En Pizarras y Pizarrones hemos desarrollado un trabajo de campo cuyo objetivo es analizar las preferencias en lecto-escritura de nuestros lectores, así como las nuevas formas de enseñanza y aprendizaje. Les hemos pedido su colaboración para completar una pequeña encuesta anónima que como máximo les insumiría 10 minutos. Agradecemos su participación! La encuesta cerró el 31-08-17 y en unos pocos días publicaremos sus resultados...

viernes, 8 de marzo de 2013

Las Novelas de la Tarde

Autoras/es: Mario Marazzi
(Fecha original: 2001)

Mi papá  enfermó en el mes de abril de 1950 y murió el 3 de septiembre de ese mismo año. Yo iba a 5º grado del colegio del Barrio Caferatta, con el maestro Zanotti, en el turno tarde. En medio del invierno porteño, en los primeros días del mes de Julio, las visitas de los médicos y especialistas se sucedía casi sin cesar para intentar encontrar cura a la enfermedad de mi papá.  Mi regreso del colegio seguramente molestaba todo el movimiento de la casa, por lo cual se llegó a un acuerdo con una familia amiga de la calle (o avenida, nunca supe bien) Castañares, donde fui casi dos meses a tomar la merienda y dejar pasar las horas hasta las ocho de la noche, cuando  volvía a mi casa.

Los Risotto era un matrimonio italiano con dos hijas. Don Estanilao nunca supe bien de que se ocupaba –hacía algo con las manos, carpintería, tapicería o quizá haya sido hojalatero- mientras que doña María atendía la casa, junto a sus dos hijas. La mayor se llamaba Juana y era definitivamente fea: usaba lentes muy gruesos y tenía temibles verrugas en la cara. Lo único que deseaba era que Juana no me saludase con un beso, por temor a que sus verrugas no me transmitiesen alguna enfermedad como la de mi papá, que se estaba muriendo. La menor le decían La Negra y era muy linda. Con los años supe que La Negra había sido adoptada por los Risotto, creo que en Córdoba.

Las Risotto estaban siempre trabajando con ropa. Cosían, bordaban o arreglaban prendas propias y creo que de algunos clientes. Mi llegada a la casa de Castañares estaba enmarcada por el silencio; no se podía hacer ruido porque era la hora en que las tres mujeres escuchaban la novela de la tarde. Por entonces, no habiendo televisión aún, las radionovelas eran el gran entretenimiento de la gente. Roberto Escalada y Oscar Casco eran los galanes de entonces y había un pacto de silencio –mientras transcurría la audición-  que solamente se podía romper cuando venían “los cortes comerciales” donde pasaban avisos de jabones de tocador, especialmente de Lux y Palmolive.

Cuando estaban los avisos alguna de las dos hermanas se levantaba de la mesa de costura y me servían “la leche” que habitualmente era apenas cortada con un chorro de café o con un alimento de aquellos tiempos que se llamaba Ovomaltina. Comía algunos pedazos de pan y manteca. Algunas veces había galletitas imperiales. Cuando terminaba el capítulo de la novela alguna de ellas me preguntaba como me había ido en el colegio. “Bien” contestaba siempre y esperaba el fatídico ¿querés empezar con los deberes?  Que pocas veces aceptaba porque prefería ir a la terraza, arrancar pelotitas del paraíso cuyas ramas entraban en la casa y con mi hondera, que llevaba escondida en la cintura del pantalón, tirarle a los pibes que pasaban por Castañares o por Santander, porque la casa de los Risotto daba a las dos calles. No porque fuese demasiado grande sino porque allí se juntaban las dos calles paralelas, aunque las reglas matemáticas asegurasen que “las paralelas no se juntan”. A la terraza se subía por la escalera del patio y a mitad de camino había un descanso con una piecita donde guardaban cachivaches y funcionaba también como tallercito de Don Estanilao.

Algunas veces, no muchas, mientras yo hacía tiempo llegaba el novio de la Negra. Se llamaba Miguel  y laburaba en un Banco, situación muy apreciada por la gente mayor: “En el Banco está la guita ... dónde vas a estar mejor que allí “. El novio bancario, con una incipiente calvicie merodeaba por el patio lleno de macetas. El también respetaba los silencios impuestos por las radionovelas y yo creía adivinar que en sus bolsillos abultados tenía la guita del Banco, pero seguramente fuese un pañuelo. Juana no tenía novio.

Después que murió mi papá volví algunas veces a la casa de los Risotto. Pero no a quedarme sino a llevarles frascos de berenjenas en escabeche que les mandaba mi mamá. Quizá para devolverles, de alguna manera, aquellas tardes de radionovelas, silencios  y Ovomaltina.


Mario Marazzi - 2001


No hay comentarios: