En Pizarras y Pizarrones hemos desarrollado un trabajo de campo cuyo objetivo es analizar las preferencias en lecto-escritura de nuestros lectores, así como las nuevas formas de enseñanza y aprendizaje. Les hemos pedido su colaboración para completar una pequeña encuesta anónima que como máximo les insumiría 10 minutos. Agradecemos su participación! La encuesta cerró el 31-08-17 y en unos pocos días publicaremos sus resultados...

viernes, 11 de febrero de 2011

Maestros

Autoras/es: Stella Maris Torre
“No, la escuela no sólo les ofrecía una evasión de la vida de familia. En la clase del señor Bernard por lo menos la escuela alimentaba en ellos un hambre más esencial para el niño que para el hombre, que es el hambre de descubrir. En las otras clases les enseñaban sin duda muchas cosas, pero un poco como se ceba a un ganso. Les presentaban un alimento ya preparado rogándoles que tuvieran a bien tragarlo. En la clase del señor Germain, sentían por primera vez que existían y que eran objeto de la más alta consideración: se los juzgaba dignos de descubrir el mundo.”Albert Camus, “El primer hombre”
(Fecha original del artículo: febrero 2005)
La escuela no es sólo el lugar donde se instruye a los niños, donde aprendemos a leer, escribir, sumar y restar, a repetir que aquí una vez hubo indios, una revolución, o dos o tres, y donde el 11 de septiembre (o mejor dicho, el 10) se festeja el día del maestro, donde también ese día lamentamos el atentado a las torres, y algunas pocas veces, el asalto al palacio de la moneda.
Es un lugar construido social e históricamente donde, al mismo tiempo que estudiamos la democracia constitucional, nuestros cuerpos están siendo disciplinados: “niño, que eso no se dice, que eso no se hace, que eso no se toca.”
La escuela es, en fin, uno de los espacios privilegiados donde nos constituimos como sujetos. Y como tal, se devela como herramienta ideológica fundamental. Ideas abstractas que se transmiten verbalmente, e ideas concretas que basan su efectividad a través de las prácticas cotidianas en el aula.
Y allí, en el aula, lejos del ministerio, más allá del currículum explícito, los estudiantes, convertidos en sujetos “educandos” se topan con los sujetos “educadores”, los cuales bien pueden ser maestros, o bien, funcionarios.
La diferencia entre un maestro y un funcionario profesional de la enseñanza no es poca, ya que este último transmite conocimientos “firmes”, cristalizados y seriados, mientras que el maestro comunica sobre todo una implicación en la búsqueda de la verdad. El maestro, evitando la tentación de “depositar” en el estudiante la mera descripción de los contenidos, permite y posibilita que éste se vuelva significador crítico, asumiéndose como sujeto que conoce y no como mera incidencia del discurso del educador.
Por eso, si los que enseñan son maestros, enseñar tiene el sentido de un acto creador, un acto crítico. Enseñar implica que los estudiantes se apropien de la significación profunda del contenido que se está enseñando. A su vez, también podríamos pensar que el maestro puede enseñar en tales términos sólo en la medida en que rehace su cognoscitividad en la cognoscitividad de sus estudiantes. Imaginemos por un momento que ante una pregunta de la clase, nuestro maestro, como salido de “La lengua de las mariposas”, nos dijera “no lo sé, averigüémoslo juntos”, llevándonos a mirar y tocar las flores del campo, el agua del arroyo, respondiendo entre todos algunas preguntas, y volviendo a interrogarnos…
Enseñar es, por último, un acto político, ya que jamás existió ni existe una práctica educativa comprometida únicamente con ideas universales, abstractas e intocables. Sin embargo, todo discurso hegemónico trata de convencernos de que la escuela es “pura” y sus relatos son “la verdad”, practicando de tal forma una política indiscutible con que intenta suavizar toda posible rebeldía.
La relación pedagógica no escapa a la asimetría característica de las relaciones de dominación fundantes de esta sociedad: los maestros tienen el deber de saber, los estudiantes, de aprender el saber. Sin embargo, el encuentro, la diversidad, las prácticas solidarias dentro del aula podrían resistir frente aquellas relaciones injustas, y porqué no, cambiarlas activamente.
Hemos escuchado muchas veces que la escuela no puede revertir en cuatro horas lo que la casa o la calle hacen en veinte. Esto seguirá siendo cierto mientras sigamos considerándola como un fetiche, como una “cosa” externa a los sujetos, y dejará de serlo si podemos reconocerla como una relación con infinitas posibilidades de ser transformada por los sujetos implicados en ella.

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