Autoras/es: Antonio Elio Brailovsky
Anthony—. Moraleja: «Toda asesina fue una buena chica en sus tiempos.»
Iris se estremeció.
—¡Todo eso por dinero!.
—¡So ingenua!. ¡Por dinero se hacen siempre esas cosas!
(Agatha Christie: "Cianuro espumoso", novela, 1945)
(Fecha original del artículo: Enero 2012)
En los últimos tiempos, numerosas comunidades han expresado su preocupación ante grandes proyectos mineros, que podrían afectar sus condiciones sanitarias y ambientales. Las mayores objeciones van contra la minería a cielo abierto que utiliza procesos de lixiviación con cianuro.
El cianuro tiene una merecida mala prensa, y los méritos suficientes como para ser el malo de la película, como recordarán los lectores de Agatha Christie, en una de cuyas novelas a alguien le echan cianuro en el champagne.
Los especialistas dicen que es posible tenerlo bajo control, como hacen en muchas otras industrias, que no tienen una imagen pública tan desfavorable como la gran minería. Los posibles afectados no les creen y piensan que hay intereses económicos detrás de esa excesiva confianza.
¿Cómo pensamos este conflicto?
Tal vez nos ayude ubicar los problemas en el territorio en el que ocurren. En Argentina, los grandes proyectos mineros se localizan en zonas que son, a la vez, semiáridas y sísmicas.
Zonas semiáridas: Los grandes proyectos mineros consumen agua en cantidades difícilmente imaginables. Las leyes vigentes ordenan que antes de cada proyecto se realicen estudios que procuran estimar el daño que ese proyecto haría al ambiente y la forma de evitarlo o paliarlo. Como siempre, la trampa se hace casi antes que la ley y las empresas entregan estudios incompletos.
Habitualmente, los estudios de impacto ambiental que entregan las empresas mineras no hacen un balance de la disponibilidad de agua para el conjunto de actividades de la zona. En nuestras zonas andinas, el agua no sobra. La que hay se utiliza toda, a punto tal que Mendoza se niega a soltar agua para las actividades productivas de la Provincia de La Pampa. Está claro que para hacer gran minería allí hay que dejar de hacer otra cosa, tal vez dejar secar los viñedos o abandonar las ciudades. Por eso Mendoza tiene una ley que prohíbe la gran minería con cianuro[i]. No por extremismo ecológico sino por simple sentido común.
Agreguemos que el cambio climático está haciendo que cada vez nieve menos en la cordillera, en una zona en la que los ríos son de deshielo. Y que algunos proyectos (como Famatina y Pascua Lama), no sólo consumirán grandes cantidades de agua donde es escasa, sino que pueden poner en riesgo los mismos glaciares de la que surge.
Zonas sísmicas: Cualquier estudiante de economía podría preguntarse cómo hacen las mineras para generar grandes ganancias, teniendo en cuenta el costo de remover y tratar miles de toneladas de roca para obtener una pequeña cantidad de los minerales buscados.
La respuesta es que, a diferencia de otras actividades industriales, la gran minería no hace una gestión integral de sus residuos peligrosos: simplemente los acumula. El secreto de la rentabilidad es ése: dejar los residuos peligrosos sin tratamiento. Lo que hacen es construir los llamados diques de colas, que son reservorios de millones de metros cúbicos de desechos líquidos y barros con cianuro, arsénico, plomo y demás metales pesados. Estos residuos peligrosos pueden filtrar al subsuelo y desbordar en los ríos y arroyos. Una vez terminada la explotación quedan abandonados. Se supone que la empresa tiene responsabilidad sobre ellos, pero si es una corporación del exterior, no será sencillo obligarla a hacerse cargo si hay problemas.
¿Durante cuánto tiempo permanecen peligrosos esos residuos? Como son metales pesados, serán peligrosos mientras exista vida sobre la Tierra.
Las empresas alegan que se trata de estructuras antisísmicas. Sin embargo, el reciente terremoto y tsunami de Japón de mostró que, ante los hechos, no todas las estructuras calificadas como antisísmicas resisten un terremoto.
De modo que hay riesgo de dispersión de contaminantes que afecten la cada vez más escasa agua usada por los valles cordilleranos, y esos riesgos no desaparecen con el final de la explotación cuando se agoten los minerales, sino que permanecen latentes para siempre.
En algún momento del debate se prometió que las autoridades nacionales y provinciales controlarán que las empresas actúen con la misma tecnología y las mismas precauciones ambientales que en el llamado Primer Mundo. Para ver en qué consisten esas precauciones, les acerco las fotografías de dos casos de rotura de diques de colas y extrema negligencia empresaria, ambos en países europeos:
1 - Rotura de la presa de contención de la mina de Aznalcóllar (Sevilla), el 25 de abril de 1998, y
2 – Derrame tóxico en una mina de bauxita, en Hungría, el 5 de octubre de 2010.
En ambos casos, las empresas habían jurado que las instalaciones eran seguras y las autoridades de ambos países dijeron lo mismo. Y en ambos casos, las empresas se negaqron a hacerse cargo de su responsabilidad económica en los daños y la remediación. Los gastos estuvieron a cargo e los respectivos Estados. Los juicios, por cantidades inimaginables de millones de euros, continúan.
En esta entrega ustedes reciben:
• Un informe fotográfico de ambos desastres ambientales, para que puedan evaluar qué representa la rotura de un dique de colas para los vecinos afectados. Pueden bajarlo de aquí:
Por el programa en que está presentado (Adobe Reader), la mejor manera de verlo es en Pantalla Completa (en inglés Full Screen) y avanzando con las flechitas del teclado.
• La obra de arte que acompaña esta entrega es “Entrada a la mina”, un mural del mexicano Diego Rivera, pintado en 1923. Pertenece al ciclo "Visión política del pueblo mexicano", y muestra las condiciones sociales de esta actividad en ese momento. Noten que algunos de los trabajadores llevan casco y otros un simple sombrero. No se ven botas de seguridad y en algunos casos, adivinamos que calzan huaraches, una especie de alpargata de fabricación casera.
Diego Rivera, mexicano: "Entrada a la mina", mural, 1923.
[i] Ley provincial 7.722.
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