I: Pioneras
Las historias de las mujeres que se relatan en este libro comienzan con vidas que transcurrieron durante el siglo XIX. Siglo de los más largos, considerado históricamente, porque se inicia temprano en 1789, con la gran revolución en Francia, y finaliza recién en 1914, con la Primera Guerra Mundial. Siglo bisagra entre los vestigios residuales del orden feudal y la consolidación del orden capitalista.
La inacabada historia de las mujeres escribe, en aquel tiempo, un capítulo fundamental que incluye el advenimiento del espacio político para el género femenino. Siglo en el que se afirma la noción de individuo, convirtiendo esta cuestión en el fondo sobre el que surge la discusión acerca de los derechos de las mujeres en términos de equidad con el varón. En este período, además, las mujeres se introducirán en el mundo fabril –predominantemente masculino–, pero todavía deberán esperar muchas décadas hasta poder disponer, en forma autónoma, de su salario. El trabajo femenino se analiza, en estos tiempos, de manera ambivalente: será lugar de sobreexplotación al tiempo que de emancipación.
Por otra parte, se sobrevalora la función reproductora de las mujeres, imponiéndose –en el imaginario social– la idea mujer = madre: la maternidad se convierte en la función “propia” de la mujer y, únicamente a través de ella, alcanzará su realización y adultez.1 El orden capitalista reforzará la asignación del papel de reproductora a la mujer: se trata de hacer hombres porque es necesario que la clase obrera se reproduzca, como mano de obra o como ejército de reserva. Las mujeres que, además de ser madres trabajarán fuera de sus hogares, dejan a sus hijos al cuidado de otras mujeres que ocupan su lugar a cambio de un salario. Así, nos encontramos con la figura de la institutriz que, demandada hasta entonces por las clases altas, se afianza en el siglo XIX ofreciendo a las mujeres de clases medias sus cualidades maternales como “niñera”, convirtiendo a esta tarea en un medio de vida propio para muchas otras.
Fue en este período que las mujeres –fundamentalmente de la burguesía y las clases medias– se crearon una identidad pública tanto por medio de la producción literaria y de la actividad militante, como por sus poderes de organización y planificación. La Revolución Francesa fue el detonante que convirtió la cuestión de la mujer en una cuestión política y despertó este movimiento. Las mujeres, que salieron a luchar por ellas mismas, reclamaban la igualdad de derechos “haciéndose eco del discurso burgués de la igualdad abstracta de todos los ciudadanos frente a la ley.” 2 El reclamo se inscribía en la lógica de la Ilustración que, paradójicamente, “no cumplió sus promesas: [porque] la razón no es la Razón Universal. La mujer queda fuera de ella como aquel sector que las Luces no quisieron iluminar.” 3 Las mujeres reclamaban igualdad de derecho, independencia de la tutela de los esposos, acceso a la educación, derecho a la participación política, pero también hubo mujeres que se movilizaron contra la carestía, por el trabajo, etc.4
Las trabajadoras ocuparon el centro de los discursos científicos, filosóficos, religiosos y políticos. Es que su presencia ineludible en el mundo del trabajo las convirtió en un “problema social”, ya que el discurso dominante consideraba su inclusión en la producción como una violación de su “naturaleza reproductora”. De estas mujeres se ocuparán, precisamente, anarquistas, socialistas utópicos y marxistas en sus análisis sobre la explotación capitalista.
En este período, en Inglaterra –el país económicamente más avanzado del siglo XIX, cuna del capitalismo–, los obreros comienzan a organizarse en sindicatos para conseguir aumento de salario, reducción de las horas de labor y mejoramiento de las condiciones de trabajo. La situación de la clase obrera generó, asimismo, un movimiento de defensa, de lucha y resistencia que culminó en la creación, en 1864, de la Asociación Internacional de los Trabajadores.5 Se organizaron centenares de grupos obreros, sindicatos, asociaciones, uniones y, entre ellos, algunos que estuvieron integrados sólo por obreras.
Las mujeres que presentamos en este capítulo son paradigmáticas del siglo en cuestión: adelantándose, como Flora Tristán, en plantear la necesidad de la unión internacional del proletariado antes que existiera la organización dirigida por Marx y Engels; combatiendo en las barricadas parisinas, como Louise Michel, cuando se constituye el primer gobierno obrero de la historia y la clase trabajadora saca la lección de que ya la burguesía no puede cumplir más el papel revolucionario de antaño. Otras mujeres, como Carolina Muzilli y Juana Rouco Buela, son ejemplos del papel que tuvieron socialistas y anarquistas en la organización del incipiente movimiento obrero en Latinoamérica. Todas ellas debieron enfrentar agravios y prejuicios que, sin embargo, no las doblegaron en el ejercicio de lo que consideraban su deber en la lucha por la emancipación proletaria.
1 Así como en el siglo XVIII se creó al niño y la infancia como sujetos sociales, jurídicos, médicos, educativos, etc., el siglo XIX crea a la madre. En tiempos pre-modernos se valorizaba la función reproductora de la mujer, los procesos de concebir y parir. Luego se centró la importancia en la crianza y el cuidado de los hijos.
2 Pan y rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en el capitalismo, de Andrea D’Atri.
3 Dialéctica feminista de la Ilustración, de C. Molina Petit.
4 Ver Andrea D’Atri, op.cit.
5 También conocida como la Iº Internacional, fundada por Marx y Engels.
2 comentarios:
Las madres también fueron pioneras...
www.madresdeproceres.blogspot.com
Hola Karina! Por su puesto que así será. Muy novedoso tu trabajo con respecto a estas mujeres (casi) desconocidas). El link a tu interesante blog ya está puesto.
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