Autoras/es: Stella Maris Torre
(Fecha original del artículo: Septiembre 2002)
Aquí se aborda centralmente la problemática del conocimiento social y, su relación con la vida cotidiana.
Los distintos autores que estudiaremos dan cuenta de diversas perspectivas asumidas respecto de tales cuestiones. Para el tratamiento de estos temas se analizará fundamentalmente el pensamiento de Kart Marx, Max Weber y Alfred Schütz, cuyas posiciones serán contrastadas a lo largo de varios artículos. Asimismo se incorporarán otros textos que creemos ofrecerán mayores posibilidades de comprensión y profundización de estos temas.
Analizaremos en primer lugar los textos de Marx, quien ocupa, hasta nuestros días, un lugar relevante en la historia del pensamiento. Dicha relevancia le ha sido otorgada, más allá de sus notables aportes teóricos a diversos campos del conocimiento, por la influencia que sus ideas tuvieron en el desarrollo histórico desde los últimos años del siglo XIX hasta el presente, agitado por grandes movimientos políticos y sociales que signaron, en igual medida, la estética, la cultura y, de modo general, el desarrollo de la civilización occidental.
En artículos anteriores hemos incluido dos textos de Marx: la Carta a P. V. Annenkov y El carácter fetichista de la mercancía y su secreto, este último perteneciente a su obra El capital. Si bien estudiaremos por separado el contenido de ambos textos, en su análisis incluiremos otros aportes conceptuales no desarrollados en ellos a fin de dar unidad a la exposición de su pensamiento y evitar su fragmentación.
En la Carta a P. V. Annenkov, Marx hace referencia a un libro publicado por Proudhon, manifestando su posición crítica respecto de las conclusiones que este autor despliega en torno de los conceptos de “valor” y “división del trabajo”. Marx cuestiona las afirmaciones de Proudhon señalando que no supera las conclusiones del pensamiento que lo precede, atribuyéndole coincidencia con lo afirmado por la economía clásica, por una parte, y el idealismo alemán, por otra. En este texto, Marx alude reiteradamente a “los individuos”, con lo cual no pone en juego todavía categorías que utilizará posteriormente y que podríamos calificar como “estructurales”. Dichas categorías son aquellas que puntualiza en términos de “estructura (infraestructura y superestructura) y que aluden a los estudios que se corresponden con la sociedad civil y la sociedad política, donde se integran los “actores anónimos” que son la “clase”, “el estado”, “la ideología”, etc. En este texto la definición de sociedad se plantea en términos de producto de la acción recíproca de los hombres. Al mismo tiempo, Marx afirma que los hombres no son los que libremente deciden por uno u otro tipo de sociedad debido a que no pueden elegir libremente sus fuerzas productivas. Ellas son la base de toda su historia ya que cada fuerza productiva es una fuerza adquirida, producto de la actividad anterior.
De esta manera define el carácter histórico de las fuerzas productivas, que son las que dan sentido al desarrollo de la historia de la humanidad y, a partir de las cuales, se definen todas las relaciones sociales.
Partiendo de estas premisas, Marx destaca que la historia es la historia del desarrollo individual, señalando que los hombres pueden ser conscientes o no de ello. Estos conceptos revelan dos aspectos clave del pensamiento de Marx: primero, la posibilidad de que los individuos no sean conscientes de la realidad y, segundo, que la historia es la historia de las relaciones materiales, es decir, la “forma” en que se realiza la actividad material individual.
En el primer caso, estas conclusiones dan cuenta del fenómeno de la alienación que es propia del trabajo asalariado, definido en el marco del modo de producción capitalista (recordemos que Marx plantea su paradigma de la producción en la etapa inicial del desarrollo industrialista del capitalismo) o de producción “en serie” – es el proceso que a principios del siglo XX es traducido en términos de Frederick W. Taylor como “organización científica del trabajo”, que conocemos como “taylorismo” (1911) y que ya en 1903 había alcanzado desarrollo en la Ford Motor Company que iniciaba la producción “en serie” del automóvil, basada en la “línea de montaje”-. En este paradigma el producto se constituye en mercancía a partir del proceso de la producción y no sólo por su circulación, es decir, no solamente porque se incorpora al mercado y se sujeta a sus leyes, sino porque, además, esta producción en serie no permite al trabajador ser el hacedor del producto en su totalidad. Por el contrario, aquél produce fragmentadamente y su trabajo se desarrolla en base a movimientos mecánicos y repetidos, debiendo dedicar su actividad a una función especializada que, de antemano, está organizada de este modo. El segundo aspecto que señalamos revela el planteo materialista de Marx, que atribuye “realidad” a las relaciones materiales, las cuales son las que dan cuenta del desarrollo de la historia.
Basándonos en estas categorías debemos abordar la lectura y compresión del fetichismo, un fenómeno al que Marx, en "El carácter fetichista de la mercancía y su secreto” asigna el carácter de misterioso y propio de la mercancía. Es necesario en este punto aclarar qué es la mercancía, que en esta etapa del desarrollo de la industria se ha constituido en elemento dominante y definitorio, a partir de la división del trabajo correspondiente con el desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas. Para Marx, una cuestión a tener en cuenta es que en etapas anteriores ya había existido circulación de mercancías, pero tal proceso sólo afectaba a las relaciones comerciales que estaban a cargo de comerciantes, intermediarios entre la producción y el consumo. Hasta este momento no se había llegado a la división del trabajo industrial, en el que los hombres ya no producen bienes de uso destinados a satisfacer necesidades, sino que son obreros especializados en la producción de mercancías y su trabajo se materializa para obtener el salario (dinero)
Retomando palabras de Marx, la mercancía se constituye como tal a partir de la forma en que se la produce, es decir, la producción en serie, propia de esta etapa del desarrollo capitalista. Al hombre le es alienado (enajenado) el objeto de su trabajo. El producto que acaba de salir de sus manos ya no le pertenece y en él está incorporada su actividad, aquella que agrega valor al producto, determinado por el tiempo que tal actividad productiva demanda. Tal fenómeno es el que origina en la conciencia de los individuos el proceso mediante el cual le otorgan a la mercancía esa segunda naturaleza (lo que Marx denomina intrincado y fantasmagórico) atribuyéndole la posibilidad de relacionarse por sí misma con otras mercancías, encubriendo las reales relaciones materiales, es decir, la relaciones de producción. De este modo, la conciencia (alienada) de los hombres humaniza las mercancías y se cosifica a sí misma. Así la mercancía se ha constituido en fetiche.
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