Autoras/es: Pierre Bourdieu
El racismo de la inteligencia1 es el título de una obra de Pierre
Bourdieu, donde denuncia a las clases dominantes, las burguesas, que
imponen su cultura al resto, sintiendo sus valores como superiores, y
dignos y necesarios de reproducir, con el objetivo de justificar un
orden social donde ellos ocupan las jerarquías, argumentando que esa
posición es merecida, en base a títulos que consideran incuestionable
prueba de superioridad intelectual.
(Fecha original del artículo: Mayo 1978)
Quisiera decir, en primer lugar, que hay que tener presente que no hay un racismo, sino racismos: hay
tantos racismos como grupos que tienen la necesidad de justificarse por
existir como existen, constituyendo esto la función invariante de los
racismos.
Me
parece muy importante centrar el análisis en las formas de racismo que
son sin duda las más sutiles, las más irreconocibles y, por tanto, las
menos denunciadas, quizá porque los denunciadores habituales del racismo
poseen algunas de las propiedades que inclinan a esta forma de racismo.
Me refiero al racismo de la inteligencia. El racismo de la inteligencia
es un racismo de clase dominante que se distingue por una multitud de
propiedades de lo que se designa habitualmente como racismo, es decir,
el racismo pequeñoburgués, que constituye el objetivo central de la
mayoría de las críticas clásicas del racismo, empezando por las más
vigorosas, como la de Sartre.
Este
racismo es propio de una clase dominante cuya reproducción depende, en
parte, de la transmisión del capital cultural, capital heredado que
tiene la propiedad de ser un capital incorporado y, por tanto,
aparentemente natural, innato. El racismo de la inteligencia es lo que
utilizan los dominantes con el fin de producir una «teodicea de su
propio privilegio», como dice Weber, es decir, una justificación del
orden social que dominan. Es lo que hace que los dominantes se sientan
justificados de existir como dominantes, que se sientan de una esencia superior. Todo
racismo es un esencialismo y el racismo de la inteligencia es la forma
de sociodicea característica de una clase dominante cuyo poder se basa
en parte en la posesión de títulos que, como los títulos escolares, se
consideran garantía de inteligencia y que han suplantado en muchas
sociedades, incluso para el acceso a las posiciones de poder económico, a
los antiguos títulos, tales como los títulos de propiedad o los
títulos nobiliarios.
Asimismo,
este racismo le debe algunas de sus propiedades al hecho de que,
habiéndose reforzado las censuras respecto a las formas de expresión
burdas y brutales del racismo, la pulsión racista ya sólo pueda
expresarse en formas muy eufemizadas y tras la máscara de la negación
(en el sentido del psicoanálisis): el GRECE sostiene un discurso en el
que dice el racismo, pero de una manera tal que no lo dice. Así, llevado
a un grado muy alto de eufemización, el racismo se hace casi irreconocible.2 Los
nuevos racistas se ven ante un problema de optimización: o bien
aumentar el contenido de racismo declarado del discurso (afirmándose,
por ejemplo, a favor del eugenismo), pero arriesgándose a chocar y a
perder en posibilidad de comunicación, de transmisión, o bien aceptar
decir poco y de una forma muy eufemizada, en conformidad con las normas
de censura en vigor (hablando, por ejemplo, en estilo genético o
ecológico) y aumentar así las probabilidades de «colar» el mensaje
haciéndolo pasar inadvertido.
El
modo de eufemización más extendido en la actualidad es evidentemente la
cientifización aparente del discurso. Si se recurre al discurso
científico para justificar el racismo de la inteligencia no es
únicamente porque la ciencia representa la forma dominante del discurso
legítimo; es también y sobre todo porque un poder que se cree
fundamentado en la ciencia, un poder de tipo tecnocrático, le exige
naturalmente a la ciencia fundamentar el poder; cuando la inteligencia
es lo que legitima para gobernar, el gobierno se pretende fundamentado
en la ciencia y en la competencia «científica» de los gobernantes
(basta con pensar en el papel de las ciencias en la selección escolar,
donde las matemáticas se han convertido en la medida de toda
inteligencia). La ciencia tiene intereses comunes con lo que se le pide
justificar.
Dicho
esto, pienso que hay que rechazar pura y simplemente el problema, en
el que se han dejado encerrar los psicólogos, de los fundamentos
biológicos o sociales de la «inteligencia». Y, más que intentar zanjar
científicamente la cuestión, tratar de hacer la ciencia de la propia
cuestión; intentar analizar las condiciones sociales de la aparición de
este tipo de interrogación y del racismo de clase que introduce. En
realidad, el discurso del GRECE no es sino la forma límite de los
discursos que sostienen desde hace años algunas asociaciones de antiguos
alumnos de las escuelas de élite, declaraciones de jefes que se sienten
autorizados por su «inteligencia» y que dominan una sociedad basada en
una discriminación a base de «inteligencia», es decir, basada en lo que
mide el sistema escolar con el nombre de inteligencia. La inteligencia
es lo que miden los tests de inteligencia, es decir, lo que mide el
sistema escolar. Esta es la primera y la última palabra de un debate
que no puede zanjarse mientras se permanezca en el ámbito de la
psicología, porque la propia psicología (o, al menos, los tests de
inteligencia) es producto de las determinaciones sociales que
constituyen el principio del racismo de la inteligencia, racismo propio
de «élites» vinculadas a la elección escolar, propio de una clase
dominante que obtiene su legitimidad de los clasamientos [classements] escolares.
El clasamiento [classement] escolar es un clasamiento [classement] social eufemizado y, por tanto, naturalizado, absolutizado, un clasamiento [classement] social
que ya ha sufrido una censura, por tanto una alquimia, una
transmutación que tiende a transformar las diferencias de clase en
diferencias de «inteligencia», de «don», es decir, en diferencias de
naturaleza. Nunca las religiones lo habían hecho tan bien. El
clasamiento [classement] escolar es una discriminación social
legitimada y que recibe la sanción de la ciencia. Es aquí donde se
encuentra la psicología con el refuerzo que le ha proporcionado desde
sus orígenes al funcionamiento del sistema escolar. La aparición de
tests de inteligencia como el test de Binet-Simon está vinculada a la
llegada al sistema de enseñanza, con la escolarización obligatoria, de
alumnos con los que el sistema escolar no sabía qué hacer porque no
estaban «predispuestos», «dotados», es decir, dotados por su medio
familiar de las predisposiciones que presupone el funcionamiento
habitual del sistema escolar: un capital cultural y una buena voluntad
respecto a las sanciones escolares. Estos tests que miden la
predisposición social exigida por la escuela -de ahí su valor
predictivo de los éxitos escolares- están bien hechos para legitimar de
antemano los veredictos escolares que los legitiman.
¿Por
qué esta recrudescencia en la actualidad del racismo de la
inteligencia? Quizá porque numerosos docentes, intelectuales -que han
sufrido de lleno las repercusiones de la crisis del sistema de
enseñanza- están más inclinados a expresar o dejar expresarse en formas
más brutales lo que hasta ahora no era sino un elitismo de buena
sociedad (quiero decir de buenos alumnos). Pero también hay que
preguntarse por qué ha aumentado también la pulsión que conduce al
racismo de la inteligencia. Pienso que ello se debe, en gran medida, al
hecho de que el sistema escolar se ha visto enfrentado en fechas
recientes a problemas relativamente sin precedentes con la irrupción de
personas desprovistas de las predisposiciones socialmente constituidas
que tácitamente exige; especialmente de personas que, por su número,
devalúan los títulos escolares y devalúan incluso los puestos que van a
ocupar gracias a esos títulos. De ahí el sueño, ya realizado en ciertos
ámbitos como la medicina, del numeras clausus. Todos los racismos se parecen. El numerus clausus es
un tipo de medida proteccionista análoga al control de la inmigración,
una respuesta contra la aglomeración suscitada por el fantasma del
número, de la invasión por el número.
Siempre
estamos dispuestos a estigmatizar al estigmatizador, a denunciar el
racismo elemental, «vulgar», del resentimiento pequeñoburgués. Pero es
demasiado fácil. Debemos jugar a los cazadores cazados y preguntarnos
cuál es la contribución que aportan los intelectuales al racismo de la
inteligencia. Habría que estudiar el papel de los médicos en la
medicalización, es decir, en la naturalización de las diferencias
sociales, de los estigmas sociales, así como el papel de los psicólogos,
psiquiatras y psicoanalistas en la producción de eufemismos que
permiten designar a los hijos de subproletarios o de inmigrantes de una
manera tal que los casos sociales se convierten en casos psicológicos,
las deficiencias sociales en deficiencias mentales, etc. En otras
palabras, habría que analizar todas las formas de legitimación de
segundo orden que duplican la legitimación escolar como discriminación
legítima, sin olvidar los discursos de aspecto científico, el discurso
psicológico, así como las afirmaciones mismas que nosotros hacemos.3
NOTAS
* (Epígrafe 21 del
libro Cuestiones de Sociología, 1999,
Editorial Istmo, Madrid).
El traductor ha optado por traducir Classement
como “clasamiento”, solamente quisiéramos subrayar que la palabra en francés
también significa clasificación (en
el doble sentido del término, lingüístico y social).
1 Intervención en el Coloquio del MRAP en mayo
de 1978, publicada en Cahiers Droit et liberté (Races, sociétés et
aptitudes: apports et limites de la science), núm. 382, pp. 67-71.
2 «Méconnuhsable»: término
que significa habitualmente «irreconocible», pero que viene de méconnaitre, «desconocer»,
«no reconocer». Bourdieu subraya la palabra para subrayar su parentesco con la méconnaissance,
con el des-conocimiento, término muy utilizado por el autor para subrayar
una dimensión esencia] de las sociedades: la negación de intereses, coacciones,
etc., que resulta imprescindible para el mantenimiento de la legitimidad de
instituciones, grupos o agentes y que suele ser fruto, como la represión freudiana,
de un trabajo continuo de ocultamiento, de negación (N. del T-). 262
3 Se pueden encontrar desarrollos
complementarios en P. Bourdieu, «Classement,
déclassement, reclassement», Actes de la recherche en sciences sociales, núm.
24, noviembre 1978, pp. 2-22.