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sábado, 28 de abril de 2012

Cuentos para la diversidad: 22. Sedna. Un planeta diferente

Autoras/es: Lorena Castro Salillas(*)
(Fecha original del libro: 2005) 
Relato recomendado para niños/as +10

Son las dos de la madrugada y yo sigo con los ojos abiertos de par en par. Mi mirada se pasea por las estrellas y planetas fluorescentes que brillan en el techo de mi habitación. Cómo me gusta el planetarium imaginario que me ha comprado el abuelo, cada noche fantaseo con vivir en un planeta diferente: hoy Venus, mañana Marte, pasado Plutón…Ayer soñé que yo había descubierto Sedna, el nuevo planeta.
Fue un viaje galáctico que emprendí sin decir nada a nadie, sabía que a mamá y a papá no les gustaría la idea, siempre me protegen demasiado, así que decidí viajar solo, sin contar a nadie mi proyecto, ni siquiera a Javichu. Pasé frío y hambre en aquel mundo sideral, pero una de las noches, tras muchas horas sin dormir y después de abatir a los monstruos más malvados del espacio… a lo lejos vislumbré algo diferente, algo nuevo que atraía poderosamente mi atención. Había descubierto el décimo planeta del sistema solar, qué orgullosos estarían mis padres de mi, mi casa se llenaría de reporteros y tendría que ir al colegio rodeada de guardaespaldas.
¿Colegio?, ¡ay Señor!, pero si mañana tengo que ir al nuevo cole, creo que es por eso por lo que no puedo dormir, tengo una concentración de nervios en la barriga, una manifestación de mariposas aleteando sobre mi estómago.
Es la segunda vez que me cambian de colegio este año. La primera vez fue porque a papá le ascendieron en el trabajo y nos tuvimos que trasladar a otra ciudad. Él es un gran hombre de negocios, lleva trajes ele- gantes y manda mucho, muchísimo, tanto que mamá ya empieza a estar un poco harta. Cuando llegamos a esta ciudad me apuntaron al único colegio en el que quedaban plazas libres. Era divertido, aunque casi no me dio tiempo a hacerme nuevos amigos. Mi compañero de pupitre era chinito, siempre le olían las manos a mandarina y decía que su padre regentaba la tienda más grande del barrio. En el recreo jugábamos a la segunda guerra mundial y cada uno luchaba por el país que más le apetecía. Había muchas niñas con velo y nunca se lo quitaban, hacían llamarse “la pandilla de las novias eternas”, aunque yo nunca las vi con novio.
El martes pasado vino mamá a buscarme a la salida de la clase y ya no he vuelto más. He estado una semana de vacaciones y me lo he pasado en grande, pero por más que pregunto… no entiendo por qué no puedo volver al mismo cole, la última frase que le puedo sacar a papá es: “Mira hijo, inmigrantes… igual a maleantes”.
Qué sueño, se me cierran los ojitos… Son las ocho, suena el despertador y la voz de mamá: -“arriba, arriba Dani, que no podemos llegar tarde el primer día de clase, ya verás que bien lo vas a pasar, me han contado que en este colegio se juega mucho al fútbol, y en febrero hay una semana de vacaciones sólo para ir a esquiar, fíjate qué suerte”.
–¡Yo quiero volver al de antes!, ¡no quiero fútbol ni esquiar!, a mi me gustaba jugar a la segunda guerra mundial, ¡y aprender palabrotas en rumano!, no quiero ir al colegio nuevo.
–Daniel, no seas insolente, levántate y no me hagas hablar. Por Dios, qué niño… Y allí estaba yo, rodeado de gente nueva otra vez.
Eché una mirada rápida por la clase, todos eran aparentemente como yo, allí no había chinos ni se llevaban los pelos con rastas, todos pronunciaban bien el español y parecían tener los papeles en regla. Las niñas se peinaban con trenzas y coletas, algunas decían tener novio, pero sin embargo ninguna llevaba el velo que toda novia está orgullosa de lucir. Me imagino que se morirían de envidia si viesen a las chicas de mi colegio anterior.
A la hora del recreo, justo cuando sonaba la campana, una niña levantó la mano.
–Dime Cristina –dijo la maestra.
–Señorita, ¿puedo repartir ya los sugus por mi cumpleaños? Y antes de que la maestra diese su aprobación, un coro de voces alborotadas y desafinadas estaba ya cantando el cumpleaños feliz. Unos aplaudían, otros pedían más sugus, la maestra, sin éxito, suplicaba orden y paciencia y Cristina parecía bastante feliz. Cuando me tocó el turno, la chica del cumpleaños se me acercó al oído y me dijo: –“el viernes celebro el cumple en mi casa, puedes venir si quieres”–. Le sonreí y le di las gracias, para ser mi primer día de clase yo también estaba feliz.
Mi nuevo compañero de pupitre se llama Igor. Por la tarde, en la clase de Matemáticas, me pasó una nota que decía: “¿vas a ir al cumpleaños de la hija de las lesbianas?”. Me imaginé que se referiría al cumpleaños de Cristina, así que por la parte de detrás del papel le escribí “
CREO QUE SÍ”.
Por la noche mi casa no era precisamente una fiesta. Papá y mamá estaban enfadados otra vez y en la cena nadie hablaba, así que tuve que empezar a hablar yo.
–¿Puedo ir el viernes al cumpleaños de la hija de las lesbianas? –¿Cómo? –dijeron a la vez mirándome extrañados.
–Sí, al cumpleaños de Cristina, es una niña de mi clase, hace una fiesta en su casa el viernes y me ha invitado. ¿Puedo ir? –Está bien, puedes ir –dijo mamá muy seria; y nadie volvió a abrir la boca durante el resto de la cena, ni siquiera para preguntarme por el primer día de colegio o para interesarse por el teléfono de la casa de Cristina, como suelen hacer cuando me invitan a ir a otra casa.
El cumple estuvo realmente bien. La madre de Cristina y una amiga habían preparado juegos y regalos para los ganadores, decoran la casa con dibujos de Disney y habían cocinado tartas de muchos sabores.
El lunes a primera hora tocaba clase de Ciencias. La maestra se retrasaba y pensé que sería buena idea ir a hablar con Cristina, decirle que me lo había pasado muy bien en su fiesta.
–Por cierto –le dije– no estaba tu padre en tu fiesta, ¿es que viaja tanto como el mío? –No, mi padre murió, murió en un accidente hace ya muchos años.
–¡Vaya!, pero que metedura de pata la mía, pensé.
–¿Estás tonto? –dijo Igor, que siempre se metía en todas las conversaciones–.
¿Es que no sabes que la madre de Cristina es lesbiana?, ¿no viste cómo hacía manitas con su novia? –¿Que es qué? –pregunté.
–¡Lesbiana!, ¡que le gustan las mujeres! ¡que se da besitos con ellas! –¡Mi madre no se da besitos con todas las mujeres! –gritó Cristina enfadada–.
Mi madre tiene una pareja, le da besos como tu padre a tu madre, la quiere ¡y que sepas que es muy feliz! La niña dulce y feliz que yo había conocido hace tan sólo una semana había desaparecido. De repente, me encontraba delante de una Cristina diferente, había dejado de ser una muñeca para convertirse en un felino enrabietado; tenía carácter, y me di cuenta entonces de lo mucho que me gustaba.
Traté de calmar los ánimos y dirigirme a ella con naturalidad.
–Oye Cris, ¿pero no es un poco raro eso de que a una mujer le guste otra mujer? –le pregunté.
–¿Es que acaso no sabes que hay diferentes formas de amar, novato? No supe qué responder. Se dio la vuelta y se marchó igual de enfadada.
Aquella noche tampoco podía dormir. Miraba hacia el techo y me preguntaba cómo se amaría en Venus, si sería diferente a como se amaba en Saturno. ¿Y en Marte? ¿cómo se amaría la gente en Marte? Cuando estaba a punto e dormirme unos gritos me sobresaltaron. Eran mis padres, otra vez discutían, otra vez se echaban en cara cosas que yo no entendía. Me levanté muy enfadado, fui en pijama hacia el cuarto de la tele y les grité: “¿Es que no sabéis que hay diferentes formas de amarse?”.
Volví a mi habitación, me tumbé en mi cama y me imaginé como sería la vida de SEDNA. Decidí que habría mucha gente diferente, de todas las nacionalidades y colores. Estaría lleno de niños y todos irían al mismo colegio, sólo habría uno, para no tener que cambiarse; sería un colegio gigante y todos serían amigos. Cada niño podría jugar a lo que quisiera y podría tener dos madres, o dos padres, o padre y madre, según se eligiese. Pero lo mejor de todo es que esos padres o madres se querrían, se querrían muchísimo. Cada uno se podría querer de una forma diferente, como dice Cristina, pero habría una ley que prohibiese dejarse de querer y otra que pusiera multas por discutir. La vida sería una fiesta tan divertida como el cumple de Cris.
Todo lo decidí yo, y es que al fin y al cabo… yo fui quien descubrió SEDNA.










 
 
 
(*) Extraído de:

Colección Cuentos para la diversidad. COGAM. Colectivo de Gays, Lesbianas y Tansexuales de Madrid
 

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