Autoras/es: Blanca Heredia para "El Financiero"
Esta semana se difundieron los primeros hallazgos del estudio Sorry elaborado por la organización civil Mexicanos Primero
y basado en el Examen del Uso y Comprensión del Idioma Inglés para
Egresados de Secundaria (EUCIS). Esa prueba fue diseñada por expertos
liderados por Miguel Székely y aplicada a fines de 2014 a cuatro mil 727
estudiantes egresados de secundarias públicas en 11 ciudades del país.
De acuerdo al estudio, 97 por ciento de los alumnos evaluados no alcanzó
el nivel B1 en inglés requerido, de acuerdo a la normatividad vigente,
para graduarse de secundaria en México. Del total, sólo 3.0 por ciento
cuenta con el nivel exigido, 5.0 por ciento obtuvo el nivel esperado
para primero de secundaria, 13 por ciento el nivel esperado en cuarto de
primaria y 79 por ciento mostró desconocimiento completo del inglés. A
pesar de esto, todos lograron obtener un muy bonito diploma de
secundaria.
Pero, aún hay más.
(Fecha original del artículo: Enero 2015)
El nivel A0, en el que se ubicó
79 por ciento de los alumnos examinados, no existía en la escala
original de calificación –basada en el Marco Común Europeo– de la prueba EUCIS. Tuvo que generarse ex-post para
poder ubicar al muy alto porcentaje de alumnos que no alcanzaron el
nivel más bajo de la escala original. Algo parecido a lo que ocurrió,
por cierto, la primera vez que se aplicó PISA –año 2000–, cuando tuvo
que crearse el nivel “debajo de 1” para poder otorgarle una puntuación a
los alumnos mexicanos, pues muchísimos de ellos no habían logrado
obtener el puntaje más bajo contemplado en la escala de calificaciones
original.
Las historias de horror contenidas en los primeros resultados del estudio Sorry no tienen fin. Cito aquí, para no indigestarlos, sólo uno más: 53 por ciento de los alumnos que obtuvieron más de nueve de calificación promedio, validada por la SEP, en su asignatura de inglés de secundaria, se ubicó en el nivel BO de EUCIS, mismo que, reitero, indica desconocimiento completo del inglés.
Estas cifras indican, clarísimamente, que nuestros alumnos de secundarias públicas no aprenden inglés en la escuela, lo cual limita muy seriamente sus posibilidades de conexión con el mundo, sus oportunidades académicas y profesionales futuras, y contribuye a ampliar nuestras tremendas desigualdades sociales. Pero indican también algo más y, probablemente, aún más grave.
Ese algo más tiene que ver con la pregunta de qué cosa sí aprenden de la experiencia de no aprender inglés en sus escuelas y, a pesar de ello y de ser requisito para graduarse, obtener –muchos de ellos– muy buenas calificaciones de sus maestros en esa materia y graduarse todos ellos de secundaria. Habría que estudiarlo más, pero mi hipótesis es que lo que sí aprenden con todo ello es que sus calificaciones oficiales no tienen nada que ver con lo que son capaces de demostrar que han aprendido. Ello es gravísimo, pues instala en ellos la idea de que la calificación no depende de su conducta –no se gana ni se merece– y de que la simulación, la mentira y el fraude son normales y admisibles en la escuela, es decir, justo en uno de los espacios de socialización nodales en los que se forman nuestros niños y jóvenes.
En breve, de acuerdo a estos primeros resultados del estudio Sorry, las calificaciones oficiales en nuestras escuelas secundarias públicas no ofrecen indicio alguno sobre el nivel de dominio del inglés efectivamente alcanzado. Escuela-fraude que, al parecer, lo que sí sabe hacer es enseñarles a millones de niños y jóvenes la práctica cotidiana del fraude. Se entienden muchas cosas a partir de estos datos. La más importante de todas: una sociedad que ha dejado a sus escuelas al garete y que ha terminado corroída en sus cimientos.
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Las historias de horror contenidas en los primeros resultados del estudio Sorry no tienen fin. Cito aquí, para no indigestarlos, sólo uno más: 53 por ciento de los alumnos que obtuvieron más de nueve de calificación promedio, validada por la SEP, en su asignatura de inglés de secundaria, se ubicó en el nivel BO de EUCIS, mismo que, reitero, indica desconocimiento completo del inglés.
Estas cifras indican, clarísimamente, que nuestros alumnos de secundarias públicas no aprenden inglés en la escuela, lo cual limita muy seriamente sus posibilidades de conexión con el mundo, sus oportunidades académicas y profesionales futuras, y contribuye a ampliar nuestras tremendas desigualdades sociales. Pero indican también algo más y, probablemente, aún más grave.
Ese algo más tiene que ver con la pregunta de qué cosa sí aprenden de la experiencia de no aprender inglés en sus escuelas y, a pesar de ello y de ser requisito para graduarse, obtener –muchos de ellos– muy buenas calificaciones de sus maestros en esa materia y graduarse todos ellos de secundaria. Habría que estudiarlo más, pero mi hipótesis es que lo que sí aprenden con todo ello es que sus calificaciones oficiales no tienen nada que ver con lo que son capaces de demostrar que han aprendido. Ello es gravísimo, pues instala en ellos la idea de que la calificación no depende de su conducta –no se gana ni se merece– y de que la simulación, la mentira y el fraude son normales y admisibles en la escuela, es decir, justo en uno de los espacios de socialización nodales en los que se forman nuestros niños y jóvenes.
En breve, de acuerdo a estos primeros resultados del estudio Sorry, las calificaciones oficiales en nuestras escuelas secundarias públicas no ofrecen indicio alguno sobre el nivel de dominio del inglés efectivamente alcanzado. Escuela-fraude que, al parecer, lo que sí sabe hacer es enseñarles a millones de niños y jóvenes la práctica cotidiana del fraude. Se entienden muchas cosas a partir de estos datos. La más importante de todas: una sociedad que ha dejado a sus escuelas al garete y que ha terminado corroída en sus cimientos.