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viernes, 19 de agosto de 2011

La tristeza de los niños ingleses. Mano dura en el Reino Unido

Autoras/es: Pablo Bilsky
(Fecha original del artículo: Agosto 2011 *)
Como a Oliver Twist, el Estado inglés abandona a sus pobres.
Oliver Twist saqueando kioscos en Tottenham, bajo la atenta mirada de Moloch, Foucault y Marx. Por estos días de neoliberalismo estaticida, Londres se parece mucho a la pestilente ciudad que retrató el novelista Charles Dickens a principios del siglo XIX: un sitio donde rige la ley de la selva y en el que los trabajadores, los pobres, los niños y los adultos mayores, convertidos en mercancías, sufren abusos de todo tipo en nombre del mercado. Los chicos de 12 y 11 años que reciben hoy “penas ejemplares” en la Inglaterra del estallido social remiten a aquellas imágenes y desnudan, una vez más, la torva faz de Moloch.
En 1839 se publica la novela de Charles Dickens (1812-1870) Oliver Twist, que retrata la azarosa vida de un huérfano que padece abandono, malos tratos, explotación y abusos. Originalmente un folletín por entregas mensuales que apareció en la revista Bentley's Miscellany entre febrero de 1837 y abril de 1839, la obra es considerada una de las primeras novelas sociales de la historia de la literatura y también una de las primeras en lengua inglesa que tiene como protagonista a un niño.
La narración ilustra de manera cruda cómo los pequeños, al igual que los adultos mayores, los marginados, los enfermos sin recursos y los desocupados son sistemáticamente vejados y destruidos por la voracidad de un mercado capitalista que actúa como Moloch, el dios ante quien se sacrificaban niños.
En la Inglaterra de Dickens, las instituciones que decían proteger a los chicos, en realidad, agravaban todavía más su abandono y desamparo, y abusaban cruelmente de ellos en medio de la densa maraña de corrupción y vileza de todo el sistema político y social de la época victoriana.
Oliver Twist denuncia el mal trato de la infancia en el marco de un sistema ferozmente capitalista, donde las diferencias sociales resultan enormes, descarnadas. El protagonista, que nace sin nombre y sin historia, pierde su carácter de niño, pierde el derecho básico a ser considerado distinto del adulto: lo que hoy se denomina “heteronomía”.
En medio de una ciudad oscura y criminal, el protagonista de la novela de Dickens pierde el derecho a ser tenido en cuenta como un sujeto social particular, que necesita protección y posibilidades concretas para su desarrollo futuro.
Dickens retrata la infancia sufriente, abandonada, luego institucionalizada y posteriormente lanzada de nuevo a la calle, a la vida del hampa, en un Londres sucio y contaminado donde se explota a los niños para mandarlos a robar. Oliver Twist encarna además la infancia peligrosa, el niño problema, cuando es echado del orfanato por atreverse a pedir más comida. Varias de las formas del maltrato y la utilización de los niños por parte del mercado están descriptas en la novela.
La idea de niño y de infancia es una construcción social, que no existía en la Antigüedad, y que comenzó a configurarse tal como hoy la conocemos a partir del siglo XVIII. Es una conquista de la Modernidad. Una conquista que el capitalismo actual, denominado tardío o financiero, deroga una y otra vez, y allí el sistema se muestra desfachatado, como una rémora que remite incluso a etapas premodernas de la historia.
La edad de responsabilidad criminal en Inglaterra abarca a menores de edades entre los 10 y los 17 años, y pueden ser procesados en tribunales para adultos en caso de que hayan cometido delitos como robo, incendios provocados y violencia.
En la Inglaterra de hoy, tras los disturbios que estallaron el 6 de agosto en Tottenham, se verifica una respuesta meramente represiva del gobierno. El primer ministro de Inglaterra, James Cameron, se muestra como una suerte de hooligan atildado, exhibe un discurso patoteril que promete venganzas y contraataques, e intenta desvincular los hechos de violencia de los también violentos recortes presupuestarios que cerraron centros comunitarios y dejaron a decenas de miles de personas desamparadas, sin trabajo y sin contención de ningún tipo.
Los niños son tomados como chivos expiatorios. Esta Inglaterra se parece entonces a la de Dickens, tal como se parecen dos etapas del capitalismo, muy diferentes en casi todo, pero casi idénticas en el grado de explotación y degradación social que necesitan como condición de posibilidad para existir, desarrollarse y expandirse.
Los chicos condenados por los desmanes ocurridos en Inglaterra perdieron su condición de niños, perdieron su básica heteronomía, esa conquista de la sociedad moderna. Una vez más el capitalismo muestra su cara más retrógrada y brutal. A un niño de 12 años que durante los saqueos robó unos chicles de un kiosco un juez le impuso una pena de 9 meses de trabajo social. El testimonio ante los jueces de una chica de 12 años acusada de participar en los saqueos conmueve e indigna a los ciudadanos ingleses, que hoy se preguntan, acaso con excesiva ingenuidad, qué le ha estado pasando a esa sociedad para que puedan suceder hechos de esta naturaleza.
De los más de dos mil detenidos por los disturbios, más de la mitad son menores de 18 años. No sólo los no recibieron un trato acorde a su edad por parte de jueces y policías, sino que fueron exhibidos como sujetos peligrosos, que merecen castigos y condenas “ejemplares” porque, según el discurso oficial, expresan el grado de descomposición de una sociedad cuyas tensiones y problemas, parece, vienen de otros planetas del anchuroso cosmos y nada tienen que ver con las decisiones políticas de los gobiernos al servicio de los poderes fácticos.
La desprestigiada policía de Inglaterra, Scotland Yard, hoy acéfala y golpeada por alevosos casos de corrupción y soborno, se desfoga y desquita atrapando niños y mostrándolos como trofeos de una mano dura que tiene como vil contrapartida la mano blanda, y cómplice, que soba y mima los fondillos de los especuladores financieros responsables de todo el descalabro que deberán pagar, una vez más, lo pobres, los ancianos, los niños lanzados a las insaciables fauces de Moloch.

* Redacción Rosario, diario digital producido por  Cooperativa La Masa

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