Autoras/es: Alfred Schutz
Para quienes han crecido dentro de la pauta cultural, no sólo las recetas y su posible eficiencia, sino también las actitudes típicas y anónimas que ellas exigen, son algo incuestionado, "que va de suyo" y les da seguridad y tranquilidad. En otras palabras; esas actitudes, por su mismo carácter anónimo y típico, no están colocadas dentro del estrato de significatividad del actor que exige conocimiento explícito de algo, sino en la región del mero trato directo, en la cual basta con depositar la propia confianza. Esta relación entre la probabilidad objetiva, lo típico, lo anónimo y la significatividad parece bastante importante.(11)
En cambio, para el forastero que se incorpora al grupo, la pauta de este último no garantiza una probabilidad objetiva de éxito, sino una posibilidad puramente subjetiva que debe ser verificada paso a paso; en otras palabras, debe asegurarse de que las soluciones sugeridas por el nuevo esquema también producirán el efecto deseado por él, en su especial situación de extraño y recién llegado que no ha logrado captar todo el sistema de la pauta cultural, cuya incongruencia, incoherencia y falta de claridad, en cambio, lo desconciertan.
Ante todo, como dice W. I. Thomas, debe definir la situación. Por lo tanto, no puede limitarse a un conocimiento aproximado por trato directo de la nueva pauta y confiar en un vago conocimiento acerca de su estilo general y su estructura, sino que necesita un conocimiento explícito de sus elementos, e indagar no solamente su cómo, sino también su porqué. Es inevitable que sus perfiles de significatividad difieran radicalmente, en su forma, de los de un miembro del endogrupo, en cuanto a situaciones, recetas, medios, fines, copartícipes sociales, etc. Teniendo en cuenta la relación ya mencionada entre la significatividad, por una parte, y lo típico y lo anónimo, por la otra, se deduce que el forastero utiliza una medida de la anonimia y tipicidad de los actos sociales que no es la de los miembros del endogrupo. En efecto; para el forastero, los actores observados dentro del grupo al que se incorpora no tienen, como los coactores, una determinada anonimia presupuesta; es decir, no son meros realizadores de funciones típicas, sino individuos. Por otra parte, se inclina a tomar los meros rasgos individuales como típicos. Construye así un mundo social de seudoanonimia, seudointimidad y seudotipicidad. Por ello, no puede integrar los tipos personales construidos por él en un cuadro coherente del grupo al que se incorpora, ni confiar en sus previsiones acerca de las respuestas de aquellos. Menos aún puede adoptar esas actitudes típicas y anónimas que un miembro del endogrupo tienen derecho a esperar de un copartícipe en una situación típica. De ahí la ausencia en el forastero del sentimiento de distancia, su oscilación entre el distanciamiento y la intimidad, su vacilación, incertidumbre y desconfianza en todas las cosas que parecen tan simples a aquellos que confían en la eficiencia de recetas incuestionadas que basta aplicar sin comprenderlas.
Ante todo, como dice W. I. Thomas, debe definir la situación. Por lo tanto, no puede limitarse a un conocimiento aproximado por trato directo de la nueva pauta y confiar en un vago conocimiento acerca de su estilo general y su estructura, sino que necesita un conocimiento explícito de sus elementos, e indagar no solamente su cómo, sino también su porqué. Es inevitable que sus perfiles de significatividad difieran radicalmente, en su forma, de los de un miembro del endogrupo, en cuanto a situaciones, recetas, medios, fines, copartícipes sociales, etc. Teniendo en cuenta la relación ya mencionada entre la significatividad, por una parte, y lo típico y lo anónimo, por la otra, se deduce que el forastero utiliza una medida de la anonimia y tipicidad de los actos sociales que no es la de los miembros del endogrupo. En efecto; para el forastero, los actores observados dentro del grupo al que se incorpora no tienen, como los coactores, una determinada anonimia presupuesta; es decir, no son meros realizadores de funciones típicas, sino individuos. Por otra parte, se inclina a tomar los meros rasgos individuales como típicos. Construye así un mundo social de seudoanonimia, seudointimidad y seudotipicidad. Por ello, no puede integrar los tipos personales construidos por él en un cuadro coherente del grupo al que se incorpora, ni confiar en sus previsiones acerca de las respuestas de aquellos. Menos aún puede adoptar esas actitudes típicas y anónimas que un miembro del endogrupo tienen derecho a esperar de un copartícipe en una situación típica. De ahí la ausencia en el forastero del sentimiento de distancia, su oscilación entre el distanciamiento y la intimidad, su vacilación, incertidumbre y desconfianza en todas las cosas que parecen tan simples a aquellos que confían en la eficiencia de recetas incuestionadas que basta aplicar sin comprenderlas.
En otras palabras, la pauta cultural del grupo abordado es, para el forastero, no un refugio, sino un campo de aventura; no algo que va de suyo, sino un tema cuestionable de investigación; no un instrumento que le permite desentrañar situaciones problemáticas, sino, en sí misma una situación problemática y difícil de dominar.
Estos hechos explican dos características básicas de la actitud del forastero hacia el grupo, a las cuales han dedicado especial atención casi todo los sociólogos que se han referido a este tema: 1) la objetividad del forastero, y 2) su dudosa lealtad.
1. La actitud crítica del forastero no basta para explicar su objetividad. Es cierto que no está obligado a adorar a los "ídolos de la tribu" y tienen una aguda sensibilidad para la incoherencia e incongruencia del esquema cultural abordado. Pero esta actitud se origina menos en su propensión a juzgar al nuevo grupo según las normas que trae de su grupo de origen, que en su necesidad de adquirir un pleno conocimiento de los elementos de la pauta cultural abordada, y de examinar con cuidado y precisión, con este fin, lo que el endogrupo considera que se explica por sí solo. Sin embargo, la razón más profunda de su objetividad reside en su propia amarga experiencia de los límites del "pensar habitual", la cual le ha enseñado que un hombre puede perder su status, las reglas que lo guían y hasta su historia, y que la manera normal de vida está siempre mucho menos garantizada de lo que parece. Es por ello que el forastero discierne -frecuentemente con penosa claridad- la aparición de una crisis que puede amenazar a todo el fundamento de la "concepción relativamente natural del mundo", mientras que todos esos síntomas pasan inadvertidos para los miembros del endogrupo, que confían en la continuidad de su manera habitual de vida.
2. Lamentablemente, la dudosa lealtad del forastero suele ser algo más que un prejuicio por parte del grupo abordado. Esto se comprueba especialmente en casos en que el forastero no quiere o no puede sustituir totalmente la pauta cultural de su grupo de origen por la nueva pauta cultural. En tales casos, sigue siendo lo que Park y Stonequist denominaron acertadamente un "hombre marginal", un híbrido cultural que vacila entre dos pautas diferentes de vida grupal, sin saber a cuál de ellas pertenece. Sin embargo, es frecuente que el reproche de dudosa lealtad se origine en el asombro de los miembros del endogrupo al comprobar que el forastero no acepta la totalidad de su pauta cultural como la forma natural y apropiada de vida y como la mejor de todas las soluciones posibles para cualquier problema. Se acusa al forastero de ingrato, por negarse a reconocer que la pauta cultural que se le ofrece le asegura refugio y protección. Pero esas personas no comprenden que el forastero, en estado de transición, no considera esa pauta como un refugio protector, sino como un laberinto en el cual ha perdido todo sentido de orientación.
Como ya dijimos, nos hemos limitado intencionalmente a la actitud específica, previa a todo ajuste social, del forastero que ingresa en un grupo, absteniéndonos de investigar el proceso mismo de asimilación social. Permítasenos una sola observación acerca de esta. La ajenidad y familiaridad no se limitan al campo social, sino que son categorías generales de nuestra interpretación del mundo. Si en nuestra experiencia encontramos algo hasta entonces desconocido, ajeno en consecuencia al orden habitual de nuestro conocimiento, iniciamos un proceso de indagación. Primero, definimos el nuevo hecho; tratamos de captar su significado; luego, transformamos paso a paso nuestro esquema general de interpretación del mundo, de tal modo que el hecho extraño y su significado se hagan compatibles y coherentes con todos los otros hechos de nuestra experiencia y sus significados. Si conseguimos todo esto, entonces lo que antes era un hecho extraño y un problema que desconcertaba nuestra mente se transforma en un elemento adicional de nuestro conocimiento justificado. Hemos ampliado y ajustado nuestro acervo de experiencias.
Lo que suele denominarse el proceso de ajuste social que debe sufrir el recién llegado no es sino un caso especial de este principio general. La adaptación del recién llegado al endogrupo que al principio le parecía extraño y desconocido, es un proceso continuo de indagación en la pauta cultural del grupo abordado. Si este proceso tiene éxito, dicha pauta y sus elementos pasarán a ser, para el recién llegado, algo que va de suyo, una manera de vida, incuestionable, un refugio y una protección. Pero entonces el forastero ya no será forastero, y sus problemas específicos habrán quedado resueltos.
(11) Se la podría remitir a un principio general de la teoría de la significatividad, pero esto excedería los alcances del presente artículo. Sólo tenemos espacio para sostener que todos los obstáculos que encuentra el forastero en su intento de interpretar el grupo al que ingresa derivan de la incongruencia de los perfiles que ofrecen los sistemas mutuos de significatividades y, por consiguiente, de la deformación que sufre el sistema del forastero dentro del nuevo ambiente. pero toda relación social y, en especial, todo establecimiento de nuevos contactos sociales, aun entre individuos, involucra fenómenos análogos, aunque no conduzcan necesariamente a una crisis.
* Extraído de, Alfred Schutz; "Estudios sobre teoría social", Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1999. Capítulo IV "El forastero. Ensayo de psicología social"
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