Autoras/es: Carlos Aznárez
(Fecha original del artículo: Agosto 2011)
Mientras el gobierno de Sebastián Piñera cae en picada a nivel de aceptación pública (en un año pasó del 47% al 26%, y ni siquiera pudo aprovechar el aniversario del sonado rescate de los mineros), sus ministros, vinculados al área educacional parecen no encontrar otra vía que la represión para aplacar las multitudinarias manifestaciones estudiantiles. De hecho, por estas mismas horas, los secundarios y universitarios de todo el país, junto a profesores, padres de alumnos y un buen número de trabajadores en conflicto cumplen un paro nacional y vuelven a tomar las anchas alamedas de Santiago para demostrar que el movimiento que reclama una educación más inclusiva y menos lucrativa goza de buena salud.
La ola de protesta estudiantil –que ya lleva más de 60 días de huelga y mantienen ocupados numerosos colegios secundarios- ya volteó a un ministro emblemático de la derecha, como era Joaquín Lavín y ahora ha puesto contra las cuerdas a su sucesor, Felipe Bulnes. Más aún, el movimiento ha sido el generador, en poco tiempo, de un clima de levantamiento generalizado contra la política de Piñera.
El ex empresario de la empresa aérea LAN Chile, que llegó a la Casa de la Moneda a partir de los continuos fracasos de la Concertación, pretendió, en primera instancia, ignorar los reclamos estudiantiles, y al ver que esta táctica no alcanzaba, ideó un “gran acuerdo nacional” que intentaba atender superficialmente algunos de los puntos de los huelguistas. La iniciativa capotó inmediatamente dado el repudio de toda la comunidad educativa. Frente a ello, y al consiguiente desconocimiento de otra propuesta surgida de los estudiantes, que hablaba de “un gran acuerdo social”, Piñera dejó el poder de resolución del conflicto en las manos de los carabineros de Chile. Una institución que desde Pinochet en adelante representa el símbolo de la violencia estatal, y que con la luz verde otorgada apaleó y gaseó a la muchedumbre juvenil.
En solo dos jornadas, los calabozos chilenos recibieron casi un millar de detenidos, y la cifra amenaza con seguir aumentando en los próximos días.
Sin embargo, esto que nació como una demanda por una educación pública gratuita y de calidad, y que no pudo ser resuelto por el gobierno de la Concertación (que aplicó a los “pinguinos” de la Secundaria la misma receta represiva), hoy ha devenido en un gigantesco movimiento que cuestiona toda la estructura sistémica. Como señalara la máxima dirigente de la Confederación de Estudiantes de Chile, Camila Vallejo: “nos cansamos de tanto menosprecio, no sólo a nosotros sino a todo el pueblo, y decidimos no parar hasta conseguir un cambio total de estas anquilosadas estructuras continuadoras del post-pinochetismo”. Vallejo fue amenazada de muerte el pasado viernes por una funcionaria ultraderechista del Ministerio de Cultura. Se trata de Tatiana Acuña Selles, que no dudó en inspirarse en el dictador Pinochet, y señalar: “Se mata a la perra y se acaba la leva”.
Pero tanto las amenazas como la represión no han hecho mella en el espíritu de la revuelta estudiantil. Por eso no es extraño comprobar que además de ganar las calles, levantaron la apuesta y repudian –como hacen los “indignados” españoles- a los partidos y a la política tradicional, o embisten con arrebatos imaginativos que no se veían en Chile desde la época de Salvador Allende, contra la burocracia y la corrupción institucional.
En la voz de sus máximos referentes –como son la propia Camila, o sus pares Paloma Muñoz y Freddy Fuentes, de la Federación Metropolitana de Estudiantes Secundarios- están planteando ni más ni menos que les interesa atacar las raíces “del capitalismo salvaje que soportamos desde la dictadura hasta nuestros días”. Incluso dan un paso más adelante y hablan de la necesidad de terminar con la Constitución pinochetista y convocar a una Asamblea Constituyente que abarque a todos aquellos que jamás han sido consultados. Sabiéndose la punta de un iceberg que hasta ahora se había mantenido –como gran parte del pueblo chileno- en actitud pasiva, están generando con sus marchas bulliciosas y alegres, con sus cánticos y pintadas que recuerdan al Mayo francés del 68, un clima generalizado de subida de la autoestima de todos los demás sectores de la población que se lanzó a las calles para apoyarles.
Por otro lado, a Piñera no le faltan conflictos, y es por eso que apoyando a la marea estudiantil se sumaron los mineros del cobre, demandando mayores salarios y el cese de la persecución sindical, o los ambientalistas que pelean contra el polémico y controvertido proyecto HydroAysén que contempla la construcción devastadora de cinco centrales hidoeléctricas en la Patagonia chilena. También expusieron sus denuncias los mapuches, que hace pocas horas han sido atacados a balazos por los carabineros, en la región de la Ercilla, en la comuna de Temucuicui, y por último, también salieron a la calle los pobladores chilenos de las Callampas (asentamientos informales, similares a nuestras villas miserias), añadiendo a los reclamos de sus hijos estudiantes, los específicos de vivienda y trabajo digno.
Este complejo escenario de protestas, depositó de manera casi natural el liderazgo en los referentes estudiantiles, unos “cabros chicos”, como se dice en Chile, que hoy cuentan con el beneplácito del 80% de la población, ya que ve en ellos a sujetos incontaminados por la política tradicional, que no dudan en expresar en voz alta las demandas del resto de los ciudadanos.
Otro aspecto muy singular de este fenómeno movilizador, es el hecho de que ningún partido de izquierda puede atribuirse –sin caer en el riesgo de ser desmentido por los propios estudiantes- la paternidad de esta oleada de descontento. Incluso los movimientos de la izquierda extra-parlamentaria tuvieron que reconocer que, a diferencia de otros tiempos no muy lejanos, sus agrupamientos han decidido participar sí, pero como “acompañantes” de la algarada juvenil y dejar que la conducción de las manifestaciones recaiga en esos adolescentes y jóvenes protagonistas.
El gobierno, en tanto, sigue sin encontrar una salida que le permita frenar su desprestigio. De hecho, a través del vocero gubernamental Andrés Chadwick, dejó claro en las últimas horas que no cederá a las presiones de negociar “si prosiguen las movilizaciones”. Salió a responderle Camila Vallejo, en nombre de todos los movilizados, quien no dudó en aconsejarle al gobierno, “antes que sea demasiado tarde”, que mire a su alrededor “y se dé cuenta que por fin, ya no les tenemos miedo”.
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