La Reina de las Nieves (Snedronningen)
es un cuento de hadas escrito por Hans Christian Andersen. El cuento
fue publicado por primera vez en el año 1845, y se centra en la lucha
entre el bien y el mal vivida por dos niños, Kai y Gerda.
(Fecha original del cuento: 1845)
QUINTO EPISODIO: La pequeña bandolera
QUINTO EPISODIO
La pequeña bandolera
Avanzaban a través del bosque tenebroso, y la
carroza relucía como una antorcha. Su brillo era tan intenso, que los ojos de
los bandidos no podían resistirlo.
- ¡Es oro, es oro! -gritaban, y, arremetiendo con
furia, detuvieron los caballos, dieron muerte a los postillones, al cochero y
a los criados y mandaron apearse a Margarita.
- Está gorda, apetitosa, la alimentaron con
nueces -dijo la vieja de los bandidos, que era barbuda y tenía unas cejas que
le colgaban por encima de los ojos.
- Será sabrosa como un corderillo bien cebado.
¡Se me hace la boca agua! -y sacó su afilado cuchillo, que daba miedo de
brillante que era.
- ¡Ay! -gritó al mismo tiempo, pues su propia
hija, que se le había subido a la espalda, acababa de pegarle un mordisco en
la oreja; era salvaje y endiablada como ella sola-. ¡Maldita rapaza! -exclamó
la madre, renunciando a degollar a Margarita.
- ¡Jugará conmigo! -dijo la niña de los
bandoleros.
- Me dará su manguito y su lindo vestido, y
dormirá en mi cama y pegó a la vieja otro mordisco, que la hizo saltar y dar
vueltas, mientras los bandidos reían y decían:
- ¡Cómo baila con su golfilla!
- ¡Quiero subir al coche! -gritó la pequeña
salvaje, y hubo que complacerla, pues era malcriada y terca como ella sola.
Ella y Margarita subieron al carruaje y salieron a galope a campo traviesa.
La hija de los bandoleros era de la edad de Margarita, pero más robusta,
ancha de hombros y de piel morena. Tenía los ojos negros, de mirada casi
triste. Rodeando a Margarita por la cintura, le dijo: - No te matarán
mientras yo no me enfade contigo ¿Eres una princesa, verdad?
- No -respondió Margarita, y le contó todas sus
aventuras y lo mucho que ansiaba encontrar a su Carlitos.
La otra la miraba muy seriamente; hizo un signo
con la cabeza y dijo: - No te matarán, aunque yo me enfade; entonces lo haré
yo misma -. Y secó los ojos de Margarita y metió las manos en el hermoso
manguito, tan blando y caliente.
El coche se detuvo; estaban en el patio de un
castillo de bandoleros, todo él derruido de arriba abajo. Cuervos y cornejas
salían volando de los grandes orificios, y enormes perros mastines, cada uno
de los cuales parecía capaz de tragarse un hombre, saltaban sin ladrar, pues
les estaba prohibido.
En la espaciosa sala, vieja y ahumada, ardía un
gran fuego en el centro del suelo de piedra; el humo se esparcía por debajo
del techo, buscando una salida. Cocía un gran caldero de sopa, al mismo
tiempo que asaban liebres y conejos.
- Esta noche dormirás sola conmigo y con mis
animalitos -dijo la hija de los bandidos.
Diéronle de comer y beber, y luego las dos niñas
se apartaron a un rincón donde había paja y alfombras. Encima, posadas en
estacas y perchas, había un centenar de palomas, dormidas al parecer, pero
que se movieron un poco al acercarse las chicas.
- Todas son mías -dijo la hija de los bandidos,
y, sujetando una por los pies, la sacudió violentamente, haciendo que el
animal agitara las alas-. ¡Bésala! -gritó, apretándola contra la cara de
Margarita-. Allí están las palomas torcaces, las buenas piezas -y señaló
cierto número de barras clavadas ante un agujero en la parte superior de la
pared-. También son torcaces aquellas dos; si no las tenemos encerradas,
escapan; y éste es mi preferido -y así diciendo, agarró por los cuernos un
reno, que estaba atado por un reluciente anillo de cobre en torno al cuello-.
No hay más remedio que tenerlo sujeto, de lo contrario huye. Todas las noches
le hago cosquillas en el cuello con el cuchillo, y tiene miedo -. Y la
chiquilla, sacando un largo cuchillo de una rendija de la pared, lo deslizó
por el cuello del reno. El pobre animal todo era patalear, y la chica venga
reírse. Luego metió a Margarita en la cama con ella.
- ¿Duermes siempre con el cuchillo a tu lado?
-preguntó Margarita, mirando el arma un si es no es nerviosa.
- ¡Desde luego! -respondió la pequeña bandolera-.
Nunca sabe una lo que puede ocurrir. Pero vuelve a contarme lo que me dijiste
antes de Carlitos y por qué te fuiste por esos mundos.
Margarita le repitió su historia desde el
principio, mientras las palomas torcaces arrullaban en su jaula y las demás
dormían. La hija de los bandidos pasó un brazo en torno al cuello de
Margarita, y, con el cuchillo en la otra mano, se puso a dormir y a roncar.
Margarita, en cambio, no podía pegar los ojos, pues no sabía si seguiría viva
o si debía morir. Los bandidos, sentados alrededor del fuego, cantaban y
bebían, mientras la vieja no cesaba de dar volteretas. El espectáculo resultaba
horrible para Margarita.
En esto dijeron las palomas torcaces: - ¡Ruk,
ruk!, hemos visto a Carlitos. Un pollo blanco llevaba su trineo, él iba
sentado en la carroza de la Reina de las Nieves, que volaba por encima del
bosque cuando nosotras estábamos en el nido. Sopló sobre nosotras y murieron
todas menos nosotras dos. ¡Ruk, ruk!
- ¿Qué estáis diciendo ahí arriba? -exclamó
Margarita- ¿Adónde iba la Reina de la Nieves? ¿Sabéis algo?
- Al parecer se dirigía a Laponia, donde hay
siempre nieve y hielo. Pregunta al reno atado ahí.
- Allí hay hielo y nieve, ¡qué magnífico es
aquello y qué bien se está! -dijo el reno-. Salta uno con libertad por los
grandes prados relucientes. Allí tiene la Reina de las Nieves su tienda de
verano; pero su palacio está cerca del Polo Norte, en las islas que llaman
Spitzberg.
- ¡Oh, Carlos, Carlitos! -suspiró Margarita.
- ¿No puedes estarte quieta? -la riñó la hija de
los bandidos- ¿O quieres que te clave el cuchillo en la barriga?
A la mañana siguiente Margarita le contó todo lo
que le habían dicho las palomas torcaces; la muchacha se quedó muy seria,
movió la cabeza y dijo: - ¡Qué más da, qué más da! ¿Sabes dónde está Laponia?
-preguntó al reno.
- ¿Quién lo sabría mejor que yo? -respondió el
animal, y sus ojos despedían destellos-. Allí nací y me crié. ¡Cómo he
brincado por sus campos de nieve!
- ¡Escucha! -dijo la muchacha a Margarita-. Ya
ves que todos nuestros hombres se han marchado, pero mi madre sigue en casa.
Más tarde empinará el codo y echará su siestecita; entonces haré algo por ti
-. Saltando de la cama, cogió a su madre por el cuello y, tirándole de los
bigotes, le dijo: - ¡Buenos días, mi dulce chivo! -. La vieja correspondió a
sus caricias con varios capirotazos que le pusieron toda la nariz amoratada;
pero no era sino una muestra de cariño.
Cuando la vieja, tras unos copiosos tragos, se
entregó a la consabida siestecita, la hija llamó al reno y le dijo: - Podría
divertirme aún unas cuantas veces cosquilleándote el cuello con la punta de
mi afilado cuchillo; ¡estás entonces tan gracioso! Pero es igual, te desataré
y te ayudaré a escapar, para que te marches a Laponia. Pero cuida de brincar
con ánimos y de conducir a esta niña al palacio de la Reina de las Nieves,
donde está su compañero de juegos. Ya oíste su relato, pues hablaba bastante
alto y tú escuchabas.
El reno pegó un brinco de alegría. La muchacha
montó a Margarita sobre su espalda, cuidando de sujetarla fuertemente y
dándole una almohada para sentarse.
- Así estás bien -dijo-, ahí tienes tus botas de
piel, pues hace frío; pero yo me quedo con el manguito; es demasiado
precioso. No te vas a helar por eso. Te daré los grandes mitones de mi madre
que te llegarán hasta el codo; póntelos... así; ahora tus manos parecen las
de mi madre.
Margarita lloraba de alegría.
- No puedo verte lloriquear -dijo la hija de los
bandidos-. Debes estar contenta; ahí tienes dos panes y un jamón para que no
pases hambre -. Ató las vituallas a la grupa del reno, abrió la puerta, hizo
entrar todos los perros y, cortando la cuerda con su cuchillo, dijo al reno:
- ¡A galope, pero mucho cuidado con la niña!
Margarita alargó las manos, cubiertas con los
grandes mitones, hacia la muchachita, para despedirse de ella, y enseguida el
reno emprendió la carrera a campo traviesa, por el inmenso bosque, por
pantanos y estepas, a toda velocidad. Aullaban los lobos y graznaban los
cuervos; del cielo llegaba un sonido de "¡p-ff, p-ff!," como si
estornudasen.
- ¡Son mis auroras boreales! -dijo el reno-. Mira
cómo brillan -. Y redobló la velocidad, día y noche. Se acabaron los panes y
el jamón, y al fin llegaron a Laponia.
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FEMTE HISTORIE.
Den lille røverpige.
De kørte gennem den mørke skov, men kareten skinnede som et blus, det
skar røverne i øjnene, det kunne de ikke tåle.
"Det er guld! det er guld!" råbte de, styrtede frem, tog fat
i hestene, slog de små jockeyer, kusken og tjenerne ihjel, og trak nu den
lille Gerda ud af vognen.
"Hun er fed, hun er nydelig, hun er fedet med nøddekerne!"
sagde den gamle røverkælling, der havde et langt, stridt skæg og øjenbryn,
der hang hende ned over øjnene. "Det er så godt som et lille fedelam!
nå, hvor hun skal smage!" og så trak hun sin blanke kniv ud og den
skinnede, så at det var grueligt.
"Av!" sagde kællingen lige i det samme, hun blev bidt i øret
af sin egen lille datter, der hang på hendes ryg og var så vild og uvorn, så
det var en lyst. "Din lede unge!" sagde moderen og fik ikke tid til
at slagte Gerda.
"Hun skal lege med mig!" sagde den lille røverpige.
"Hun skal give mig sin muffe, sin smukke kjole, sove hos mig i min
seng!" og så bed hun igen, så røverkællingen sprang i vejret og drejede
sig rundt, og alle røverne lo og sagde: "Se, hvor hun danser med sin
unge!"
"Jeg vil ind i kareten!" sagde den lille røverpige og hun
måtte og ville have sin vilje, for hun var så forkælet og så stiv. Hun og
Gerda sad ind i den, og så kørte de over stub og tjørn dybere ind i skoven.
Den lille røverpige var så stor som Gerda, men stærkere, mere bredskuldret og
mørk i huden; øjnene var ganske sorte, de så næsten bedrøvede ud. Hun tog den
lille Gerda om livet og sagde: "De skal ikke slagte dig, så længe jeg
ikke bliver vred på dig! Du er sagtens en prinsesse?"
"Nej," sagde lille Gerda og fortalte hende alt, hvad hun
havde oplevet, og hvor meget hun holdt af lille Kay.
Røverpigen så ganske alvorlig på hende, nikkede lidt med hovedet og
sagde: "De skal ikke slagte dig, selv om jeg endogså bliver vred på dig,
så skal jeg nok selv gøre det!" og så tørrede hun Gerdas øjne og puttede
så begge sine hænder ind i den smukke muffe, der var så blød og så varm.
Nu holdt kareten stille; de var midt inde i gården af et røverslot;
det var revnet fra øverst til nederst, ravne og krager fløj ud af de åbne
huller, og de store bulbidere, der hver så ud til at kunne sluge et menneske,
sprang højt i vejret, men de gøede ikke, for det var forbudt.
I den store, gamle, sodede sal brændte midt på stengulvet en stor ild;
røgen trak hen under loftet og måtte selv se at finde ud; en stor
bryggerkedel kogte med suppe, og både harer og kaniner vendtes på spid.
"Du skal sove i nat med mig her hos alle mine smådyr!" sagde
røverpigen. De fik at spise og drikke og gik så hen i et hjørne, hvor der lå
halm og tæpper. Ovenover sad på lægter og pinde næsten hundrede duer, der
alle syntes at sove, men drejede sig dog lidt, da småpigerne kom.
"Det er alle sammen mine!" sagde den lille røverpige og greb
rask fat i en af de nærmeste, holdt den ved benene og rystede den, så at den
slog med vingerne. "Kys den!" råbte hun og baskede Gerda med den i
ansigtet. "Der sidder skovkanaljerne!" blev hun ved og viste bag en
mængde tremmer, der var slået for et hul i muren højt oppe. "Det er
skovkanaljer, de to! de flyver straks væk, har man dem ikke rigtigt låset; og
her står min gamle kæreste Bæh!" og hun trak ved hornet et rensdyr, der
havde en blank kobberring om halsen og var bundet. "Ham må vi også have
i klemme, ellers springer han med fra os. Hver evige aften kilder jeg ham på
halsen med min skarpe kniv, det er han så bange for!" og den lille pige
trak en lang kniv ud af en sprække i muren og lod den glide over rensdyrets
hals; det stakkels dyr slog ud med benene, og røverpigen lo og trak så Gerda
med ned i sengen.
"Vil du have kniven med, når du skal sove?" spurgte Gerda og
så lidt bange til den.
"Jeg sover altid med kniv!" sagde den lille røverpige.
"Man ved aldrig, hvad der kan komme. Men fortæl mig nu igen, hvad du
fortalte før om lille Kay, og hvorfor du er gået ud i den vide verden."
Og Gerda fortalte forfra, og skovduerne kurrede deroppe i buret, de andre
duer sov. Den lille røverpige lagde sin arm om Gerdas hals, holdt kniven i
den anden hånd og sov, så man kunne høre det; men Gerda kunne slet ikke lukke
sine øjne, hun vidste ikke, om hun skulle leve eller dø. Røverne sad rundt om
ilden, sang og drak, og røverkællingen slog kolbøtter. Oh! det var ganske
grueligt for den lille pige at se på.
Da sagde skovduerne: "Kurre, kurre! vi har set den lille Kay. En
hvid høne bar hans slæde, han sad i snedronningens vogn, der fór lavt hen
over skoven, da vi lå i rede; hun blæste på os unger, og alle døde de uden vi
to; kurre! kurre!"
"Hvad siger I deroppe?" råbte Gerda, "hvor rejste
snedronningen hen? Ved I noget derom?"
"Hun rejste sagtens til Lapland, for der er altid sne og is!
spørg bare rensdyret, som står bundet i strikken."
"Der er is og sne, der er velsignet og godt!" sagde
rensdyret; "der springer man frit om i de store skinnende dale! der har
snedronningen sit sommertelt, men hendes faste slot er oppe mod Nordpolen, på
den ø, som kaldes Spitsberg!"
"Oh Kay, lille Kay!" sukkede Gerda.
"Nu skal du ligge stille!" sagde røverpigen, "ellers
får du kniven op i maven!"
Om morgnen fortalte Gerda hende alt, hvad skovduerne havde sagt, og
den lille røverpige så ganske alvorlig ud, men nikkede med hovedet og sagde:
"Det er det samme! det er det samme. - Ved du, hvor Lapland er?"
spurgte hun rensdyret.
"Hvem skulle bedre vide det end jeg," sagde dyret, og øjnene
spillede i hovedet på det. "Der er jeg født og båret, der har jeg
sprunget på snemarken!"
"Hør!" sagde røverpigen til Gerda, "du ser, at alle
vore mandfolk er borte, men mutter er her endnu, og hun bliver, men op ad
morgenstunden drikker hun af den store flaske og tager sig så en lille lur
ovenpå; - så skal jeg gøre noget for dig!" Nu sprang hun ud af sengen,
fór hen om halsen på moderen, trak hende i mundskægget og sagde: "min
egen søde gedebuk, god morgen!" Og moderen knipsede hende under næsen,
så den blev rød og blå, men det var alt sammen af bare kærlighed.
Da så moderen havde drukket af sin flaske og fik sig en lille lur, gik
røverpigen hen til rensdyret og sagde: "Jeg kunne have besynderlig lyst
til endnu at kilde dig mange gange med den skarpe kniv, for så er du så
morsom, men det er det samme, jeg vil løsne din snor og hjælpe dig udenfor,
at du kan løbe til Lapland, men du skal tage benene med dig og bringe mig
denne lille pige til snedronningens slot, hvor hendes legebroder er. Du har
nok hørt, hvad hun fortalte, thi hun snakkede højt nok, og du lurer!"
Rensdyret sprang højt af glæde. Røverpigen løftede lille Gerda op og
havde den forsigtighed at binde hende fast, ja endogså at give hende en lille
pude at sidde på. "Det er det samme," sagde hun, "der har du
dine lodne støvler, for det bliver koldt, men muffen beholder jeg, den er alt
for nydelig! Alligevel skal du ikke fryse. Her har du min moders store
bælgvanter, de når dig lige op til albuen; stik i! - Nu ser du ud på hænderne
ligesom min ækle moder!"
Og Gerda græd af glæde.
"Jeg kan ikke lide at du tviner!" sagde den lille røverpige.
"Nu skal du just se fornøjet ud! og der har du to brød og en skinke, så
kan du ikke sulte." Begge dele blev bundet bag på rensdyret; den lille
røverpige åbnede døren, lokkede alle de store hunde ind, og så skar hun
strikken over med sin kniv og sagde til rensdyret: "Løb så! men pas vel
på den lille pige!"
Og Gerda strakte hænderne, med de store bælgvanter, ud mod røverpigen
og sagde farvel, og så fløj rensdyret af sted over buske og stubbe, gennem
den store skov, over moser og stepper, alt hvad det kunne. Ulvene hylede, og
ravnene skreg. "Fut! fut!" sagde det på himlen. Det var ligesom om
den nyste rødt.
"Det er mine gamle nordlys!" sagde rensdyret, "se, hvor
de lyser!" og så løb det endnu mere af sted, nat og dag; brødene blev
spist, skinken med og så var de i Lapland.
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Nota: agradeceríamos infinitamente sus comentarios al contenido del cuento y/o a su traducción.
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