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sábado, 1 de octubre de 2011

LA MADRE (II-11). Máximo Gorki

Autoras/es: Máximo Gorki

Sáshenka paseó sobre todos una mirada rápida, interrogadora; sus cejas se fruncieron. Bajó la cabeza y guardó silencio, arreglándose los cabellos con lento ademán.
- ¡Ha muerto! -dijo en voz alta, después de una pausa, y de nuevo envolvió a todos en una desafiante mirada-. ¿Qué quiere decir: ha muerto? ¿Qué ha muerto? ¿Acaso ha muerto mi respeto a Egor, mi cariño al camarada, el recuerdo de la obra de su pensamiento? ¿Acaso ha muerto esta obra, han desaparecido los sentimientos que él despertó en mi corazón, se ha deshecho la idea que yo tenía de él, como hombre valeroso y honrado? ¿Acaso ha muerto todo esto? Esto para mí no morirá nunca, lo sé. Me parece que nos apresuramos demasiado a decir que un hombre está muerto. ¡Muertos están sus labios, pero sus palabras vivirán eternamente en el corazón de los vivos!
(Fecha original: 1907)

La madre pasó todo el día siguiente haciendo gestiones para organizar el entierro de Egor; y por la tarde, cuando estaba tomando el té con Nikolái y Sofía, se presentó Sáshenka, extrañamente bulliciosa y animada. Tenía las mejillas rojas y los ojos chispeantes de alegría, y toda ella, según creyó ver la madre, parecía henchida de alguna esperanza jubilosa. Aquel estado de ánimo de la muchacha hizo irrupción, brusca y tumultuosa, en la melancólica corriente de recuerdos sobre el que había muerto, y sin mezclarse con ella, turbó a todos y les cegó como un fuego que inesperadamente se hubiera encendido en las tinieblas. Nikolái, tamborileando pensativo en la mesa, dijo:
- Hoy parece usted otra, Sáshenka ...
- ¿Sí? ¡Puede ser! -contestó ella y se echó a reír, con risa dichosa.
La madre le dirigió una mirada de mudo reproche y Sofía observó en tono de advertencia:
- Estábamos hablando de Egor Ivánovich ...
- ¡Qué hombre tan maravilloso!, ¿verdad? -exclamó Sáshenka-. Siempre le vi con la sonrisa en los labios, bromeando de continuo. ¡Y cómo trabajaba! Era un artista de la revolución; poseía el pensamiento revolucionario como un gran maestro. ¡Con qué sencillez y fuerza pintaba siempre los cuadros de la mentira, de la violencia, de la injusticia!
Hablaba sin alzar la voz, con una sonrisa pensativa en los ojos, que no llegaba a apagar en su mirada el fuego de aquel júbilo, no comprendido por nadie, pero que todos veían cón claridad.
No querían renunciar a su ambiente de pena por la muerte del camarada para dar paso al sentimiento de alegría traído por Sáshenka, e inconscientemente defendían su triste derecho a albergar su dolor, procurando infundir a la muchacha su estado de ánimo ...
- ¡Y ahora, está muerto! -insistió Sofía, mirándola con atención.
Sáshenka paseó sobre todos una mirada rápida, interrogadora; sus cejas se fruncieron. Bajó la cabeza y guardó silencio, arreglándose los cabellos con lento ademán.
- ¡Ha muerto! -dijo en voz alta, después de una pausa, y de nuevo envolvió a todos en una desafiante mirada-. ¿Qué quiere decir: ha muerto? ¿Qué ha muerto? ¿Acaso ha muerto mi respeto a Egor, mi cariño al camarada, el recuerdo de la obra de su pensamiento? ¿Acaso ha muerto esta obra, han desaparecido los sentimientos que él despertó en mi corazón, se ha deshecho la idea que yo tenía de él, como hombre valeroso y honrado? ¿Acaso ha muerto todo esto? Esto para mí no morirá nunca, lo sé. Me parece que nos apresuramos demasiado a decir que un hombre está muerto. ¡Muertos están sus labios, pero sus palabras vivirán eternamente en el corazón de los vivos!
Conmovida, volvió a sentarse a la mesa, se acodó sobre ella y, pensativa, mirando sonriente a los camaradas con ojos empañados, prosiguió:
- Puede que esté diciendo una tontería, pero, camaradas, yo creo en la inmortalidad de las gentes honradas, en la inmortalidad de aquellos que me han dado la felicidad de vivir esta vida magnífica que yo llevo, que me embriaga alegremente con su complejidad asombrosa, con su diversidad de hechos y con el desarrollo de unas ideas para mí tan queridas como mi propio corazón. Puede que seamos demasiado precavidos en el gasto de nuestros sentimientos, vivimos mucho con el pensamiento y esto nos desfigura un poco; nosotros valoramos, pero no sentimos ...
- ¿Le ha ocurrido algo agradable? -preguntó Sofía sonriendo.
- -repuso Sáshenka, asintiendo con la cabeza-. ¡Algo muy agradable, en mi opinión! Me he pasado la noche hablando con Vesovschikov. Antes no le quería; le encontraba demasiado zafio e ignorante. Y además era así; sin duda. Llevaba agazapada una ira sombría contra todos; siempre, con una pesadez insoportable, se colocaba en el centro de todo y decía, grosero y rencoroso: ¡yo, yo, yo! En ello había algo de pequeñoburgués, que irritaba ...
Sonrió y volvió a abarcar a todos con una mirada radiante:
- Ahora, dice: ¡camaradas! Y hay que oír cómo lo dice; con un amor tan dulce y lleno de emoción, que no se puede expresar con palabras. Se ha vuelto asombrosamente sencillo y sincero, está henchido del deseo de trabajar ... Se ha encontrado a sí mismo, ve su propia fuerza, sabe lo que le falta y, esto es lo más importante, ha nacido en él un auténtico sentimiento de camaradería ...
Vlásova escuchaba a Sáshenka; le era agradable ver a la joven, habitualmente tan austera, dulcificada por la alegría. Mas, al propio tiempo, allá en el fondo de su alma, iba germinando un sentimiento de celos:
Pero, ¿y Pasha...?
- No piensa más que en sus camaradas -continuó Sáshenkay, ¿saben de lo que me está persuadiendo? De la necesidad de organizarles la fuga. Dice que es muy sencillo ...
Sofía levantó la cabeza y dijo con animación:
- ¿Y usted qué opina, Sáshenka? ¡Es una buena idea!
La taza de té que la madre tenía en la mano empezó a temblar.
Sáshenka frunció las cejas y, conteniendo su excitación, permaneció callada un instante; luego, en tono serio, pero sonriendo alegremente, prosiguió con voz confusa:
- Si en realidad todo es tan sencillo como él dice, debemos intentarlo. ¡Es nuestra obligación...!
Se puso colorada, dejóse caer en una silla y guardó silencio.
¡Querida mía, querida!, pensó sonriendo la madre. Sofía también sonrió, y Nikolái, mirando dulcemente a la cara de Sáshenka, dejó escapar una leve risita. La muchacha alzó la cabeza, lanzó una mirada severa a todos y, pálida, chispeantes los ojos, dijo con sequedad, ofendida:
- Se ríen ustedes, ya les comprendo ... ¿Creen que estoy personalmente interesada?
- ¿Por qué, Sáshenka? -preguntó maliciosamente Sofía, poniéndose en pie, y se acercó a ella. La pregunta le pareció a la madre innecesaria y ofensiva para la muchacha, suspiró y, alzando la ceja, miró a Sofía con reproche.
- ¡Pero yo no quiero ocuparme de eso! -exclamó Sáshenka-. No tomaré parte en la resolución del asunto, si lo consideran ustedes como ...
- ¡No siga, Sáshenka! -dijo tranquilamente Nikolái.
La madre se acercó también a ella, e inclinándose, le acarició suavemente la cabeza. Sáshenka le tomó la mano y alzando su cara enrojecida, miró confusa a la madre. Está sonrió y, sin encontrar palabras, suspiró tristemente. Sofía se sentó junto a Sáshenka, en la silla, la abrazó por los hombros y, mirándola a los ojos, con una sonrisa de curiosidad, le dijo:
- Que rara es usted ...
- Sí, me parece que he dicho algunas tonterías ...
- ¡Cómo ha podido usted pensar...! -continuó Sofía. Pero Nikolái, apresuradamente y con seriedad, la interrumpió:
- Sobre la organización de la fuga, si ésta es posible, no puede haber dos opiniones. Ante todo, debemos saber si están de acuerdo con ello los camaradas encarcelados ...
Sáshenka bajó la cabeza ...
Sofía encendió un cigarrillo, miró a su hermano y, con amplio ademán, lanzó la cerilla a un rincón.
- ¡Cómo no van a querer! -dijo la madre suspirando-. Sólo que yo no creo que esto pueda ser posible ...
Todos guardaron silencio, pero ella quería oír hablar aún de la posibilidad de la fuga.
- ¡Tengo que ver a Vesovschikov! -dijo Sofía.
- Mañana le diré cuándo y dónde -contestó Sáshenka sin alzar la voz.
- ¿Qué va a hacer él? -preguntó Sofía, paseando por la habitación.
- Han resuelto que entre de cajista en una nueva imprenta. Y hasta entonces, vivirá en casa de un guarda forestal.
Las cejas de Sáshenka se habían fruncido, su rostro había tomado su acostumbrada expresión severa y su voz resonaba con sequedad.
Nikolái se acercó a la madre, que estaba lavando las tazas, y le dijo:
- Pasado mañana irá usted al locutorio, es preciso entregarle a Pável una esquela. Ya comprenderá usted que hay que saber ...
- ¡Comprendo, comprendo! -replicó con viveza la madre-. Yo se la daré ...
- Me marcho -dijo Sáshenka, y luego de estrechar de prisa y en silencio la mano a todos, se fue erguida y seca, con paso decidido y muy firme.
Sofía puso las manos en los hombros de la madre y, balanceándola en la silla, le preguntó sonriendo:
- ¿Le gustaría tener una hija así...?
- ¡Ay, Señor! ¡Si pudiera verlos juntos, aunque no fuera más que un solo día! -exclamó Vlásova, a punto de llorar.
- Sí, un poquito de felicidad es buena cosa para todos -dijo Nikolái sin alzar la voz-. Pero no hay personas que deseen sólo un poquito de dicha. Y cuando ésta es mucha, pierde su valor ...
Sofía se sentó al piano y empezó a tocar una triste melodía.

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