Autoras/es: Juan Ignacio Verni
(Fecha original del artículo: Enero 2011)
En 1894 Lucio Vicente López, gran escritor y político argentino, perdió la vida en un duelo en una época en la que el honor aristocrático sólo se defendía con una pistola.
Luchar por lo justo
Como dijimos, el desenlace provocó gran consternación en la población, pero no a causa del drástico método elegido para solucionar el altercado, sino por la importancia social que tenía Vicente López en los altos círculos porteños. Su figura había cobrado mucha importancia, y bien merecida la tenía: nacido en Montevideo en 1848, era nieto de Vicente López y Planes, autor del Himno Nacional. Miembro de la Generación del ’80, se destacó como periodista, historiador, escritor y político. Pero su verdadero genio salió a la luz el día que nos regaló, en 1884, uno de los libros fértiles que haya dado la literatura rioplatense: La Gran Aldea.
Esas cualidades intelectuales se sumaban a otras más básicas, pero no por eso menos importantes, como su constante lucha por la justicia y la verdad, características que lo convirtieron en un hombre probo y justo.
Esos fueron los firmes valores que lo llevaron a denunciar una serie de importantes irregularidades durante la venta de unas tierras estatales. López en ese momento se desempeñaba como interventor de la provincia de Buenos Aires, puesto que desempeñó durante la turbulenta presidencia de Luis Saenz Peña. El responsable del ilícito era el coronel Carlos Sarmiento, secretario privado del Ministro de Guerra, Luis María Campos, quien no tenía relación alguna con Domingo Faustino. Sarmiento le había comprado al Estado unas tierras en Chacabuco con un préstamo del Banco Hipotecario, las cuales volvió a vender antes de saldar su deuda. Además, esos lotes habían sido adjudicados a una sola persona, siendo que la ley establecía que debían ser subdivididos.
La denuncia llegó rápido a las tapas de los diarios. Toda la aristocracia porteña estaba al tanto de la grave acusación. Así, Sarmiento, quien siempre me mostró soberbio, estuvo preso tres meses hasta que fue absuelto gracias a una argucia legal. La noche de su libertad fue agasajado por sus colegas en una cena en la cual parte de la diversión fue insultar a López. Eso llenó de bronca al escritor, quien, al ya no estar a cargo de la provincia, retó a duelo al coronel. Muchos pensaron que su reacción era innecesaria y peligrosa: Sarmiento era un militar de profesión, altamente adiestrado en el manejo de armas, mientras que Lucio Vicente siempre se había defendido sólo con sus letras.
Pero la presión del sector aristocrático era ingente, y el honor, cuando se pertenecía a las altas esferas, solo podía ser restaurado a los tiros.
El duelo
Los padrinos elegidos por López fueron Lucio Mansilla -otro genial autor, responsable de Una Excursión a los Indios Ranqueles- y Francisco Beazley, quienes junto a los padrinos de Sarmiento intentaron que el duelo no se lleve a cabo por irracional y desparejo. Pero López no pudo ser convencido y, en un acto que escapa a la razón, decidió que el reto sea a muerte, y no a “primera sangre”.
Así, el 28 de diciembre de 1894, padrinos, familiares y amigos se dirigieron al Hipódromo de Belgrano (hoy Av. Luis María Campos) para llevar a cabo el duelo. Eran las 11 de la mañana. Los enemigos se estaban viendo la cara por primera vez. Se contaron los doce metros; el silencio ahogaba a todos los presentes. Se dio la orden y sonaron dos disparos. El miedo, tal vez, hizo que los dos fallen. Se volvió a dar una nueva orden y volvieron a tirar, pero esta vez una de las balas llegó a destino, hiriendo de muerte a Lucio.
El escritor murió en la madrugada del día siguiente, consciente de haber luchado contra un corrupto, y a favor de la justicia y el honor. Pero Sarmiento no terminó preso ni por la venta fraudulenta de los campos ni por el disparo letal, sino que más adelante sería gobernador de San Juan. La irracional manera de defender el honor hizo que un delincuente se salga con la suya, y que un genio pague con su vida, víctima de las presiones de la época.
El derecho al “honor aristocrático”
La realidad es que no todos los hombres podían recurrir a esa “solución” cuando su honor era mellado. Había que pertenecer a las altas clases, ya que dicha honorabilidad era un prestigio de relevancia social, otorgado por méritos intelectuales, políticos o militares. Es decir, era un honor dado por la aristocracia, motivo por el cual sentían que debía ser defendido ante ella y no ante la justicia.
Al otro día del hecho La Nación publicó: “Es absurdo admitir que el funcionario deba responder ante la vindicta y no ante la ley.”
Vicente López no hizo más que responder a una de las tradiciones argentinas que, en vez de nutrir nuestra cultura, terminó con personas que estaban destinadas a marcar con la justicia y buenas intenciones el destino de nuestro país.
Pero Lucio antes de morir ya lo había logrado; La Gran Aldea es la mejor evidencia de ello.
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