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jueves, 8 de septiembre de 2011

Cuentos para la diversidad: 1. A clase como si nada

Autoras/es: Celia Díaz Pardo (*)
(Fecha original del libro: 2005) 
Relato recomendado para niños/as +8

Eran más de las ocho en una casa cualquiera. No sabemos en qué ciudad, pero acababa de empezar la primavera. Hacía un poco de frío y llovía de vez en cuando. Los niños y las niñas iban a clase, sus madres refunfuñaban al ver la ropa sin recoger en la habitación y el gato los miraba a todos sin moverse del radiador.
–Cris, ¿dónde estás? El desayuno se enfría. Vamos a llegar tarde.
–¡Voy, mamá! –se oyó una voz desde lo alto de la escalera. Estaba limpiando mis zapatillas, que hoy tenemos ensayo general. Y buscando mi camiseta de la suerte.

–Ah, es verdad, la función –se repitió a sí misma la madre. Después dijo en voz bien alta, hablando hacia la puerta–. Está bien, pero baja pronto.
Mientras hablaba, un trotar de pasos se acercó a la cocina.
–Álex, estaba a punto de llamarte. ¿Dónde te metes? ¿Otra vez al teléfono con esa novia tuya? Vamos con retraso –dijo la madre. Álex pasó por delante de ella sonriendo–. Pero tengo tiempo para que me des un beso –añadió poniéndose de lado casi encima de Álex, que ya se había sentado a la mesa.
–¡Ay, mamá, que ya tengo 15 años! –refunfuñó–. No me gusta que me anden besuqueando.
–Perdone su Excelencia. Si recogieras tus cosas alguna vez, me acordaría de lo mayor que eres –suspiró la madre, mientras llenaba el tazón de leche–. Pero claro, ¡el amor!...
–Mamá, ¡para! ¡No te rías de mí! –Si no me río. Al contrario. Querer a alguien es tan bonito que lo último que haría es reírme. Tengo un hijo y una hija encantadores y otra gente que les quiere. Por ahí, no tengo queja. Ahora sólo me falta que podamos llegar a tiempo a clase alguna vez.
–Vale, vale. Intentaré fijarme más en la hora.
Álex llevaba una gorra calada hasta las orejas y se concentraba en su juego de ordenador. De vez en cuando le daba un mordisco al croissant.
Se oyó un “tatachán” que indicaba el final de la partida y entonces guardó el juego en el bolsillo de su chaqueta.
–¿Llevas la bolsa de deportes hoy? Pensaba que tenías entrenamiento martes y jueves.
–Sí, pero tenemos partido. Creo que hoy me ponen de titular –respondió Álex.
–Más les vale. Cuando estás tú en la portería, no entra ningún gol.
–Mamá, no es tan fácil. Otros del equipo llevan más tiempo y les gusta poco que alguien como yo les quite el sitio.
–Eres mejor que ellos y el entrenador lo sabe. No te preocupes. Dales tiempo. Sólo hace tres meses que estamos aquí. Se acostumbrarán.
El reloj del salón marcó con unas campanadas que eran las ocho y media.
–A ver si baja Cris de una vez. Está de los nervios con su función de teatro.
–¡Artistas! –exclamó Álex poniendo voz dramática y echándose a reír–.
Todo lo exageran.
–A los diez años todo es importante.
–Bueno, yo creo que lo hará perfecto. En la escuela ya le conoce todo el mundo y parece que están encantados. Claro que yo a los enanos casi no los veo.
Se oyeron unos golpes fuertes en la sala de al lado. Cris bajaba saltando por la escalera. Llegó a la cocina con la cara roja. Su largo flequillo le tapaba completamente un ojo.
–¡Por fin, aquí está mi remolino! A ver… ¡guau, pareces toda una estrella! Un día de estos tendremos que ir a cortarte ese pelo. ¡Si casi no ves! –A mí me gusta así, y a mi señorita también. Siempre me dice que tengo un pelo precioso.
–De acuerdo, si a ti te gusta. Ya veremos. Cris, cuando acabe el ensayo, ¿podrás llevarle la compra a la abuela? –¿Y me podré quedar a cenar con ella? Hace día que no la veo. Prometió dejarme devanar la lana para hacerme unos calentadores.
–Bueno, si te hace ilusión… He encargado algunas cosas por teléfono en la tienda de Paco. Sólo tienes que recogerlas. Ahora bébete la leche, que a este paso no llegamos.
–¡Bien! –exclamó Cris con una gran sonrisa.
La madre le acarició la melena y le miró con ternura.
–Ella también se alegrará. Ya sabes cómo te quiere. Venga, tienes cinco minutos. Mientras me pongo el abrigo.
Cris dijo que sí con la cabeza, sin apartar la boca de la taza. La leche con chocolate hizo pequeñas olas que pusieron una enorme sonrisa marrón en su cara. Parecía un payaso.
Pronto estuvieron todos preparados. Subieron al coche y salieron hacia la escuela. Vivían en una casa con un pequeño jardín, justo al salir de la ciudad. Álex había instalado una portería de fútbol que también sujetaba el columpio de Cris. Ya habían venido algunos compañeros de curso, pero todavía hacía frío para jugar afuera, así que a los dos les gustaba pasar más tiempo en la escuela.
Tardaron sólo quince minutos en llegar. La calle estaba repleta de niños que entraban rápido antes de que dieran las nueve y cuarto, el límitelímite para que te pusieran falta. Una de las profesoras esperaba junto a la puerta e iba controlando que nadie se quedara fuera. Cuando los vio salir del coche, sonrió. Cris y Álex hacían una pareja curiosa. Él era muy dulce, siempre pendiente de hacer felices a los demás y cariñoso con todos. Ella quería parecer más mayor de lo que en realidad era y hacía ver que nada le importaba. Cosas de la edad.
La profesora saludó a la madre y se acercó al coche.
–Buenos días, niños. Venga, rápido, que ya tenemos que entrar.
–Hola. Lo siento. Hoy venimos con la hora justa –se disculpó la madre.
Álex, Alexandra, ¿no me vas a dar un beso? Acuérdate de que Cristian tiene que pasar por casa de la abuela, así que vengo yo más tarde a por ti.
–Está bien, mamá –dijo Álex, metiendo la cabeza por la ventanilla–. Te quiero –le susurró a la oreja.
–Sed buenos, ¿eh? –se despidió la madre–. Y no os metáis en líos.
–No te preocupes, mamá –dijo Álex, entrando en la escuela. Y le gritó: Puedes estar tranquila. En este sitio nunca pasa nada raro.






(*) Extraído de:
Colección Cuentos para la diversidad. COGAM. Colectivo de Gays, Lesbianas y Tansexuales de Madrid
 

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