrar a los Reyes Magos y preguntarles a ellos. Selvita estaba piensa que te piensa, sabía que las selvas como ella están llenas de cosas y sin duda habría alguna que le pudiera ser de ayuda.
–¡Los hormigueros, claro! ¡Las hormigas pueden llegar y preguntarles a los Reyes Magos! Como les conté antes, decía una leyenda que desde los hormigueros de Selvita había un sendero que alcanzaba el Palacio de sus Majestades.
Sin embargo, aquellas hormigas eran muy poco comunicativas y siempre estaban tan atareadas que no les quedaba tiempo para hablar con nadie. Así que cuando Selvita les pidió el favor ellas ni siquiera le miraron su carita desconsolada, ni siquiera encontraron un segundo para decirle que no. Simplemente la ignoraron.
Cuando Cochalimata se enteró de lo sucedido, se puso tan triste que comenzó a llorar igual que lo hacía cuando Selvita se perdía, pensando en el bebé que no podrían tener. Entonces pasó algo increíble, sus lágrimas, al caer, se convirtieron en granos de azúcar que, mezclados con tierra de Selvita, se llevaron las hormigas como si fuera comida dentro del sendero del hormiguero.
Un día después, muchos trocitos de Cochalimata y Selvita convertidos en granos de azúcar con trocitos de tierra llegaron a las puertas del Palacio de los Reyes Magos. Allí, en el portal, tres niñas descalzas parecían jugar a hacer magia con sus varitas de alambre herrumbriento. De repente, se quedaron deslumbradas con aquellos granitos que tanto brillaban en los lomos de las hormigas y los fueron reuniendo todos en un cuenco azul cielo hasta que quedó lleno de una luz muy especial.
Las tres niñas tenían un secreto, eran las Tres Reinas Magas disfrazadas, que se dedicaban a hacer regalos durante todo el año. Daban todos los grandes regalos que la gente necesitaba los días que no eran seis de enero. Ellas trabajaban en silencio, la fama y las grandes masas las abrumaban, pues eran magas muy modestas, acostumbradas a las reuniones pequeñas.
Conmovidas frente al cuenco brillante y repleto, las Tres Reinas Magas decidieron por primera vez romper su secreto y fueron en persona a visitar a las dos enamoradas. A su paso, las tres muchachas mágicas iban transformando el camino que llevaba a aquella selva escondida y lejana, de manera que después de ellas, ya nadie tuvo problemas para saber dónde estaba.
Una vez llegaron frente a Selvita y Cochalimata, extrajeron de un cofre dorado el cuenco azul cielo y soplaron sobre él. Entonces, de aquel cuenco repleto de las lágrimas de Cochalimata hechas azúcar, mezcladas con la tierra que era como la piel de Salvita, nació un bebé. Era un ser tan flaco y ligero que parecía un pedazo de viento.
Tan poquita cosa parecía, que lo llamaron Suspiro. Selvita jugaba con él al escondite. Cochalimata le enseñaba a nadar. Al anochecer las dos mamás se juntaban para acurrucar al niño y se dormían los tres muy juntitos.
Selvita nunca más se volvió a perder, pues las Tres Reinas Magas arreglaron el camino tan bien, que ya no había forma de perderse. Al año siguiente, por primera vez llegaron los Reyes Magos, así que todos los habitantes de la selva el seis de enero tuvieron sus regalos.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
Esta selva, aunque era tan pequeña que la llamaban Selvita, estaba repleta de cosas bonitas. En ella nacían esos famosos árboles coloridos que sólo aparecen en la siesta de los domingos. En su tierra se hallaba la puerta a hormigueros tan largos que se decía comunicaban con el palacio de los Reyes Magos. Las abejas viajaban noche y día para libar de flores tan misteriosas como la alegría.
Podría estar todas las horas de una semana describiendo sus mil fantásticos detalles, pero les confesaré que para Selvita, la más especial, la única y la más guapa de todas las maravillas que la habitaban, era Cochalimata, La Medio Llena Laguna Encantada.
Selva y laguna, laguna y selva eran inseparables hiciera sol o niebla.
Cuando Selvita iba de paseo y se perdía, Cochalimata lloraba mucho de pena, por eso se iba vaciando y nunca estaba del todo llena. A Cochalimata la llamaban la laguna encantada porque sus lágrimas eran mágicas, y con ellas iban construyendo un sendero de gotitas de agua que Selvita seguía cada vez que se perdía hasta encontrar su casa.
Al ver aparecer a Selvita, Cochalimata saltaba de júbilo. Y con los brincos, esa superficie de laguna semillena se poblaba de grandes olas como ballenas, con tan mala suerte, que sus peces dormidos se despertaban con un susto de muerte.
Fueron estos mismos peces, a base de desvelarse tantas veces, los primeros en descubrir que Cochalimata y Selvita estaban profundamente enamoradas. Y ciertamente era un amor tan, tan grande, que las dos amigas ni se habían dado cuenta de que era amor, pues nunca se habían ocupado de mirarse tan profundo. Fue entonces que los peces corrieron la voz y ellas por primera vez tuvieron la certeza de que deseaban amanecer abrazadas la una a la otra una mañana y otra y otra. Una noche así muy juntas mirando una luna muy fina en forma de cuna, pensaron que sería lindo tener un bebé y aprender a ser mamás las dos a la vez.
–¡Yo le puedo enseñar a nadar! –dijo Cochalimata orgullosa de ser una laguna.
–¡Y yo a jugar a esconderse y a encontrarse! -dijo Selvita ilusionada, imaginándose al pequeño retoño jugar entre sus árboles.
Al día siguiente las dos futuras mamás fueron a visitar a Doña Pulga, la Hechicera más grande que poseía nuestra pequeña selva.
–Doña Pulga, estamos enamoradas y queremos ser mamás, ¿qué nos puede aconsejar? –dijeron las dos amantes a la vez.
Doña Pulga, la Gran Hechicera Selvática, veía el futuro en una bola de billar. Se ponía a dar saltos a su alrededor hasta que encontraba una solución. Esta vez Doña Pulga dio cuatro saltos y dijo “Hummmmmm mmmmmmmmm” muy pensativa. Luego hizo un silencio grande y redondo como un queso y soltó otro “Hummmmmmmmmmmm”.
Laguna y selva, selva y laguna, estaban tan impacientes que se comían las uñas.
–Tendréis un hijito, que será el mayor regalo de vuestras vidas–. Doña pulga era dueña de una voz muy aguda y muy bajita, por eso, cuando tenía algo que decir, se acercaba a un altavoz muy grande hecho con una caracola- Como se trata de un encargo tan especial que hacen dos mujeres que quieren ser mamás, son las Reinas Magas las únicas que os pueden ayudar- Añadió en tono solemne. Luego, nada más terminar de hablar, pegó tal salto, que desapareció en lo alto.
Selvita y Cochalimata se quedaron sin habla. ¿Quiénes eran las Reinas Magas? Nunca nadie les había hablado de ellas… Sabían de la existencia de los Reyes Magos, iban a otras selvas y dejaban regalos. Desgraciadamente, nunca encontraron esta tan pequeña y lejana y aquí los habitantes sólo recibían presentes por sus cumpleaños. ¿Conocerían los Reyes Magos a estas Reinas? ¿Vivirían todos juntos en el mismo palacio? ¿Cómo podrían llegar hasta allí? Las dos enamoradas tenían un _ 3 Un suspiro ha nacido montón de cosas que averiguar, así que ni cortas ni perezosas, se pusieron manos a la obra.
Lo primero que se propusieron fue encontrar a los Reyes Magos y preguntarles a ellos. Selvita estaba piensa que te piensa, sabía que las selvas como ella están llenas de cosas y sin duda habría alguna que le pudiera ser de ayuda.
–¡Los hormigueros, claro! ¡Las hormigas pueden llegar y preguntarles a los Reyes Magos! Como les conté antes, decía una leyenda que desde los hormigueros de Selvita había un sendero que alcanzaba el Palacio de sus Majestades.
Sin embargo, aquellas hormigas eran muy poco comunicativas y siempre estaban tan atareadas que no les quedaba tiempo para hablar con nadie. Así que cuando Selvita les pidió el favor ellas ni siquiera le miraron su carita desconsolada, ni siquiera encontraron un segundo para decirle que no. Simplemente la ignoraron.
Cuando Cochalimata se enteró de lo sucedido, se puso tan triste que comenzó a llorar igual que lo hacía cuando Selvita se perdía, pensando en el bebé que no podrían tener. Entonces pasó algo increíble, sus lágrimas, al caer, se convirtieron en granos de azúcar que, mezclados con tierra de Selvita, se llevaron las hormigas como si fuera comida dentro del sendero del hormiguero.
Un día después, muchos trocitos de Cochalimata y Selvita convertidos en granos de azúcar con trocitos de tierra llegaron a las puertas del Palacio de los Reyes Magos. Allí, en el portal, tres niñas descalzas parecían jugar a hacer magia con sus varitas de alambre herrumbriento. De repente, se quedaron deslumbradas con aquellos granitos que tanto brillaban en los lomos de las hormigas y los fueron reuniendo todos en un cuenco azul cielo hasta que quedó lleno de una luz muy especial.
Las tres niñas tenían un secreto, eran las Tres Reinas Magas disfrazadas, que se dedicaban a hacer regalos durante todo el año. Daban todos los grandes regalos que la gente necesitaba los días que no eran seis de enero. Ellas trabajaban en silencio, la fama y las grandes masas las abrumaban, pues eran magas muy modestas, acostumbradas a las reuniones pequeñas.
Conmovidas frente al cuenco brillante y repleto, las Tres Reinas Magas decidieron por primera vez romper su secreto y fueron en persona a visitar a las dos enamoradas. A su paso, las tres muchachas mágicas iban transformando el camino que llevaba a aquella selva escondida y lejana, de manera que después de ellas, ya nadie tuvo problemas para saber dónde estaba.
Una vez llegaron frente a Selvita y Cochalimata, extrajeron de un cofre dorado el cuenco azul cielo y soplaron sobre él. Entonces, de aquel cuenco repleto de las lágrimas de Cochalimata hechas azúcar, mezcladas con la tierra que era como la piel de Salvita, nació un bebé. Era un ser tan flaco y ligero que parecía un pedazo de viento.
Tan poquita cosa parecía, que lo llamaron Suspiro. Selvita jugaba con él al escondite. Cochalimata le enseñaba a nadar. Al anochecer las dos mamás se juntaban para acurrucar al niño y se dormían los tres muy juntitos.
Selvita nunca más se volvió a perder, pues las Tres Reinas Magas arreglaron el camino tan bien, que ya no había forma de perderse. Al año siguiente, por primera vez llegaron los Reyes Magos, así que todos los habitantes de la selva el seis de enero tuvieron sus regalos.
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
(*) Extraído de:
Colección Cuentos para la diversidad. COGAM. Colectivo de Gays, Lesbianas y Tansexuales de Madr
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