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viernes, 8 de marzo de 2013

Mis abuelas no están en las efemérides...

Foto: Diario El Litoral (Sta. Fe)
Autoras/es: Stella Maris Torre
(Fecha original del artículo: Marzo 2013)
Mis abuelas –ambas fallecidas hace tiempo- no están en las efemérides… Como tantas otras mujeres, ¿no es cierto?
Bueno, el día en que se las recuerda, así, en masa, en su calidad de “mujeres” es el 8 de marzo.
Esto que voy a decir lo habrán escuchado mil y un veces, pero viene a cuento repetirlo: Hay un día de la mujer, otro del niño, otro del animal, ¿y los 362 o 363 restantes son para homenajear a quién? ¿para rendir pleitesía a quién?
Ayer viajaba en un ómnibus de media distancia, apenas salió de Once le suena el celular a una pasajera.
Era su hija, contándole desesperada que su marido la había “fajado en forma” la noche anterior y que tenía miedo por ella y sus hijos, pero no se animaba a salir a la calle. La pasajera se alarmó tanto que comenzó a hablar en voz muy fuerte: “Mirá hija, yo ahora estoy en viaje a ver a tu hermano, llamá al celular de tu papá, él está trabajando pero te va a ir a buscar seguro, andá preparando un poco de ropa, no mucho, lo que puedas, esperá a papá y salite ya de esa casa con los chicos”.
Colgó, esperó 5 minutos y luego llamó a su marido: “¿Ya hablaste con ….? Sí, ESE TIPO volvió a hacerlo de nuevo, la tenemos que llevar a otro lado, hablá con tus parientes que tienen algo de lugar. Después llamame…”
¿Cuántos casos habrá cómo éste o peores?
Volviendo a mis abuelas, no sé si es cuestión de épocas o simplemente me tocó en suerte tener como madres de mi madre y mi padre a dos mujeres muy distintas entre sí, pero ambas “de bandera”, capaces de tomar decisiones grandes y pequeñas sin consultar ni al marido ni a sus mayores.
La que nació en Italia “escandalosamente” se casó “de vieja” (tenía ¡26 años!) con un hombre 3 años menor que ella (imagínense el revuelo). Mi abuelo había sido soldado en la primera guerra mundial y luego se dedicó al “negocio” de la familia: el campo. Iniciados los años 20 la hambruna fue corriendo uno a uno a todos sus hermanos. Él y otro hermano, dos de los menores de la familia, viajaron a EE.UU donde habían inmigrado ya los mayores. Pero ellos no tuvieron “tanta suerte”: el ingreso al imperio estaba en ese momento cerrado y como premio “consuelo” ¿eligieron? radicarse en Argentina. A todo esto mi abuela quedó en Italia con una niñita pequeña, y se hizo cargo sola del campo, de comprar, de vender, de negociar.
A mi abuelo acá le fue más o menos. Con la crisis del 29 no se le ocurrió mejor idea que volverse a Italia, pero sólo se quedó unos meses allí, dejándole a mi abuela un regalito en su panza: mi mamá. El regresó a la Argentina, donde continuó trabajando de albañil. Logró comprar un terreno y, despacito, despacito, fue construyendo una casa familiar donde durante mucho tiempo él fue único habitante.
Pasaron los años y nunca había plata para viajar uno allá o unas acá, y luego vino la 2da. Guerra Mundial, que mi abuela pasó sólo con mi madre, siempre en el campo (mi tía ya se había casado).
A fines del 47 mi nona largó todo a su suerte en Italia (el campo se vendió décadas después, cuando ya mis abuelos no estaban) y se vino con mi mamá para acá. Llegaron a Buenos Aires el 1º de enero de 1948. Mi madre tenía 17 años recién cumplidos cuando pudo conocer a su padre.
Mi abuelo, un anarquista “tranquilo”, siempre repetía en el italiano -que se negó a abandonar de por vida- “al mejor patrón hay que colgarlo”. Mi abuela, ¡qué contraste! Iba a la iglesia de lunes a lunes (los domingos dos veces). Llegaba una hora antes de la misa de 7, para no perderse el rosario…
Mi abuela la española era todo lo contrario. Pisaba la iglesia sólo para casamientos, bautismos, unas pocas comuniones y alguna que otra misa fúnebre, (y eso para no quedar mal). Su historia es distinta y parecida a la vez.
Mi abuelo, campesino o “labrador” como el resto de mis ascendientes, se había venido de Galicia a fines de la década de 1910. Era un adolescente (en este caso el pionero de la familia) que venía a probar suerte en América. Con sus idas y sus vueltas, le fue algo mejor que al otro.
Estuvo unos años en Argentina, aprendió el oficio de sastre, algo de italiano, alemán y ruso (lengua de sus compañeros de cuarto en la pensión o “conventillo” donde vivía) y a mediados de los 20 se volvió a España (supongo que para buscar una esposa de su pueblo). Se casó en Galicia con mi abuela, en 1928 nació mi padre, y cuando éste tenía 6 meses se volvieron a Argentina, donde nació mi tío. Obviamente también sufrieron la crisis del 29, pero mi abuela, en cuanto mi abuelo llegó con la noticia que lo habían despedido, salió durante unas horas y volvió hecha toda una empresaria de lavado y planchado para gente de dinero. Así paró la olla hasta que mi abuelo pudo reinsertarse en una sastrería de renombre donde se hacían sus trajes los grandes dobles apellidos de nuestra historia nacional.
Por razones que no he podido develar (¡no se me ocurrió preguntar a tiempo!), los abuelos volvieron a España con sus pequeños hijos y les tocó vivir los comienzos de la guerra civil, ya que uno de sus puntos cruciales de partida fue Galicia. Me contaba mi abuela que en el pueblo los tiros salían de una casa a la de enfrente, y viceversa. Y que una vez los chicos (mi tío apenas caminaba, mi padre tendría unos 4 o 5 años), habían salido a jugar y pasado largo rato no regresaban. Mis abuelos asustados salieron a buscarlos y los encontraron dentro de un caño donde a mi padre-niño se le había ocurrido refugiarse. La situación se estaba volviendo cada vez más fulera porque los franquistas poco a poco tomaron el país entero. Volvieron entonces para la Argentina, acompañados también por una bebé recién nacida que no pudo resistir el viaje. Mi papá comenzó la primaria aquí, luego mi tío. Por décadas nunca más se habló de regresar. Por el contrario, a los pocos años de reinstalarse definitivamente aquí, trajeron y ayudaron a asentarse a la esposa e hija de un hermano de mi abuela, fallecido en la cárcel.
Hasta que en el año 60 o 61 a mi abuela se le ocurrió hacer un viaje a su tierra natal. Mi abuelo no quiso ir. Pues entonces viajó sola ¡y muy contenta que vino!
Seguramente esto podría estar mucho mejor escrito, pero no quise detenerme en cuestiones “de estilo” . Lo que pretendo con estas palabritas es recordar a dos mujeres que nunca tuvieron miedo (o si lo tuvieron, se la bancaron), que salían a la calle y hasta viajaban de continente a continente solas (aunque formalmente casadas...).
No he sido testigo de toda su vida matrimonial, pero sospecho que a mis abuelos ni se les ocurrió jamás levantarles un dedo. Y es más, me arriesgo a pensar que –por lo menos el grueso de las mujeres occidentales de fines de S. XIX y principios del XX- no eran tan frágiles como nos quieren hacer creer. Habría que revisarlo ¿no?
Podemos empezar, quienes las tienen vivas, por preguntar a nuestras abuelas cómo fue su vida y si se acuerdan de cómo fue la de sus propias abuelas.
Creo que nos llevaríamos grandes sorpresas.

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