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domingo, 23 de octubre de 2011

Los últimos homosexuales

Publicamos el reportaje que el Suplemento Soy de Página 12 le hace a nuestro amigo, uno de los grandes sociólogos contemporáneos, Ernesto Meccia, con motivo de la aparición de su libro "Los últimos homosexuales".
Un compañero y maestro de la sociología le decía a los estudiantes de grado que cuando los indios escriben sobre indios y los judíos sobre judíos, desde la sociología, en la mayoría de los casos resulta en un producto reduccionista. Porque el analista no es el propagandista de los indios o los judíos. Omitía mencionar que cuando hay gran capacidad analítica, ser parte de lo que se analiza produce un encuentro extraordinario del producto intelecual con la vida. De la mejor manera. Produciendo conocimiento. Que por supuesto no es hablar bien, ni siquiera de uno mismo como bicho social. Por eso Ernesto dice estoy allí, en las páginas del libro y eso, lejos de ser un obstáculo convierte a su trabajo analítico en una obra compleja y vital.
 
Autoras/es: Liliana Viola
¡Paren el mundo!
La experiencia de la homosexualidad, marcada por la clandestinidad, la solidaridad entre pares y los códigos del erotismo, se desvanece ante la llegada de la cultura gay, tiempo amigable y de reconocimiento de derechos. ¿Qué pasa con las personas que quedan entre un mundo y otro? En su libro Los últimos homosexuales. Sociología de la homosexualidad y la gaycidad (Gran Aldea Editores), Ernesto Meccia propone responder a la pregunta sobre cómo será la vida para los homosexuales el día después de la desaparición de la homosexualidad.
(Fecha original del artículo: Octubre 2011)

El último mohicano, El último de los amantes ardientes, Los últimos homosexuales... La palabra último asigna a todos los personajes una combinación de heroísmo y derrota. Entre el último orejón del tarro y la especie en extinción, los que quedan de la serie cargan con una concentración plus de ADN que los convierte, de pronto, en más raros que lo que ya fueron. Por fuerza del destino o por obstinación, son la prueba viviente de que las cosas cambiaron. Los últimos homosexuales, es decir, los representantes de una época sin mojones temporales, larguísima, dominada por la afrenta, ingresan a la era gay, un tiempo que si aún no es perfecto, mantiene una distancia abismal con el pasado de la injuria. Antes de que la experiencia homosexual ya no tenga cuerpos, el libro que acaba de publicar el sociólogo Ernesto Meccia recoge las voces de señores mayores de 45 años “que la vivieron”, “que son del palo”, con el objetivo de dar cuenta de esta transición de la homosexualidad a la gaycidad, las dificultades y las diferentes estrategias para alinearse. Caído el velo de todo lo que tenía códigos pero no nombres, queda en evidencia un entorno encantador y expulsivo, que ofrece restaurantes, publicaciones especializadas, representaciones artísticas, salas de chat, matrimonio igualitario, padres atentos a no meter la pata, pero que además ofrece descuentos a los menores de 25 años en sus saunas y se reserva el derecho de admisión. “Si eso no es un síntoma de las condicionalidades de la sociabilidad gay... –reflexiona Meccia– Porque de algún modo parecería que el precio del reconocimiento es segmentarnos como ocurre en la lógica heterosexual. Creo que es algo que merece ser discutido.”

Ni homenaje a los caídos, ni un réquiem a los yires y a las teteras, aunque se les eche de menos (“¡Cerraron los baños de Constitución que aparecen en Plata quemada en la escena esa de Sbaraglia! ¡Eran 40 mingitorios en hilera, nada que ver con estos nuevos baños llenos de Durlock...!”, se lamenta uno de los que dan su testimonio de este libro). Como tampoco se trata de una condena a esos viejos que no se integran, o que insisten en mantener gestos de homofobia internalizada. Meccia lo advierte ya desde el prólogo: abstenerse quienes esperen un veredicto sobre quién es mejor que quién, y ante la pregunta por una posible nostalgia responde con buenas coartadas: “No creo que sea un trabajo nostálgico, ni tampoco es un retrato estático. Vas a ver que elaboro una tipología de sentires donde podemos encontrar dos extremos de acuerdo a la relación con la gaycidad, desde el más incorporado al más rebelde”.

Efectivamente, el libro propone dividir estos dos últimos siglos en tres períodos: el homosexual, que culmina en 1983 y donde predomina un imaginario de una colectividad sufriente, la etapa del miedo; el período pre gay, que llega hasta mediados de los ’90, donde se empieza a hablar de una colectividad discriminada, la etapa del Gay Power; y finalmente, la era gay, el siglo XXI, donde el lenguaje de los derechos ya no es el de las minorías sino el de los individuos, se disuelve la colectividad, es la etapa de la globalización. Y en el tránsito de esos tres momentos, el autor caracteriza seis tipos de “últimos homosexuales”, de acuerdo con su proximidad con el modo de ser gay: el incorporado, el sensato, el extrañado, el neutralista, el replegado y el contestatario.

“Trato de poner en evidencia los distintos estados de ánimo al día después a la desaparición de la homosexualidad. ¿Qué quiero decir con desaparición de la homosexualidad? Que ya no se puede hablar de homosexualidad como experiencia social. Y si no hay cabida para la nostalgia, sí para una aproximación crítica a la sociedad gay. Por todas partes leo festejos acríticos, indulgencias para con nosotros mismos, un hacer la vista gorda. La vida no tiene final feliz, el conflicto hace al desenvolvimiento de la sociedad. Toda forma de liberación trae aparejadas nuevas formas de opresión, estamos mejor que antes sin dudas, pero detesto la fábula.”

¿Cómo no leer este libro como un trabajo sobre “todas esas locas que se obstinan en el closet y el sufrimiento”, Meccia reacciona categórico: “Rotundamente no. ¿Qué es eso de hacer mal un coming out? En esa sugerencia, que ya me han hecho algunos colegas, está implícita la presuntuosa hipótesis de que ese afamado proceso no pudiera salir mal, como si sus beneficios fueran automáticos. Me parece que verlo de ese modo es otra forma de castigo hacia esas personas que el heterosexismo ya castigó durante años. Y además no entender que no se trata de un enjuiciamiento moral sino un trabajo de escucha de sensibilidades”.

¿Qué significa hacer una sociología de la homosexualidad?
–Hablar de una sociología de la homosexualidad es casi hablar de una sociología sobre una colectividad, trabajar sobre un colectivo humano, en este caso el colectivo homosexual. Un grupo relativamente unificado en torno de ciertas características, algunas reales y otras que son invenciones fantásticas de la sociedad. En este caso, esa relativa unidad se debe a una situación de clandestinidad.

¿Y cuál sería el rasgo que identifica al colectivo homosexual?
–Si estamos hablando de que hay un grupo unificado y que esta unificación se debe a que la sociedad lo clasifica en los escalones más bajos de las categorías sociales, no existe mucha posibilidad de desarrollar estilos de vida, de diferenciación biográfica. Eso significa hablar de homosexualidad.

¿Y la gaycidad?
–Por el contrario, hablar de la gaycidad implica consecuencias a nivel de biografías individuales, la posibilidad de individualizarse, de construir un propio estilo de vida. Ya no se puede hablar de colectivo sino de una categoría social.

¿Cómo llegamos hasta aquí?
–Por el incesante trabajo de las organizaciones sexo-políticas, por un cambio de la sensibilidad contemporánea, que valora cada paso hacia la diversidad. Concomitantemente a ese trabajo de las organizaciones y a esta sensibilidad social que legitima las relaciones entre personas del mismo sexo, está la política de la visibilidad. Va descongelando eso que antes estaba fijo en el espacio social.

Por momentos parecería que le estás encontrando la quinta pata a la visibilidad.
–No, lo que digo es que la visibilidad produjo un lado oscuro, que es la movida comercial. Hoy por hoy, hay procesos de diferenciación social dentro de la gaycidad que pasan por el consumo. Con bastante frecuencia, la capacidad de distinguirnos está relacionado con enclaves de sociabilidad gay distintos. La pauta de sociabilidad de la gaycidad es una pauta de distinción, se establecen distinciones que operan como fronteras simbólicas que ubican en el espacio social distintas clases de gays. Esto contrasta con aquella pauta de homosexualidad, que era una pauta ecuménica, que está presente en los trabajos de Pasolini, Perlongher, Modarelli y Rapisardi.

¿Quiénes son “los últimos” de los que hablás en tu libro?
–Bueno, en el libro hago un recorte muy concreto. Son habitantes de sectores urbanos, de ciudad y provincia de Buenos Aires, que tienen más de 45 años. Trato de elaborar enunciados muy dependientes de tiempos y de lugares. Me concentro en un período que a su vez es un no tiempo y un no lugar. Los años de la experiencia muda. Que no se entrega a decírsela y que no está por fuera de la lógica de lo que no sea el discurso opresivo. Es la época de la colectividad. En este momento, con la aparición de Facebook y todas las tecnologías digitales, se disolvieron aquellas temporalidad y especialidad estáticas. Las tecnologías disolvieron la temporalidad y espacialidad. Esto, a su vez, por fuera de las grandes ciudades, plantea un interrogante. Hasta qué punto estos recursos van o no de la mano con las nuevas sociabilidades. Por ejemplo, a raíz de la publicación de mi libro anterior, La cuestión gay, desde la gobernación de Santiago del Estero me invitaron a dar una charla. En la sala, con toda la publicidad y las tecnologías disponibles, tenía entre el público unas cuantas travestis (que por razones obvias ya son visibles) y unas prostitutas que, como yo iba a hablar de la tolerancia, me hicieron algunas preguntas sobre la relación con la policía. No había ningún gay.

¿Los testimonios que fuiste consiguiendo confirmaron tus hipótesis o además te sorprendieron?
–Me sorprendieron los testimonios. Me sorprendió Antonio, cuando lo primero que me dice es una bravuconada: “Yo no necesité ir a un sauna para ser puto”. Me pareció una respuesta sintomática a las condicionalidades que la sociedad gay te pone. Si antes era meterte en el baño y jugártela a suerte y verdad, ahora hay una serie de condiciones que tenés que cumplir. Me sorprendió también el comentario de Gabriel, sobre la ley de matrimonio igualitario, cuando dice “es algo que la Presidenta dispuso” y que a él le hubiera gustado esperar a que la sociedad hubiera acompañado, que en un punto es provocar a la sociedad. Me parece sintomático el tema de la provocación, que es muy de la era homosexual. Los homosexuales, en términos muy generales, éramos expertos en un saber regulativo de la tensión con el medio ambiente, para no provocar reacciones éramos capaces de hacer ejercicios insoportables para contener las reacciones de la gente.

Ubicás en los ’80, en el regreso de la democracia, el comienzo del cambio. –Me peleo con colegas que dicen que en la época de los baños había resistencia. Y no, lo que había era una pasmosa adaptabilidad. Se gestaban esos medios de sociabilidad segura. Una normalidad que no se cuestiona: si un tipo, en el lugar más sucio del mundo, me guiña un ojo y nos relacionamos a partir de eso, yo ya no me pregunto por nada más. Esta adaptación a contextos de opresión son situaciones. Y también me da un poco de impresión cuando leo historias de la política sexual en Argentina y se habla del Frente de Liberación Homosexual, de un modo ahistórico. Porque por supuesto que fue una experiencia valiosa y revolucionaria en su momento, pero la política referida a la cuestión homosexual es dable a partir de 1983.

¿Por qué?
–Porque no podés hablar de una política de liberación en tanto y en cuanto no hayas construido ese objeto del que te tenés que liberar. Es decir, mientras la homosexualidad no dejara de ser una experiencia muda. Las luchas del Frente, a nivel del impacto social que tuvieron para los damnificados, creo que son incomparables con las otras luchas que estaban acompañando en ese momento. Se enciende el almanaque cuando los homosexuales, a nivel de vida cotidiana, se ven a sí mismos en Clarín, en el programa de mierda de Mirtha Legrand, cuando empiezan a circular en tapas de revistas de la familia. Ahí es cuando entran en la historia. En un principio construidos como una minoría, los que eran del palo, se construyó la opresión. Y cuando decís “una minoría”, estás diciendo que son tantos, que tienen tales características, que les suceden tales cosas, tenés que argüir una diferenciación de política identitaria.

La minoría tampoco es la misma ya...
–Ahora no tiene buena prensa el tema de lo minoritario porque te hace pensar en una especie de raza, de estirpe, algo muy concreto en el mapa social. Hoy por hoy, convicción teñida de lecturas ideológicas mías, la condición socioeconómica de gays y lesbianas permite tramitar cierta disolución del lenguaje de la minoría. La pertenencia económico-social abre puerta con relativa independencia.

Y la aparición de familias homoparentales en el panorama de los reclamos, ¿cómo la leés?
–Yo ahí sinceramente sigo viendo actos de resistencia para defender la legitimidad de vinculaciones que no son espejo de las familiares predominantes. Un acto de pararse para defender algo... Hay que bancárselo.

En este libro, que es un libro académico, escrito por un sociólogo, aparecen marcas de tu primera persona. Por momentos parece que también estás hablando de vos. ¿Puede ser? ¿Hablás de vos?
–Sí, buscame en algunas de esas páginas, que me vas a encontrar. Yo estoy adentro.


Página12 suplemento SOY - Viernes, 21 de octubre de 2011

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