(Fecha original del artículo: Octubre 2016)
21 OCTUBRE 2016
"Tal vez lo femenino sea un nombre para todo lo que aparezca ante los ojos de un sistema fagocitador y aniquilador de las diferencias como justo aquello que por no ser de su mismo orden, se le escapa, lo pone en sospecha y, por lo tanto, lo delata como uno – uno posible, y no el único – sistema".
Pero, ¿cómo decir lo no cantado,
lo terrible y lo justo,
sin irritar al dios que guarda
tu alegoría y mi silencio?
A Elbiamor no Cantada. Leopoldo Marechal
Luego del paro y de la masiva movilización de mujeres convocada por el colectivo Ni Una Menos del 19 de Octubre, que se precipitó ante los brutales hechos de violación y asesinato de Lucía Pérez en Mar del Plata, entre otros casos recientes de femicidio, y que concentró miles de manifestantes - en su mayoría mujeres - en la Plaza de Mayo, se vuelve urgente la reflexión sobre el sentido de una protesta popular de estas características y dimensiones, y necesaria la distinción de, por lo menos, dos planos de discusión en torno al problema de la violencia de género.
lo terrible y lo justo,
sin irritar al dios que guarda
tu alegoría y mi silencio?
A Elbiamor no Cantada. Leopoldo Marechal
Luego del paro y de la masiva movilización de mujeres convocada por el colectivo Ni Una Menos del 19 de Octubre, que se precipitó ante los brutales hechos de violación y asesinato de Lucía Pérez en Mar del Plata, entre otros casos recientes de femicidio, y que concentró miles de manifestantes - en su mayoría mujeres - en la Plaza de Mayo, se vuelve urgente la reflexión sobre el sentido de una protesta popular de estas características y dimensiones, y necesaria la distinción de, por lo menos, dos planos de discusión en torno al problema de la violencia de género.
Por un lado, Ni Una Menos aparece como una respuesta espontánea y autoconvocada a la creciente ola de crímenes a mujeres y a las alarmantes estadísticas respecto de las múltiples formas de abuso al género femenino; también, como una denuncia a la complicidad de las instituciones, con especial atención a la institución policial y al sistema judicial en general, que no sólo protegen a los agresores sino que además carecen de una estructura lo suficientemente desarrollada como para dar contención a un problema histórico y de las magnitudes del problema de la violencia de género. En este sentido la emergencia de un colectivo como Ni Una Menos, capaz de visibilizar la situación, justipreciar su gravedad y ejercer presión sobre las políticas de estado para su inmediata atención, es un acontecimiento social para celebrar.
Por otro lado, nos parece fundamental el abordaje de la cuestión de la violencia de género en un marco más amplio e integrador que no sólo la vincule con otras violencias sociales sino que también ponga de relieve y permita reflexionar sobre el problema de la violencia en general, en el contexto del sistema capitalista.
Para empezar, si bien es clara la necesidad de desplazar provisoriamente el problema de la desigualdad social para enfocar y desnaturalizar la violencia machista, resulta menos claro el impacto que este recorte tiene en la esfera del discurso y en su tratamiento por parte de los medios masivos de comunicación. Nos parece que uno de los riesgos principales que se corre con este desplazamiento es el de que el contenido genuino y legítimo de la reivindicación sea apropiado y distorsionado por los mismos sectores de poder que ejercen esta violencia, entre otras, convirtiendo así el problema en un problema de "todos por igual" y a propósito del cual no es pertinente la denuncia de las diferencias económicas y sociales que vuelven a unos sectores más vulnerables que a otros, incluso en relación a la prevención, asistencia y contención en casos de violencia de género.
El problema de las clases sociales y la obscena distancia que se abre entre un sector -cada vez más reducido- que concentra la riqueza y el poder, y otro -cada vez más amplio- por debajo de la línea de pobreza queda diluido en una discusión que, aún si se concibe a sí misma en otros términos, acaba por aparecer en el plano del discurso y la divulgación como una discusión exclusivamente entre, por y para las mujeres. Como si la propia categoría de mujer, ese "nosotras" construido en una operación ideológica por excelencia, se desentendiera repentinamente las diferencias entre una obrera y una patrona, o de la explotación de la mujer por la mujer. En este sentido, y como ejemplo paradigmático, cabe preguntarse si cuando Juliana Awada declara en una entrevista televisiva que no le interesa la política y que su forma de "ayudar" es donar los retazos que sobran de la fábrica de ropa Cheeky a centros de primera infancia sigue siendo una de "nosotras"; o si contenerla en una misma categoría junto a, por ejemplo, la presa política Milagro Sala se vuelve más bien la peor versión de una utopía. Entendemos, sin embargo, la necesidad de identificarnos, de darnos una imagen a nosotros mismos para obrar en forma colectiva, que en este caso se traduce en la imagen de "las mujeres", y adquiere allí toda su potencia; pero cabe preguntarse cuál es el punto en el que esa identificación se vuelve patológica sobre la evidencia de que las prácticas sociales concretas vinculadas a las diferencias de clase tratan a un sector social de las mujeres como "otras" (distintas) mientras únicamente en el plano del discurso se las supone a todas las "mismas" (iguales). La radical oposición entre los intereses de algunas de "nosotras" y otras de "nosotras" fuerza la propia categoría al extremo de romperla. Las mujeres del ejemplo son irreductibles entre sí, y representan la imposibilidad, incluso el peligro, de intentar sostener un universal allí donde lo que prima es la diferencia, no en términos de los particulares, sino en términos de clase.
Es aquí donde el problema de la violencia machista encuentra un límite a partir del cual la discusión de género debe continuarse y profundizarse. Afirmar en forma acrítica que el femicidio "atraviesa todas las clases sociales, credos e ideologías" y que su origen es la "cultura machista" obtura la discusión y opaca la relación falocentrismo-capitalismo, sobre la base de la cual descansan todas las violencias ejercidas tanto sobre mujeres como sobre hombres, en un sistema que los reduce, a unos y a otros, sólo a meros consumidores y objetos de consumo. El falocentrismo no sólo propone al Uno, al Universal como hombre, sino también como heterosexual, blanco, europeo, católico y, por sobre todas las cosas, propietario.
En este sentido, y a nivel local, es necesario apoyar y acompañar la intervención de Ni Una Menos interpretando el contexto actual de vaciamiento y precarización de los programas de protección y atención a las víctimas de violencia de género, dentro de un marco general de vaciamiento y precarización por parte del gobierno macrista de toda las instituciones por medio de las cuales fueron posibles las reconquistas populares en las gestiones kierchneristas que lo antecedieron. Y es necesario también y a posteriori, desarrollar un pensamiento crítico sobre la propia intervención, sobre su sentido y sobre las futuras acciones reivindicatorias del pueblo y sus derechos, de modo tal que esta acción en particular pueda comprenderse como un estadio temprano de una discusión aún por dar, y de una lectura superadora capaz de ubicar la problemática de la violencia de género en el marco de la problemática estructural de la lucha de clases en el sistema capitalista. Una interpretación más aguda acerca de qué cosa sea la violencia machista se torna difícil si se la identifica de forma directa e inmediata con la violencia de los hombres ejercida sobre las mujeres, por fuera de todo marco histórico y social en el que poder observar una violencia, también machista, ejercida por hombres sobre hombres y por mujeres sobre mujeres como consecuencia de un sistema opresor fundado en un pensamiento y en una experiencia de la vida puramente instrumental.
Es alentador advertir, sin embargo, que luego de la visibilización conseguida por el colectivo en su primera manifestación los debates sobre la violencia de género se multiplicaron, denunciando el machismo de los medios masivos de comunicación que en su gran mayoría condenaban a las víctimas y justificaban a los agresores. Pero tras haber atendido la legítima urgencia de visibilizar el problema y e identificar claramente la disparidad de fuerzas entre hombres y mujeres, los términos de esta discusión deben complejizarse si no queremos reproducir el mismo discurso estigmatizador y unívoco que intentamos desnaturalizar. Para esto, es necesario comprender, en primera instancia, que si los sectores más desfavorecidos de la sociedad no construyen poder para ser capaces de intervenir sobre las políticas de estado en relación a la violencia de género, la situación en términos macro no va a sufrir cambios sustantivos. Lo demuestra el hecho de que el mismo día de la marcha contra la violencia de género el proyecto oficial de modificación del Ministerio Público Fiscal eliminó la única unidad del país especializada en la investigación de femicidios y violencia contra las mujeres. En este sentido, es fundamental restituir a la discusión sobre la violencia de género el problema del giro neoliberal que dio el sistema representativo democrático en la Argentina y a escala global, y poner en cuestión la posibilidad misma del sistema capitalista de sostener en el tiempo gobiernos populares.
Como aporte para la revinculación de la violencia de género con la violencia capitalista , encontramos en la categorización de violencia subjetiva, violencia objetiva y violencia del lenguaje que desarrolla Slavoj Zizek en su trabajo "Sobre la violencia: seis reflexiones marginales" una clave para empezar a pensar la violencia de género como una posible respuesta a la necesidad de los sujetos de registrar con el horror aquello que no se puede simbolizar en el contexto objetivo de un sistema que en lo cotidiano lo agrede y maltrata hasta el límite de lo soportable. Si pensamos que en este contexto de hostigamiento publicitario, neutralización política y necesidad material, es el cuerpo social el que no puede expresarse, el que no puede inscribir en el discurso aquello que lo excede y que constituye, a la vez, el soporte de su penosa experiencia vital, esta violencia subjetiva sobre las mujeres aparece entonces como un corte, como una marca sobre ese cuerpo social, como un signo que, fallidamente, anota y hace constar un malestar y una impotencia colectiva inexpresables. Desde esta perspectiva el cuerpo violentado es el de todos, o mejor dicho, es el del "todos" como un cuerpo herido. Tal vez registrar este nivel colectivo de la experiencia violenta empezando a vernos a nosotros mismos como parte de ese organismo constituya una instancia superadora en la que podamos proteger - también - a las mujeres. Tal vez a ellas primero y, más que a las mujeres, a lo femenino primero, porque es justamente lo femenino lo que parece erigirse como blanco perfecto para la violencia primero masculina, pero sobre todo falocéntrica. ¿Será que la cultura occidental moderna no soporta de lo femenino aquello que le es constitutivo, es decir, eso que no se puede asir, que no se puede representar, que escapa los límites de lo categorizable y, por tanto, susceptible de ser dominado?
Lo femenino no es, así comprendido, privativo de las mujeres. Lo femenino puede ser también un nombre para el extranjero, para el pobre, para el marginal, para el otro, para eso que se encuentra en el límite de lo descriptible (y de lo tolerable). Tal vez lo femenino sea un nombre para todo lo que aparezca ante los ojos de un sistema fagocitador y aniquilador de las diferencias como justo aquello que por no ser de su mismo orden se le escapa, lo pone en sospecha y, por lo tanto, lo delata como uno – uno posible, y no el único – sistema. En este sentido, el género femenino es el género de la Revolución y por eso marchamos. Porque vivas nos queremos de una en una, cada una. Pero en lo colectivo no podemos estar realmente vivas sin convertirnos en revolucionarias. Por eso marchemos: por la urgencia de Ni Una Mujer Menos. Y la urgencia de Otra Revolución Más.
Agencia Paco Urondo
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