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viernes, 1 de julio de 2011

Derecho y coerción moral en el mundo de los ingenios. Tercera Parte

Autoras/es: Lygia Sigaud • (Traducción de: María Victoria Pita y María José Sarrabayrouse Oliveira)
(Fecha original del artículo: 1996)
La dominación personal
El estilo de dominación al cual se encuentran sometidos los trabajadores de Aurora contrasta fuertemente con aquel descrito en el caso de Primavera. Ellos trabajan, como en los ingenios de San Antonio, bajo la supervisión de dos cabos que ejecutan las órdenes del administrador. No existe, sin embargo, una cadena jerárquica por encima del administrador. Los patrones –el viejo Barbosa, Rodrigo y la mujer- residen en el ingenio.

Rodrigo está presente todo el tiempo para dar órdenes a los empleados y seguir de cerca todo lo que pasa en el ingenio. Los patrones no son ahí una abstracción. Los que detentan el poder y los que están sometidos a él, están confrontados cara a cara. Ellos se conocen por el nombre y tienen una historia en común: los trabajadores más viejos ya se encontraban en el ingenio cuando Barbosa se convirtió en arrendatario, otros vinieron después; muchos crecieron junto a Rodrigo, que nació en Aurora en 1956.

Desde que asumió la dirección del ingenio, Rodrigo procura conducirse como lo hacía su padre. Les permite que cultiven rozados32 y críen animales; los ayuda cuando están enfermos; los ayuda a enterrar a sus muertos. En Navidad realiza una fiesta, da regalos y, haciendo aún más que su padre, se disfraza de Papá Noel; todo el viernes santo, Rodrigo distribuye peces; y, de tiempo en tiempo, manda matar bueyes para dividir la carne con los trabajadores. Cuando los trabajadores le piden que lo haga, el hijo del arrendatario acepta intervenir para regular los conflictos interpersonales y su mujer lo ayuda en esa tarea: aconsejar a un joven para que se case con su novia embarazada, convencer a una familia a aceptar al novio de la hija y hacer que un marido vuelva a su casa, son algunos ejemplos de intervenciones realizadas por los patrones. En 1995 el matrimonio ya tenía 80 ahijados en el ingenio, hijos e hijas de trabajadores, que les habían ofrecido las prestigiosas funciones de padrino y madrina. Yendo más allá de la tradición de su padre, Rodrigo había implantado en Aurora una política de promoción social. En este sentido, él se preocupaba por asegurar una formación profesional para los hijos de algunos trabajadores, ya sea a través de una calificación enseñada por él mismo, ya sea enviando a los jóvenes para hacer cursos afuera. Una vez calificados, él los emplea en funciones mejor pagas: es el caso del contador, del mecánico, del responsable del ganado33 y de todos los que trabajan en la posada. Rodrigo se siente personalmente responsable por el destino de los trabajadores y se enorgullece por el modo como los trata: él se cree un patrón mejor que muchos otros de Flor de María y se siente amado por los hombres de su ingenio. Como el viejo Barbosa, se empeña en mantener buenas relaciones con los dirigentes sindicales, disponiéndose a cooperar con ellos y los considera como sus amigos. A comienzos de los años ‘90, Rodrigo cedió un terreno dentro del ingenio para que los dirigentes sindicales pudiesen ejecutar un programa de agricultura comunitaria para los hijos de los trabajadores y así retirarlos del trabajo de la caña. El fue el único patrón en Flor de María en atender el pedido del sindicato, por lo menos hasta el año 1995.

Esa gestión personalizada de las relaciones sociales produce efectos sobre la disposición de los trabajadores a no reclamar derechos laborales, así como la conducta patronal en relación a los dirigentes sindicales produce efectos sobre la disposición de éstos a enfrentar al patrón. Para comprender las mediaciones a partir de las cuales tales efectos son producidos, es preciso recuperar los orígenes sociales y las trayectorias de los patrones de Aurora, así como la historia reciente de la zona cañera de Pernambuco.

El viejo Barbosa nació en 1919, en Vitória de Santo Antão, municipio situado en el centrooeste de la zona cañera, a más de cien kilómetros de Flor de María. Era el primogénito de un trabajador rural. Su padre conseguirá convertirse en responsable por el barracón del ingenio donde trabajaba y, posteriormente, arrendatario. Habiendo llegado a esa posición, acumuló lo suficiente para comprar el ingenio y, en poco tiempo, logró adquirir otro.

Gracias a esa trayectoria ascendente de la familia, Barbosa pudo estudiar: el padre, que era analfabeto, lo envió a Recife para hacer la secundaria. Al comienzo de los años 40, Barbosa se preparaba para hacer el ingreso para la prestigiosa Facultad de Derecho de Recife, cuando fue convocado para servir en el Ejército. Durante toda la Segunda Guerra Mundial actuó en el Ejército, habiendo participado de las operaciones de vigilancia de las playas del Nordeste. Desmovilizado en 1945, Barbosa no retoma los estudios y retorna a Vitória de Santo Antão para trabajar, como su padre, en el ingenio. En 1952, él ya tenía 37 años, estaba casado con una prima paterna y todavía no tenía hijos. Económicamente dependía del padre y no tenía mayores expectativas en relación a la herencia. El patrimonio paterno totalizaba 800 hectáreas y había 20 herederos. Para alguien como él, que tuviera ambiciones de seguir la carrera de abogado y ascender en la jerarquía social, el futuro debía parecer sombrío. En ese contexto, convertirse en arrendatario de un ingenio de 1700 hectáreas, como lo era Aurora, ciertamente fue vivido como la posibilidad de recuperar una trayectoria de ascenso social. Barbosa consiguió el contrato de arrendamiento gracias a la mediación del marido de su hermana que era entonces ingeniero de la Usina San Carlos.

Ahora bien, desde el comienzo de los años ‘50, todo un conjunto de señales indicaba que estaba en marcha un proceso de transformación de las reglas que tradicionalmente habían regido las relaciones sociales en el interior de las grandes plantaciones azucareras de Pernambuco. Con la suba del precio del azúcar en el mercado internacional, los patrones intentan aumentar la producción y la productividad: comienzan a tomar las quintas y modifican las formas de remuneración para aumentar la intensidad del trabajo34.

Progresivamente ellos van dejando de desempeñar el papel de protectores en los momentos críticos y de donadores de presentes que tradicionalmente tenían en relación a los que trabajaban y vivían en sus tierras. Esa ruptura unilateral de las reglas de juego creó condiciones de posibilidad para la ruptura de otras reglas que los trabajadores aceptaban como evidentes, sobre todo aquéllas que los obligaban a ser leales a los patrones y a no cuestionar su autoridad. En 1955 un movimiento social de gran envergadura estalla en la zona de la Mata de Pernambuco, con la constitución de las Ligas Campesinas35.

Cuando Barbosa se instala en Flor de María, en 1952, un clima de “paz social” todavía prevalecía en aquel municipio. El arrendatario procede entonces de acuerdo con las reglas de la tradición e intenta ser todavía más protector que los otros patrones, sobre todo en lo que se refiere a la asistencia médica. Todas sus embestidas iban en el sentido de un ajuste al modelo del “buen patrón”, cuyo prestigio y honra eran valuados por las conductas generosas que tenía en relación a los trabajadores36. Ahora bien, Barbosa era hijo de un hombre que no pertenecía a la elite que desde hacía más de tres siglos ocupaba el vértice de la pirámide social en el estado de Pernambuco; era un extranjero en relación al establishment37 de Flor de María, pues venía de un municipio distante; era un arrendatario y no un propietario. Con todos esos handicaps, Barbosa corría el riesgo de ser despreciado por la elite, que no lo reconocía como un igual, y por los trabajadores, que no veían con buenos ojos a los arrendatarios, sobre todo aquellos que no pertenecían a la camada de los grandes propietarios tradicionales38. Teniendo la ambición de ser respetado y de hacer un “nombre” en el mundo de los ingenios, Barbosa ciertamente comprendió que tenía que contraatacar con la construcción de su lugar en Flor de María para compensar la fragilidad consecuente de su origen social.

En los años que siguen el movimiento social se esparce por la zona cañera con la creación de los Sindicatos apoyados por los militantes comunistas, trotskistas y católicos de izquierda y por el gobierno de Joao Goulart, que deseaba romper el poder de los grandes propietarios. Otras organizaciones campesinas, como la Unión de Labradores y Trabajadores en la Agricultura (ULTAB), generadas a partir de la experiencia de San Pablo, se asocian a las Ligas y a los Sindicatos y presionan por la reforma agraria y la extensión de la legislación laboral al campo. El 1963 el Congreso Nacional vota el Estatuto del Trabajador Rural39, que impone a los patrones numerosas obligaciones y, en caso de conflictos, la mediación de la Justicia del Trabajo. En la zona cañera los recién creados Sindicatos de Trabajadores Rurales organizan manifestaciones e inician huelgas para forzar el cumplimiento de la nueva ley, claramente con vistas al pago del salario mínimo y del décimo tercer salario40. Datan de esa época los primeros procesos contra la violación de los derechos laborales.

Confrontando con esa nueva coyuntura, Barbosa procura adaptarse, pasando a respetar algunas de las obligaciones impuestas por la nueva legislación: firma las libretas de trabajo, paga el salario mínimo y el décimo tercero. Sus trabajadores se sindicalizan y eligen un delegado sindical, sin que él se oponga a eso. Barbosa era, sin embargo, una excepción en Flor de María: los otros patrones del municipio se resisten a pagar el nuevo salario y se muestran hostiles a los líderes sindicales. Huelgas organizadas por el Sindicato de Trabajadores Rurales comienzan a estallar en los ingenios del municipio, salvo en Aurora. Para Barbosa ese hecho ya era una señal de que los trabajadores de su ingenio los reconocían como un “buen” hombre. Después del golpe militar de 1964, apoyado por las elites de la zona cañera, el Sindicato de Flor de María es cerrado y los dirigentes sindicales y los militantes se convierten en blanco de una violenta represión: los que no consiguieron escapar fueron detenidos y torturados, otros fueron asesinados por los militares después de haber sido denunciados por sus patrones41. El miedo se instala entre los trabajadores de Flor de María. Es entonces que algunos militantes recurren a Barbosa para que los proteja. El arrendatario les hace ver los riesgos que está corriendo pero no se rehúsa a protegerlos. Los rumores de que daba refugio a los “subversivos”, como eran llamados los que habían participado de las luchas sociales, llegan a Recife, donde funcionaba el cuartel general del IV Ejército, la sede de la represión. Barbosa es interpelado varias veces por los militares, pero consigue librarse de las acusaciones, siendo probable que su pasado de ex –combatiente lo haya ayudado en ese momento. Los militantes que se habían escondido en Aurora consiguen escapar de la represión gracias a Barbosa, que fue el único patrón que protegió a los trabajadores que eran blanco de denuncias.

Barbosa no era un partidario de los derechos laborales. El los ve, aún hoy, con malos ojos: “Los derechos fueron más perjudiciales para los trabajadores que la propia esclavitud”, decía él en 1995. Fue a partir de una lógica de preservación de su status, adquirido gracias a fuertes embestidas en el papel de patrón tradicional, y de la competencia con otros patrones con los cuales rivalizaba, que él escogió la vía del compromiso con las nuevas fuerzas sociales que se estructuraban en la zona cañera de Pernambuco. En el momento del cambio de correlación de fuerzas en 1964, Barbosa ya era prisionero de su propia estrategia: estaba constreñido a ayudar a los militantes bajo la pena de perder su nombre. Procedió entonces como un hombre “generoso” en relación a individuos que ni siquiera reconocía como militantes, sino como “pobres y humildes” “manipulados” por los comunistas de la ciudad, como acostumbra decir. Lo que importa, no obstante, es que con este gesto, Barbosa logró componer para sí un capital de confianza ante los dirigentes sindicales. Su comportamiento en el momento de la represión es un hecho conocido en Flor de María, y los líderes sindicales se refieren a él y le reconocen su comportamiento como una muestra de solidaridad. “En Aurora los trabajadores no fueron amedrentados.

Lo que sucedió fue lo contrario: muchos se refugiaron en el ingenio. Es necesario reconocer lo que Barbosa hizo”, decía el presidente del Sindicato en 1995 durante su relato sobre los acontecimientos de 1964. P.J. no era un militante al inicio de los años ´60, pero asistió a lo que pasó entonces: cuatro trabajadores del ingenio Timbira (usina Monge), donde nació y se crió, fueron torturados y muertos. Este hecho que lo impresionó cuando joven, ciertamente contribuyó para que la actitud de Barbosa lo sensibilice.

El desmoronamiento del mundo en el cual Barbosa había construido su “nombre” no lo llevó a cambiar de comportamiento en relación a los trabajadores en los años que seguirían. No disponiendo de otros triunfos sino sólo la reputación de “buen” hombre, no le convenía eludir su papel de donador y protector, como lo podían hacer otros patrones que tenían un “nombre” de familia y más capital económico. Los compromisos tácitos establecidos con los dirigentes sindicales lo constreñían, por otro lado, a respetar algunas de las obligaciones laborales.

Como su padre, Rodrigo tampoco dispone de otros éxitos. No concluyó el curso superior de administración que inició en Recife; no poseía una casa en la ciudad –lo que no es usual entre grandes propietarios y arrendatarios-, todos sus bienes se encuentran en Aurora, que ni siquiera le pertenece. Para explotar el ingenio con un capital económico de poca monta, él se ve constreñido a reproducir el capital de bondad que heredó de su padre. Es a través de la gestión de ese tipo de capital que él reactiva los lazos con los hombres y mujeres que viven en su ingenio y de los cuales depende para crear valor a partir de la caña y de la posada42. “Todo lo que yo tengo está aquí”, repetía él en varias entrevistas en los años 1994 y 1995, “es necesario que yo cuide bien de esto aquí, que yo trate bien a las personas, que yo sea cariñoso con ellas”. Su comportamiento durante la crisis de suspensión del pago se inscribe en esa lógica de reproducción del capital de bondad: Rodrigo se empeñaba en todo momento en demostrar a los trabajadores que se preocupaba por ellos, que se disponía a protegerlos43.

Rodrigo necesita también administrar el capital de confianza acumulado por el viejo Barbosa. A través de gestos de buena voluntad ante las iniciativas de los dirigentes sindicales, él reactiva los lazos con ellos y mantiene la deuda histórica que contrajeran con su padre, desde que comenzaron a reconocer la protección dada a los militantes como un gesto de solidaridad. En un momento delicado como era la crisis de 1995, Rodrigo recibió la contraprestación de los dirigentes sindicales. Ellos demostraban ser tolerantes ante la falta de pago de salarios, y no consideraban iniciar acciones laborales contra Rodrigo, como lo hacían en relación a otros patrones de Flor de María que no habían cumplido con los pagos, y se referían al él con condescendencia: “Al final él no es de los peores”.


La coerción de la deuda
Desde que Barbosa se instaló en Aurora, los trabajadores habituaban recibir de parte del patrón atenciones y presentes y también pedirle determinados servicios, sobre todo su intercesión en los casos de conflictos interpersonales. No pudiendo jamás retribuir a Barbosa y después tampoco a Rodrigo a través de prestaciones equivalentes, los trabajadores no podrían sino sentirse en deuda. Y lo reconocen cuando los presentan como “buenos” hombres para con ellos. Para equilibrar, se empeñan entonces en demostrar su gratitud: son leales a los patrones. Así en el momento del proceso impulsado por San Carlos, los trabajadores se dispusieron a comparecer ante el tribunal para testimoniar a favor de Rodrigo y no lo hicieron sólo porque fueron eximidos de ello por el abogado.

Es en ese contexto de deuda en relación a los patrones que se puede comprender porqué los trabajadores de Aurora, no reclaman derechos. Ellos no ignoran las deudas laborales de Rodrigo: en ocasión de la crisis se quejaban de la suspensión del salario y de otras deudas, sobre todo de las vacaciones no pagas. Ir a la justicia para reclamar la deuda patronal equivaldría, no obstante, a hacer como si la otra deuda no existiese. La coerción moral funciona aquí como antídoto contra la tentación a recurrir a la justicia laboral para que ejerza la coerción jurídica contra el patrón. En ese caso el patrón, deudor en relación a las obligaciones jurídicas, puede contar con el hecho de que es reconocido como acreedor en relación a las obligaciones morales. Se verifica así en la práctica toda la complejidad de las relaciones entre la deuda moral44 y la deuda jurídica. Todo sucede como si los trabajadores no quisiesen correr el riesgo de romper el equilibrio que se estableció históricamente entre ellos y los patrones, así como los trabajadores de Primavera no se disponen a romper el equilibrio de sus relaciones con los dirigentes sindicales. Y los trabajadores de Aurora tienen interés en proceder de esa manera: la deuda patronal es una garantía de la continuidad de las relaciones, como la deuda en relación a los patrones es para éstos una garantía de la lealtad de los trabajadores. Dentro de esa lógica, la suspensión de los salarios representaba una situación de riesgo para el futuro de las relaciones sociales. Los trabajadores, sensibles a los llamados de atención, censuraban a Rodrigo por tenerlos “abandonados” –y era ése el término que empleaban-; por sólo querer saber de los “alemanes” -como clasificaban a todos los turistas extranjeros-; por no estar a la altura del viejo Barbosa. Pero ellos temían que la usina retomase las tierras y que Rodrigo acabase yéndose, como otros patrones de Flor de María que estaban cancelando los contratos de arrendamiento o vendiendo los ingenios. Y era evidente que no deseaban que eso ocurriese, pues les convenía el estilo de relación personalizada con los patrones45. Por su parte, Rodrigo sabía lo que los trabajadores estaban pensando al respecto y se sentía presionado a hacer lo máximo para recuperar su credibilidad frente a ellos.

Como en Aurora ir a la Justicia era una cuestión que apenas se planteaba, los trabajadores no se sentían confrontados con la necesidad de justificarse por el hecho de no reclamar sus derechos laborales. Es sólo cuando ocurre una ruptura en el delicado equilibrio de las deudas que se plantea el problema. Así, en San Pedro, otro ingenio de Flor de María, el patrón suspendió el pago por algunos meses y en seguida abandonó la propiedad, eximiéndose así de su papel de protector. Libre entonces de la coerción de la deuda moral, los 40 trabajadores fueron a la Justicia a reclamar contra la violación de los derechos laborales que se remontaba varios años. Ellos decían entonces que no lo habían hecho anteriormente porque tenían una buena relación con el patrón, lo respetaban y le estaban agradecidos: ellos tenían vergüenza de reclamar contra él en la Junta. Como en Primavera, la connotación moral atribuida al reclamo de los derechos se expresa aquí a través de una asociación con virtudes morales y sentimientos. Para los dirigentes sindicales de Flor de María, sin embargo, es el miedo al patrón lo que impide que los trabajadores vayan a la Justicia: el sentimiento de vergüenza característico de la obligación de lealtad personal es traducido al lenguaje del coraje, la fuerza moral característica del contexto de la dominación impersonal46.

Confrontados con las coerciones desconocidas por los trabajadores de Primavera (el patrón estilo Barbosa vendió el ingenio para Santo Antonio en 1942), los que viven en Aurora desarrollan otras estrategias para garantizar el respeto a sus derechos: piden a los dirigentes sindicales que intercedan por ellos ante el patrón. Eso fue, por ejemplo, el caso de los feriados que el viejo Barbosa nunca pagaba: P.J. consiguió que lo hiciese sin recurrir a la Justicia, siendo este hecho contabilizado como una de sus victorias sobre los patrones.

En algunas ocasiones, no obstante, los trabajadores de Aurora osaron enfrentar a los patrones. Un primer caso se remonta al año 1966, fecha que coincide con el reinicio de las actividades del Sindicato en el período pos-golpe y con la contratación del primer abogado en el municipio. Uno de los militantes acogidos por Barbosa presentó un reclamo laboral.

Barbosa perdió el proceso y tuvo que pagar sus deudas. El mismo día de la sentencia del juez, pidió al administrador que le dijese al hombre que no lo quería ver más y que esperaba que ni siquiera lo fuese a saludar. La mañana siguiente, el hombre estaba delante de la puerta de la casa grande: llorando le pidió perdón al patrón y le devolvió el dinero recibido en la Junta. A través de este gesto cancelaba simbólicamente la deuda jurídica y restablecía la situación de endeudamiento moral con el patrón. Barbosa lo perdonó: ese trabajador todavía vivía en Aurora en 1995 y el viejo lo consideraba como un amigo. Pasados 30 años del hecho, Barbosa no conseguía comprender la actitud del trabajador de acusarlo en la Justicia. Preso de la lógica de la deuda moral, el gesto se configuraba como algo impensable, como una ingratitud intolerable en relación a él, quien corriera riesgos para salvar su vida. El episodio es revelador de la fuerza de los lazos que unían al patrón y al trabajador, de la carga emocional que envuelve el acto de reclamar derechos en un contexto de deuda moral. Si las relaciones fueron reestablecidas en ese caso, se debe a que el trabajador reculó. Otros que no se dispusieron a recular después del enfrentamiento fueron objeto de castigos ejemplares. Uno de esos casos es el de un trabajador que, en ocasión de una reunión en el ingenio con los dirigentes sindicales y el viejo Barbosa, dijo que, en Aurora, los cabos robaban para la hacienda en el momento de hacer la medición de las tareas47. Barbosa lo echó el mismo día diciéndole que no admitía en su ingenio a alguien que lo llamase ladrón. Le pagó todo lo que le debía en relación a la deuda laboral para poner un punto final a la relación. Otro caso es el de un hombre de 40 años que no aceptó el precio que Rodrigo le quería pagar por el trabajo hecho y fue a quejarse con él. Rodrigo le pagó entonces lo que pedía pero agregó: “Para mí, usted no trabaja más”. No lo echó, probablemente porque ni siquiera tenía como indemnizarlo, pero marcó el fin de la relación. Esa dureza se inscribe en una lógica semejante a aquélla que parece presidir el comportamiento de los dirigentes sindicales ante los que se rehúsan ir a la Justicia cuando son aconsejados de hacerlo: se trata de un castigo contra aquellos que no respetan los términos de las relaciones de intercambio. Esta punición podría ser interpretada como una manifestación de violencia simbólica (teorizada por Pierre Bourdieu) ejercida por los que, en la relación, detentan un mayor diferencial de poder.

En: Estudos históricos, Vol. 9 Nº 18, 1996/2.
Continuará

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