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domingo, 11 de diciembre de 2011

ENTRE CROTOS Y SABIHONDOS. ALFREDO MOFFATT

 Entrevista
Autoras/es: Fernando Almirón 
(Fecha original del artículo: Noviembre 1984)(*)


Moffatt ¿qué estudiaste, qué sos?
En la Argentina hay varias versiones sobre lo que estudié, pero en Brasil hay todavía más. Allá, por ejemplo, hay sectores enteros que sostienen que soy psiquiatra; yo les digo que no, pero lo toman como una humo­rada mía. No lo pueden creer porque en Brasil he supervisado hospitales psiquiátricos desde Porto Alegre hasta Manaos, en el Amazonas. Vos sabés que Le Corbusier no era arquitecto, sin embargo era el mejor arquitecto. Porque alguien tiene que aprender, seriamente una profesión no puede perder tiempo en ir a una facultad.

Entonces, para lo que soy estudié en todos lados: en Estados Unidos, materias sueltas en la universidad, seminarios; etc. A los efectos legales tengo un título, el de psicólogo social. Yo trabajo sin electroshock y sin diván, que son los dos elementos configurantes de la terapia en la Argentina. Yo converso con la gente y también hago psicodrama. El psicodrama tampoco está separado del teatro, así que se me puede acusar también de ejercicio ilegal del teatro…

¿De qué barrio sos?
Ese es uno de mis problemas porque desde chico viví en muchos lugares. En los primeros 12 años tuve 17 mudanzas, mi vieja se agarró una artritis muy fuerte y quedó paralítica, por eso vivía internada en hospitales y yo iba a parar a la casa de una tía millonaria, casada con un sobrino nieto de Sarmiento; a veces, cuando mi tía viaja­ba a Europa, quedaba a cargo de una sirvienta italiana casada con un peón del ferrocarril. Después paraba en un hogar de clase media, o en la casa de algún otro pariente. Al final, para, poder sobrevi­vir, tuve que transformarme en un antropólogo precoz porque la otra posi­bilidad hubiera sido el autismo, el nene que se mete para adentro, que no habla y lis­to. Yo elegí salir para afuera, y tuve que aprender a adaptarme. Cada vez que caía en una casa, tenía que amoldar­me a los chicos de esa casa, fueran de la clase social que fueran: un antropólogo infantil  algo solitario, con mi mamá como una estrella, siempre internada en hospitales pero que me quería, que me miraba desde lejos... Como consecuencia de todo eso puedo tomar el papel de observador participante en cualquier cultura, si estoy en el Amazonas o en Nueva York en un hospital de judíos ricos me siento cómodo, me siento así en todos lados y esta profesión tal vez me ayude a integrarme.

En definitiva ¿qué profesión?
En la de terapeuta existencial, la que siempre tuve. Yo de chico siempre quise ser Sherlock Holmes, el detective. Cuando estudiaba arquitectura creía que iba a ser­ escritor o pintor, y después, creí que iba a ser muy pobre y llegué a serlo, soy el profesional de éxito más pobre del País.
Siguiendo con la historia te diría que a mí se me juntó todo: el detective, mis mudanzas, el adiestramiento artístico y además, una gran simpatía por el calor emotivo que hay en las clases populares. Así es como soy un terapeuta especialmente de clases populares que emplea muchas veces una tecnología de configuración estética.



EL PERONISMO
De pronto Moffatt comienza algo que repetirá a lo largo de toda la entre­vista. Curiosamente, toma una palabra de una frase y de la palabra hace un te­ma. La entrevista se desdibuja, Moffatt habla:
El peronismo es la religión popular y está en la gente de la misma manera que están la Difunta Correa y Carlos Gardel. Ceferino no porque es un infiltrado: El hijo del cacique fue castrado, vestido como un señorito e impuesto por la Iglesia. Pero la Difunta es un mito tremendo y casi un elemento del destape. Siempre está con el pecho afuera porque es la madre muerta que da de vivir al hijo o es el mito de la Pachamama, de la tierra, todo lo contrario de los mitos occidentales que siempre giran en torno a lo celestial y a la virginidad, es decir al no vínculo. El peronismo es una .religión porque es un mito en la tierra. Evita fue la princesa, la santa viva. Fue fácil para ella el pasaje a estrella en el cielo después de muerta. El peronismo es una religión que ahora, como pasó con otras religiones, tiene continuadores que distorsionan su esencia. Lo mismo pasó con el cristianismo que hoy no tiene nada que ver con el cristianismo primitivo. Yo no puedo evitar ser peronista porque el peronismo se ocupa fundamentalmente de la marginalidad, o al menos así fue en sus orígenes. Recogió al grasita, al descamisado, al cabecita negra y Evita los llamaba por ese nombre, nombres dados por el enemigo que, corno suele suceder, son quienes mejor te definen. El Perón mío es el Perón reflejado en la gente. Es el Perón, que habita en las villas, el Perón blanquito que está arriba del caballo y que parece una tortita, ¿viste?, una obra del arte reposteril. Entonces mi peronismo tiene que ver con eso, con un peronismo muy mezclado con lo contrario. Perón era general pero también era el primer trabajador. En las obras, los albañiles, toman vino con coca‑cola, se o llama el cóc­tel peronista. El vino con coca‑cola tiene la ventaja dé que la gente no queda en pedo, aunque es peligroso porque pueden caer del andamio. El azúcar da energía y, además, tiene un poco de vino. De la misma manera a podríamos decir que el peronismo tiene algo de vino con coca‑cola.

¿Cuándo comienza tu relación con lo marginal?
De adolescente hablaba con los linyeras. Me fascinaban, los últimos gauchos refugiados debajo de los puentes; creo que ahí ya estaba definido mi destino de llegar a ser director del Asilo de Mendigos.

¿Qué hablabas, en aquél entonces, con los linyeras?
De su vida, cómo es que estaban ahí y sobre cosas del campo. Eran como paisanos que se habían quedado pegados al cemento y recitaban partes del Martín Fierro de memoria, aunque con algunos cambios. Sin embargo me llamaba la atención el lenguaje y el hábitat que configuraban. Ese hábitat tan de una película de Buñuel con el clima sensual del fuego y las latas, con algo de campamento, de libertad.

Bueno, vos tenías algo de linyera, 17 mudanzas en 12 años es caminar demasiado.
Totalmente. Lo más importante es que descubrí la libertad y la posibilidad de ser un observador de la sociedad, porque vos no podés ser un observador si no estás afuera. Una persona es lúcida simplemente porque no está metida en el lío Entonces cualquier linyera puede decir cosas bastante sabias porque por más que esté adentro, ' ahí nomás, está lejos. También me gustaba ir mucho a la villa miseria porque ése era para mí un mundo sensual. Para mí, un joven de clase media, era como estar en una película que se desarrolla en el norte de Africa o algo así. Me daba la sensación de estar en otro' mundo, no occidental, no cotidiano, un mundo donde todo era distinto. Eso volvió a aparecerme en el fondo del hospicio, allá atrás, donde se: organizaban las ranchadas linyeras. Yo no me disfrazaba mucho porque de normal ya ando medio raro, ¿no?, solamente me calzaba un poco más la boina, me subía el cuello del impermeable, me colgaba otro bolso más de esos que siempre llevo colgados y me iba con ellos, al fondo, a tomar mate, a ser uno más.



¿Qué se siente al ser un observador de todo y no estar en definitiva, inserto, en nada?
Fijate que a mí me impacta Lawrence de Arabia. Un coronel inglés          que terminó siendo líder de la revolu ción árabe. A mí siempre me gustó trabajar en las dos puntas extremas, Por un lado yo pude armar la Peña Carlos Gar del dentro del Borda, que agrupó a trescientos pacientes y tuvo mucho poder dentro del hospicio. Por otro lado, yo podía aprovechar ese conocimiento para llegar a los linyeras a los ultra-marginales pero al mismo tiempo también me gustaba estar con el poder. Así fue que una mañana yo estaba  tomando mate con los linyeras de los pozos del hospicio, tomando mate ahí, donde hay tres dientes en la boca, dos arriba y uno aba­jo, y la bombilla que entra justo por el espacio que dejan los dientes, una bombilla que no se sabe por dónde se chupa, y por la noche de ese mismo día yo estaba vestido de dandy en una boite de Buenos Aires hablando en inglés sobre psiquiatría sofisticada con el representante de la Organización Mundial de la Salud y el director nacional de salud mental, tomando whisky. Uní toda la gama, las dos puntas.

LOS LOCOS
Hay dos locos. Hay un loco que puede regresar, el que está en un momento de desestructuración de su vida, que le pasó algo insólito y que se desarmó momentáneamente. Es un desesperado, una persona que se fragmentó pero dentro de una crisis razonable. Es uno como nosotros; que puede volver y vuelve. Después está el profesional, el que no tiene otro destino más que ser loco en algún momento de su vida. Es el hijo de una madre que no le permite discriminarse de ella, una madre que lo sofoca, que lo engulle. Entonces ese chico, para tener un mínimo sentimiento de existencia, de identidad, tiene que aislarse y transformarse en un esquizoide, en un ser sin palabras ni oídos .porque, en cuanto tiene eso, es tragado por la madre. Entonces es esta madre la que fabrica un producto que se llama esquizofrénico profesional. Clásicamente, alrededor de los veinte años, el hijo tiene que salir fuera de la casa, ya sea para hacer el servicio militar o para trabajar. Es ahí cuando la separación de la madre lo deja en un mundo de interacción, pero sin identidad. Entonces se produce el brote psicótico donde, de golpe, se le fragmenta todo. En general, es la misma familia que tiende a expulsar al hijo brotado porque es, además, el depositario de la locura familiar.  Lo fabrican ya para el hospicio, y en cuanto tiene el brote comienzan a acosarlo. El se defiende, se transforma en un loco peligroso y lo internan, y es en el hospicio donde terminan de reventarlo mediante las técnicas y ciencias más impecables y deshumanizadas.

Ese sería el loco desde el punto de vista técnico, pero ¿qué es el loco desde el punto de vista cultural?.
Pienso que es a veces el depositario, a veces elige ese rol del misterio de lo marginal. ¿Por qué la gente lo reprime? Porque el loco como se dice en lunfardo, "bate la justa", porque el loco habla de la muerte. El loco es un testimonio de muerte psicológica, preanuncia­ la desaparición absoluta y total. La muerte, en nuestra cultura, es una especie de accidente desagradable, no está prevista como parte misma de la vida. Aquí la muerte no tendría que ocurrir y cuando ocurre, se hacen ceremonias espantosas tipo hotel alojamiento, te alquilan velatorios por horas. Entonces vos llegás y te dicen "tercero B", subís y te dan un café frío y te comentan que todo termina a las 10 de la mañana, lo antes posible, s  in contar que vos podes estar parado al lado del cadáver equivocado porque a quién se le ocurre velar a un‑cadáver cada diez metros. Pero volviendo al tema, podemos decir que el loco completa la cultura. El loco es el testigo de las verdades más marginales.

¿Cómo hacés vos, supuestamente, para no estar loco?
Yo me desdoblo en lo que se llama disociación instrumental, como un actor. Así vos sabés, en última instancia, que estás vivo. Un carnaval me disfracé de mujer y un chico me regaló un paquete de pastillas; en otro, me disfracé de linyera y una mujer me dio una limosna. También hice de vendedor ambulante de café en la puerta de la facultad en que yo estudiaba. Estaba a cara descubierta, con mi cara, y nadie me conoció, ni mis propios compañeros que me miraban con una cara que yo no les conocía, con la cara con que se mira a otra clase social. Vestido de mecánico recibía por ejemplo la interacción de los colectiveros y mozos que me veían como a un hermano.

Generalmente a los actores se les queda pegado un personaje. Vos, en tu investigación, adoptás personajes, actuás personajes, ¿cuál se te quedó pegado?
Una especie de linyera. Cuando murió Pichón (Rivière), yo empecé a caminar trastabillando. Sin darme cuenta vivía pegado a ese personaje, el de linyera viejo. A veces en el Bancadero yo me pongo así. Entonces me sacan una sillita afuera, a la vereda, para que el abuelo tome mate y mire a las chicas pasar. Un linyera sabio, un Diógenes de Almagro.
Un linyera es un ser que quedó encerrado fuera del mundo. Así como el loco quedó encerrado fuera de sí mismo, está alienado, extraño a si mismo a nivel de su mente, el linyera quedó encerrado fuera de la posibilidad de socialización y de producción. Quedó encerrado no en sus pensamientos sino en la cotidianidad, quedó encerrado en la calle y solo. Solo En la calle Porque si estuvieran juntos  serían una bandita. Si estuvieran solos pero metidos dentro de un lugar serían ermitaños. Para los linyeras la casa es la calle son al revés. Yo tengo una hipótesis de trabajo lo que afecta a los linyeras son depresiones psicóticas pero que no se manifiestan en lo que Pichón llamaba Área Uno que es la mente, ni en el Área Dos, que es el cuerpo;
sino que se manifiestan en el Área Tres, que es el mundo. Es decir que en su depresión, parla salvar el yo y para salvar el cuerpo, tienen que destruir lo que los rodea. De ahí que su hábitat y su aspecto aparezcan destruidos, pero se preservan interiormente. Es por eso          que los linyeras aunque parezcan locos, no lo son; digamos que un linyera es un sociótico en vez de un psicótico

¿Qué buscás en tus trabajos con los marginales?
Devolverle a la gente la que le han quitado. Tanto a los locos como a los linyeras les fueron quitando cosas. Yo soy un investigador de la locura, un explorador del margen. Busco nuevos modelos para el futuro. La marginalidad más o menos creativa exitosa siempre se transforma después en  centralidad, se transforma en la definición central de la realidad. Lo qué después se consagra siempre fue previamente marginal, Van Gogh, los tangos, el rock. Yo uso mi  conocimiento, para traer gente del margen al mundo central, para rescatar locos, los que se cayeron del racimo

¿Se puede hacer terapia sin tener en cuenta el factor social y cultural en el que está inserto el paciente?
No, para nada. Por definición la psicoterapia es el reingreso a la cultura origen. Si vos, mediante terapia, sacás a una persona  de un delirio y la ingresas a otra cultura que no es la propia, estás  cambiando un delirio por otro, porque la persona, tiene su identidad construida en base, a su socialización original de la cultura.

¿Eso nos llevaría a pensar que la terapia individual, en términos universales, no es del todo una terapia integral o necesaria?
La terapia individual es una terapia para un momento de crisis. Vos te tomás un remise para ir á Mar del Plata en mo­mentos muy específicos: si estás enfermo, si estás apurado o, sí tenés la guita necesaria, pero si no te tomás un buen ómnibus con refrigeración y llegás igual. Lo grupal, tiene además otra ventaja es que la matriz de la identidad personal tiene siempre matriz grupal, porque diversidad de miradas es lo que termina por configurar las particularidades que, reconocidas por un grupo, dan en definitiva la singularidad.

Supongamos que te toca hacerle terapia a un grupo de coyas o matacos…
Primero contrato o me transformo  en antropólogo, porque estás un caso de etno-psiquiatría y tenés que entender primero a qué cultura lo tenés que reingresar. Ante este caso, yo te diría de entrada, que es tiempo perdido. Más Vale entrenar a un coya en técnicas de psicoterapia transmitir el armamento y hacer  que sea él quien cure  a su gente

Moffatt, ¿Para qué sirve la salud mental?
Sirve para restablecer realidad que es algo caótico, todo se transforma y sería enloquecedor que no hubiera ciertas normas estables que en conjunto se llaman la salud  mental o sea un sistema de lectura de esa realidad concreta.
Ahora, para cada cultura hay una salud mental, para cada cultura está definido lo que está bien Y lo que está mal desde el punto de vista del razonamiento. Esta habitación está semiotizada por no­sotros, pequeños burgueses intelec­tuales. Si en cambio acá viviera una familia de primitivos australianos la deco­ración sería indudablemente distinta y ellos tendrían una actitud manifiesta­mente diferente a la nuestra. Los tubos fluorescentes seguro serían dioses lumínicos y las molduras signos misteriosos. Si los australianos se instalan y no dicen que son australianos y se visten como argentinos, sus actitudes nos van a parecer cosa de locos, pero apenas nos avisen que en realidad no son argen­tinos sino australianos, dejaremos de verlos como locos. La salud mental es lo que se define en esta cultura como realidad central, en torno a la cual hay un anillo periférico al que sé lo llama mar­ginalidad. Este anillo periférico alimen­ta continuamente la realidad central, porque son las transgresiones que des­pués serán más adaptativas a la modificación del medio. Cultura que no tiene marginalidad, es cultura que muere por­ que se estereotipa. La marginalidad es necesaria para el crecimiento de la cultura. Los locos de hoy son los profesores del mañana.

Sin embargo hay una pregunta que sigue sin respuesta: ¿Para qué sirve la salud mental?
Sirve para que el universo perceptible no sea caótico. Lo contrario a la salud mental es el caos. Que no es el organizado por la estética sino el caos despersonalizante, del que no se puede volver. Una persona que no puede re­tornar a las razonables normas del pro­medio, inventa otra vez todo de nuevo, lo razonable, y se mete dentro de un delirio. El delirio como una especie de  cultura nueva creada por una sola persona que quedó encerrada en sí misma por­que perdió el código de la realidad compartida. No es otra cosa que un creador solitario, un filósofo, que inventa todo de nuevo como en los cuentos de Borges. El terapeuta tiene que meterse dentro del delirio de ese hombre pata organizar, para  encontrar la forma de volver al código central todo aquel delirio que tenía un código hermético propio; entonces salva al hombre. La salud mental, en otra  más estructural, es la posibilidad de construir una historia personal y por lo tanto una identidad. Tener recuerdos, futurar los recuerdos, construir una expectativa, un proyecto y por lo tanto, ser humano. El primer mono que pudo alucinar algo que iba a suceder y copudo hacer cumplir porque se organizó, lo transmitió a otros, fue el que dio el paso del animal al hombre.  

(*) Publicada en REVISTA EL PORTEÑO 

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